Página dedicada a mi madre, julio de 2020

Traducción

Añicos

Versión otoño de 2022

A H. hace cuarenta y cinco años o ahora.

Textos:

I. Publicados en la revista La Riviera Ligure: Fragmentos, Relación de la excursión, Delirios, Añicos, Mis amigos de aquí, Prosillas casi serenas, Conclusiones de octubre, Susurro al anochecer, Círculo

II. No publicados en vida: [Cuadernillo de apuntes 1914, Definición de mí, Libreta 15/16, Varsovia, Diálogos de tempore belli, Presentación a Dios, La activi-dad dispersa], Yendo tan lento, Entonces las riberas aquí, Si cortas las amarras 

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NOTA INICIAL. Giovanni Boine murió en 1917, cuando apenas tenía 29 años, y no pudo darle a esta obra una organización de conjunto. Entre 1915 y 1917, había publicado algunos de los textos que la conforman en la revista La Riviera ligure. Al año de su muerte, Mario Novaro, fundador y director de dicha revista, publica el poemario reuniendo los textos publicados y otros que permanecían entre los manuscritos del poeta. Desde entonces, las ediciones (1918 y 1921 en La Voce, 1938 en Guanda, 1987 en Garzanti, 2007 en San Marco dei Giustiniani) han presentado importantes variaciones, ante todo por lo que se refiere a los textos que se incluyen y a su disposición. 

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[I. I] FRAGMENTOS

1) A veces, cuando al atardecer paseo cansado por el Corso (que está vacío), alguien que encuentro dice, fuerte, mi nombre y exclama: «¡buenas tardes!»
Entonces, de golpe, ahí, en el Corso que está vacío, me topo asombrado con las cosas de ayer y también yo soy una cosa con un nombre.

2) Cuando te estrecho la mano, y tú retomas seguro el diálogo de ayer, no sé qué reverberación amarilla de ambigua impostura colorea desde dentro el acto mío de escucharte. Finjo que estoy contigo y no tengo ánimo para decirte de golpe: «¡No sé quién eres!». Amigo, en verdad no sé quién eres.
¿Y cómo quieres que afiance el hoy en el ayer, labios de abismo, herida abierta del infinito?

3) Me paras en la calle llamándome por mi nombre, con mi nombre de ayer.
Entonces, ¿qué es este espectro que vuelve (el ayer al hoy) y esta inmóvil tumba del nombre?

4) ¡Tibio lecho del nombre, segura casa del ayer! Blanda lana de los atormentados dolores, descanso umbroso de las alegrías lejanas. Barco en el mar. Balsa de náufragos.
Pero el hoy es, vamos, como una catarata abierta. Nubes cambiantes en la abismal cavidad del cielo.

5) Te quedas firme-plantado en el ayer, observatorio alto del hoy, y atento espías todas las cosas, cada una según su nombre.
Que ninguna se te escape, ese es tu trabajo, y que todas se sucedan según el orden justo. Que todas encajen y formen juntas un dibujo regular. Que ninguna se te escape, ni haya omisión.

6) Comprimes tus días en el calendario de doce meses; mides tus horas con el tictac de una rueda.
Por ello a septiembre le sigue octubre, y el efecto a la causa. El ayer lleva las riendas del hoy y las llama deber.

7) ¡Qué fatiga vivir con el metro del ayer! Pero, buey al yugo, prosigues. El hoy es el ayer, y el establo, grasiento, se abre al final del surco.

8) Trama tejida, cuentas los hilos de tu vida, y ninguno está roto.

9) Mi nombre es Giovanni, y si me llamas, de inmediato respondo. Ahora y en la hora de mi muerte. Por la mañana, apenas me alzo de la inestable nube del sueño, mi madre me dice despacio «Giovanni» en la puerta entreabierta, y casi existo de nuevo.

10) No me quitaréis el nombre; lo embrazo como un escudo. – Entre el extraviado miedo del ayer y el hoy vivido he puesto como puente mi nombre.

11) El deber es mi derecho; no me impedirás cumplirlo.

12) Defiendo el deber que el ayer me asigna, como el asaltado la casa. ¡Cerrada celosía, voluptuosidad de un firme deber en la agitación del arbitrio! Pondero cada uno de mis actos, timonel al timón.

13) La riqueza más cierta es que poseo un número en el registro civil. Tengo un título y atributos: sabéis quién soy. Está claro para cada uno que debo en tal caso actuar así. Y, dentro, la señal de mi conciencia me manda en cada encrucijada: «¡toma a la derecha!»

14) Sabéis quién soy y qué he hecho: sabéis qué haré. Pongo mis actos como piedras miliares y con escrúpulo nivelo la última sobre la penúltima.

15) Justifico cada una de mis jugadas según la regla. En el templo del ayer, arrodillado, he adorado al dios Experiencia,
lo he esculpido en los diez mandamientos y lo he hecho teología en los artículos del código. ¡Encuentren, pues, una brizna de acto cuyo porqué no sepa explicar! Lo hago todo según un porqué y soy un hombre moral.

16) No me sorprenderás imprevisto, ni nuevo, el latido de mi corazón. No existe el hoy o lo nuevo, ni la pasión brama. Modero mi sed según la medida de mi cantimplora. Y así no le habré robado a la sed de los otros y seré un hombre moral.

17) He estudiado las múltiples conexiones de mi ayer con el ayer de todos y he reconocido la necesaria Sociedad. He trazado nítidamente el mapa de la sociedad en el mapamundi de lo Universal, que es el ayer de Dios. Ahora consulto en cada respiración el astrolabio del universal navegante que toma la altura del sol.

18) Estoy acorazado por lo universal y mi nombre es conciencia. Barco en el fondeadero, observatorio firme en la roca, se acercan alrededor las noches con los soles, y permanezco firme en la segura conciencia de mí mismo.

19) Pero ¡ay, no!, que el hoy me vence y soy un náufrago sin balsa. ¡Ay, que el ayer rápido errante crepita, seca hoja en el viento! Estoy todo en el hoy, y mi nombre es instante.

20) Cuando vuelvo a casa por la tarde y me siento ante el fuego encendido, fuera, el valle es grisura de niebla y nocturna opacidad. No existe el pasado. ¿Qué es, pues, el recuerdo?

21) No encuentro en el código el artículo de mi acción, ni el mandamiento de mi moral.

22) No piedras miliares de un camino derecho; peñascos erráticos y oasis.

23) He olvidado mi nombre: he perdido mis pasaportes en país enemigo.

24) Orienté la ávida proa hacia los hielos del norte, inseguro me balanceo ahora en las bonanzas uniformes de Cáncer.

25) Mi nombre es hoy, y mi camino se llama extraviado. No hay señales en los cruces de mi marcha y no sé si he embocado a mano derecha.

26) Vagabundo que no sabes de dónde viene y esta noche te quemará el pajar, quienquiera que encuentro me escudriña con ojos enemigos. Veo en el titubeo de tus pupilas que soy para ti como agua que escapa.

27) ¡Ay, que no tengo lecho, ay, que no tengo tumba! ¡Ay, que no sé quién soy, ni conozco nada ni a nadie!

28) Me senté al atardecer en una blanda proa frente al sol a calentarme, pero enseguida se levantó un gélido viento, y se hizo de noche.

29) ¿Por qué estoy triste ahora? Pero ¿por qué estoy alegre? No entiendo la razón de la noche y del día.

30) Si gozo de mi alegría y digo «así cada una de mis horas», he ahí que de golpe se alza dentro de mí la amargura del llanto, como la niebla de una negra ciénaga.

31) ¿Cómo quieres que prometa si no conozco el mañana? No entiendo qué es una promesa.

32) ¿Dentro de diez años volveremos a vernos? Pero ¿a quién verás dentro de una hora? Ay, que bastó el transcurso de un día.

33) ¿Y por qué finges que no has cambiado? Te complace que tu vivir se rija por la razón. Ajustas las pruebas de tu cambio a la apariencia de la inmutabilidad.
Por lo que a mí se refiere, lo que quise no lo he cumplido.

34) Hablas del recuerdo que une tu hoy a tu ayer. Pero yo, en el recuerdo de ayer, he medido la disparidad del hoy y la imposibilidad de la unión. He renunciado a reducir mi hoy al espectro del ayer y no fuerzo con fingimientos mi vida para que te parezca ordenada.

35) Ciego al que se le cae el bastón, arrojé todas vuestras lógicas. Hoja en el viento, barca en la agitación; pero no busco la barrera.

36) Digo que no hay timón. Voluntad y pasión, palabras vacías.

37) Pasión y voluntad, estoy todo en la alegría del hoy, y todo en el presente dolor.

38) Estoy desesperadamente alegre y sin esperanza triste. Creo con violencia en el infierno y estoy de facto seguro de un paraíso.

39) Porque mi vida no se construye según un proyecto, pieza a pieza, como los palacios de piedra, y no corro hacia un destino, caballo hacia la meta. No tengo futuro porque no tengo pasado. Al no tener recuerdo, tampoco esperanza.

40) Llamarada de horno, mi deseo; y como el abismo de la noche, mi aniquilación. Solo sé alegrarme, solo sé sufrir. No tengo abrigo frente al dolor, ni atempero, con reflexiones, la alegría.

41) ¿Renunciaré a lo que amo si no tengo salida fuera de ello? Mi amor ha brotado de la desesperación, así como el odio.

42) ¿Y cómo podré renunciar a la mujer que amo si solo soy amor a la mujer que amo? ¿Cómo quieres que no arda por el cuerpo de la mujer que amo si no tengo más cuerpo que el suyo?

43) No me apartarás de la cerrada prisión del instante con vanos cuentos sobre la infinitud de lo eterno.

44) No hay más eternidad que el instante.

45) Piadosamente le encubres a mi desesperación tu felicidad.

46) Estás encerrado en tu alegría, como yo en mi dolor.

47) Del estallido de mi alegría, como una herida, tu sufrir. Cumplido mi deseo, con estupefacción he ahí tu llanto.

48) Pero que cada uno se debata en su hoy, encarcelado en la celda.

49) Disparo los puños contra la cerrada muralla; o, animal asustado, me encojo en el rincón a escudriñar. Es vano que me consueles.

50) ¡Oh, dulzura de ir del brazo, lentos por la calle! ¡Oh, en el sueño, voluptuosidad de tu cuerpo blando-enlazado al mío! Pero, ay, que bastó el transcurso de un día.

51) Ritmo de tu respiración confusa, ligera en la mía. ¡Gracilidad de tus miembros, trémula alondra en la acariciadora prisión de mi mano! Y tenerte delante, río parlanchín, entre los escollos.

52) Trémula diáfana en la inmovilidad de la noche, rompió con cortantes cuchillas la mañana. Soñé velas henchidas, barcos de vuelta; botines de alegría como rebosantes cornucopias. Con dilatada pupila, niño en la fábula: «¿De dónde?, pero ¿cómo?».- Nació el sol al atardecer; obstinados, ¿qué ojos me miraron en la oscuridad?

53) ¿Y no fuimos la feliz corriente de dos aguas que confluyeron? – Pero la eternidad fue un instante. – Y bastó el breve transcurso de un día. Cada uno estuvo en su hoy como en cerrada prisión.

noviembre de 1914

[I. II] RELACIÓN DE LA EXCURSIÓN

a Mario Novaro

Todos dicen que hemos sido unos «locos». Por tanto, amigos, ¡sintámonos héroes! Bebiendo aquí, juntos, pasemos de las medallas! Ya están preparados, como monedas, los botones blancos; con lazo rojo (para que se vea) y broche dorado, colguémoslos orgullosos del cuello.

Eh, sí, estamos todos: cuatro, cinco, seis… ¡Incluso el fémur que me dolía tanto está entero! Pero ¡qué tipo de bailes hacen entre sí los huesos cuando caminas!, ¡qué locas vueltas en las articulaciones! Justo, mira, mi cuerpo es una máquina.

Que si no fuera por la nieve blanda, llegaríamos en tres horas.

¡Oh, sí!, bien renqueaba la compañía antes. Con ese negro torrente abajo, y nosotros a contracorriente arriba. ¿Que no te asustaban esos mil metros en desplome sobre ti y esas rotas crestas, murallas del mundo, en el cristal verde, en el punzante hielo del aire?

Pero nosotros, en lo profundo, negras hormigas laboriosas, en la fúnebre blancura, en fila.

También yo estaba alegre. ¡Sin duda! Era llano, casi, y la nieve era nueva. Cuando pasamos un canalito, citaste la Cena de las Cenizas y el «sucio paso» del opaco Támesis. En caracteres de medio metro se esculpían con los bastones, a lo largo de las huellas, las inscripciones conmemorativas: el hombre que nos llevaba los sacos escribió digno RAMELLA y tú, triunfal al regreso, POR AQUÍ PASÓ GIOVANNI BOINE.

Sí, sí, estaba alegre: también yo trotaba, un poco detrás, con la respiración rota-humeante, con la cara roja-sonriente. Pero también era entonces un buen tráfico esa nieve gimiente bajo las suelas claveteadas y ¡ese hundirse de golpe pesado, hasta las rodillas!

***

Cuando, por las rasgaduras imprevistas, diáfana la aérea llama de Venus, y leve, la luna abajo, locas, danzando, de velo, nos soplaron cerca las sombras, uno, delante, avivó la linterna.

Cada uno, entonces, trabajó por su cuenta.

¿Quién de vosotros, a lo lejos, entonó La Violetta? (y la vio lett…) Parecía una voz del limbo.

¡Qué solo estuvo, cada uno, envuelto sin eco en la blanda capa de nieve!

Pero fue en medio de la subida (¡madre, mi corazón, qué desgarros!, ¡madre, qué jadear entrecortado!), mancha espectral en la blancura, cuando te vi delante como distinto de mí. ¿Dices? Eh, sí, como distinto de mí.

Buscabas las huellas callado y avaro. Cada uno, con el ojo en su pie, buscaba enemigo las huellas, oveja boca abajo.

¡Y qué desierto, oh, amigo, qué muerte! (qué frío, qué peso la vida). Éramos seis, él, tú, yo… Callados, fantasmas, éramos seis en la avalancha fúnebre. Y él… tú… yo… ¡qué desolado desierto!

***

Pero cuando en la superficie del hielo, caí por primera vez: y turbio me acomodé como si tuviera que dormir (morir),
el tizón de vuestra luz jadeaba arriba, obstinado buscaba, y, estela incierta, vosotros en remolque, abajo, detrás.

La breve mancha de cada uno, fundida en compacto pelotón. Ruedas de máquina de encaje, la fatiga cerrada de cada uno, en rabión con ritmo. (Pero peñasco tirado que se hunde, mendigo fuera de la puerta, yo abajo solo).

¡Qué medido, amigos, el gemido breve de vuestros bastones!, ¡qué decidida y concertada, y qué hambrienta, la mordida estridente de vuestros clavos!

Gente que va a lo suyo, ¡qué apresurados, qué lejanos volvíais el costado! ¡Como calle taciturna desapareció vuestra vencedora alegría, en la blancura espectral!

Hombres que siguen derechos y no se ocupan del entorno. Adúlteros, resueltos a la cita. Pero en el tormento de los celos, yo abajo solo.

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¡Oh, sí!, fue una fiesta a la llegada ese estallido de saludos roncos y esas caras de risa asombradas, en la luz, en el humo cálido del tugurio agazapado.

Esa taza de vino hirviendo con especias, y el picor de aroma bajando por la garganta, ¡no los olvidaré!

Y ni siquiera la cara amiga-materna, los piadosos «¡oh!» de esa mesonera que se llama Addolorata.

Ella enseguida y confusa me acercó una silla a la roja estufa, para que extendiera con vosotros las piernas heladas dolorosas.

(Pero ¡qué dolor-placer por todos los huesos aplastados, ese ovillo tuyo de silla, mesonera!)

Sí, sí, esa banca dura, esa pared en la que apoyé tan voluptuosamente la espalda cuando cenamos después.

¡Ese pan!
y esos cantos que, navarca superviviente, entre una cuchara y otra por victoria y alegría, tú a ratos con burlas y exhortaciones entonabas,
pero que nadie lograba cantar, tanto era el sueño.

Me gustaban esos comentarios en susurro con las miradas rápidas hacia uno y hacia otro de nosotros (uno tras otro, allí, juzgándonos); la afectuosa curiosidad de las personas de las otras mesas, montañeros arropados que jugaban a las cartas con la media al lado y los vasos.

Maternas vacas en torno al ternero nuevo nos ceñían todo alrededor con su cálida animalidad.

Y sin embargo me gustó, ahora diré, la cabeza joven de uno de vosotros inclinado durmiente en el hombro del que estaba al lado.

Tan abandonado y dulce, que maravillado exclamé: «He aquí a San Juan en la cena».

Que fueron, creo, mis únicas palabras de corazón en esa ronca noche con vosotros;
(o, con esbelto discurso, no sé de qué discutí, ni qué inventé largo rato, ¿cubriendo la agonía del sueño?…)

No, no, amigo, estaba terriblemente despierto: no sé qué lazo, de hostil tormento en la garganta, y no sé qué desconocido, en una cuesta, testarudo desgarrándome.

Y si apenas apagaba los ojos (mientras hablabas), desde el nítido borde de la mesa, de pronto, un abismo se hundía, con la perdición de la oscuridad un descuidado chapoteo de río, y alrededor, callada (mientras hablabas), la desolada solemnidad del negro y del blanco.

Como cuando en la segunda caída, la mejilla, en el hielo ardiente, esperé opaco, decidido, resbalar hacia abajo.

A aquel que con la pica tanteando lento, Cirineo mudo, llegó, y empuñán-dome, de un tirón me levantó, le dije ronco por gracia este discurso:

«Ahora, ¿por qué tan fuerte tú, tan concertados en la alegría vosotros? – ¡Yo, aquí, estoy bien!»

Ahora, ¿por qué este jadeo sin respiración, esta agonía sin vida?

Como quien escucha un festín por las avaras rendijas, cortan mi oscuridad navajazos de luz.

(¿O, cercado, como quien se aleja de noche, al encontrar en la farola el vinoso coro de los borrachos?)

Todos tienen una voz; todos tienen una meta; todos se vierten precipitados en una desembocadura.

Proceden con un paso que no sé marcar. Corren por un camino que el mío cortó. (Tras derrapar en la vastedad, desemboco desesperadamente en el desierto).

A aquel que con la pica tanteando lento, Cirineo mudo, llegó, le dije torvo que allí estaba mi estar (apenas, apenas un apagado eco de gritos, apenas un lejano paso de la vida ajena)
donec eveniat immutatio nostra, allí, estar, en esa orilla de la nada.

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¡Eh, no!, mi lugar verdadero, el de mi derecho, lo encontré un poco más arriba, en la tercera caída,
cuando blando-luciente perforado, bocarriba pacíficamente me tendí.

¿Y quién, con el hocico en las huellas, se había dado cuenta de una luna tan redonda allí arriba?

Vosotros, desde la ladera vecina, con ese vuestro quinqué de muertos, espectros errantes, me decíais «¡eh!»

También yo grité ¡eh!, pero os dejé caminar.

¡Qué centelleos, qué pinchazos vivos de gema, todo alrededor en la blancura! Si tendía la mano recogía con rastrillo los diamantes.

¡Y desde la vidriada claridad de los espacios, esa luna helada, esos flechazos de la Osa!
¡y esos inmóviles gritos de las crestas que uno tras otro y quién sabe hasta dónde, nítidos los cuentas, esas garras de las rocas al acecho en la vastedad tan brillante y callada!

Que allí, si dices ¡oh!, no te hundes. Allí, si dices ¡oh! permaneces siendo tú.

Estos lazos, estos abrazos blandos de la primavera, esta amistad dulce de las colinas, esta tibieza y este tormento… De tú a tú, con tranquila respiración, así miro, jefe, este vivac nocturno.

¡Qué débil era vuestro quinqué, compañeros, y qué apagados vuestros roncos eh!

¡Eh, eh!, me incitabais apresurados hacia la meta, y yo había llegado.

Pero estaba allí abajo desde hacía poco, ese abismo negro con mi casa, en el fondo, la muerte,
como un lecho-reposo, o como una emboscada de ladrones.

He aquí, contento de estar, contento de mi rico abandono, mi sitio estaba allí
entre vuestros eh petulantes a los que apenas atendía
y allí abajo, ojos de serpiente, ese otro reclamo del que me mofaba.

¡Y qué mía, de tú a tú con calmada respiración, con claros ojos, oh, amigos, la noche!, ¡qué callada y brillante!

Y así de mis miembros  despeñándose por los derrumbes nevados, al sol,
con voz borracha se desbordó la alegría.

¡Aquí y aquí!, también esta otra botella y corramos una juerga.

Entona, entona tú la canción que quieras, dame el vaso que quieras: aquí soy asunto vuestro: canto y me atizo.

Juro que no hay nada más, solo estos ojos relucientes de faunos y este harto olor de mesa.

¿Y quién, y quién dice que ahí abajo alguien nos espera? ¿Los alemanes, los franceses; la guerra? Nos espera esa oscuridad y ese gorgoteo helado de agua.

¡Oh, sí, estoy alegre; alegre sin duda!

Pero dime, en el fulgor de la blancura, ¿ese intervalo, esa abertura de azul no daba miedo?

¿No te entraban ganas de tirarte abajo (arriba) de cabeza,
para terminar de una vez con esta consternación de abismo que por doquier nos engullía?

(Y di… también tú, ¿también tú, esta risa-herida dentro?, ¿este ser-ser, estas… ganas de morir?)

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¡Pero si eras de los de delante! ¿También tú, también tú, cansado, extenuado? Cansado de tirarte abajo y decir basta.

Me gusta, amigo, el estallido-centellas de tu cara-vejez, la vibración celeste de tu ojo dolor.

Cuando la loca cabeza, riendo, echo hacia atrás en el desgarro de la risa, tú, jefe, fuerzas el ingenio zahiriendo.

Entonces, clamorosamente, todos estos otros, felices, forman un coro alrededor.

¡Mandémoslos delante, ¡eh!, ¡muchachos, adelante!, y dejémoslos ir
que se creen contentos, braceando, por estar delante y por ir.

Oh, mira qué afán triunfal por el mundo, mira qué loca girándula.

Torrente que espuma y se pierde, río que va, que va, que va.

Pero aquí en esta proa azul, di, aquí estamos bien. ¿Está aquí, dime, la desembocadura? Río que va, que va, que va. – Me gusta, amigo, este telón-palidez,
ventana cerrada, para fastidiar, ante la brigada ruidosa, como quien da y quita, esta cara tuya sellada.

Me gusta, amigo, esta enemistad tuya imprevista, este derrumbarte tuyo.

Como en un vagón de tren, cada uno en su meta, nos deja.

Somos todos, lo sabemos, del mismo país, todos en feliz banda, pero cada uno tiene su carnet en el bolsillo.

Me gusta, amigo-enemigo, esta inaprensible befa que hay en tu risa.

– Sin embargo, mira aquí, he tirado el carnet; mira aquí, hemos llegado juntos.

Ninguna meta nos espera. – ¡Eh, muchachos, adelante!, ¡vamos, vamos, que hay medalla! ¿Y quién gana este botón de oro?

Nosotros, amigo, hemos llegado. No bajaremos con el primer golpeteo de la puerta; confesémonos, que meta no hay.

Pero también tú, ¿también tú, pues? ¿Quieres que te diga el sobresalto del corazón y la anulación cuando, como un ay, se te escapó?

Mirémonos con serena pupila, y que este vórtice de azul, arriba, nos devore.

enero de 1915

[I. III] DELIRIOS

(Lo equivalente. Transfiguración. Idilio. Veo al otro lado. Despertar. Los matorrales, es extraño…)

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[I. III. I] LO EQUIVALENTE (no se incluye)

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[I. III. II] TRANSFIGURACIÓN

– Hay días de vacío en los que las rosas no tienen perfume, ni los ojos ven; la gente de los espectros fluye por la calle sin ruido.

– El amigo desde lejos me observa con ambigua amarillez; en la barrera están entre los hombres los enormes cristales de la locura.

– Se separan como hojas de noviembre las brillantes felicidades; parece que el mundo decae en depresiones calladas de sombra.

– Y cuando por despecho me niegas, y el otro pronto ha abjurado de mí; cuando él habla de mí como de un muerto, y aquellos, pasando en tropel, ante la zumbadora carroña se tapan la nariz con rápidas muecas, entonces disuelvo como una infinita lluvia de grisura las invernales varas de mi persona en la desolación del abandono.

– Soy una atormentada boca que no tiene sabor; monótono expecto donec eveniat immutatio nostra.

– Pero por la mañana se levanta la vasta llamarada del viento de levante y húmedo hincha las casas y las colinas de delirante delirio.

– Nacen en temblores cimas blandas-frondosas en fugas declives: los nítidos esqueletos crecen y se ensombrecen de sombra.

– Recovecos de misterio se sumen hondos entre las habituales formas; toda geométrica línea exagera un aire de fiebre.

– En escenografías de arco iris nebulosas aumenta la cavidad de los espacios; el retumbante ardor jadeando mulle la vida.

– Tiemblan entonces imprevistas las inauditas transfiguraciones, toda cosa dilata por escondidos poros la violencia secreta.

– Tocan el cielo las blancuzcas torres del templo con insurrectos presenten armas de gigantes, y por el aéreo arco de las campanas fluye refluye la encrespada diafanidad del azul.

– Ennegrecen el occidente con amenazadores penachos los cuatro tranquilos cipreses del Monte Calvario; por la altitud de los horizontes exhala el agazapado convento una letal tenebrosidad de cripta.

– Primaveral lago de verdor el prado lejano sobre la colina se enciende de falsas incandescencias de azufre; mugidos se alzan por el silencioso pueblo; tienen vibraciones sardónicas los vítreos ojos de cada ventana, actitudes de rebelión los perfiles de las construcciones.

– ¿Qué aglomeración de demonios tiembla en arengas por las galerías-culebras y por los negros callejones sin salida? Rezuman todas las paredes no sé qué mador epidémico; las caras de todos los que pasan tienen la expresión de desesperada resolución.

– Ahora el mar eleva eleva… vertical ya eleva su compacta llanura con terrible azul; ya se desploma, ya nos invade, ya recae; ahora mismo el mar entierra toda la tierra entera con terrible azul.

– Pero, ancha y derecha, esta calle maestra parece amplitud-acompasada de marchas de héroes. Es risa delirio el retorcerse loco por las copas de los árboles por las banderas del alma.

– Desmonto y me enderezo; fermentan hinchados los desdenes, rompen como gritos los fulgores, a golpes de hombro se derrumban por inmensurables despeñaderos las estructuras de los siglos.

– Entonces es cuando me hundo por las luces extravagantes, aéreo y nuevo por los abismales ecos.

– Al otro lado de mares lejanísimos estruendo zumba el cataclismo en las orillas; ebrio en la ebria ebriedad me libro del olvido.

– Hay espacios sin esperanza, hay calles sin meta, hay simas sin sustancia, riberas no tiene el olvido, es un rico don todo abandono, se han desatado todas las verdades.

– Se deslizan manan pensamientos de risas, flotan algas lentísimos monstruos; están muertas todas las verdades y no sé quién soy.

– Es porque hay días de vacío por lo que los errabundos ojos no ven y fluye por las calles la gente espectral;

– aéreo y nuevo hoy no sé quién soy y por los abismales ecos de las extravagantes luces me hundo.

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[I. III. III] IDILIO

– Paseando alguna vez con pasos sin eco por la opacidad de la nada, niño en la arena, por ocio me entretengo en pintarlo como idilio.

– Me hago un sendero de guijarros en una loma, y deprisa, arriba y abajo, extiendo en pequeños escalones las terrazas de olivos.

– Están al lado en fila las selvas de la hierba negra; en las vueltas, por la serena inmensidad, las dulcísimas laderas de las colinas.

– Las casitas de crepé con las ventanas cerradas-verdes, las abandono desiertas, como cebo, al anzuelo de un sendero-sedal; curioso, molesto con el pie las procesiones obstinadas de las menudas hormigas.

– En el valle allano un silencio como una nana de calmas, pero si me asalta el capricho, con el arrugado haz de ramas sobre la cabeza, colmado, la firme campesina que baja me dice nuestro buenos días.

– Contra la pared me aplasto, consciente y casi con risas, para dejarla pasar; – cruje con los zapatos herrados, en los escalones se tambalea, callado la veo desaparecer en la comba de la pared.

– Entonces, contento, recojo las bayas hinchadas y el áspero aceite sorbo; toco los ásperos troncos, que justo son troncos, toco las áridas piedras y siento ganas (así… ¡siento ganas!) de oír al pinzón entonar al otro lado del matorral su impetuoso canto.

– Comienza entonces el pinzón a ratos su canto en el inmóvil valle: los retorcidos olivos sostienen ralos el gris telón sin escuchar; con estática resignación contiene la respiración la milenaria melancolía.

– Así desde las lejanías vuelven las vagas ruinas de cuando era niño; reconozco el claro de la colina donde me perdía extendido.

– Ese, ese es el ciprés sutil junto a la fuente; – y allá abajo, allá abajo, por los ecos, estaba el perro tan desesperado…

– Oh, sí, oh, sí, este es ciertamente mi idilio de entonces, pero bien se siente, pero claro se siente, pero demasiado, demasiado se siente en las orillas del horizonte la insondable ansia de la oscuridad.

– Aunque suceda que no me preocupe del deshecho misterio y mago obstinado, finja ahí una insustancial realidad.

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[I. III. IV] VEO AL OTRO LADO

– Cuando la fiebre de los horizontes me obsesiona en las inmediatas partidas de los puertos, donde enarbolan adioses las lacerantes banderas y gruñen al elevarse las anclas de felicidad.

– Se infla vuelve a inflar el deseo como el incandescente ardor en los delirios del verano.

– Entonces imprevisto el desaliento de las escuálidas costumbres, detrás de mí con jadeo excava el pantanoso cercado de la repugnancia;

– en desencadenado temblor, salto en el ondulante casco, suelto la gúmena, armo los dos remos y derecho bogo en el ímpetu de la vastedad.

– ¡Oh, va! ¡Oh, va!, rompe la proa el azul, desmonto en la inmensidad, lo que ya fue, si fue, el mar ya no está, se aproxima una ciudad.

– Aclaro en las faldas de los altísimos cúmulos; se rompen a pico los blanquísimos montes, y veo por el brillante esmeralda, entonces, al otro lado.

– Veo al otro lado, veo al otro lado la extraña ciudad, que es toda de oriente y de selvas, todo de rico abandono, cálida y feliz de desnudez.

– ¡Oh, va, oh, va!, blanda-extendida serenidad, ojos lánguidos de voluptuosidad, ríos fluyentes de felicidad, brisas tibias de tranquilidad…

– Rompe la proa en el azul, lo que ya fue si fue y nada es ya. ¡Oh va, oh va, oh va!

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[I. III. V] DESPERTAR

Vago alguna vez por las calmas de las absolutas bonanzas, y el subterráneo trueno me detiene de la liberación.

– Pasan en el alto valle las anunciantes fanfarrias; la colgante inmovilidad de la espera es insostenible.

– Se hace, entonces, por los silencios una vasta magia: ya siento por las hondonadas de la oscuridad, inagotable asalto de oleadas, que se desata la respiración.

– Ahora mismo irrumpe el canto imperial; ahora mismo se despeja la diafanidad serenísima…

– Pero he aquí que tú me sacudes por el brazo; me conduces hojeando el periódico por las incomprensibles cotidianidades.

– Sigo el paciente freno que me desgarra la boca: veo una tras otra las cosas de un tiempo: las casas los amigos, las tiendas las ideas, como cuando ocioso hurgo en los hundidos recuerdos.

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[¿I. III. VI?] LOS MATORRALES, ES EXTRAÑO…

(Este texto no fue publicado con los anteriores. La crítica tampoco tiene una postura unánime  acerca de si formaría parte de Delirios.)

– ¡Los matorrales, es extraño cómo crecen de negro en la hora cenicienta de los octubres! El mar sombrío flota en el crepúsculo como un espectro: apenas un espectro… Entonces, en la cavidad de los escollos, gorgotea en la orilla una pavorosa ventriloquia de silencio.

– Va con pies de fieltro y voces de secreto el tropel de los que vuelven: todo de sombra. Salen de las cavidades, agazapadas las sombras; los sueños de las cosas, despacio, humean y cogen estatura. Entonces, finalmente, atranco desde dentro el alma, y «mirar» es tolerable.

– Abro los ojos de aflicción a esta mañana-de-tarde, a esta mañana nocturna, que finalmente deshiela el mundo y todo se puebla de alma: es mudo y ciego, pero de indescifrable mitología.

– Reptan desde el vórtice de la brillante oscuridad, he aquí pesados dragones, chorreando como cocodrilos, donde el puente está volcado.

– Multitudes rápidas de misterio, enseguida, en el límite de los bosques, se agolpan, forman vetas como los monstruos tras los cristales de los acuarios marinos.

– Digo fiat: el aire viscoso se amasa con fiebre, pero ¿con qué?, es con fugas, con espantadas de alas. ¿Hacia dónde? Es con ojos de espectrales lejanías.

– Se deforman las formas de la opacidad, los fermentos se exaltan con los imposibles; ¡y por ejemplo!, ese dorso idílico de la costumbre, ¡oh, oh, cómo hace que broten los brotes enormes del apocalíptico verdor!, suben a prueba por surtidores superpuestos, suben, se curvan con callados estrépitos. Erupciones son de volcánico follaje, con niágara vastos vegetales. Son derribos a pico de follaje negro, éufrates de claros como lavas verdes que anegan.

– Y ahora, muy dentro, ahora dentro, ¡lo denso es impenetrable! Nadie sabrá ya (¡nadie!) qué monstruo se cela ni en qué antro. El aliento de caverna, respiración muda, exhala; formará alrededor un abandono secular. El vuelo cauto de los pájaros pasará lejos veloz, como un árbol tropical de venenos: – el aleteo triangular de las espectrales grullas, las flechas negras-chillonas de las fugas de los vencejos, como el somnífero zumbido de las mil abejas cuando buscando hacen el verano elemental. ¡Qué desierto y qué desierto! ¡No se verá un ser vivo, ni un insecto en trescientas millas de desolación!, la tierra alrededor será gélida y pedregosa. Pero erguida la babel exuberante con las danzas de las lianas de medusas, las cascadas de las oscuras hiedras y los pitones retorcidos de los descomunales troncos en las alturas, el remoto león con leonado reposo de pávido estupor, con ojos de desaliento, volviéndose un instante hasta los cielos la verá, hasta los cielos del inmóvil diamante, encresparse oscura, sin estrépito, sin viento, sin crujido en la estática espera, subterráneo que cela el frío de un incomprensible secreto.

– Todo el mundo se deshiela en adorno primigenio; despacio, lentas se desatan las potencias de la oscuridad. Entonces el alma revolotea por su caos con vuelo ambiguo de brujería, como el asco fláccido de los murciélagos. Libidinosamente, entonces, el alma agita los nenúfares de los fantasmas fabulosos, ictiosaurio sin muerte anterior a todo tiempo. – Fuera de todo tiempo «mirar» es tolerable un más fiel espejo de esta sobrehumana ceguera.

– Sin embargo, sin embargo, lentos, ¿no basta ir por la tarde? Enseguida las cañadas del valle son profundos golfos de tinieblas. ¡Cómo se deshace en los torcidos ríos la insostenible solemnidad!

– En la hora honda de las confesiones estos caminantes ralos son larvas. ¿Dónde están las gallardías de las luces? ¡El valle de las delicias como furtiva gema en la opacidad! ¡Cómo, cómo gime en voz baja en la hora honda de la verdad!

– ¿Cuánto para el camino y dónde está el camino? Es una blancura apenas, ahora ya no lleva a nada. ¿Por aquí o por allí? Ahora la meta ya es la nada.

– Son los pueblos de fosforescencia, no tienen solidez. Pero, dentro del agua, ese fanal verde que brilla me inunda, forma un surco por la fluidez. – Y que este sea mi camino en la honda hora de la verdad.

[I. IV]  AÑICOS

(Límite. Repatración. Tregua. Desierto. Caricia. Refugio.
Prosa para… Deriva. No sé cómo es. Preguntas. Fuga)

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[I. IV. I] LÍMITE

– Hay angustias rápidas-vastas como betún de nubes sobre los valles.

– Avanza, avanza… ¡Avanza!, y todo es negro. – Todo es claro, todo es negro; todo es día, todo es noche. Es noche. Es día. Es claro… es negro… ¡Es negro y oscuro!

– Así es claronegro, claronegro por los jadeantes crepúsculos, oprime la respiración el obtuso cielo de la impotencia, y todas las salidas son barreras siniestras, ¡todas!

– Es como un martillo, la obsesión, el aguijón, como un martillo sordo el insoportable aguijón de la maldición.

– Hay, hay angustias rápidas-vastas, betunes de almas, martillos locos que más allá, fuera, más allá me extraen el resuello de los desfiladeros y las aberturas de la sombra.

– Entonces, por la sombra crepuscular (¡avanza, avanza!)… entonces, claras negras en la sombra (¡traga, traga!)… más allá de las barreras de lo imposible son posibles las posibilidades más imposibles.

– Paso los pasos de la realidad: – son lenguas de algas vuestras anclas, son soplos-brisas vuestros muros, toda prisión se ha desencadenado, se ha excarcelado la libertad.

– Ahora se encrespa la irrealidad, ahora se desata la esclavitud, ya no hay ley, no existe mi padre, no existes tú, ahora se ha soltado toda la piedad: – rompen fiebres de terribilidad y está aniquilada la realidad
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– Hay angustias vastas-tragantes, hay betunes de sombras de cúmulos, que la locura desborda los diques (rompe, desborda, ¡es negra la crecida!), que la locura escarnece y desgarra, truena y gorgotea, ay de mí.

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[I. IV. II] REPATRIACIÓN

– Cuando con los negros vuelos, abismo silente, regreso nocturno de los Límites

– tiene el pecho jadeos roncos lentísimas olas, y son oscuros, los ojos, pozos de extravío.

– Turbio en la agonía, mi cuerpo es enorme como más allá del fin de un profundo mundo en el mar de las brumas.

– Penden los densos soplos por el lúgubre Himalaya de las moribundas incertidumbres, e islas sumergidas rompen silenciosas-vastas o las cumbres o las nieblas.

– El universo de las angustias está tendido entonces por la siniestra inmovilidad; insensibles vuelos de insectos son las cataratas de los cataclismos.

– Así los milenios flotan de los tenebrosos lutos, la vida es en los abismos una apenas-respiración de sueño…

– Pero, cuando con los negros vuelos, regreso nocturno-silente de las lejanías de los Límites, se levantan caricias levísimas brisas, y la dulzura se desanubla.

– Abunda a veces un llanto como tibia agua en el bosque; es buena la ruina como reconocimiento de amigo.

– Entonces están las cosas, país de después del exilio; palpo con la mano las colinas; el mar y las calles, perdido acaricio como los rostros que beso.

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[I. IV. III] TREGUA

– Los días de la resuelta desesperación con rostro de piedra, observo la obstinada inmovilidad.

– La voz que me habla viene del otro lado de la pared.

– Pero en el tranquilísimo puerto tras el ocaso el agua está brillante de madreperla; un vapor rojo y otro negro bajan, por los lisos reflejos, las líquidas serpientes.

– Las cosas alrededor son todas de pluma; se desliza a las orillas, y apenas la sientes, una sola pequeñísima concha.

– Entonces, es como cuando ha llovido, y el mundo enseguida parece nuevo.

– Se forman dentro los pacíficos desleimientos, y si me tiendo, la mansa ola que apenas sopla aparece en la siesta, cuando el perro, agazapado, me mira, y, bueno, respirando me lame.

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[I. IV. IV] DESIERTO

– El tiempo de la adolescencia estuvo lleno-colmado de cálida amistad, – cuando yo era tierra de Américas rica en la que cada uno, ávido, señalaba su trozo.

– ¡Adolescencia primavera-fervor de toda posibilidad! Eres como un bosque; populosa ciudad. ¡Todas las calles son buenas, todas las metas!, y todos los que te encuentran se agolpan, ahí recorren buscan la suya.

– El valor de toda idea era entonces ser bandera: nos ceñíamos en fila, caminábamos en tropel; el entusiasmo era pan que se parte en la cena.

– No había ni tuyo ni mío; las casas, como los afectos, sin puertas: abrazo, nuestra suerte, y quererse bien, respiración. Hubo amigos como celosísimos amantes (hubo odios y rupturas). Devociones hasta la ceguera.

– Pero ¡bueno sentir en la oscuridad latir los corazones, bueno el amor, fraterno el gentío! Pulula el mundo, no hay arenas de desesperación. – El tiempo de la adolescencia estuvo lleno (ay de mí) de cálida amistad…

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[I. IV.V] CARICIA

– Los repugnantes tiempos que la disgregación-derrumbe de los abandonos me ha lanzado, inerte, en el inmóvil cieno del negro disgusto,

– apagadas olas, llegan a veces las lentas tardes de la melancolía, y voy callado por las sombras, y todo está olvidado.

– Casi en dulzura, dentro se elevan los ralos gemidos como el nocturno canto del autillo.

– Me enlazas entonces sin palabras, te apoyas entonces tan levemente, que apenas te siento, apenas… ¿Quieres decir que estás?

– Pero vuelvo despacio de la lejanía, pero toco despacio el dulce rostro, miro los fieles ojos que me miran.

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[I. IV. VI] REFUGIO

– ¡Qué puntas de cuchillas son los ojos que encuentro! A veces veo sarcásticas las sonrisas-saludos.

– Como los galeotes rasurados me desgasto consternado contra las paredes y choco en todas las aristas.

– Perdido llego entonces a tu serena verja como a un verde puerto, en el más allá;

– pero entro perdido entonces por tu verde verja como en el tranquilo puerto de la serenidad.

– El fresco frescor de casa está ahí, eres como el agua clara que se agita allí en la playa.

– ¡Tanto, tanto me inundas en la claridad, que ya no siento el vil visaje del mundo!

– Hablas tan al detalle de cosas niñas, todas nuevas y pequeñitas, que las viejas y oscuras, lejanas, me parecen de un mundo que fue.

– La historia-gorjeo de tu verderón, verde y amarillo, que, colgado en la pared, llama a los pájaros al otro lado del jardín, tan enamorado, tan desolado en su reclusión,

– ¡está bien, oh, está bien la triste historia que ya no recuerdo!

– tu trébol cuadrifolio en su jarroncito, tan delicado, tan ceñido de color leonado y verdoso, que por la noche cierra las alas de mariposa en su tallo alto y desnudo,

– está bien la negrura con cizaña que ya no arranco.

– Ahora el dolor fue; ya no cuenta para mí; sobre los jardines, en el azul, es como un vago humo que forma un penacho, – o es poco más que la sombra (un poco negra), de esas nubes de sol de allí.

– Ahora también yo sonrío en la claridad, pues tengo un tesoro que eres tú, un puerto claro-tranquilo más allá, una serena ribera entera para mí, risa-refugio aclarada por ti, callado se la ocultaré a aquellos de allí.

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[I. IV. VII] PROSA PARA…

– Tus preguntas son los por qué de los niños: el agua de la fuente con sus musgos te hace sentir sed, y enseguida sumerges la mano. Entonces, el agua del mar, siendo tanta, me preguntas, por qué no sientes ganas de beberla.

– Pero en el agua del mar esas culebras blancas cuando hay bonanza, y el fondo, desde la cima de los escollos, lo ves como es, incluso te gustan, pues nunca descansan.

– Sin embargo, las cosas que te gustan son las que ya están y ya no están: la espuma que ríe… ¡y llega de nuevo el azul!

– Las pompas de jabón cuando las hace la niña del jardín de arriba, ¡tan brillantes-ligeras, tan calladas-mariposas!, las sigues con la respiración suspendida y cuando de pronto estallan aplaudes.

– Las alegrías imprevistas cuyo porqué ignoras, con ellas te elevas y centelleas; pero es más de tu gusto esa risa serena de cuando has llorado, y yo te acaricio.

– Las lágrimas sin razón cuando no hay nadie, y luego llego, y tienes los ojos como el rocío y el pañuelo escondes, son las mejores, lo sé, y el corazón está enseguida como cuando ha escampado.

– Hay días de lentas melancolías, con la mano en la mejilla, en tu asiento, pero tan dulces, pero tan leves, que la golondrina salta a tu lado con su grito que punza y fuera se las lleva.

– Las cadencias lejanas de las canciones, que se oyen, no se oyen, enseguida te paras a escuchar. ¿Crees que no sé que te hace llorar, sola en tu lecho, cuando susurros llegan de noche bajo las ventanas, y la serenata se eleva?… – como un murmullo se eleva, como un murmullo se va.

– Las cosas que te gustan son las que ya están y luego ya no están; los llantos que inventas al piano son preguntas breves, susurros de noche, lamentos de brisa, y las dices repites tú misma toda una tarde, porque respuesta no hay. Las teclas blancas y las negras apenas apenas las tocas; entonces, si entro, contengo la respiración, camino para no despertar.

– Esa música tan primavera, canto de ángeles para desmayar, al alba de pascua rocío la música que dice en el Fausto: «¡ahora la naturaleza se despierta al amor!» una vez me dijiste que es la más hermosa, que justo todos los jardines florecen.

– Pero las músicas que buscas tú misma, cuando en el huerto te escucho (vienen por sí mismas, ¡no se sabe cómo!), mueren de dulzura enseguida, está detrás la invasión del ansia. Son como luciérnagas, las enciendes y las apagas, las cuelgas de un hilo brillante en el infinito. – Son esas perlas de nubes sutiles, soplos del iris, perlitas de velo en el atardecer sereno aquí y allí, que, así es, te giras, y ya no están.

– Qué soplo, qué iris-soplo eres, y cristal sutil, y así me causas el vértigo de la fragilidad. – Pero la razón por la que te amo es que a veces dilatas los ojos por desesperada pasión, y la muerte pasa cerca. Dices entonces con voz turbada: – ¡Abandóname! Hazme daño para que me pierda. ¡Golpea la cabeza en la pared! Quiero desesperación.

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[I. IV. VIII] DERIVA

– Me gustan los indolentes mediodías en que una lentísima cantilena te acompasa la siesta, y excavaciones desiertas son las plazas en fulgores.

– La impalpable niebla adormece colinas y marinas con una blanquecina melancolía: parece que todo se acuna en una plácida cuna de insensibilidad.

– Armo entonces despacio la vela que cuelga y sin aliento de aliento, inmóvil me deslizo en la inmovilidad.

– Se agitan suspiros de liquidez, flotan las horas de la eternidad, blando lento todo se deshace, y en lisos silencios de impasibilidad se va no se va.

– Son las playas más allá de los pensamientos, son los horizontes más allá de toda meta (sueltas las escotas, dejas el timón, la vida abandonas…), dónde se está nadie sabe ya, dónde se va nadie sabe ya, qué se quiere nadie sabe ya, que el mundo exista nadie quiere ya. A la deriva, sin memoria, sin respiración, suspendidos en nada se va no se va, por la indolente insensibilidad.

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[I. IV. IX] NO SÉ CÓMO ES

– Cuando por la noche me acuesto, ¡es tan plácida la sombra y tan bueno el sueño! Pero ¿ahora cómo es?, ¿ahora cómo es? En la oscuridad, un gemido se dilata con fríos escalofríos.
No sé cómo es: ¡en la nada negra, un gemido!

– A veces al caminar se hacen pacíficos discursos; y me digo sereno: «Somos dos amigos». Pero ¿ahora cómo es?, ¿ahora cómo es? Ríes de improviso con una risa extraña, y no sé quién eres.
No sé cómo es; pero ¡no sé quién eres!

– ¡Hay lugares sobre las colinas tan hermosos y tranquilos! Me tranquilizan el jadeo, me dan un descanso. Pero ¿ahora cómo es?, ¿ahora cómo es? Se deshacen inquietos, no los encuentro; – ciénaga móvil, se han hundido.
No sé cómo es: ¡han cambiado pavorosamente!

– Ni triste ni alegre parece conocerme: – vivo mis días. Soporto la ida y duro la duración; a alguien amo. Pero ¿ahora cómo es?, ¿ahora cómo es? Rompo cadenas, lo tiro todo, soy quién sabe quién, – ya no amo.
No sé cómo es; lo dejo todo, ¡ya no amo!

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[I. IV. X] PREGUNTAS

– ¡A veces vamos tú y yo con paso tan decidido por la calle! Callados, tu rostro está abstraído: no se ve a la gente, y se va derecho.
Intrépida la resolución, cadencia cercana ¡uno dos, uno dos! Estamos plenos y de acuerdo: estamos listos.
– Pero ¿listos para qué?

– En la puerta de casa, la carcajada de la campanilla desgarra alguna vez, tan imprevista, la tensísima pena del ansia. ¡Es para mí, es para mí! Pero nunca es para mí.
En el tic-tac de la fiebre, la hora que toca parece siempre, en el desaliento, la mía. – Pero ¿hora de qué?

– Me toma a veces al salir a los crepúsculos por las calles conocidísimas el raro deseo de la aventura. – Enseguida tiro mi nombre y estoy desligado; a mil millas expatriado, ¿y quién se acuerda de ti o de mí?
Espero entonces lo inesperado, busco y rebusco y voy, quiero ver qué es. – Hay calles, hay abajo un puerto, hay barcos, hay moles; y sobre las moles, el horizonte. Pero, en el horizonte, ¿quién sabe luego qué hay?

– Los países con los que sueño de noche no han existido nunca. Regreso cada noche, y nunca han existido. Son países de nunca, ¡todos de sombra y de lamentos! Y con ellos sueño casi cada noche, ¡quién sabe por qué!
He aquí: ¡entro de noche y espero un qué!… Hay una calle callada, y al fondo… no sé qué: lo persigo siempre, pero no sé dónde está. – ¡Así es! ¡Así es! Todo se queda ahí como es, parece que inerte espera lo que es. – Solo yo, solo yo, la angustia me atormenta, ¡no sé de qué!

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[I. IV. XI] FUGA

– Las pavorosas calmas de la inmovilidad, pues mágico el mundo parece un vano reflejo de lago: ¿es, no es?, y la respiración está suspendida,

– imprevista las arrastra la ráfaga que surge y el jadeo de los espacios aullando expulsa.

– Huye la blanquísima espuma, innumerable risa; hacia los ponientes entonces triunfa en regios cabeceos el barco más nuevo.

– Manos en concha, pronto, a la boca: ¡Barco mío, barco, oye!, ¡barco mío, eh, barco! – Brillan en las aguas los flancos negros: justo escucho su enjuague, justo sus jarcias cuento… ¡con un salto, entonces, por la borda lo aferro! Sobresalen hinchados los palos y huelo alquitrán. – Así me tiendo en cubierta y dejo que vaya.

– ¡Adiós, adiós, a vosotros, boca abierta allí! ¡Adiós al padre, a la madre, a los amigos, a la amante!, prisiones decrépitas, viejísimo mundo. Boca arriba me tiendo en cubierta y, entre castillos de velas, las nubes locas huyen.

– ¡Oh, mira!, ¡y creían que me habían cazado! Con letras de afecto, compañeros de costumbre, me trataban con crédito y deuda. Pero el efecto es un globo de amapola, ¡y el viento se lo lleva! Tan fuerte crepitan, tan tensas gimen las velas cangrejas y los foques, que vuestros débiles gritos allí abajo, pañuelos agitados, ya nadie los escucha. ¡Adiós, adiós!

– ¡Qué estrépito el mar, qué baile en las bordas! La llanura turquesa se eleva y se inclina; surcamos una estela de espumosa alegría, y vamos desgreñados.

– Todos están desgreñados, el universo se ha liberado, todos los esclavos se han desencadenado; la gaviota grita ¡eh!, y la marinería canta ¡oh!

– Entonces llega el más allá, veo orillas con ciudades, corre el mundo por aquí: llega España, llega Australia, pasa la India con el Ganges, ya veo el Himalaya (¡quién piensa en vosotros allí!), todo selvas, todo brisas, es el país-libertad.

[I. V]  MIS AMIGOS DE AQUÍ

Para la tristeza es necesario un amante que te serene: ¡te dice cosas de primavera! Hace que olvides. Pero mi amante es la soledad. – Para los días alegres todo es bueno, y el mundo es para mí una salida de la escuela. Todas las cosas son mis compañeras: formo un jolgorio con todo. – Los amigos son necesarios para los tiempos corrientes.

Para los tiempos corrientes tengo cuatro amigos, pero no se sabe si me quieren bien: son como cuatro lugares tranquilos sobre estas colinas, cuatro paradas a la sombra, siempre iguales, desde las que se ve el alrededor. Voy allí como cae, estoy allí como se está junto a una fuente escuchando el agua: pasan las horas buenas. – Son cuatro amigos, ¿cómo decir?, un poco indiferentes: amigos así… para los tiempos corrientes.

Pero el primero se ha hecho un altar sobre el mar: lo digo en serio, justo un altar de rosas raras como velones u hogueras encendidas, con negros cipreses como candelabros; – y, como un dios, está todo el día mirando desde lo alto.

La tierra es toda suya y todo el mar, y nunca parece saciado de mirar. Justamente no hace más que mirar minuciosa, amorosamente, con curiosidad el adorno, alrededor, de la inmensidad. Pero muy despacio, sin voracidad: goza del mundo a gajos, ¡que más hace daño!, cosa tras cosa, y lo ama porque está allí, que si mañana ya no estuviera… ahora, en verdad, esté o no es lo mismo. Se posa, descansa sobre las barcas de pico que pasan allá por el mar: es rico en ironía y en infantilismo. Es uno que se ha cansado de pensar, de devanar dentro su dolor, que tal vez era demasiado. Es sereno y a veces tiene un aprieto. Está como si hubiera salido fuera, allí, a mirar, tras un temporal oscuro.

Así, cuando estoy cansado de atormentarme, cuando precisamente ya no tengo ganas de nada, hasta allí subo, a mirar también yo. Se nos muestra («¡guau, guau!») el mar azul con sus risas blancas, las velas cansadas o hinchadas. Siempre, cuando voy, elige para mí su rosa más olorosa. Así se destierra la melancolía: que es casi una alegría la vida, cosa tras cosa.

– Pero el otro es una tristeza vaga abandonada, justo una desolación; mas sin razón estalla de alegría de vez en cuando. Sientes no se sabe qué ruina, sientes con él cada momento la muerte y la resignación; es uno que ha llegado, ha resbalado hasta las puertas de la desesperación, y sin rebelión llama, y retumba lenta la nada: la Oscuridad. – Entonces, he ahí que se gira hacia ti con malicia, como ciertos moribundos: las cosas que brillan son pensamientos hondos: – no sabes si es ahí donde miente, si todo es una trampa o justo es alguien que se hunde, con serenidad.

Así es como da con la generosidad marchita de quien ya se va: da como quien ya no sabe tener, por el macabro placer de librarse. Goza de sus pensamientos como quien ya no gozará; las bellezas que dice son más bellas porque enseguida las olvidará, y sus cantos son llantos o son como oraciones enseguida dispersas en la inmensidad. Es como un incensario que quema las más ligeras esencias en la cavidad de los cielos. Es un rico que da con triste liberalidad para luego quedarse solo en la pobreza. – Cuando juega lento con los acordes, hace cien fugitivas maravillas que nadie más oirá: cantilena en el armonio de pronto, el capricho enfermo de su lauta melancolía: justo un hechizo vago lo envuelve, el cerco del encanto se cierne sobre él, y por su buhardilla, no sabes qué palacio en subasta. Así si estoy cansado de catalogar, de hacer el análisis de esta vida mía de avaro de semillas, me pongo también yo a fantasear con él, se vacían los cofres de los sueños y de los placeres: no son placeres verdaderos, son sueños opiados: pero el mundo es un mar de nieblas de colores, la vida no está ya a gajos: – somos ricos, somos riquísimos… y casi consolados. – Las nubes que se ven allí desde la buhardilla ¡son tan doradas! ¡Ciertos Walhalla blancos inmensos! Estamos allí como héroes tendidos bajo el cielo, ¡allí en el horizonte! – Estas nubes son justo un puente en el mar de la nada. Están hechas de nada, pero son tan opulentas: ¡montañas de cielo, puertas del paraíso! Y siempre pongo buena cara a esta ilusa vida como un velo bajo el cual está la muerte.

Al tercero solo lo veo de noche; parece que sale de las grutas, ¡como los murciélagos! Es uno que tiene rotas todas las costumbres, tan dura, atroz le resulta la vida. Tanto lo ofende, que le resulta insoportable: – un sufrimiento tan angosto, un padecimiento tan vil que no puede decirse. – Entonces, cuando el odio destruyó la esperanza, todo se hundió en el olvido, el mundo se le perdió a lo lejos… Tiene recuerdos como de cenizas y cuentos. Estas cosas que suceden bajo el sol, las guerras de Europa y qué sé yo, le parecen palabras y, justo, insípidos cuentos. No dice no ni sí; y si le dices, pongamos: «¡una victoria!», responde apagado: «¿Ah, sí?»
Pero los sueños, justo los sueños que tenemos al dormir, no hay nada más que él anhele, y ahí en verdad es el Rey. Pues si comienzas: «Esta noche he soñado…» enseguida retiene el aliento, y es todo tuyo. – Para llevarte a los países extraños, donde los espectros vanos forman tan grotescas caravanas, solo él es el Rey. De todo sabe el porqué, y no hay nada que no devane. – Los antros de eco oscuro le son conocidos, gira por los meandros de la gruta que le dices, como si fuera una calle de esta ciudad mía. La extravagancia más loca le parece verdadera. Ahora para él el sueño es realidad.
Es como uno que se ha matado por no poder más. Por tristes apocalipsis cae: como si se hubiera refugiado entre espectros y sombras. Tiene el alma engolfada en catacumbas de misterio negro; en criptas más profundas encuentra escondida la verdad. De símbolos y de siglas está hecho el mundo; a una señal te responde la corte de los espíritus que dentro se esconde. – En las olas de los silencios sin riberas ventea vasto el viento, retumba lento el estruendo, el abismo se precipita de la divinidad. – El alma se hincha en vastedad, por la desmesurada inmensidad flota el mar vivo de la eternidad.
Entonces el Rey de los sueños entona un canto: «santo, oh santo, oh santo!». Erguido en la noche que lo engulle, hace un encantamiento. Cañas de plata enormes se levantan sobre el monte más alto, un órgano de basalto, entre rocas y viento, retumba el espanto de los ¡hosanna!: – se dilata el concento por los mundos en ecos furibundos, o lento forma un lamento llorando de piedad. Tiembla la inmensidad de la pasión profunda, se deshace la gemebunda humanidad por la ola sin ribera.
Así es como cuando, con el cotidiano paso, con estas charlas usuales del periódico, de muertes y de derrotas estoy cansado de hablar, también yo me pongo con él a evocar los espectros. Vamos por lugares oscuros, donde nunca fui: me alimento de miedo tras él. – Pero sucede que el sereno sobre nosotros ¡es tan misterioso! Entonces nos tendemos y miramos arriba. La negrura es toda ojos y mira abajo; – si levantas la mano, casi te parece que los tocas…; ¡y en cambio quién sabe dónde están! Entonces a millas, de millas me mide el donde; de donde parte la luz que luego llueve aquí; pero son cuentos locos para enloquecer. Están ahí, los tocas, y son brillantes salidas, son chorros punzantes como alfileres del infinito que nunca puede acabar. – «Por ejemplo, me dice que, más allá de la Vía Láctea, hay mundos incalculables, se ven otros coros de mundos muy distantes: ¡y no son ya poros del universo…!»
Me siento casi perdido, ya casi no soy nada, ya no cuento. Pero esta vida, cuando me enfurece, casi se respira con estos sueños que se pueden soñar y estos encantos extraños que encantan; – eh, sí, podemos desahogarnos en los estelares espacios de allí. 

– Pero con el cuarto se recorre la tierra intrépidamente: ¡lanza algunas piedras contra la gente, cuando nos persigue! Con las manos en los bolsillos y ojos de desprecio, te mira con mirada cortante. Camina decidido por la calle como al asalto, y, siempre, con la posición del brazo de quien arroja una piedra. – Solo es, en fin, un muchacho de menos de veinte años, pero es un pesado sinvergüenza siempre de paseo, bello y esbelto como no hay otro. Hay días en los que ser civil no es justo para mí: – salimos entonces del pueblo a hacer por el campo todo tipo de destrozos. Justamente hacemos locuras, y a quien se opone lo amenazamos con leñazos… y alguna vez se le dan. En cuanto a los gallineros, se fuerzan de noche: las gallinas están allí quietas a media altura, agazapadas. A veces aletean como condenadas, huyendo enloquecidas; pero si tiendes el brazo despacio, a una le aprietas el cuello, o a dos, ¡y a galope por la oscuridad! Al día siguiente vamos de parranda, juntos a la taberna. – Pero la mayor alegría no está en los gallineros: es cuando se queman los almiares en medio de la noche, y los perros comienzan a ladrar furibundos y escuchas por los caseríos las voces rotas: la gente en los ecos lejana llama y luego viene en tropel. – Entonces (¿a quién le importa?) rápido tras un seto te escondes del gentío: disfrutas de la fiesta de las llamas, las sombras veloces rojeantes y la bulla de los afanes, con el corazón que te golpea y estallidos de grandes risas. – Tenderse bajo un seto, tras un atracón de fruta robada, y el campesino que hace ruido, al llegar como un loco, y el vano jadeo de los guardias, por la maraña de los senderos, de prisa lanzados, que creen que ya nos tienen en sus manos esposados, ¡de verdad que no hay placer más sano! Rojos y negros, por la pendiente los ves rodar, y ese otro, durante horas, ¡abajo gritando! Nosotros, al fresco, con un poco de anhelo, comentamos en voz baja.
¡Es tan bello a veces sestear, a la sombra de un algarrobo frente al mar! El árido desierto, entonces, nos hace soñar con viajes de oriente.

– Se abandona todo cuidado, se va a la aventura, ¡ya no se piensa en nada! – Los discursos que hacemos son como si pudiéramos ir allí. Por ejemplo, podemos desvalijar bancos, o bien asesinar a quien tenga ahí las blancas. Ponernos de noche en un rincón de la calle; uno vigila y el otro suelta los pistoletazos. Entonces la policía hace una redada; pero nosotros, con maestría, escapamos. Qué suerte de risa loca te exalta entonces: te parece ya la hora del embarco, hueles impaciente mar adentro quién sabe qué libertad.
Justo, me gusta esta ingenuidad tuya salvaje, estos aviesos silencios y esta malvada frialdad: la imprevista hostilidad. La seguridad de tu inmoralidad aguijonea la flaqueza de mi complejidad. Tu determinación y mi inseguridad desesperada se dan la mano, – por lo demás, de modo nada extraño. Entre todos eres, precisamente tú, al que más amo.
¡Ah, sí!, plantar esta vida áspera, chupada gota a gota; mandar al diablo a toda esta gente lila que fastidia. – El bien y el mal; ¡todo igual! Echarse al monte a vivir como nos parezca. Con toda la moral, hacer juntos una hoguera…
… Casi también yo lo admito. – Sin embargo, la razón verdadera por la que voy contigo, he aquí cuál es. ¡No es, oh!, ese truco ese enredo de amistad que me tiendes con astucia. Es – ¡esta es! – ese enemigo de cada amigo que anida dentro de ti. – Es una cuchillada que veo de golpe brillar, en tu ojo helado; ¡y dámela bien dada, cuando te toque! Vamos, vamos; mi brazo no se defenderá.

– Y estos son mis amigos para las vicisitudes del tiempo corriente: para el tiempo de tristeza tengo una amante, que es la soledad.

[I. VIII] SUSURRO AL ANOCHECER

– ¿Y qué quieres decir? Ya todo está dicho. – Vamos juntos por la tarde tranquilos, callados, – como en una cuna de bondad.

– Sin embargo, no digas nunca esto, es un enredo, amigo. No sé qué obstáculo hay, dentro, que no deja hablar.

– Porque, si dices, es un poco de borrachera, uno se consume con facilidad; pero, luego, en el vacío, lo hiere el tormento.

– ¡Oh, si lo sé! Se sufre entonces la profanación… Las cosas hondas no se pueden decir. Solo se dicen las inutilidades.

– ¡Y claro, la desesperación no se puede contar! Hablamos, reímos, en fin hacemos lo que a los otros más les importa: joviales giramos en torno a la esencial oscuridad…

– ¡Oh, amigo!, y este es el mal atroz de la soledad en medio de los hombres. – Qué insoportable sufrir ser siempre como a los otros les importa, y no poder olvidar, no poder hablar nunca.

– Y entonces, ¿qué quieres decir ahora? Todo está dicho. – Vamos tranquilos por la tarde juntos, en esta callada cuna de bondad.

[IX] CÍRCULO

En cuanto al día, ¡demasiada esta luz!, aturdido revoloteo como el reclamo. Por aquí y por allá, hacen una loca mascarada los hombres las cosas: ¡choco contra ello como contra aristas! ¿Y qué soy yo aquí en medio? Uno que se se resiste a llorar. Todo golpes y angustia, busco así las esquinas y las calles desiertas.
Mi día, lo paso suspirando por la noche.

– Pero, ¡solo, de noche!, ¿y quién puede velarla?, cuando se desvendan todas las llagas. Para que no se vea está la oscuridad, este rostro mío de muerto; y el sueño está para no sentir más.
Pero, relajado, se retuercen todas las vísceras; toda vergüenza desanida, cuando ya no mando. Entonces, el mundo causa horror: una carcasa que bulle. Entonces, el mundo profundo es una llaga profunda, y causa horror y piedad.
Así la luz oculta: es una venda; pero ¡el sueño apenas es opio, para esta gangrena! – Mi noche, ansioso la paso suspirando por la aurora.

– ¿Con qué deseos, pura, tiembla la aurora, siempre surgiendo de nuevo? ¡Desde la profundidad, he aquí a Lázaro, cada mañana! Fresco enseguida el corazón, como las cosas es de perla; vírgenes son como de un niño sus miembros. – Claro el ruego, entonces, se vierte como la fuente; corro a mirar los objetos (¿son de aire?), uno a uno; pronto, una a una, las plantas con palma amorosa palpo: ¡están vivas! Las brillantes hojas beso. ¡Oh!, ¿de nuevo aquí, tú, sueño?, ¿de nuevo aquí, realidad?
Tiempo de germen, o aurora de esperanza, ¿tu promesa no es cumplimiento?, tu clara flor, más dulce que un fruto. – ¡Oh, que nunca madurara tu fruto!; ¡que, siempre suspendida, la serena espera durara por siempre!
Pero el día que está en la aurora siempre es el esperado; siempre, ¡ay de mí!, en la aurora tengo la certeza de un día.

– Así, por la viva mañana, es ágil ir; ¡ser el nuevo dueño del nuevo jardín!
Rápido, con ojo cordial, inspecciono la vida; para decir: «¡está bien!”. Por las calles arriba, abajo, las manos que estrecho son sellos; los discursos que oigo son persuasiones. Entonces, las risas, los idilios, la gente que va, las tareas; los coches, los mercados, el húmedo cielo entre los techos y los serones llenos de frutas son palabras abiertas; los ojos, los corazones, los secretos, todos son claros porque la brisa respira; los enredos del mundo recorro como los líos de las callejas.
¡Oh, mañana feliz, colmena! Leer la obras, son como juegos; como una risa de plata, ¡se le escapan al hombre!
Sin preocupaciones, mañana, cuando serenos vamos y no preguntamos por la meta; ¡oh, mañana niña, qué pronto te enojas!
Así, ceñuda, presumes de grande: ¡apenas saludas con una señal al confuso compañero!, y la alegría está lejos como el tiempo de escuela. Hasta que opaca, toda dolor, lo que haces es orden; dices: «¡esto es de verdad!», golpeando me dices: «¡cada uno por su camino!»

– Entonces, la calle que cojo, lento, es la mía; tranquila, entre los muros de los huertos, un haz de cañas, susurrando, nos espía: las corolas de las rosas, blancas, aquí y allí, se deshojan abajo; – y va hacia el camposanto. Cuando, lentamente, llego, no entro, me tiendo, hace buen tiempo, esperando al sol, callados, estar allí. – Es el silencio tan nítido, que un trino lo hiere; y el aire está limpio. Las laderas de las colinas, los olivos, tranquilos, forman un seto: – ¿qué hace el mundo!, se agolpa más allá. Si, vago, lo miro con los ojos de hoy veo el día de ayer.

[II.VIII] YENDO TAN LENTO

– Yendo tan lento, ¡qué desierta siento la tristeza! ¡Oh, cómo pesa, oh, cómo aprieta este abrigo negro! Abajo entre los escollos el mar apenas respira, dice glu glu, es un animal que duerme. Hasta que en el profundo negro horizonte, aquí y allí, veo las tranquilas estrellas, ¡tan lejanas y ajenas al dolor! Justo: ¡es otro mundo!, y enseguida me detengo y de toda pena me desvisto desmemoriado.

Mirando esta vaga leche de las nebulosas, ¡qué dulzura! Tan vaga, que te deshace; tan leve, que ya no tienes cuerpo.

Aquí, solo se puede mirar el pacífico estupor. Porque, ¿qué decir?, son señales sin parangón; estoy en el corazón de una profundidad sin nombre. No hay más que abismarse.

[II. X ] SI CORTAS LAS AMARRAS

– Si cortas las amarras, el viento te desliza: pero no sabes adónde.

– ¡Dondequiera!, ¡que el viento me arranque de la desesperación!

– Sin embargo, escrutándome en la oscuridad, ¡qué gemir, qué perdición! Sin embargo, buscándome en la piedad, me aprieto las manos contorsio-nadas, no sé a qué Dios le ruego que escuche en la imprevista ingenuidad.

– ¡No había luz en la opacidad! Doblé los barrotes de esta prisión; hacia la liberación rompió el alma con voracidad. ¡Mas puerto fue la nada!

– Ahora no tengo ya nada que tirar, estoy desnudo hasta el alma, solo soy una alma, entero estoy hecho de tristezas amargas, y de desaliento. Sin meta, y por desesperación, resisto en rebelión contra mí, pero la nada da miedo.

– (Señor, este roto cuerpo ya no me sostiene, no me consuela en los claros ojos la salud del mundo. Aquí yazgo, aquí lentamente me deshago gimiendo. Más allá del cuerpo, Señor, busqué tus puertas; abismo apagado en la destrucción de la muerte).

– Con nudillos sangrientos, al final de las gradas, golpeo angustiado la puerta de bronce; estoy perdido en la eternidad.

– Náufrago, me agarro a la desesperación; entero en tensión estoy invocando; – ¡de aquí, de aquí, de aquí a la eternidad!

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