Página dedicada a mi madre, julio de 2020

Traducción

Fragmentos: Cuadernos y Escritos de Marsella y de Londres

Versiones 2019 y 2021

Textos:

La fuente hindú

Fragmentos de las Upanishads (Escritos de Marsella)

1. Īsha Upanishad (enero de 1942)
2. Chāndogya-upanishad, III y VIII (enero de 1942)
3. Bṛhad-āraṇyaka-upanishad, II-IV (enero de 1942)

Anotaciones (Cuadernos de Marsella, III)

La gravedad y la gracia (Cuadernos de Marsella), 1-9

La persona y lo sagrado (Escritos de Londres)

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Nota de introducción:
Simone Weil redacta entre principios de 1941 y abril de 1942 los Cuadernos de Marsella (1250 páginas); en ellos, escritura y pensamiento se hacen al mismo tiempo y proceden instalados en la fragmentación, en el umbral de la comunicación.

   En 1942, al dejar la ciudad rumbo a Nueva York, se los entrega a Gustave Thibon, quien en 1947, cuatro años después de la muerte de la escritora, selecciona una serie de textos y los publica bajo el título La pesanteur et la grâce (ni el título, pues, ni la obra así articulada, ni los epígrafes de los distintos apartados son obra de la autora).
   Tampoco es de ella el epígrafe usado aquí «La fuente hindú», el cual pretende indicar solo la materia de los textos seleccionados, procedentes de los mismos Cuadernos de Marsella y de otros escritos de dichos años, en concreto de textos que ofreció a sus amigos con versiones de las upanishads. Estos textos revelan cómo el pensamiento de Simone Weil se va entretejiendo con conceptos de la Bhagavad-gītā y de las Upanishads. 
   Los tres fragmentos de las upanishads que se reproducen no estaban destinados a la publicación (sino a  G. Thibon o al padre Perrin); en ellos, Simone Weil sigue y modifica las traducciones de Shrî Aurobindo, Émile Senart o  Sylvain Lévi. En el primer texto sigue la traducción de Shrî Aurobindo (Trois Upanishads, Albin Michel, 1939) y el texto sánscrito que le presta René Daumal. 

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1. Īsha Upanishad

1. /Que por/ Por el Señor sea habitado este todo y cada cosa que en movilidad se mueve.
 /De ese todo nútrete/ Ese todo por la renuncia cómelo. No codicies nada de lo que se apropia.

2. A condición de cumplir las obras [prescritas] aquí abajo, se debe desear vivir cien años.
Así es para ti, no de otro modo. La acción no mancha al hombre.

3. Sin sol es el nombre de esos mundos, velados de sombrías tinieblas,
adonde /van tras su partida/ se van al partir las criaturas que han matado el ātman.

4. Único, sin movimiento, más rápido que el pensamiento, precediendo siempre, incluso los mismos dioses no pueden alcanzar Eso.
Eso, sin moverse, adelanta a los otros que corren. En Eso, Mātariśvan establece las Aguas. (?)

5. Eso está en movimiento, Eso está sin movimiento. Eso está lejos, Eso está cerca.
Eso está dentro de /este todo/ esta totalidad, Eso está también fuera de /este todo/ esta totalidad.

6. Y el que ha /percibido/ discernido a todos los seres en el ātman, y al ātman en todos los seres, ese no se separa de ello nunca.

7. Para quien /todos los seres han llegado a ser el mismo ātman/ el mismo ātman ha llegado a ser todos los seres, para quien sabe,
¿dónde está la confusión?, ¿dónde el dolor?, para quien percibe en todo la unidad.

8. Él se ha difundido, luminoso, incorpóreo, sin defecto, sin órgano, puro, inocente;
el Vidente, Pensador, el que lo es todo, que es en sí; ha ordenado las cosas según /la ley de las mismas/ la justicia desde edades infinitas.

9. A sombrías tinieblas van quienes tienen a la ignorancia como /opinión/ doctrina.
Y quizás incluso a mayores tinieblas quienes /a quienes satisface el saber/ al saber están apegados.

10. Una cosa verdaderamente, se dice, a través del conocimiento, y otra cosa a través del no-conocimiento.
Tal es la lección de los sabios que nos han revelado Eso.

11. Conocimiento y no-conocimiento, quien conoce Eso como los dos a la vez.
[¿o: quien conoce los dos como una sola cosa?]
por el no conocimiento habiendo /franqueado/ atravesado la muerte, por el conocimiento /se nutre de/ se come la inmortalidad.

12. A sombrías tinieblas van quienes /profesan/ tienen el no-devenir como doctrina
y quizás incluso a mayores tinieblas quienes /a quienes satisface el devenir/ están apegados al devenir.

13. Una cosa verdaderamente, se dice, por el devenir, y otra por el no-devenir.
Tal es la lección de los sabios que nos han revelado Eso.

14. Devenir y anulación, quien conoce Eso como los dos a la vez,
por la anulación habiendo /franqueadoatravesado la muerte, por el devenir /se nutre de/ se come la inmortalidad.

15. Una máscara de oro esconde /la boca/ el rostro de la Verdad.
Descúbrela, tú que nutres, para /la ley de verdad/ hacer justicia a la Verdad, por la visión.

16. Tú que nutres, único sabio, ordenador, sol, hijo del Padre de los seres, pon en orden, rayo, y /reúne/ une.
El esplendor, /que es/ tu forma más bendita, es el que yo percibo. Él, esta persona, aquella, yo soy ella.

17. Viento, soplo inmortal, he aquí este cuerpo que acaba en cenizas ?
Tú que haces, recuerda lo que ha sido hecho, recuérdalo, tú que haces, recuerda lo que ha sido hecho, recuérdalo.

18. Fuego divino, por el buen camino llévanos a la felicidad. Aleja de nosotros la pérdida que nos desvía.
A ti /te ofrecemos abundantes/ a menudo /nuestra/ la ofrenda de la palabra de adoración.

2. Chāndogya-upanishad, III y VIII

III, 14, 1. El hombre seguramente está hecho de /querer/ deseo. Tal ha sido el /querer/ deseo de la persona en este mundo, tal es ella en el momento en que se va.

III, 14, 3-4. Este ātman mío que está en mi corazón es más pequeño que un grano de arroz, que un grano de cebada, que un grano de mostaza, que un grano de mijo, que la semilla de un grano de mijo; este ātman mío que está en mi corazón es más grande que la tierra, más grande que el espacio, más grande que todos los mundos.

(N.B. Aquí ātman designa /al alma/ al yo, como muestra la expresión “este ātman mío.”)

Poseyendo toda actividad, todo deseo, todo olor, todo sabor, /todo lo que es/ toda la realidad, sin palabras, sin inclinación, este ātman mío que está en mi corazón es Brahma. Quien se dice: “al irme de aquí, iré a reunirme con él”, para ese no hay incertidumbre.

VIII, 1, 1-6. En esta ciudadela de Brahma (i.e. el cuerpo) un pequeño loto forma una morada; en el interior hay un pequeño espacio. Lo que está /dentro/ ahí, hay que buscarlo, es eso lo que hay que desear saber.

Si decimos: “En esta ciudadela de Brahma un pequeño loto forma una morada; en el interior hay un pequeño espacio. ¿Qué hay ahí /dentro/ que haya que /conocer desear/ buscar, qué hay que haya que desear saber?”

Diremos: “Ese espacio es tan grande como este espacio dentro del corazón. Uno y otro espacio contienen en sí reunidos el cielo y la tierra, el aire y el fuego, el sol y la luna, el relámpago y las constelaciones, lo que es /del mundo/ de aquí abajo y lo que no lo es. /Todo está reunido ahí/ Ese todo está concentrado ahí.»

Si decimos: “Si, en esta ciudadela de Brahma, este todo se ha concentrado, y todos los seres, y todos los deseos, cuando /la edad/ la vejez lo alcanza, cuando perece, ¿qué subsiste?”

Es necesario decir: “Ella no se gasta con su desgaste, no se mata con su destrucción. Es la verdadera ciudadela de Brahma. Todos los deseos se han concentrado ahí. Es el ātman el que ha destruido el mal, que está lejos de la vejez, lejos de la muerte, lejos del sufrimiento, lejos del hambre, que no tiene sed, cuyos deseos todos son realidad, /que se representa la realidad/ cuya intención es la realidad.»

Quienes pasan por aquí abajo sin haber descubierto el ātman y los deseos que son realidad, esos en todos los mundos son impotentes en sus deseos. Quienes, pasando por aquí abajo, han descubierto el ātman y sus deseos que son realidades, esos en todos los mundos cumplen sus deseos.

VIII, 2, 1. Si es el mundo de los padres lo que desea, por la intención los padres surgen. Habiendo obtenido el mundo de los padres, es grande.

VIII, 2 2-9 (Resumen:) Si es el mundo de las madres, etc. Si es el mundo de los hermanos, etc. Si es el mundo de las hermanas, etc. Si es el mundo de los amigos, etc. Si es el mundo de los perfumes y de las guirnaldas, etc. Si es el mundo de los alimentos y de la bebida, etc. Si es el mundo de los cantos y de la música, etc. Si es el mundo de las mujeres, etc.

En fin, lo que quiera que se ponga a desear, cualquier deseo que desee, con la intención surge. Habiendo obtenido eso, es grande.

VIII, 3, 1-2. Esos deseos, que son realidades, lo falso los vela; de esas realidades reales lo falso es el velo. Por ejemplo, si uno de los nuestros está muerto, no se nos concede ya verlo.

Pero todos los nuestros, vivos o muertos, y todas las demás cosas que deseamos y que no agarramos, todo eso, nosotros lo encontraremos yendo a ese lugar donde están los deseos que son realidad y que lo falso vela. Como quienes, ignorando el lugar de un depósito de oro escondido, pasan y pasan por encima y no lo encuentran, así todas las criaturas de este mundo, día tras día, caminan y no encuentran este mundo de Brahma; lo falso los obstaculiza.

3. Bhad-ārayaka-upanishad, (de II, III y IV)

II, 4, 14. Allí donde hay dos, uno ve al otro, uno escucha al otro, uno interpela al otro, uno piensa en el otro. Pero cuando todo se ha convertido en yo, el ātman de alguien, entonces ¿/por qué y quién eso/ quién y por qué podría ver eso? ¿Quién y por qué podría oír eso? ¿Quién y por qué podría interpelar a eso? ¿Quién y por qué podría pensar en eso? ¿Quién y por qué podría conocer eso? Eso por lo que lo conocemos todo, ¿por medio de qué podríamos conocerlo? Al conocedor, ¿por medio de qué lo conoceremos?

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III, 4, 2. Este Brahman, este  ātman que está en todas las cosas, revélamelo  – Es tu propio ātman el que está en todas las cosas – ¿Y qué es este ātman que está en todas las cosas? – Tú no puedes mirar al que ve /la visión/ al vidente. Tú no puedes oír al que oye /la audición/ al oyente. Tú no puedes pensar en el que piensa /el pensamiento/ en el pensador. Tú no puedes conocer al que conoce /el conocimiento/ al conocedor. He aquí lo que es tu propio ātman, que está  en todas las cosas. El que no es él, el que es otro, no es sino desamparo.

III, 7, 15, (y parte de 22-23). El que, residiendo en todos los seres, es diferente a todos los seres, al que los seres no conocen, cuyo cuerpo son todos los seres, que /desde el interior actúa/ desde el interior /acciona/ dirige a todos los seres, ese es tu ātman, /el agente/ el dirigente interno, el inmortal. He ahí el punto de vista de los seres. Y he aquí el punto de vista del yo. El que, residiendo en el conocimiento, es diferente del conocimiento, al que el conocimiento no conoce, cuyo cuerpo es el conocimiento, que desde el interior /acciona/ dirige el conocimiento, ese es tu ātman, /el agente/ el dirigente interno, el inmortal. […]  El que no es visto y ve, el que no es oído y oye, el que no es pensado y piensa, el que no es conocido y conoce. No hay más vidente que él, ni más oyente, ni más pensador, ni más conocedor. Es él tu ātman, /el agente/ el dirigente interno, el inmortal. Todo lo que no es él, todo lo que es otro, no es sino desamparo.

III, 8,11. En verdad es este Eterno el que no es visto y ve, el que no es oído y oye, el que no es pensado y piensa, el  que no es conocido y conoce; no hay más vidente que él, ni más oyente, ni más pensador, ni más conocedor. Es verdaderamente este eterno el que es la trama sobre la que el espacio está tejido.

IV, 3, 21-32. Ahí se encuentra el estado que está más allá de todo deseo, que abole el mal, donde no hay temor. Como quien es estrechado por una mujer amada no conoce absolutamente nada ni fuera ni dentro de ello, así /la persona/ el espíritu, estrechado por el ātman espiritual, no conoce absolutamente nada fuera ni dentro de ello. Es el estado en el que el deseo es colmado, en el que no se desea más que el ātman, en el que no se desea, el estado que está fuera del sufrimiento.

Ahí, el padre no es padre, la madre no es madre, los mundos no son mundos, los dioses no son dioses, los Vedas no son Vedas. Ahí el ladrón no es ladrón, el abortador no es abortador, el asceta no es asceta. A él no le sigue el bien, no le sigue el mal; entonces está más allá de todos los sufrimientos del corazón.

Este ser que no ve es un vidente que no ve. El vidente no desaparece en el vidente que es, al ser indestructible; pero no hay una segunda cosa, otra cosa distinta y separada que pueda ver.

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Este ser que no huele ningún olor, etc.
Este ser que no gusta ningún sabor, etc.
Este ser que no habla, etc.
Este ser que no oye, etc.
Este ser que no imagina, etc.
Este ser que no toca, etc.

Este ser que no conoce es un conocedor que no conoce. El conocedor no desaparece en el conocedor que es, al ser indestructible, pero no hay una segunda cosa, una cosa distinta y separada que conozca.

Ahí donde hay alguna cosa de otro, ahí podemos ver al otro, sentir al otro, gustar al otro, expresar al otro, oír al otro, imaginar al otro, tocar al otro, conocer al otro.

Este ser que no siente ningún olor, etc.

Entre las aguas, un ser único, un vidente sin objeto, ahí está el mundo de Brahmā. Ahí está la vía suprema, el cumplimiento supremo, el mundo supremo, la felicidad suprema. Los otros seres viven de un átomo de esta felicidad.

IV, 4, 22 (fragmento) y 23. De él, el ātman, es necesario decir no, no. Inasible, no se le ase. Indestructible, no se le destruye. No unible, no se le une. No tiene cadenas, no tiembla, nunca es herido. /no es/ ni será sobrepasado por estos dos pensamientos: ahí he hecho el mal, ahí he hecho el bien; está más allá de lo uno y de lo otro. Ni la acción ni la omisión lo /apenan/ consumirán.

Es lo que dice esta estrofa:

Tal es la perpetua majestad del brahman;
Por los actos no aumenta ni disminuye.
Es necesario descubrir sus huellas. Quien conoce
No se manchará por las malas acciones.

Esa es la razón por la que quien sabe, al estar tranquilo, dominado, desapegado, paciente, contemplativo, ve el ātman; el mal no lo sobrepasa, él sobrepasa todo mal; el mal no lo consume, él consume todo mal. Lejos del mal, lejos de la pasión, sin incertidumbre, es un brahman.

Fragmentos del Cuaderno III

Versiones 2020 y 2022

Nota de introducción.
En los Cuadernos, la fuente hindú no aparece aislada, sino entretejida con otras fuentes, de modo especial con la griega y la cristiana. No obstante, se seleccionan aquí los fragmentos en los que la autora se refiere expresamente a las Upanishads y a la Bhagavad-gītā, así como los fragmentos (contiguos a los anteriores) que facilitarían la comprensión de los mismos.

Se indica entre corchetes el número de la página del Cuaderno, y entre corchetes con puntos, las partes del mismo no seleccionadas. Los paréntesis y corchetes restantes son de la autora o bien sustituyen a los trazos verticales con que ella realzó algunas partes del texto.

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[1] El ātman – que el alma de un hombre tome como cuerpo todo el universo. Tenga con todo el universo la misma relación que la de un coleccionista con su colección, que la de uno de los soldados que morían gritando “¡Viva el Emperador!” con Napoleón. El alma se transporta, fuera del mismo cuerpo, a otra cosa. Que se transporte a todo el universo.

No es solo su deber, sino su naturaleza. Demostración: se ama cualquier cosa solo en relación a uno mismo (el yo es el único valor). Desde entonces, el yo no sabría ser finito, en él está la dimensión del mundo.

El yo es tan grande como el mundo; todos los sonidos confluyen en el oído, etc. (Una orquesta, y surco único del fonógrafo; pero el tímpano…)

Identificarse con el mismo universo. Todo lo que es menor que el universo está sometido al sufrimiento, [al ser parcial y, por consiguiente, estar expuesto a las fuerzas externas.]

Aunque yo muera, el universo continúa. Eso no me consuela si soy distinto del universo. Pero si el universo está en mi alma como otro cuerpo, mi muerte deja de tener para mí más importancia que la de un desconocido. Lo mismo, mis sufrimientos.

Que el universo entero sea para mí, en relación con mi cuerpo, lo que es el bastón de un ciego para el ciego en relación con su mano. Este, realmente, no tiene ya la sensibilidad en la mano, sino al final del bastón. [Lecturahttps://www.versionesinfieri.com/notas-cahier-iii/

Es necesario un aprendizaje.

Se trata, en suma, de perder la perspectiva. (¿Las preocupaciones chinas sobre la levitación y la perspectiva aérea en pintura no responden también a ello?)

Pero ¿cómo, entonces, seguimos actuando como persona particular? Tema de la Gītā. 2

El sufrimiento, precisamente, hace que perdamos el universo (por ejemplo, el dolor físico). Pero sabemos que sigue existiendo. Lo sabemos, pero no estamos seguros de ello. Se trata de convertirnos en seres que estén seguros de ello. Nada más. Eso basta.

Los votos / deseos que son realidad están velados por lo irreal; existen, pero lo irreal los enmascara. Es así como el hombre, si uno de los suyos muere, no tiene ya modo de verlo. Pero todos los suyos, vivos o muertos, todo lo que anhela sin obtenerlo, todo eso, lo encuentra descendiendo a sí mismo; pues ahí existen los deseos que son realidad, pero que vela lo irreal. 3

Si descendemos a nosotros mismos, encontramos que poseemos exactamente lo que deseamos.

Si deseamos a tal ser [muerto], deseamos a un ser particular; es, pues, un mortal; y deseamos a ese ser, a este ser que…, al que…, etc.; en resumen, a ese ser que ha muerto, tal día, a tal hora. Y lo tenemos – muerto.

Si deseamos dinero, deseamos una moneda [institución], algo que no puede ser adquirido sino por…, para…, por tanto, lo deseamos en la medida en que…; en esa medida lo tenemos.

El sufrimiento, el vacío es en esos casos el modo de existencia de los objetos del deseo. Apartemos el velo de la irrealidad, y veremos que nos son dados así.

Cuando lo vemos, aún sufrimos, pero somos felices.

[3] Encontrar el ātman “enredado» en las tenebrosas complejidades (?) del cuerpo”. 4

La pluralidad no existe,
Corre de muerte en muerte
Quien cree ver la pluralidad en el universo. 5

Grecia.

La palabra de Platón: “no hay que hacer lo uno demasiado rápido” se aplica también a la búsqueda del Bien (de Dios – del ātman – del Tao – etc.)

No hay que hacer lo uno sin pasar por los ὁπóσα. [Cuántos…, qué número].

En India también, ciertamente, paso por los ὁπóσα.

¿En qué consiste?

Este espacio que está en el interior del corazón, ahí es donde él habita, dueño de todo, soberano de todo, señor de todo. No crece con las buenas acciones, ni disminuye con las malas.6 

Más allá del bien y del mal. Es necesario interpretarlo, sin duda, como la fórmula taoísta: El que tiene la alta virtud no tiene virtud, y es así como tiene la virtud. El que tiene una virtud ordinaria tiene virtud, y es así como no tiene la virtud.7 

Desprenderse también de la virtud. Perder conciencia de ella.

Soberano muy negativo.

Peligro de otra interpretación (a la que parecen tender bastantes textos). [Lo que parece del todo ausente es la idea de pasión. La encarnación.]

Amamos a un esposo, a una esposa, etc., todo ello en relación a nosotros mismos.8

Idea capital: Restringir nuestro amor al sujeto puro, y extenderlo a todo el universo.

Es el mismo pensamiento de los estoicos (llevo conmigo todo lo que tengo).9

[4] Las cosas preciosas, con justo título, son μεταζú [intermediarios].

Cambiar la relación física entre uno mismo y el mundo (físico, ¿es esta la palabra apropiada?), como por un aprendizaje, el obrero cambia la relación física entre él y la herramienta. (El marino, entre él y el barco.) Heridas: es el oficio el que entra en el cuerpo.  Que todo sufrimiento haga que entre el universo en el cuerpo.

La herramienta hace que perdamos un modo de sensibilidad, lo sustituye por otro. No siente su fatiga, su sufrimiento: siente que la fresa se apoya en la pieza, cómo se apoya. Todos los oficios descansan en traslados de la sensibilidad. Palanca – rebajándonos, sentimos que nos levantamos.

Hábito, habilidad, traslado de la conciencia a un objeto distinto al propio cuerpo.

Que ese objeto sea el universo, las estaciones, el sol, las estrellas.

Que se sienta el espacio.

Brahman es espacio.

Giotto.

La relación entre el cuerpo y la herramienta cambia en el aprendizaje. Es necesario cambiar la relación entre el cuerpo y el mundo.

Cambios en la duración.

No nos desapegamos, cambiamos el apego. Apegarse a todo.

Podremos llegar a amar lo que odiamos. Sentir el odio hasta el límite. Saber lo que odiamos.

Por cada sentimiento, al descender, alcanzar el ātman.

¿Quién odia?

No soy yo, que estoy allí. Es verdad. No soy yo. No soy yo, que estoy en ese punto del espacio.

A través de cada sensación, sentir el universo. ¿Qué importa, entonces, que eso sea placer o dolor? Si tenemos la [5] mano apretada por un ser amado, al que no vemos desde hace mucho tiempo, ¿qué importa si aprieta y hace daño?

Un grado de dolor en el que perdemos el mundo. Pero, luego, llega la calma, cuando volvemos a encontrarlo. Y, si el paroxismo vuelve, la calma también vuelve enseguida.

Ese grado mismo, si lo conocemos, se vuelve espera de la calma y, por consiguiente, no corta el contacto con el mundo.

Ese contacto es la alegría.

Ritmo. En todo modo de vida, hay un ritmo que amar. Cualquier vida, por muy artificial que sea, está ligada a la rotación diurna del cielo y a las estaciones, sin lo cual moriríamos. Por ese ritmo, permanecemos ligados al sol y a las estrellas. Sentirlos a través de ese ritmo, como por un bastón de ciego.

No elegimos las sensaciones. Pero elegimos (a condición de aprender) lo que sentimos a través de ellas. Larga parte de elección. Ejemplos.

No franquear demasiado pronto los μεταζú. Gran regla. O de lo contrario olvidamos que son μεταζú, o bien los franqueamos demasiado pronto.

El dolor es un μεταζú.

La muerte… (una cierta manera de creer en la inmortalidad le quita su eficacia de μεταζú).

Todo lo que arranca.

No hay que luchar contra, al contrario. Así el amor en el Fedro […] 10

[9] Hay dos maneras de cambiar por otro la manera como este lee las sensaciones, su relación con el universo: la fuerza (de la que la guerra es la forma extrema) y la enseñanza. Son dos acciones sobre la imaginación. La diferencia es que no se asocia a la primera (solo reacciona) y se asocia a la segunda.

Quizás: por el uso de la fuerza podemos rebajar a los otros, o impedir que no sean rebajados; solo podemos elevarlos por la enseñanza.

Hay un tercer modo, la belleza (el ejemplo).

¿Podemos combinar la primera con alguna de las otras dos?

Solo se nos permite [quizás] hacer un uso negativo de la fuerza.

Diferencia entre el espíritu de la Bhagavad-gītā y el de la leyenda de Juana de Arco, diferencia capital: él hace la guerra aunque inspirado por Dios, ella hace la guerra porque inspirada por Dios.

(Pensar en Dios, amar a Dios no es más que un cierto modo de pensar el mundo).

La guerra es el prestigio por excelencia. El manejo de las armas puede tener como objeto ponerle fin al prestigio (Marathon), o instalar un prestigio duradero (Imperio romano). En el primer caso hay una contradicción interna, en el segundo, no. Una vez puestas al desnudo las armas, el dominio del prestigio está instalado; la no-resistencia solo es un medio privado de Dios. El contacto con la fuerza, sea cual sea el lado por el se tome contacto con ella (puñal o punta de la espada), priva un momento de Dios. De ahí la Bhagavad-gītā. La Bhagavad-gītā y el Evangelio se completan.

También hay algo esencialmente falso en el Antiguo Testamento (ciertas partes), como también en la historia de Juana de Arco; estas voces forman parte del prestigio. Jehovad también.

Por muy justa que sea la causa del vencedor, por muy justa que sea la causa del vencido, el mal que causa tanto la victoria como la derrota no es menos inevitable. Esperar escapar de ello está prohibido. Es por ello por lo que Cristo no ha bajado de la cruz y ni siquiera se ha acordado, en el momento más doloroso, de que resucitaría. Es por ello por lo que el otro no ha rendido las armas ni detenido la batalla.

¿No es acaso verdadero que la conquista solo es una mala manera de buscar que el ātman sea idéntico al brahman? El hombre necesita estar solo en el universo para ser idéntico al universo. (Pero si está solo suprimiendo a los otros, su perspectiva es la única). Tengo derecho a apropiarme de todas las cosas, y los otros son un obstáculo para ello. Debo tomar las armas para apartar este obstáculo. Pero esta apropiación puede ser contemplada como infinita – o como finita, si algo finito, por ejemplo un campo, provee el equivalente del universo. En el segundo caso, no tengo razón para no querer [11] que los otros posean el universo bajo la forma de un objeto finito, debiendo tener esos objetos finitos relaciones armoniosas. Entonces, no quiero infligirle al enemigo más que un daño limitado, pero no puedo, pues el uso de las armas encierra lo ilimitado. […]

[14-15: Chāndogya-upanishad, VIII, 3]

[16] CU, VIII, 3. Perder a alguien: sufrimos que el muerto, el ausente, se vuelva imaginario, falso. Pero el deseo que tenemos de él no es imaginario. Descender a uno mismo, donde reside el deseo que no es imaginario. Hambre; imaginamos alimentos; pero la misma hambre es real; saciarse de hambre.

La pérdida del contacto con la realidad es el mal, es la tristeza. Hay situaciones que causan esta pérdida, privación, dolor. El remedio es tomar la misma necesidad como intermediaria para alcanzar la realidad. La presencia del muerto es imaginaria, pero su ausencia es muy real; esta es, de ahora en adelante, su modo de aparecer. […]

[28] […] [Principio de Bhad-ārayaka-upanishad [I, 3, 2-16]: hay bien y mal en la voz, el aliento (prāa), la vista, el oído, el manas, pero no en el aliento que está en la boca (āsanyaṃ prāam); los asura [demonios], al querer filtrarle el mal, perecieron; expulsa a la muerte hasta el fin del mundo. Luego transporta, más allá de la muerte, la voz, de ahí el fuego; el aliento, de ahí el viento; la vista (el ojo), de ahí el sol; el oído, de ahí las regiones del espacio; el manas, de ahí la luna.] 11  […]

[53] […] Gītā. ¿Dos sentidos posibles? ¿Matar en uno mismo a los maestros, a los amigos, a los parientes? Muerte interior.

Matar es siempre matarse. Dos maneras de matarse, suicidio (Aquiles) o desapego.

Hay una tercera manera de matar, y es no saber que existen aquellos a los que matamos – a no ser como cosa digna de ser matada. (Resto de la Ilíada; España).

Matar por el pensamiento todo lo que amamos; única manera de morir. Pero solo lo que amamos.

No desear que lo que amamos sea inmortal.

Aquellos a los que vas a matar son mortales.

Ante un ser humano, quienquiera que sea, no desearlo ni inmortal, ni muerto. […]

[58] […] El «aliento de la boca» (en las upanishads), no traspasado por el mal, como el aliento de la nariz (olfato), la palabra, la vista, el oído, el pensamiento (manas), ¿no es lo  activo – (desempeñando la función del esfuerzo en Maine Biran)? 12 […]

[63] […] [«Aliento», «aliento que está en la boca» en las upanishads; técnica de respiración del yoga (sobre la cual no sé nada), ¿es una forma de la misma idea?]

Asociar el ritmo de la vida del cuerpo (la respiración mide ahí el tiempo) al del mundo (rotación de las estrellas), sentir constantemente esta asociación (sentir, no simplemente saber), y sentir también el cambio perpetuo de materia por el que el ser humano se sumerge en el mundo.

Lo que no se le puede quitar a un ser humano, mientras vive – como movimiento al que la voluntad se agarra, respiración (fuera de ello, o transformaciones orgánicas a las cuales, salvo excepciones, la voluntad no se agarra, o movimiento de los miembros que unas cadenas pueden impedir), como percepción, el espacio (incluso en una celda, incluso con los ojos y los tímpanos reventados, mientras se vive, se percibe el espacio).

Atar a eso los pensamientos de los que deseamos que ninguna circunstancia pueda privarnos.]

[64] Sentir su duración propia es también el tiempo del mundo.

Considerar la idea (en las upanishads) del mérito de las obras que se agota. (Mérito correspondiente solo a las buenas acciones.) Hacen que se suba, pero elevación limitada, y al cabo de un tiempo limitado, descenso.

Las dificultades morales reales no se parecen jamás a las abstractas o imaginarias, porque en estas no hay varias lecturas, al ser suministrado su mensaje por hipótesis.

Dificultad real, elección de las lecturas.

[Buscar la Kena-upanishad. Brahman, conocido por los insensatos, desconocido por los sabios.] 13

[Kaṭhaupanishad. Ātman: dueño del carro – Cuerpo: carro – Buddhi: cochero – Manas [¿impulsos?]: riendas – Sentidos: caballos – Objeto de los sentidos: ruedas – Sí mismo, sentidos e impulsos reunidos: el que saborea (goza)] 14

[En el insensato, sentidos fuera de control [sentidos, ¿prāa?]. ]

[El hombre que tiene como cochero a la razón y sujeta firmemente las riendas del manas va a Viṣṇu.] […]

Dos compañeros en el mismo árbol; uno devora el fruto, el otro lo mira. 14

Enrollar el cielo como una piel (una alfombra). 15

MuṇḍakaU.

O: arco – ātman: trazo – brahman: fin. Id. III, II, 3, gracia.

(Arco, i.e., μεταζú.)

Como los radios en el cubo, en el lugar exacto en el que los canales se unen al interior… (así, el ātman) […]

[68] Salvo si se es un ermitaño en los bosques y no se recibe de ningún otro ser humano lo que es necesario para la vida, por mucho que nos elevemos por encima de los μεταζú, permanecemos en la esfera del bien y del mal a través de las relaciones con los otros que se encuentran ahí. El problema del bien y del mal no puede, pues, desaparecer en el movimiento ascendente.

Cantar bien el sonido o.

Dharma [deber]. ¿Pero…?

En una situación dada, toda acción posible comporta una cierta proporción de bien y de mal, o mejor, al no ser mensurable la proporción, una cierta mezcla. El dharma es una regla para la elección de la mezcla que le conviene a un hombre. Así Rāma, hacerle daño a su esposa antes que a su pueblo, aunque sepa que la esposa está en la verdad y el pueblo en lo falso, pero porque es rey. La misma regla hace que mate al śūdra16

Si piensa que está mal matar al śūdra, es necesario que sepa si es posible establecer poco a poco otro equilibrio estable en el que un śūdra pueda actuar así sin castigo. Mientras espera, debe matarlo.

Pero eso solo es bueno en una sociedad estable. Esta gente no ha hecho reglas para las sociedades inestables.

¿En qué se convierte el dharma en un país conquistado? ¿Los deberes hacia los conquistadores? (Informarse.)

¿Si el pueblo hubiera deseado que Rāma sacrificara, bajo una falsa acusación, a un hombre vil? No.

[69] En la India, ¿cuál es, en cada μεταζú, la noción central? Sabor por la poesía. ¿Por el arte militar? ¿El robo?

Rāma. No-intervención. No es él el que actúa al expulsar a su mujer, al matar al śūdra, es el pueblo. Un rey debe adaptarse a la imaginación del pueblo. Sí, pero ¿en qué medida? ¿Con qué límites?

Si el cumplimiento del dharma ocasiona injusticias – y siempre es este el caso – es necesario, entonces, estar dispuesto a cometer la misma injusticia, por el dharma, contra lo que más amamos.

La vista clara del mal, sufrir hasta la debilidad física.

Gītā. ¿Hay que concluir que la huida fuera del mundo de los brahmanes ancianos no es la liberación del dharma?, ¿es simplemente su dharma y, por consiguiente, mezclado con el mal, como los demás? Pero ese mal no los mancha; a los reyes, tampoco, al mismo nivel.

Si la esposa de Rāma no estuviera al mismo nivel que él, ese mal se le atribuiría a ella, aunque inocente – y no a él.

ṇḍūKyaupanishad. Cuatro estados. Cuatro también en Platón. Pero, en apariencia, nada en común. 17

Vigilia. Conciencia vuelta hacia el exterior. | Sueño, conciencia vuelta hacia [70] el interior. | Sueño profundo, sin deseo ni sueño, conciencia recogida en uno mismo. | Consciente ni del exterior ni del interior ni de los dos; ni consciente ni inconsciente, únicamente consciente de uno mismo (???), inasible: el ātman.

Representado por A-U-M y el conjunto de los tres.

Si la vigilia es el conjunto de las relaciones prácticas con el mundo, regidas por la necesidad; si el sueño es pasión, deseo y cólera; si el «sueño profundo» es la inteligencia intuitiva; si el cuarto estado es el equilibrio de los tres, hay concordancia. […]

La evocación de los bienes temporales en las upanishads (¡Ojalá pueda!… – El… ese que sabe de tal modo), ¿medio para volver la energía vital hacia lo mejor?

| hombre / sombra | eso / esto | ātman / prāṇa |

El alimento.

Taittirīya – Arrojando el mal en su cuerpo.18

Hoy, analogía entre respiración y combustión. En la India antigua, entre respiración y sacrificio. Es la misma analogía, el mismo vínculo entre el hombre y el mundo – ¡y qué diferencia!

Rueda, radios y cubo. […]

[71] Actos que elevan y rebajan, como los movimientos del timón de profundidad en un avión, indirectamente. Pero ¿qué sabemos de ello? Como sabemos que la geometría tiene una aplicación técnica, ¿por la experiencia?

Sí, pero una experiencia singularmente limitada. Pues no voy a ponerme, por ejemplo, a volar para ver el efecto del vuelo en el alma.

La observación del otro debe suplirla, pero es difícil.

¿Qué es, ahí dentro, a priori, qué es a posteriori? Kant no ayuda sino débilmente a que nos demos cuenta. Las upanishads no ayudan |tampoco | casi. La Gītā, tampoco, pues el dharma

Se me permite cumplir una acción si puedo cumplirla sin rebajarme. Sí, pero ¿si le hago mal a otro?

Pero, precisamente, saber (¡saber con toda el alma!) que el otro existe realmente, es lo más precioso y deseable.

Nos encerramos en la botella limitando el esfuerzo para luchar contra los fantasmas interiores o concediéndoles el primer plano. Esos fantasmas solo son velos.

Niveles de lecturas, lecturas superpuestas.

¿Por qué efecto de la providencia suponemos que mis actos que le hacen mal a otro (como desgracia) no me lo hacen también a mí (como pecado)?

Mis actos aumentan o disminuyen el espesor del velo que me separa del universo y de los otros. Como los gestos a través de los cuales manejo una herramienta. […]

[74] […] «No es el ātman el que actúa, sino la naturaleza.» Toda acción que realmente ha tenido lugar se deja reducir a una combinación de necesidades, sin que quede residuo alguno que sea parte del yo (¿quizás?). Pero comprendemos esa combinación o no.

El que ha comprendido actúa de otro modo. Varias combinaciones.

Si Lawrence no hubiera reflexionado en su tienda… 19

El viento y la corriente, las olas, el timón, las velas solo determinan la marcha del barco. Pero aquel cuyo piloto ha comprendido navega de otro modo.

Al ver el barco, no podemos decir con certeza si el piloto ha comprendido, pero, si falla, podemos decir con certeza que no ha comprendido.

Gītā. La explicación es quizás que ya no hay elección. Los dos ejércitos están frente a frente. Su responsabilidad hacia los suyos le prohíbe abandonarlos al ejército enemigo. (¿Por qué?) Su deseo de no combatir es totalmente irreal, no puede (¿ya?) invadir lo real en forma de acción.20

[75] En una situación dada, ciertos deseos (ciertos pensamientos) pueden, tomando forma de acción, invadir el mundo; otros no pueden, solo pueden tener consecuencias distintas a sus fines. (Ej. No, no enfrentarse, sino enfrentarse mal.)

Buscar ejemplos (hay muchos).

La deliberación no debe estar nunca sino entre los primeros. A los otros hay que arrojarlos a lo imaginario (reales solo en ese lugar en el que están los deseos reales velados por lo falso). Pero Retz: 21 la marca de un gran espíritu es saber distinguir lo extraordinario de lo imposible.

Las situaciones de las que habla Retz, en las que, dice, no nos colocamos sino por nuestra culpa, pero en las que, una vez que estamos allí, hagamos lo que hagamos, solo podemos hacer mal. La Gītā concierne aparentemente a una situación de este tipo. Enseña que incluso en tal situación, la salvación está ahí si, al actuar, se arroja la acción por debajo de uno mismo, y si se ama a Kṛṣṇa.

No pasa apenas tiempo para demostrarle a Arjuna que debe combatir, porque desde antes de la conversación está fuera de duda que Arjuna combatirá. Deliberación interior como hay muchas (¿todas?). Arjuna no está ya en el momento [76] de elegir. ¿Cuál es el momento de elegir?

Casi siempre, el momento de la deliberación no coincide con el de la elección. Deliberamos cuando ya hemos elegido, o quizás, más raramente, cuando no estamos aún en la condición de elegir.

No eres tú, es la naturaleza la que mata a esta gente. (¿Quizás solo hay ahí incapacidad de pilotaje?) No hay que deducir que todo está permitido. (¿Cómo?)

¿Hay acciones que podemos hacer sin desear el éxito y otras que no podemos hacer así? ¿Este criterio permite distinguir entre las acciones? No es tan seguro.

Darle una parte a la injusticia, limitada, exigida por el orden social. Pero ¿qué parte? Esa es, pues, la cuestión. […]

[78] Como para el error y el pensamiento claro y distinto, hay pensamientos de acción que, si los miramos fijamente con el alma, suspendiendo el juicio, se desvanecen como burbujas de aire (solo pueden influir en los movimientos del cuerpo si hay tinieblas del alma), y hay otros que, por el contrario, pasan entonces a lo real invadiendo la realidad con la mediación del cuerpo.

[Hay grados en la claridad y en la fijeza de la mirada del alma; ahí hay, pues, un resumen.]

El impulso de piedad de Arjuna, en el momento en que ha aparecido en su alma, era aparentemente de la primera especie.

Está desgarrado entre la piedad y la necesidad del combate. Después de haber visto a Viṣṇu bajo su verdadera forma (y, parece, no lo habría visto si no hubiera estado desgarrado), el segundo pensamiento es el único que permanece. ¿Qué otro criterio?

Gītā y la leyenda de Juana de Arcos. Combatir contra los ingleses era el dharma de Juana de Arco, aunque mujer y pastora (si tomamos el sentido de castas en un sentido estrictamente social), pero era la naturaleza la que ejecutaba sus acciones (prakṛti), no Dios (ātman). (Gītā, XII, 29) No podemos rebajar a Dios hasta hacer de él un combatiente en una guerra. Lo mismo en el Antiguo Testamento. Dios, ahí, es un combatiente. En la Ilíada, los dioses son combatientes, pero Zeus coge su balanza de oro. 22

[79] ¿Un acto puro (al ser comprendida así la pureza en la acción, como en el pensamiento) no le hará ningún daño a otro? (Como Rāma no se lo hace al śūdra al matarlo.) Nada menos seguro. Haría falta una disposición providencial. ¿Por qué suponerlo? Todo lo que se puede decir es que la intención, en el sentido más fuerte, es hacer el menor daño posible, considerándolo todo y teniendo en cuenta las necesidades. Un mal que no puedo dejar de cumplir, a no ser cumpliendo otro mayor, no soy yo quien lo cumplo, sino la necesidad. [Hacer el bien no se le ha dado al hombre, solo apartar el mal.]

El nudo está en la comparación de los males. Balanza interior. Balanza justa, ¿cómo?

Pero Arjuna no estaba en un momento en el que se sopesa en una balanza. En el campo de batalla, ese momento estaba sobrepasado por el curso del tiempo.

Balanza de oro de Zeus, símbolo con dos fines. Símbolo de la necesidad ciega, símbolo de la decisión justa. Unión de esos dos símbolos, misterio.

El espíritu, en su grado más alto, imita de algún modo a la materia; ausente de sus pensamientos y de sus obras. Misterio supremo.

La pureza en la acción y el tiempo – el momento. Clavar la punta de la acción en el curso del tiempo.

[80] […] Gītā. Constatar que el dharma, que depende de la casta, por tanto del nacimiento, por tanto de la encarnación precedente, depende de una elección anterior. No es que no se tenga elección, sino que, si nos situamos en un momento dado, ya no se tiene elección. Ya no podemos hacer otra cosa; es vano soñar con hacer otra cosa; pero es bueno que nos elevemos por encima de lo que hacemos.

[81] Así elegimos, para más tarde, algo mejor.

El momento de piedad de Arjuna es un sueño. Su debilidad antes de matar es comparable a la debilidad antes de morir. En un momento dado no somos libres de hacer cualquier cosa. Es necesario aceptar también esta necesidad interna. Aceptar lo que somos, en un momento dado, como un hecho, incluso la vergüenza.

Vida y muerte de los otros. Ser feliz de que haya seres pensantes distintos a uno; gracia esencial. Desear la muerte de un ser humano es rechazar esta gracia (cf. Creonte). 23 Pero ser feliz, también, de ser mortal, de que ellos sean mortales; por uno mismo y por ellos, en el mismo grado. No desear nunca su propia muerte, sino aceptarla.

El suicidio solo está permitido cuando es [82] aparente, cuando hay coacción y cuando se tiene plenamente consciencia de esta coacción. Lo mismo para el uso de la fuerza. Es coacción, no gracia, prakṛti, no ātman.

Elección ilusoria. Cuando creemos que tenemos elección, es que somos inconscientes, estamos encerrados en la ilusión, y entonces somos un juguete. Dejamos de ser un juguete elevándonos por encima de la ilusión hasta la necesidad, pero entonces ya no hay elección, una acción se impone por la situación misma claramente percibida. La única solución es subir […]

La acción así cumplida es una palanca. Quizás lleve a situaciones mejores – en las que el deber está menos mezclado con el mal. Solo quizás.

No nos manchan las acciones de las que estamos ausentes así (así, pues hay otra manera de estar ausentes), aunque estén mezcladas con el mal.

Es necesario igualmente estar ausentes del bien.

Actuar no por algo, sino porque no se puede hacer de otro modo.

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Balanza justa; es el cuerpo el que es la balanza, pues en cada momento no se puede hacer sino una acción. Es [83] una balanza justa cuando la atención es igual. 24

Mantener la paz constituye una acción metódica sobre la imaginación de los hombres. Cuando esta acción no ha sido cumplida, la paz ya no está ahí, y el deseo que se tiene de ella es falso, a no ser en esa región del ser en la que están los deseos reales envueltos en lo falso. La única cuestión es la parte que tomaremos en ello. Esta parte depende del karman. 25

Es fácil, ahí, equivocarse, como es fácil colocar la palabra que no conviene en el punto culminante de un poema; y el error crea un nuevo karman.

El que está presente en el mal que hace estará presente también en el mal que sufre. El que no está presente en el mal que hace estará en cierto modo ausente en el mal que sufre, incluso en el sudor de la sangre, la súplica vana, y la angustia del abandono.

Sufrir el mal es horrible cuando estamos presentes. Ovidio. Infierno.

Lo inverso también es verdad: el que está presente en el mal que sufre estará también presente en el mal que hará.

Pensar en el bien público como pensamos en una figura de geometría […] 26

[86] […] Ilusión. No que las cosas nos hagan creer que son reales, pues en un sentido lo son. Pero nos hacen creer que son reales en un modo diferente a como lo son.

Nos hacen creer que existen más o menos las unas y las otras, notablemente.

Que pueda el universo entero, desde una piedra junto a mis pies hasta las lejanas estrellas, con todo lo que se encuentra en medio, existir para mí, en todo momento, como Agnès para Arnolphe o el cofre para Harpagon.

Segundo cuerpo. El bastón del ciego es un ejemplo de ello, el cofre de Harpagón, otro.

Que todo el universo |se vuelva| para mí un segundo cuerpo en los dos sentidos.

No llegamos a ello sino a través de una transformación metódica de nosotros mismos. 27

Es por la acción – cierta acción, no inmediata, que exige un aprendizaje – por lo que el bastón del ciego se vuelve una prolongación del cuerpo.

Es por el deseo (Ἔρως) por el que el cofre de Harpagon se vuelve una prolongación del cuerpo.

Deseo no saciado, insaciable por sí mismo. La imposibilidad de saciarlo es su verdad, la esperanza de saciarlo es lo falso. Las cosas hermosas oprimen al corazón con esta imposibilidad. Poseer todo el universo y cada cosa como Harpagon su cofre, sin ser saciado. Poseemos, entonces, la no-saciedad. (Y al mismo tiempo poseer todo el universo y cada cosa, como un capitán su navío.) La no-saciedad esencial es un contacto con otra realidad, una posesión de otro tipo.

Cada deseo, si le prestamos atención, satisfecho (relativamente) o no, es un camino hacia la no-saciedad.

[88] «Entonces, se alzaron inmensos clamores, y todos los seres, y todos los deseos.»28

Īshā-upanishad.

«En más tinieblas», 29 unirse a lo que no es de este mundo, y creer que lo pensamos, pensar algo hablando de ello, mientras lo sufrimos, en la carne y el alma (el alma viva), no la muerte propiamente dicha, sino un equivalente, una herida traída por la necesidad que hace que experimentemos que somos mortales. Es necesario morir – no suicidarse, morir, ser asesinado, no literalmente, sino casi, sentir con el hecho de las cosas exteriores el frío de la muerte.

“Por el saber nos nutrimos de inmortalidad.” 30 Resurrección. Cuando se ha sentido el frío de la muerte – a menos que no nos apresuremos a olvidarlo, o que nos haya helado – pasamos al otro lado, y el mismo universo se vuelve un brebaje de inmortalidad.

No-devenir y devenir. La misma oposición invertida (si estos términos están bien traducidos.) [Cf. CU. El universo fue al principio no-ser; luego se hizo ser; luego se desarrolló; samabhavat.] El devenir es [89] el lado positivo de la ignorancia, el no-devenir el lado negativo del conocimiento. Si nos apegamos solo al conocimiento, la noche será mayor que si no tenemos acceso a él. Si nos apegamos al devenir solo, la noche será mayor que si no tenemos acceso a él.31

Por la disolución habiendo atravesado la muerte.32

Por el devenir se come lo inmortal. El mismo devenir es su alimento inmortal.33

Es porque creemos en esta ilusión por lo que sufrimos la muerte. Sufriendo la muerte conscientemente disipamos la ilusión y, entonces, encontramos la realidad […]

De la ilusión al sufrimiento mortal.

Del sufrimiento mortal a la conciencia de la ilusión […]

Doble movimiento. Círculo. Regreso a lo inferior transfigurado.

El mundo es su alimento inmortal.

Doble paso de la muerte. Privación de las criaturas; privación del ser separado, ausencia de Dios. «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»34 Muerte por el no-conocimiento, muerte por el no-devenir.

Los que asesinan al ātman.35 Quien desea que lo que es no sea (Marco Aurelio).36 ¿Y además? – Todo deseo asesina el ātman.

Pasado, presente, futuro – Los tres ojos de Shiva.

Contra el atomismo. No más vacío que el no-manifestado.37

[90] Tchouang-Tseu. «No haciendo nada, no hay nada que Él no haga.» 38

El que sabe no es ese para el que todas las cosas se han vuelto el ātman; es al contrario: ese para el que el ātman se ha vuelto todas las cosas.

Śaṅkara. «La acción, al no estar opuesta a la ignorancia, no puede alejarla, pero el conocimiento disipa la ignorancia como la luz disipa las tinieblas.»

La acción buena no lleva al conocimiento, sino que deriva de él. (?)

A-U-M. El cuarto, al no ser expresado por una letra, es porque es inexpresable, ¿o no es mejor porque es la relación de los tres? (Platón, la justicia.) Los tres estados se corresponden quizás bastante bien con la hidra, el león y el hombre.

El más alto, al ser impensable, para pensar en él, es necesario pensarlo por lo pensable. Es necesario una relación. Las matemáticas ofrecen un modelo de ello.

Śaṅkara, ignorancia: atadura de las pasiones, de los afectos terrestres – exactamente come Platón. Son los velos (nubes) sin los cuales el ātman brilla a lo lejos con su propio esplendor.

Arjuna se ha parado antes de actuar. Es porque su acción es buena. Pararse no es dudar. Dos modos de pararse.

Esot[erismo] musulmán – fanâ – extinción (nirvāṇa), y más alto, fanâ el fanâi, extinción de la extinción. ¿Es el regreso al mundo? 39

[91] «Imaginándose al principio que es el alma viva, el hombre se espanta como una persona que toma por error un trozo de cuerda por una serpiente; pero su temor se aleja con la certeza de que no es en realidad esta alma viva, sino exactamente Atmā.» […] 40

[106] Gītā. Voluntad apegada a los frutos: rajas. Entregada a las emociones: tamas. 41

La cuestión de Arjuna.

[Bhagavad-gītā, II, 54b. Texto en devanagari y transcripción]

El que posee la luz, ¿cómo habla? ¿Cómo se sienta? ¿Cómo camina?

[Aquel cuya mente es estable, ¿cómo habla? ¿Cómo se sienta? ¿Cómo camina?]

Es la verdadera cuestión.

[Los objetos de los sentidos desaparecen al principio, luego la sensibilidad.]

Notar que se dice del yogui: mirar con el mismo ojo a amigos y a enemigos, etc. no, no tener amigos ni enemigos.

[BhG, VI, 20. Texto en devanagari y transcripción]

Cuando el pensamiento (cit) se detiene suspendido por el yoga y el hombre descubre el ātman [suyo], encuentra la satisfacción en sí mismo.

Es siempre el tiempo el que
está en primer plano.

[BhG, VI, 26. Texto en devanagari y transcripción]

Siempre que el manas [lo mental] inquieto, voluble, pretende exteriorizarse, es necesario frenarlo y volverlo en sí a la sumisión.

[BhG, VI, 25b. Texto en devanagari y transcripción]

Habiendo obligado el manas [lo mental] a morar en el ātman [suyo], ¿no es necesario ya pensar en otra cosa?

o: es necesario, encerrándose en uno mismo, no pensar más. 42

[BhG, VIII, 12. Texto en devanagari y transcripción]

Aprisionando en sí la facultad de percibir (?), reteniendo en sí el soplo vital…

[Tras cerrar todas las puertas, tras encerrar lo mental en el corazón, tras fijar su soplo en la cabeza, mantiene la concentración en la unión.]

¿No leer? [¿sentido de manas?]

Imágenes del sol
vacilante en el agua
sin que afecte a las unas
ni a las otras, ni al sol.

[107] La existencia que concibe el que muere es la que vive – un día de Brahmā, mil yuga [era del mundo].

Dos puruṣa [espíritu] uno destructible, uno indestructible; un tercero es superior a los dos. 43

«Tú verás a todos los seres en ti mismo, luego en mí.» 44 Rechazo del objeto como μεταζú hacia la realidad del objeto, la cual no es dada.

¿Cuál es el secreto que la naturaleza está a punto de decir, cuando se la mira como se mira una estatua griega? No es lo que enseña la ciencia, y sin embargo, no deja de estar en relación con la enseñanza de la ciencia.

Cada cosa reflejada, traspuesta a toda otra cosa […] 

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[122-123] [BhG, XVIII, 45-49. Texto en devanagari y transcripción]

Es aplicándose cada uno a su propia tarea como los hombres alcanzan su perfección; escucha cómo.

Es honrando, a través de la actividad que se le atribuye, al ser del que viene el impulso de la vida y por el que todo este universo ha sido desplegado, como el hombre encuentra su perfección.

Es mejor cumplir, aun mediocremente, el propio deber, que asumir, incluso para cumplirlo con perfección, la tarea que le pertenece a otro. No nos manchamos al cumplir el deber que la naturaleza nos asigna a cada uno.

No es necesario, oh hijo de Kunti, eludir el acto, incluso si parece culpable, que le impone a cada uno su nacimiento; pues así como el fuego se mezcla con el humo, así toda actividad se mezcla con lo imperfecto.

El espíritu libre de toda atracción, dueño de sí mismo, libre de todo deseo, se eleva por el desapego hasta la perfección suprema, que es la supresión del acto.

[BhG, XVIII, 57. Texto en devanagari y transcripción]

No viéndome sino a mí, ofreciéndome a mí en pensamiento todos tus actos, tensando el esfuerzo de tu inteligencia, habita siempre mi espíritu.

[BhG, III, 35b. Texto en devanagari y transcripción]

Mejor es perecer perseverando enel propio dharma [deber]; el dharma de otro no trae más que desgracia.

[BhG, IV, 20b-21b. Texto en devanagari y transcripción]

… Por muy atareado que pueda estar, en realidad no actúa.

No cumpliendo los actos más que con el [solo] cuerpo, no contrae ninguna deshonra […]

[BhG, XVIII, 59-60. Texto en devanagari y transcripción]

Encerrado en el egoísmo, dices: no quiero luchar. Tu resolución será vana, la naturaleza te lo impondrá.

Oh hijo de Kunti, estando atado a tu propio Karman, nacido de tu propio ser, te verás obligado inevitablemente [lo harás a pesar de ti mismo] a cumplir lo que por ignorancia no deseas hacer.

YUDH, luchar.

[(59-60) Cuando, esclavo de tu propio pensamiento, te niegas a luchar, tu resolución es vana; tu naturaleza íntima la arrastrará | atada, oh hijo de Kunti, por la tarea innata, lo que en tu error tú te niegas a hacer, lo harás, aun contra tu voluntad.] […]

[128] [BhG, IV, 18. Texto en devanagari y transcripción]

[? El que puede ver la inacción en la acción y la acción en la inacción, ese es sabio entre los hombres; está equilibrado cuando ejecuta la acción]

[Quien en la acción sabe ver la no-acción, y en la no-acción la acción, ese tiene el discernimiento del sabio entre los hombres, ha realizado la unidad, es agente universal de los actos.]

[BhG, XIII, 29. Texto en devanagari y transcripción]

| La materia misma cumpliendo todos los actos………. (?)

[Aquel] que ve el ātman no actúa, ese ve.|

[Quien ve que, en todas partes, los actos son solo obra de prakṛti y que el sí mismo no es el agente, ese ve.]

[129] [CU, VII, 22. Texto transcrito]

Es solo cuando tenemos felicidad que nos sacrificamos. No nos sacrificamos cuando sentimos ausencia de felicidad, sino cuando sentimos felicidad.

Es necesario desear conocer la felicidad.

[CU, VII, 12, 7-9. Texto transcrito]

[Llamamos brahman al espacio exterior al hombre – el mismo que el interior al hombre – el mismo que el que está dentro del corazón. Pleno, inmutable.]

[Lo que llamamos brahman es este espacio en el exterior del hombre. Y este espacio en el exterior del hombre es el mismo que está en el interior del hombre. Y este espacio en el interior del hombre es el mismo que el que está dentro del corazón. Es la plenitud, lo inmutable.] […]

[130] [CU, III, 19, 3a. Texto transcrito]

Pues quien nació (?) fue el sol. En su nacimiento (?), unos clamores se elevaron inmensos, y todos los seres y todos los deseos […] 45

[151] [ Textos de Īśā.U et BĀU]

La gravedad y la gracia

Versiones 2019 y 2022

1. LA GRAVEDAD Y LA GRACIA

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Todos los movimientos naturales del alma se rigen por leyes análogas a las de la gravedad material. Solo la gracia constituye la excepción.
Es necesario esperar siempre que las cosas sucedan conforme a la gravedad, salvo intervención de lo sobrenatural.
Dos fuerzas reinan en el universo: la luz y la gravedad.
Gravedad.- De un modo general, lo que se espera de los otros está determinado por los efectos de la gravedad en nosotros; lo que se recibe está determinado por los efectos de la gravedad en ellos. A veces eso coincide (por casualidad), a menudo, no.
¿Por qué desde que un ser humano manifiesta que tiene poca o mucha necesidad de otro, este se aleja? Gravedad.

Lear, tragedia de la gravedad. Todo lo que llamamos bajeza es un fenómeno de gravedad. Además, el término bajeza lo indica.
El objeto de una acción y el nivel de la energía que la alimenta, cosas distintas.
Hay que hacer tal cosa. Pero ¿de dónde sacar la energía? Una acción virtuosa puede degradarse si no hay energía disponible al mismo nivel.

Lo bajo y lo superficial están al mismo nivel. Ama violenta pero bajamente: frase posible. Ama profunda pero bajamente: frase imposible.

Si es verdad que el mismo sufrimiento es mucho más difícil de soportar por un motivo elevado que por un motivo bajo (la gente que permanecía de pie, inmóvil, de la una a las ocho de la mañana por un huevo, difícilmente lo hubiera hecho para salvar una vida humana), una virtud baja quizás actúe, en ciertos aspectos, mejor ante la prueba de las dificultades, de las tentaciones y de las desgracias que una virtud elevada. Soldados de Napoleón. De ahí el uso de la crueldad para mantener o levantar la moral de los soldados. No olvidar en  relación al desfallecimiento.
Es un caso particular de la ley que pone generalmente la fuerza al lado de la bajeza. La gravedad es como un símbolo de ello.

Colas de alimentación. Una misma acción es más fácil si el móvil es bajo que si es elevado. Los móviles bajos encierran más energía que los elevados. Problema: ¿cómo transferir a los móviles elevados la energía que les corresponde a los bajos?

No olvidar que en ciertos momentos de mis dolores de cabeza, cuando la crisis aumentaba, yo tenía un deseo intenso de hacer sufrir a otro ser humano, golpeándolo precisamente en el mismo lugar de la frente.
Deseos análogos, muy frecuentes entre los hombres.
Muchas veces en ese estado, he cedido al menos a la tentación de decir palabras hirientes. Obediencia a la gravedad. El mayor pecado. Se corrompe así la función del lenguaje, que es expresar las relaciones de las cosas.

Actitud de súplica: necesariamente debo volverme hacia otra cosa que a mí mismo, pues se trata de liberarse de uno mismo.
Intentar esta liberación por medio de mi propia energía, ello sería como una vaca que tira de la cuerda y cae así de rodillas.
Entonces liberamos en nosotros la energía por una violencia que degrada aún más. Compensación en el sentido de la termodinámica, círculo infernal del que no podemos ser liberados sino desde lo alto.
El hombre tiene la fuente de la energía moral en el exterior, como la de la energía física (alimentos, respiración). Generalmente la encuentra, y es porque tiene la ilusión – como en lo físico – de que su ser lleva en sí el principio de su conservación. Solo la privación hace sentir la necesidad. Y, en caso de privación, no se puede impedir volverse hacia cualquier cosa comestible.
Un único remedio para ello: una clorofila que nos permita alimentar-nos de la luz.
No juzgar. Todas las faltas son iguales. Solo hay una falta: no tener la capacidad de alimentarse de la luz. Pues si  esta capacidad está abolida, todas las faltas son posibles.
«Mi alimento es hacer la voluntad de El que me envía.»
Ningún otro bien más que esta capacidad.

Descender de un movimiento donde la gravedad no tiene lugar… La gravedad hace descender, el ala hace subir: ¿qué ala a la segunda potencia puede hacer descender sin gravedad?
La creación está hecha del movimiento descendente de la gravedad, del movimiento ascendente de la gracia y del movimiento descendente de la gracia a la segunda potencia.
La gracia es la ley del movimiento descendente.
Rebajarse es subir con respecto a la gravedad moral. La gravedad moral hace que caigamos hacia lo alto.

Una desgracia demasiado grande coloca a un ser humano por debajo de la piedad: hastío, horror y desprecio.
La piedad desciende hasta cierto nivel, y no más abajo. ¿Cómo hace la caridad misma para descender abajo?
¿Los que han caído tan bajo tienen piedad de ellos mismos?

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 2. VACÍO Y COMPENSACIÓN

Mecánica humana. Quienquiera que sufre intenta comunicar su sufrimiento – sea maltratando, sea provocando piedad – con el fin de disminuirlo, y verdaderamente lo disminuye así. El que está completamente abajo, al que nadie compadece, que no tiene el poder de maltratar a nadie (si no tiene hijo o ser que lo quiera), su sufrimiento permanece en él y lo envenena.
Eso es imperioso, como la gravedad. ¿Cómo nos liberamos de ello? ¿Cómo nos liberamos de lo que es como la gravedad?
Tendencia a esparcir el mal fuera de sí: ¡yo aún la tengo! Los seres y las cosas no me resultan suficientemente sagrados. Que yo pueda no manchar nada, cuando sea completamente transformada en lodo. No manchar nada ni incluso en mi pensamiento. Incluso en los peores momentos no destruiría una estatua griega o un fresco de Giotto. ¿Por qué, entonces, otra cosa? ¿Por qué, por ejemplo, un instante de la vida de un ser humano que podría ser un instante feliz?

Imposible perdonar a quien nos hace daño, si ese mal nos rebaja. Debemos pensar que no nos ha rebajado, sino que ha revelado nuestro verdadero nivel.
Deseo de ver a otro sufrir lo que sufrimos, exactamente. Es por ello por lo que, salvo en los periodos de inestabilidad social, los rencores de los miserables se llevan a sus semejantes.

He ahí un factor de estabilidad social.

Tendencia a esparcir el sufrimiento fuera de sí. Si, por exceso de debilidad, no podemos provocar piedad ni hacerle daño a otro, hacemos del mal nuestra representación del universo.
Toda cosa hermosa y buena es entonces como una injuria.
Hacerle mal a otro es recibir algo. ¿Qué? ¿Qué hemos ganado (y que será necesario pagar) cuando hacemos el mal? Hemos crecido. Nos hemos extendido. Hemos colmado un vacío nuestro creándolo en otro.
Poder hacerle impunemente el mal a otro – por ejemplo, pasarle su cólera a un inferior y que este se vea forzado a callarse – es ahorrarse un gasto de energía, gasto que el otro debe asumir. Lo mismo por la satisfacción ilegítima de un deseo cualquiera. La energía que se economiza así es enseguida degradada.

Perdonar. No podemos. Cuando alguien nos hace mal, se crean en nosotros ciertas reacciones. El deseo de la venganza es un deseo de equilibrio esencial. Buscar el equilibrio en otro plano. Es necesario ir por uno mismo hasta este límite. Ahí se toca el vacío. (Ayúdate, y el cielo te ayudará…)

Dolores de cabeza. En ese momento: menos dolor al proyectarlo en el universo, pero un universo alterado; dolor más vivo, una vez recogido en su lugar, pero algo en mí no sufre y se queda en contacto con un universo no alterado. Actuar igual con las pasiones. Hacer que bajen, recogerlas en un punto, y desinteresarse de ellas. Tratar así notablemente todos los dolores. Impedirles que se acerquen a las cosas.
La búsqueda de equilibrio es mala porque es imaginaria. La venganza. Incluso si, de hecho, matamos o torturamos a nuestro enemigo es, en cierto sentido, imaginario.
El hombre que vivía para su ciudad, su familia, sus amigos, para enriquecerse, para acrecentar su situación social, etc. –  [hay] una guerra, y se lo llevan como esclavo, y desde entonces, para siempre, debe agotarse hasta el último límite de sus fuerzas, simplemente por existir.
Eso es horrible, imposible, y es por ello por lo que ante él no se presenta un fin tan miserable al que no se agarre, aunque sea el de castigar al esclavo que trabaja a su lado. No puede elegir los fines. Cualquiera es como una rama para quien se ahoga.
Aquellos cuya ciudad habían destruido y a los que llevaban como esclavos no tenían ni pasado ni futuro: ¿con qué podían llenar su pensamiento? Con mentiras, y de las más ínfimas, con las más lamentables codicias, dispuestos quizás más a arriesgar la crucifixión por robar un pollo, que a morir en combate por defender su ciudad. Sin duda alguna, o bien esos suplicios horribles no habrían sido necesarios.
O bien era necesario poder soportar el vacío en el pensamiento.
Para tener la fuerza de contemplar la desgracia cuando somos desgraciados, necesitamos el pan sobrenatural.
El mecanismo por el que una situación dura degrada es por el hecho de que la energía provista por los sentimientos elevados es – generalmente – limitada; si la situación exige que se vaya más allá de ese límite, es necesario recurrir a sentimientos bajos (miedo, codicia, gusto por el éxito, honras externas) más ricos en energía.
Este límite es la clave de muchas alteraciones.
Tragedia de quienes, al actuar por amor del bien, en un camino en el que hay que sufrir, llegan al cabo de un tiempo dado a su límite y se envilecen.
Piedra en el camino. Arrojarse sobre la piedra, como si, a partir de cierta intensidad del deseo, aquella no debiera ya existir. O irse de ahí como si uno mismo no existiera.
El deseo encierra lo absoluto y si fracasa (una vez agotada la energía), lo absoluto se transfiere al obstáculo. Estado de las almas de los vencidos, de los oprimidos.

Comprender (en cada cosa) que hay un límite y que no se lo sobrepasará sin ayuda sobrenatural (y eso, por muy poco) y pagándolo enseguida con un terrible descenso.
La energía liberada por la desaparición de objetos que constituían móviles tiende siempre a ir más abajo.
Los sentimientos bajos (envidia, resentimiento) son energía degradada.
Toda forma de recompensa constituye una degradación de la energía.
El contento de uno mismo tras una buena acción (o una obra de arte) es una degradación de la energía superior. Es por ello por lo que la mano derecha debe ignorar…
Una recompensa puramente imaginaria (una sonrisa de Louis XIV) es el equivalente exacto de lo que hemos gastado, pues tiene exactamente el valor de lo que hemos gastado – contrariamente a las recompensas reales que, como tales, están por debajo o por encima. Así solo los provechos imaginarios proveen la energía para esfuerzos ilimitados. Pero es necesario que Louis XIV sonría verdaderamente; si no sonríe, privación indecible. Un rey no puede pagar sino recompensas imaginarias la mayor parte de las veces, o bien sería insolvente.
Equivalente en la religión en cierto nivel.
A falta de recibir la sonrisa de Louis XIV, nos creamos un Dios que nos sonría.
O incluso nos alabamos a nosotros mismos. Es necesaria una recompensa equivalente. Inevitable como la gravedad.

Un ser amado que decepciona. Le he escrito. Imposible que no me responda lo que me he dicho a mí mismo en su nombre.
Los hombres nos deben lo que nos imaginamos que nos darán. Restituirles esta deuda.
Aceptar que son distintos a las criaturas de nuestra imaginación es imitar la renuncia de Dios.
Yo también soy distinto a lo que imagino que soy. Saberlo, ello es el perdón.

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3. ACEPTAR EL VACÍO

«Creemos por tradición con respecto a los dioses, y vemos por experiencia con respecto a los hombres que siempre, por una necesidad de la naturaleza, todo ser ejerce todo el poder del que dispone» (Tucídides). Como el gas, el alma tiende a ocupar la totalidad del espacio que se le concede. Un gas que se retrajera y dejara un vacío sería contrario a la ley de la entropía. No sucede así con el Dios de los cristianos. Es un Dios sobrenatural, mientras que Jehová es un Dios natural.
No ejercer todo el poder del que disponemos es soportar el vacío. Ello es contrario a todas las leyes de la naturaleza: solo la gracia lo puede.
La gracia colma, pero solo puede entrar  donde hay un vacío para recibirla, y es ella la que hace este vacío.

Necesidad de una recompensa, de recibir lo equivalente a lo que se da. Pero si, violentando esta necesidad, se deja un vacío, se produce como una corriente de aire, y una recompensa sobrenatural sobreviene. No llega si tenemos otro salario: ese vacío la hace llegar.
Lo mismo para la remisión de las deudas (lo que no concierne solo al mal que los otros nos han hecho, sino al bien que les hemos hecho). Ahí también aceptamos un vacío en nosotros mismos.
Aceptar un vacío en uno mismo es sobrenatural. ¿Dónde encontrar la energía para un acto sin contrapartida? La energía debe venir de otra parte. Sin embargo, es necesario, ante todo, un desgarramiento, algo desesperado, antes de que un vacío se produzca. Vacío: noche oscura.
La admiración, la piedad (la unión de las dos, sobre todo) aportan una energía real. Pero es necesario renunciar a ella.
Es necesario estar un tiempo sin recompensa, natural o sobrenatural.
Es necesaria una representación del mundo en la que haya vacío, a fin de que el mundo tenga necesidad de Dios. Ello presupone el mal.
Amar la verdad significa soportar el vacío, y por consiguiente, aceptar la muerte. La verdad está junto a la muerte.

El hombre solo escapa a las leyes de este mundo el tiempo de un relámpago. Instantes de parada, de contemplación, de intuición pura, de vacío mental, de aceptación del vacío moral. Es por esos instantes por los que es capaz de lo sobrenatural.
Quien soporta el vacío un momento, o bien recibe el pan sobrenatural, o bien cae. Riesgo terrible, pero es necesario correrlo, e incluso un momento sin esperanza. Pero no es necesario arrojarse a él.

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4. DESAPEGO

Para alcanzar el desapego total, la desgracia no basta. Se necesita una desgracia sin consuelo. Se necesita no tener consuelo. Ningún consuelo representable. El consuelo inefable desciende entonces.
Restituir las deudas. Aceptar el pasado sin pedir compensación para el futuro. Parar el tiempo al instante. Es así la aceptación de la muerte.
«Se vació de su divinidad.» Vaciarse del mundo. Revestir la naturaleza de un esclavo. Reducirse hasta el punto que ocupamos en el espacio y en el tiempo. A nada.
Despojarse de la realeza imaginaria del mundo. Soledad absoluta. Entonces tenemos la verdad del mundo.

Dos maneras de renunciar a los bienes materiales.
Privarse de ellos en beneficio de un bien espiritual.
Concebirlos y sentirlos como condiciones de los bienes espirituales (por ejemplo: el hambre, el cansancio, la humillación oscurecen la inteligencia y dañan la meditación) y sin embargo, renunciar a ellos.
Esta segunda clase de renuncia es la única desnudez de espíritu.
Además, los bienes materiales apenas serían peligrosos si aparecieran solos y no relacionados con los espirituales.

Renunciar a todo lo que no es la gracia y no desear la gracia.
La extinción del deseo (budismo) o el desapego – o el amor fati – o el deseo del bien absoluto es siempre la misma cosa: vaciar el deseo, la finalidad de todo contenido, desear en el vacío, desear sin aspiración.
Soltar nuestro deseo de todos los bienes y esperar. La experiencia prueba que esta espera es colmada. Se toca entonces el bien absoluto.

En todo, más allá de cualquier objeto particular, querer en el vacío, querer el vacío. Pues para nosotros es un vacío  ese bien que no podemos representarnos ni definir. Pero ese vacío está más lleno que todas las plenitudes.
Si llegamos allí, estamos fuera de peligro, pues Dios colma el vacío. No se trata en modo alguno de un proceso intelectual, en el sentido en que lo entendemos hoy. La inteligencia no tiene nada que encontrar, tiene que despejar. Solo sirve para las tareas serviles.
El bien es para nosotros una nada, puesto que nada es bueno. Pero esa nada no es irreal. Todo lo que existe, comparado con ella, es irreal.

Descartar las creencias que colman los vacíos, que endulzan las amarguras. La de la inmortalidad. La de la utilidad de los pecados: etiam peccata. La del orden providencial de los sucesos – en suma, los «consuelos» que se buscan ordinariamente en la religión.
Amar a Dios a través de la destrucción de Troya y de Cartago, y sin consuelo. El amor no es consuelo, es luz.
La realidad del mundo está hecha por nosotros con nuestro apego. Es la realidad del yo transportada por nosotros a las cosas. Ello no es en modo alguno la realidad exterior. Esta no es perceptible sino con el desapego total. Aunque solo quede de ello un hilo, todavía hay apego.
La desgracia que obliga a llevar el apego a objetos miserables pone al desnudo el carácter miserable del apego. Por ahí, la necesidad del desapego se vuelve más clara.

El apego es creador de ilusiones, y aquel que quiera lo real debe alcanzar el desapego.
Apenas sabemos que algo es real, no podemos apegarnos a ello.
El apego no es más que la insuficiencia en el sentimiento de la realidad. Nos apegamos a la posesión de una cosa porque creemos que si dejamos de poseerla, dejará de ser. Mucha gente no siente con toda su alma que hay una diferencia total entre la aniquilación de una ciudad y su propio exilio irremediable fuera de esta ciudad.

La miseria humana sería intolerable si no estuviera diluida en el tiempo.
Impedir que esta se diluya para que sea intolerable.
«Y cuando se colmaran de lágrimas» (Ilíada) – otro medio de hacer tolerable el peor sufrimiento.
Es necesario no llorar para no ser consolado.

Todo dolor que no se desprenda es dolor perdido. Nada más horrible, frío desierto, alma encerrada. Ovidio. Esclavos de Plauto.

No pensar nunca en una cosa o en un ser que se ame y que no se tiene ante los ojos sin considerar que quizás esa cosa está destruida o ese ser está muerto.
Que este pensamiento no disuelva el sentimiento de la realidad, sino que lo haga más intenso.
Cada vez que se dice: «Que se haga tu voluntad», representarse en su conjunto todas las desgracias posibles.

Dos maneras de matarse: suicidio o desapego.
Matar por el pensamiento todo lo que se ama: único modo de morir. Pero solo lo que se ama. (El que no odia a su padre, a su madre… Pero: amad a vuestros enemigos…)
No desear que lo que se ama sea inmortal. Ante un ser humano, cualquiera que sea, no desearlo ni inmortal ni muerto.

El avaro, por deseo de su tesoro, se priva de él. Si podemos poner todo nuestro bien en una cosa escondida en la tierra, ¿por qué no en Dios?
Pero cuando Dios se vuelve tan lleno de significado como el tesoro para el avaro, repetirse fuertemente que no existe. Sentir que lo amamos, aunque no exista.
Es él el que, a través de la noche oscura, se retira para no ser amado como un tesoro por un avaro.

Electra llora a Orestes muerto. Si amamos a Dios pensando que no existe, manifestará su existencia.

5. LA IMAGINACIÓN QUE COLMA      

La imaginación trabaja continuamente para tapar todas las grietas por las que podría pasar la gracia.
Todo vacío (no aceptado) produce odio, acritud, amargura, rencor. El mal que le deseamos a lo que odiamos, y que imaginamos, restablece el equilibrio.
Los milicianos del «Testamento español» que inventaban victorias para soportar la muerte, ejemplo de imaginación que colma el vacío. Aunque no vayamos a ganar nada con la victoria, soportamos morir por una causa que sea victoriosa, no por una causa que será vencida. Por algo absolutamente privado de fuerza, eso sería sobrehumano (discípulos de Cristo). El pensamiento de la muerte requiere un contrapeso, y ese contrapeso – además de la gracia – no puede ser más que una mentira.
La imaginación que colma los vacíos es esencialmente mentirosa. Excluye la tercera dimensión, pues solo los objetos reales son los que están en las tres dimensiones. Ella excluye las relaciones múltiples.  
Intentar definir las cosas que, aun produciéndose de hecho, permanecen en un sentido imaginario. Guerra. Crímenes. Venganzas. Desgracia extrema.  
Los crímenes, en España, se cometían de hecho y, sin embargo, se parecían a simples jactancias.  
Realidades que no tienen más dimensiones que el sueño.
En el mal, como en el sueño, no hay lecturas múltiples. De ahí la simplicidad de los criminales.
Crímenes planos como sueños de dos lados: el lado del verdugo y el lado de la víctima. ¿Qué hay más espantoso que morir en una pesadilla?  

Compensaciones. Marius imaginaba la venganza futura. Napoleón soñaba con la posteridad. Guillaume deseaba una taza de té. Su imaginación no estaba lo suficientemente agarrada al poder como para atravesar los años: se dirigía hacia una taza de té.

Adoración de los grandes por el pueblo  en el siglo XVII (La Bruyère). Era un efecto de la imaginación que colma vacíos, efecto que se desvaneció cuando se sustituyó por el dinero. Dos efectos bajos, pero el dinero, más aún.    

En cualquier situación, si detenemos la imaginación que colma, hay vacío (pobres de espíritu).  
En cualquier situación (pero, en algunas, ¡al precio de qué rebajamiento!), la imaginación puede colmar el vacío. Es así como los seres medios pueden ser prisioneros, esclavos, prostituidos, y atravesar cualquier sufrimiento sin purificación.    

Continuamente suspender en uno mismo el trabajo de la imaginación que colma vacíos.
Si aceptamos cualquier vacío, ¿qué contratiempo del destino puede impedirnos amar el universo?
Estamos seguros de que, suceda lo que suceda, el universo es pleno.

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6. RENUNCIA AL TIEMPO

El tiempo es una imagen de la eternidad, pero es también un  sucedáneo de la eternidad.
El avaro a quien se le ha cogido su tesoro. Es el pasado congelado lo que se le quita. Pasado y porvenir, las únicas riquezas del hombre.  

Porvenir que colma vacíos. A veces también el pasado desempeña esta función (era, he hecho…) En otros casos, la desgracia vuelve intolerable el pensamiento de la felicidad; priva entonces al desgraciado de su pasado (nessun maggior dolore…).
El pasado y el porvenir impiden el efecto saludable de la desgracia al proveer un campo ilimitado para elevaciones imaginarias. Es por ello por lo que la renuncia al pasado y al porvenir es la primera de las renuncias.
El presente no recibe finalidad. El porvenir, tampoco, pues es solo lo que será presente. Pero no lo sabemos. Si se lleva al presente la punta de ese deseo en nosotros que corresponde a la finalidad, esta lo atraviesa y llega hasta lo eterno.    

Ahí está el uso de la desesperación que aparta del porvenir.
Cuando estamos decepcionados por un placer que esperábamos y que llega, la causa de la decepción es que lo esperábamos en el porvenir. Y una vez que está ahí, es presente. Sería necesario que el porvenir estuviera ahí sin dejar de ser porvenir. Absurdo del que solo cura la eternidad.

El tiempo y la caverna. Salir de la caverna, estar desprendido consiste en no orientarse ya hacia el porvenir.

Un modo de purificación: orar a Dios, no solo en secreto en relación a los hombres, sino pensando que Dios no existe.
Piedad con respecto a los muertos: hacerlo todo por lo que ya no existe.
El dolor de la muerte de otro, es este dolor del vacío, del desequilibrio. Esfuerzos ya sin objeto, por tanto sin recompensa. Si la imaginación lo suple, rebajamiento. «Deja que los muertos entierren a sus muertos.» ¿Y su propia muerte no es lo mismo? El objeto, la recompensa están en el porvenir. Privación de porvenir, vacío, desequilibrio. Es por ello por lo que «filosofar es aprender a morir». Es por ello por lo que «orar es como una muerte».
Cuando el dolor y el agotamiento lleguen al punto en que hagan que nazca en el alma el sentimiento de la perpetuidad; contemplando esta perpetuidad con aceptación y amor, nos arrancamos hasta la eternidad.

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7. DESEAR SIN OBJETO

La purificación es la separación entre el bien y la codicia.
Descender a la fuente de los deseos para arrancarle la energía a su objeto. Es ahí donde los deseos son verdaderos, en tanto que energía. Es el objeto el que es falso. Pero desgarro indecible en el alma al separarse un deseo de su objeto.    

Si descendemos a nosotros mismos, encontramos que poseemos exactamente lo que deseamos.
Si deseamos a tal ser (muerto), deseamos a un ser particular, limitado; por tanto, es necesariamente un mortal, y deseamos a tal ser, a ese ser que… al que… etc., en suma, a ese ser que ha muerto, tal día, a tal hora. Y lo tenemos – muerto. 
Si deseamos dinero, deseamos una moneda (institución), deseamos algo que no puede ser adquirido sino en una o en otra condición; por tanto, no lo deseamos sino en la medida en que… Bien, en esa medida, lo tenemos.
El sufrimiento, el vacío son en esos casos el modo de existir de los objetos del deseo. Quitemos el velo de la irrealidad, y veremos que así nos son dados.
Cuando lo vemos, sufrimos aún, pero somos felices.

Llegar a saber exactamente lo que ha perdido el avaro al que se le ha robado el tesoro; aprenderíamos mucho.   

Lauzun y el cargo de capitán de mosqueteros. Él prefería ser prisionero y capitán de mosqueteros a ser libre y no capitán.    

Esos son vestidos. «Tuvieron vergüenza de estar desnudos.»

Perder a alguien: sufrimos que el muerto, el ausente se haya vuelto imaginario, falso. Pero el deseo que tenemos de él no es imaginario. Descender a uno mismo, donde reside el deseo que no es imaginario. Hambre: imaginamos alimentos, pero el hambre misma es real: saciarse del hambre. La presencia del  muerto es imaginario, pero su ausencia es muy real; ella es ahora su modo de aparecer.
No hay que buscar el vacío, pues sería tentar a Dios contar con el pan sobrenatural para colmarlo. Tampoco hay que huir de él.  

El vacío es la plenitud suprema, pero el hombre no tiene derecho a saberlo. La prueba es que Cristo mismo la ignoró por completo, un momento. Una parte de mí debe saberlo, pero las otras, no, pues si lo supieran a su bajo modo, ya no habría vacío.
Cristo ha tenido toda la miseria humana, salvo el pecado. Pero ha tenido todo lo que hace al hombre capaz de pecado. Lo que hace al hombre capaz de pecado es el vacío. Todos los pecados son tentativas para colmar vacíos. Así mi vida llena de manchas está cerca de la suya, perfectamente pura, e igualmente por los caminos mucho más bajos. Por muy bajo que caiga, no me alejaré mucho de él. Pero eso, si caigo, ya no podré saberlo.

Un apretón de manos de un amigo al que he vuelto a ver después de una larga ausencia. No noto siquiera si es por el sentido de tocar un placer o un dolor: como el ciego siente directamente los objetos al final de su bastón,  siento directamente la presencia del amigo. Lo mismo en las circunstancias de la vida, cualesquiera que sean, y Dios.

Eso implica que no hay que buscar nunca consuelo en el dolor. Pues la felicidad está más allá del dominio del consuelo y del dolor. Ella se percibe con otro sentido; del mismo modo que la percepción de los objetos al final del bastón o de un instrumento es distinta a la de tocarlos propiamente dicho. Este otro sentido se forma por el desplazamiento de la atención al medio de un aprendizaje en que el alma completa y el cuerpo participan.
Es por ello por lo que en el Evangelio: «Os digo que ellos han recibido su salario.» No es necesaria la compensación. Es el vacío en la sensibilidad la que lleva más allá de la sensibilidad.

Negación de San Pedro. Decirle a Cristo «te seré fiel» es ya negarlo, pues era suponer en él mismo y no en la gracia la fuente de la fidelidad. Felizmente, como él era elegido, esa negación ha llegado a ser manifiesta para todos y para él. ¡En cuántos otros, tales jactancias se cumplen – y nunca lo comprenden!
Era difícil serle fiel a Cristo. Era una fidelidad en el vacío. Mucho más fácil serle fiel hasta la muerte a Napoleón. Más fácil para los mártires, más tarde, ser fieles, pues ya había una iglesia, una fuerza, con promesas temporales. Se muere por lo que es fuerte, no por lo que es débil, o al menos por lo que, siendo momentáneamente débil, guarda una aureola de fuerza. La fidelidad a Napoleón en Santa Helena no era fidelidad en el vacío. Morir por lo que es fuerte hace que la muerte pierda su amargura. Y, al mismo tiempo, todo su precio.

Suplicarle a un hombre es una tentativa desesperada para hacer pasar, a fuerza de intensidad, el propio sistema de valores al espíritu de otro. Suplicarle a Dios es lo contrario: tentativa para hacer pasar los valores divinos a la propia alma. Lejos de pensar, lo más intensamente que se pueda, los valores a los que estamos apegados, es un vacío interior.

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8. EL YO

No poseemos nada en el mundo – pues el azar puede quitárnoslo todo – a no ser el poder de decir yo. Es eso lo que hay que darle a Dios, es decir, destruir. No hay absolutamente ningún otro acto libre que nos esté permitido, sino la destrucción del yo.

Ofrenda: no podemos ofrecer más que el yo, y todo lo que llamamos ofrenda no es más que una etiqueta puesta sobre una revancha del yo.

Nada en el mundo puede quitarnos el poder de decir yo. Nada, salvo la extrema desgracia. Nada es peor que la extrema desgracia que desde fuera destruye al yo, pues desde entonces no podemos destruirlo nosotros mismos. ¿Qué les ocurre a aquellos cuya desgracia ha destruido desde fuera al yo? No podemos representarnos con respecto a ellos más que la aniquilación al modo de la concepción atea o materialista.
Que hayan perdido el yo no quiere decir que no tengan ya egoísmo. Al contrario. Cierto, eso sucede algunas veces, cuando se produce una abnegación total. Pero otras veces el ser está, por el contrario, reducido al puro egoísmo, vegetativo. Un egoísmo sin yo.
Por poco que se haya comenzado el proceso de destrucción del yo, podemos impedir que ninguna desgracia nos haga mal. Pues el yo no es destruido por la presión externa sin una extrema rebelión. Si nos negamos a esta rebelión por amor a Dios, entonces la destrucción del yo no se produce desde fuera, sino desde dentro.

Dolor redentor. Cuando el ser humano está en el estado de perfección, cuando por el socorro de la gracia, ha destruido completamente en sí mismo el yo, entonces cae en el grado de desgracia que se correspondería para él con la destrucción del yo por el exterior; ahí está la plenitud de la cruz. La desgracia ya no puede destruir el yo, pues el yo no existe ya, al haber desaparecido y haberle dejado el lugar a Dios. Pero la desgracia produce un efecto equivalente, en el plano de la perfección, a la destrucción exterior del yo. Produce la ausencia de Dios. «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»
¿Qué es esta ausencia de Dios producida por la extrema desgracia en el alma perfecta? ¿Qué es este valor que está ahí prendido y que llamamos dolor redentor?
El dolor redentor es ese por el que el mal tiene realmente la plenitud del ser en toda la medida en que puede recibirla.
Por el dolor redentor, Dios está presente en el mal extremo. Pues la ausencia de Dios es el modo de la presencia divina que corresponde al mal – la ausencia sentida. El que no tiene en sí mismo a Dios no puede sentir su ausencia.
Es la pureza, la perfección, la plenitud, el abismo del mal. Mientras que el infierno es un falso abismo (cf. Thibon). El infierno es superficial. El infierno es la nada que tiene la pretensión y da la ilusión de ser.
La destrucción puramente exterior del yo es dolor casi infernal. La destrucción exterior a la que el alma se asocia por amor es dolor expiatorio. La producción de ausencia de Dios en el alma completamente vaciada de ella misma por amor es dolor redentor.

En la desgracia, el instinto vital sobrevive a los apegos arrancados y se sujeta ciegamente a todo lo que puede servirle de soporte, como una planta sujeta sus zarcillos. El reconocimiento (a no ser en una forma baja), la justicia no son concebibles en ese estado. Esclavitud. Ya no hay una cantidad suplementaria de energía que sirve de soporte al libre arbitrio, en medio de la cual el hombre toma distancia. La desgracia, bajo este aspecto, es odiosa, como lo es siempre la vida al desnudo, como un muñón, como el pulular de los insectos. La vida sin forma. Sobrevivir es ahí el único apego. Es ahí donde comienza la extrema desgracia, cuando todos los apegos son reemplazados por el de sobrevivir. El apego aparece ahí al desnudo. Sin otro objeto que él mismo. Infierno.
Es por este mecanismo por el que nada les parece más dulce a los desgraciados que la vida, incluso cuando su vida no sea en nada preferible a la muerte.
En esa situación, aceptar la muerte es el desapego total.

Casi-infierno en la tierra. El desarraigo extremo en la desgracia.
La injusticia humana fabrica generalmente no mártires, sino casi condenados. Los seres caídos en el casi-infierno son como un hombre despojado y herido por ladrones. Han perdido el vestido y el carácter.
El mayor sufrimiento que deja subsistir las raíces está aún a una distancia infinita del casi-infierno.
Cuando se rinde servicio a los seres así desarraigados y a cambio se reciben malos gestos, ingratitud, traición, se padece simplemente una débil parte de su desgracia. Tenemos el deber de exponernos a ello, en una medida limitada, como tenemos el poder de exponernos a la desgracia. Cuando ello se produce, debemos soportarla como se soporta la desgracia, sin relacionar eso con personas determinadas, pues eso no se relaciona con ello. Hay algo impersonal en la desgracia casi infernal, como en la perfección.

Por aquellos cuyo yo ha muerto no se puede hacer nada, absolutamente nada. Pero nunca se sabe si, en un ser humano determinado, el yo está muerto del todo o solo inanimado. Si no está del todo muerto, el amor puede animarlo como por una picadura, pero solo el amor completamente puro, sin la menor traza de condescendencia, pues el menor matiz de desprecio lo precipita a la muerte.  

Cuando el yo está herido por el exterior, mantiene en principio la rebelión más extrema, más amarga, como un animal que lucha. Pero desde el momento en que el yo está muerto a media, desea que acaben con él y se deja ir al desvanecimiento. Si entonces un toque de amor lo despierta, siente un dolor extremo que suscita cólera y a veces odio contra el que ha provocado este dolor. Por ello, entre los que han caído, esas reacciones en apariencia inexplicables de venganza contra el bienhechor.
Sucede también que el amor del bienhechor no sea puro. Entonces, en el yo, despertado por el amor, al recibir tan pronto una nueva herida por el desprecio, brota el odio más amargo, un odio legítimo.
Aquel cuyo yo está completamente muerto, por el contrario, en modo alguno es molestado por el amor que se le testimonia. Se deja hacer como los perros y los gatos que reciben alimentos, calor y caricias y, como ellos, está ávido de recibirlos lo más posible. Según el caso, se apega como un perro o se deja hacer con una especie de indiferencia, como un gato. Se bebe sin el menor escrúpulo toda la energía de quienquiera que se ocupe de él.
Por desgracia, toda obra de caridad corre el riesgo de tener como clientes a una mayor parte de gente sin escrúpulo o sobre todo a seres cuyo yo ha sido asesinado.

El yo es tanto más rápidamente asesinado cuanto más débil sea el carácter del que sufre la desgracia. Con mayor exactitud, la desgracia limita, la desgracia destructora del yo se sitúa más o menos lejos, de acuerdo con el temple del carácter, y cuanto más lejos se sitúe, más fuerte decimos que tiene el carácter.
La situación más o menos alejada de este límite es – probablemente – un hecho natural, como la facilidad para las matemáticas, y el que, sin tener fe alguna, está orgulloso de haber conservado una «buena moral» en circunstancias difíciles no tiene más razón que el adolescente que se vanagloria de tener facilidad para las matemáticas. El que cree en Dios corre el peligro de una ilusión aún mayor, a saber, el de atribuirle a la gracia lo que es simplemente un efecto natural esencialmente mecánico.

La angustia de la extrema desgracia es la destrucción exterior del yo. Arnolphe, Fedra, Licaón. Tenemos razón al arrojarnos de rodillas, al suplicar bajamente, cuando la muerte violenta que va a abatirse debe matar desde fuera al yo antes incluso de que la vida sea destruida.

«También Níobe, la de los hermosos cabellos, pensó en comer.» Ello es sublime, como lo es el espacio en los frescos del Giotto.
Una humillación que nos fuerza a renunciar incluso a la desesperación.

El pecado en mí dice «yo».
Yo lo soy todo. Pero ese «yo» es Dios. Y no es un yo.
El mal hace la distinción, impide que Dios sea el equivalente de todo.
Es mi miseria la que hace lo que yo soy. Es la miseria del universo la que hace, en cierto sentido, que Dios sea yo (es decir, una persona).

Los fariseos eran personas que contaban con su propia fuerza para ser virtuosos.
La humildad consiste en saber que en lo que llamamos «yo» no hay ninguna fuente de energía que nos permita elevarnos.
Todo lo que es precioso en mí, sin excepción, viene de otro lugar distinto al yo, no como don, sino como algo que se nos ha confiado y que debe ser renovado sin cesar. Todo lo que hay en mí, sin excepción, carece absolutamente de valor; y, entre los dones que vienen de fuera, todo aquello de lo que me apropio pierde inmediatamente su valor.  

La alegría perfecta excluye incluso el sentimiento de alegría, pues en el alma, llena por el objeto, ninguna partícula está disponible para decir «yo».
No nos imaginamos tales alegrías cuando están ausentes, así nos falta la estimulación para buscarlas.

9. DESCREACIÓN

Descreación: hacer que pase algo de lo creado a lo no creado.

Destrucción: hacer que pase algo de lo creado a la nada. Sucedáneo culpable de la descreación.

La creación es un acto de amor y es perpetua. En cada instante nuestra existencia es amor de Dios a nosotros. Pero Dios no puede amarse sino a sí mismo. Su amor a nosotros es amor a sí mismo a través de nosotros. Así, él, que nos da el ser, ama en nosotros nuestro consentimiento a no ser.

Nuestra existencia solo está hecha de su espera, de nuestro consentimiento a no existir.

Perpetuamente, nos mendiga esta existencia que nos da. Nos la da para mendigarla.

La inflexible necesidad, la miseria, el desamparo, el peso aplastante de la estrechez y del trabajo que agota, la crueldad, las torturas, la muerte violenta, la coacción, el terror, las enfermedades – todo ello es el amor divino. Es Dios que, por amor, se retira de nosotros para que podamos amarlo. Pues si estuviéramos expuestos a la radiación directa de su amor, sin la protección del espacio, del tiempo y de la materia, nos evaporaríamos como el agua al sol; no habría suficiente yo en nosotros para abandonar el yo por amor. La necesidad es la pantalla que se coloca entre Dios y nosotros para que podamos ser. Somos nosotros quienes tenemos que atravesar la pantalla para dejar de ser.

Existe una fuerza «deífuga». Si no, todo sería Dios.

Se le ha dado al hombre una divinidad imaginaria para que pueda despojarse de ella, como Cristo de su divinidad real.

Renuncia. Imitación de la renuncia de Dios en la creación. Dios renuncia – en un sentido – a serlo todo. Nosotros debemos renunciar a ser algo. Es el único bien que tenemos.

Somos toneles sin fondo en tanto no comprendemos que tenemos un fondo.

Elevación y descenso. Una mujer que se mira en un espejo y se arregla no siente la vergüenza de reducirse a ello, ese ser infinito que mira todas las cosas en un espacio pequeño. Del mismo modo, cada vez que elevamos el yo (el yo social, psicológico, etc.) tan alto como lo elevamos, nos degradamos infinitamente al reducirnos a no ser más que ello. Cuando el yo se rebaja (a menos que la energía no tienda a elevarlo en deseo), sabemos que no somos eso.

Una mujer muy hermosa que mira su imagen en el espejo puede creerse muy bien que es eso. Una mujer fea sabe que no es eso.

Todo lo que se capta por las facultades naturales es hipotético. Solo el amor sobrenatural xxx. Así, somos cocreadores.

Participamos en la creación del mundo al descrearnos a nosotros mismos.

No poseemos más que aquello a lo que renunciamos. Aquello a lo que no renunciamos se nos escapa. En este sentido, no podemos poseer algo sin pasar por Dios.

Comunión católica. Dios no solo se hizo carne una vez, se hace materia cada día para darse al hombre y ser consumido. Recíprocamente, por el cansancio, la desgracia, la muerte, el hombre se hace materia y es consumido por Dios. ¿Cómo rechazar esta reciprocidad?

Se vació de su divinidad. Debemos vaciarnos de la falsa divinidad con la que nacimos.

Una vez que se ha comprendido que no se es nada, el fin de todos los esfuerzos es convertirse en nada. Por este fin sufrimos con aceptación, por este fin actuamos, por este fin rezamos.

Dios mío, recuérdame que me convierta en nada.

Conforme me convierto en nada, Dios se ama a través de mí.

Lo que está abajo se parece a lo que está arriba. Por ello, la esclavitud es una imagen de la obediencia a Dios, la humillación una imagen de la humildad, la necesidad física una imagen del empuje de la gracia, el abandono de los santos en todo momento una imagen de la fragmentación del tiempo en los criminales y las prostitutas, etc.

A ese título, es necesario buscar lo que es más bajo, a título de imagen.

Que lo que en nosotros es bajo vaya hacia abajo a fin de que lo que es alto pueda ir hacia lo alto. Pues estamos del revés. Nacemos tales. Restablecer el orden es deshacer en nosotros la criatura.

Volver del revés lo objetivo y lo subjetivo.

Al igual, volver del revés lo positivo y lo negativo. Es ese el sentido de la filosofía de las Upanishads.

Nacemos y vivimos en sentido contrario, pues nacemos y vivimos en el pecado, que es una inversión de la jerarquía. La primera operación es volvernos del revés. La conversión.

Si el grano no muere… Debe morir para liberar la energía que lleva en él, para formarse con otras combinaciones.

Del mismo modo debemos morir para liberar la energía adherida, para poseer una energía libre, susceptible de abrazar la verdadera relación de las cosas.

La extrema dificultad que siento a menudo al ejecutar la menor acción es un favor que se me hace. Pues así, con unas acciones ordinarias y sin atraer la atención, puedo cortar las raíces del árbol. Por muy desapegados que estemos de la opinión, las acciones extraordinarias encierran un estímulo que no se les puede quitar. Este estímulo está completamente ausente de las acciones ordinarias. Encontrar una dificultad extraordinaria haciendo una acción ordinaria es un favor por el que es necesario estar agradecido. No hay que pedir que desaparezca esta dificultad; es necesario implorar la gracia de hacer uso de ella.

De un modo general, no desear la desaparición de ninguna de sus miserias, sino la gracia que las transfigura.

Los sufrimientos físicos (y las privaciones) son a menudo para los hombres valientes una prueba de resistencia y de fuerza del alma. Pero hay un uso mejor. Que no sean eso, pues, para mí. Que sean un testimonio sensible de la miseria humana. Que yo las soporte de un modo pasivo. Pase lo que pase, ¿cómo podría encontrar nunca la desgracia demasiado grande, si la mordedura de la desgracia y el rebajamiento al que condena permiten el conocimiento de la miseria humana, conocimiento que es la puerta de toda sabiduría?

Pero el placer, la felicidad, la prosperidad, si sabemos reconocer en ello lo que viene de fuera (de la casualidad, de las circunstancias, etc.), testimonian también la miseria humana. Hacer de ello también este uso. E incluso la gracia, en tanto que fenómeno sensible…

Ser nada para estar en nuestro verdadero lugar en el todo.

La renuncia exige que pasemos por angustias equivalentes a las que causaría en realidad la pérdida de todos los seres queridos y de todos los bienes, comprendidas las facultades y los logros relativos a la inteligencia y al carácter, las opiniones y las creencias sobre lo que está bien y lo que es estable, etc. Y todo ello no es necesario que nos lo quitemos nosotros mismos, sino perderlos – como Job. Pero la energía así escindida de su objeto no debe ser dilapidada en oscilaciones, degradada. La angustia debe, pues, ser más grande aún que la desgracia real, no debe ser fragmentada a lo largo del tiempo ni dirigida hacia una esperanza.

Cuando una pasión de amor va hasta la energía vegetativa, entonces tenemos casos como los de Fedra, Arnolfo, etc. “Y siento dentro que será necesario que estalle…”

Hipólito es verdaderamente más necesario en la vida de Fedra, en el sentido más literal, que el alimento.

Para que el amor de Dios penetre tan bajo, es necesario que la naturaleza haya soportado la última violencia. Job, cruz…

El amor de Fedra, de Arnolfo es impuro. Un amor que descendiera tan bajo y que fuera puro…

Llegar a ser nada hasta en el nivel vegetativo; es entonces cuando Dios se hace pan.

Si nos consideramos en un momento determinado – el instante presente, escindido del pasado y del porvenir – somos inocentes. No podemos ser en ese instante sino lo que somos: todo progreso implica una duración. Está en el orden del mundo, en ese instante, que seamos tales.

Aislar así un instante implica el perdón. Pero este aislamiento es desapego.

Solo hay dos instantes de desnudez y de pureza perfectas en la vida humana: el nacimiento y la muerte. Solo podemos adorar a Dios bajo la forma humana sin manchar la divinidad: como recién nacidos y como agonizantes.

Muerte. Estado instantáneo, sin pasado ni futuro. Indispensable para el acceso a la eternidad.

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Si encontramos la plenitud de la alegría en el pensamiento de que Dios es, es necesario encontrar la misma plenitud en el conocimiento de que nosotros mismos no somos, pues es el mismo pensamiento. Y este conocimiento solo se extiende a la sensibilidad por el sufrimiento y la muerte.

Alegría en Dios. Hay realmente alegría perfecta e infinita en Dios. Mi participación no puede añadir nada, mi no participación no puede quitarle nada a la realidad de esta alegría perfecta e infinita. Por tanto, ¿qué importancia puede tener que participe o no? Ninguna importancia.

Los que desean su salvación no creen en verdad en la realidad de la alegría de Dios.

La creencia en la inmortalidad es perjudicial porque no está en nuestro poder representarnos el alma como verdaderamente incorpórea. Así esta creencia es, de hecho, creencia en la prolongación de la vida, y nos quita el uso de la muerte.

Presencia de Dios. Eso debe entenderse de dos modos. En tanto que creador, Dios está presente en todo lo que existe, desde que ello existe. La presencia por la que Dios tiene necesidad de la cooperación de la criatura, es la presencia de Dios, no en tanto que es el Creador, sino en tanto que es el Espíritu. La primera presencia es la presencia de la creación. La segunda es la presencia de la de-creación. (El que nos ha creado sin nosotros no nos salvará sin nosotros. San Agustín)

Dios no ha podido crear escondiéndose. De otro modo solo existiría él.

La santidad debe, pues, ser escondida, incluso a la consciencia en una cierta medida. Y debe serlo en el mundo.

Ser y tener.- El hombre no tiene ser, solo tiene tener. El ser del hombre está situado detrás del telón, al lado de lo sobrenatural. Lo que puede conocer de él mismo solo es lo que le prestan las circunstancias. Yo está escondido por el yo (y por otro); está al lado de Dios, está en Dios, es Dios. Estar orgulloso es olvidar que somos Dios… El telón es la miseria humana: hay un telón incluso para Cristo.

Job. Satanás a Dios: ¿Te ama gratuitamente? Se trata del nivel del amor. ¿El amor está situado al nivel de las ovejas, de los campos de trigo, de los numerosos niños? ¿O más lejos, en la tercera dimensión, detrás? Tan profundo como sea este amor, hay un momento de ruptura en el que sucumbe, y es el momento que transforma, que arranca lo finito hacia lo infinito, que hace trascendente en el alma el amor por Dios. Es la muerte del alma. ¡Una desgracia a aquel por el que la muerte del cuerpo precede a la del alma! El alma que no está llena de amor muere de una mala muerte. ¿Por qué es necesario que una muerte tal caiga indistintamente? Es muy necesario. Es necesario que todo caiga indistintamente.

La apariencia se pega al ser y solo el dolor puede separarlos, lo uno de lo otro.

Quienquiera que tenga el ser no puede tener la apariencia. La apariencia encadena al ser.

El curso del tiempo arranca el parecer del ser y el ser del parecer, por violencia. El tiempo manifiesta que no hay eternidad.

Es necesario desarraigarse. Cortar el árbol y hacer una cruz, y enseguida llevarla todos los días.

No es necesario que yo sea, pero es aún menos necesario que seamos nosotros.

La ciudad da el sentimiento de estar en casa.

Sentirse en casa en el exilio.

Estar enraizado en la ausencia de lugar.

Desarraigarse social y vegetativamente.

Exiliarse de toda patria terrestre.

Hacerle todo eso a otro, desde fuera, es el sucedáneo de la descreación. Es producir lo irreal.

Pero desenraizándonos buscamos más lo real.

Escritos de Londres: La persona y lo sagrado

Versión abril de 2021 (durante DFMC)

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LA PERSONA Y LO SAGRADO

COLECTIVIDAD – PERSONA – IMPERSONAL – DERECHO – JUSTICIA

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“Usted no me interesa.” He aquí una frase que un hombre no puede dirigirle a otro sin cometer una crueldad y ofender a la justicia.

“Su persona no me interesa.” Esta frase puede tener lugar en una conversación afectuosa entre amigos próximos sin herir lo más delicadamente susceptible que hay en la amistad.

Lo mismo diremos sin rebajarnos: “Mi persona no cuenta”, pero no – “Yo no cuento.”

Es la prueba de que el vocabulario de la corriente de pensamiento moderno llamada personalista es erróneo. Y en este dominio, ahí donde hay un grave error de vocabulario, es difícil que no haya un grave error de pensamiento.

Hay en cada hombre algo sagrado. Pero no es su persona. Tampoco es la persona humana. Es él, este hombre, simplemente.

He ahí un transeúnte en la calle que tiene los brazos largos, los ojos azules, un espíritu por el que pasan pensamientos que ignoro, pero que quizás sean mediocres.

No es ni su persona ni la persona humana en él lo que es sagrado para mí. Es él. Él entero. Los brazos, los ojos, los pensamientos, todo. Contra nada de todo ello atentaría sin escrúpulos infinitos.

Si la persona humana fuera en él lo que es sagrado para mí, podría fácilmente sacarle los ojos. Una vez ciego, sería una persona humana, exactamente como lo era antes. No habría tocado en él a la persona humana. Solo habría destruido sus ojos.

Es imposible definir el respeto a la persona humana. No solo es imposible definirlo con palabras. Muchas nociones luminosas están en este caso. Pero esta noción no puede tampoco ser concebida; no puede ser definida, delimitada por una operación muda del pensamiento.

Tomar como regla de la moral pública una noción imposible de definir y de concebir es dar el paso a toda especie de tiranía.

La noción de derecho, lanzada al mundo en 1789, ha sido, por su insuficiencia interna, incapaz de ejercer la función que se le confiaba.

Amalgamar dos nociones insuficientes para hablar de los derechos de la persona humana no nos llevará más lejos.

¿Qué es exactamente lo que me impide sacarle los ojos a este hombre, si tengo licencia para ello y tal cosa me divierte?

Aunque sea sagrado para mí todo entero, no lo es en todos los sentidos y en todos los aspectos. No es sagrado para mí por el hecho de que sus brazos sean largos, ni porque sus ojos sean azules, ni porque sus pensamientos quizás sean mediocres. Ni, si es duque, porque sea duque. Ni, si es trapero, porque lo sea. No es nada de ello lo que retendría mi mano.

Lo que la retendría es saber que, si alguien le sacara los ojos, su alma se desgarraría con el pensamiento de que se le ha hecho mal.

Hay, desde la más tierna infancia hasta la tumba, en el fondo del corazón de todo ser humano, algo que, a pesar de toda la experiencia de los crímenes cometidos, sufridos y observados, espera invenciblemente que se le haga el bien y no el mal. Eso es lo que ante todo es sagrado en todo ser humano.

El bien es la única fuente de lo sagrado. Solo el bien y lo relativo al bien es sagrado.

Esta parte profunda, infantil del corazón que espera siempre el bien no es la que está en juego en la reivindicación. El niño que vigila celosamente si su hermano tiene un trozo de pastel un poco más grande cede a un móvil que viene de una parte mucho más superficial del alma. La palabra justicia tiene dos significados muy diferentes que se relacionan con estas dos partes del alma. Solo la primera importa.

Cada vez que en el fondo del corazón humano surge el lamento infantil que el mismo Cristo no pudo retener: “¿Por qué me hacen mal?”, hay ciertamente injusticia. Pues, si, como ocurre a menudo, eso solo es el efecto de un error, la injusticia consiste entonces en la insuficiencia de la explicación.

Los que infligen los golpes que provocan este grito ceden a móviles diferentes según los caracteres y los momentos. Algunos encuentran en ciertos momentos una voluptuosidad en ese grito. Muchos ignoran que se ha lanzado. Pues es un grito silencioso que suena solo en el secreto del corazón.

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Estos dos estados de espíritu están más cerca de lo que parece. El segundo no es sino un modo debilitado del primero. Esta ignorancia se mantiene de modo complaciente porque halaga y contiene también una voluptuosidad. No hay más límites a nuestros anhelos que las necesidades de la materia y la existencia de los demás seres humanos que nos rodean. Todo ensanchamiento imaginario de esos límites es voluptuoso, y del mismo modo hay voluptuosidad en todo lo que nos hace olvidar la realidad de los obstáculos. De ahí que las rebeliones, como la guerra y la guerra civil, que privan a las existencias humanas de su realidad, que parecen hacer de ellas marionetas, sean tan embriagantes. De ahí también que la esclavitud sea tan agradable para los dueños.

En quienes han sufrido demasiados golpes, como los esclavos, esta parte del corazón que el mal infligido nos hace gritar de sorpresa parece muerta. Pero no lo está por completo. Solo que no puede gritar. Se ha establecido en un estado de gemido sordo e ininterrumpido.

Pero incluso en quienes conservan intacto el poder del grito, este grito casi no llega a expresarse ni dentro ni fuera en palabras seguidas. La mayor parte de las veces, las palabras que tratan de traducirlo caen completamente en lo falso.

Ello es aún más inevitable si quienes la mayor parte de las veces tienen la ocasión de sentir que se les hace mal son quienes menos saben hablar. Nada es más espantoso, por ejemplo, que ver en un tribunal a un desgraciado balbucir ante un magistrado que pronuncia en lengua elegante finas bromas.

Exceptuada la inteligencia, la única facultad humana verdaderamente interesada por la libertad pública de expresión es esta parte del corazón que grita contra el mal. Pero como no sabe expresarse, la libertad es poco para ella. Es necesario, ante todo, que la educación pública sea tal, que proporcione, lo más posible, medios de expresión. Es necesario, además, un régimen para la expresión pública de las opiniones, que sea definido menos por la libertad que por una atmósfera de silencio y de atención en la que ese grito débil y torpe pueda dejarse oír. Es necesario, en fin, un sistema de instituciones que lleve, cuanto sea posible, hasta los puestos de mando a los hombres capaces y deseosos de oírlo y comprenderlo.

Está claro que un partido ocupado en la conquista o la conservación del poder gubernamental no puede distinguir en esos gritos más que ruido. Reaccionará de modo diferente según ese grito moleste al de su propia propaganda o, por el contrario, lo intensifique. Pero en ningún caso es capaz de una atención tierna y adivinadora para distinguir su significado.

Les sucede lo mismo, en un grado menor, a las organizaciones que por contagio imitan a los partidos, es decir, cuando la vida pública está dominada por la política de los partidos, por todas las organizaciones, comprendidos, por ejemplo, los sindicatos e incluso las iglesias.

Bien entendido, los partidos y las organizaciones similares son completamente extrañas a los escrúpulos de la inteligencia.

Cuando la libertad de expresión se reduce de hecho a la libertad de propaganda para las organizaciones de ese género, las únicas partes del alma humana que merecen expresarse no son libres de hacerlo. O lo son en un grado infinitesimal, apenas más que en el sistema totalitario.

Ahora bien, ese es el caso de una democracia en la que la política de los partidos regule la distribución del poder, es decir, en lo que nosotros, los franceses, hemos llamado hasta ahora democracia. Pues no conocemos otra. Es necesario, pues, inventar otra cosa.

El mismo criterio, aplicado de un modo análogo a toda institución pública, puede llevar a conclusiones igualmente manifiestas.

La persona no es quien proporciona ese criterio. El grito de dolorosa sorpresa que suscita en el fondo del alma la imposición del mal no es algo personal. No basta con acosar a la persona o a sus deseos para que brote. Brota siempre por la sensación de un contacto con la injusticia a través del dolor. Constituye siempre, entre el último de los hombres, como en Cristo, una protesta impersonal.

Se eleva también muy a menudo de los gritos de protesta personal, pero estos no tienen importancia; podemos provocarlos tanto como queramos, sin violar nada sagrado.

Lo que es sagrado, por muy lejos que esté de la persona, es lo que, en un ser humano, es impersonal. Todo lo que es impersonal en el hombre es sagrado, y solo ello.

En nuestra época, en la que los escritores y los sabios han usurpado de modo tan extraño el lugar de los sacerdotes, el público reconoce, con una complacencia que no está en modo alguno fundada en la razón, que las facultades artísticas y científicas son sagradas. Es considerada, en general, evidente, aunque esté bien lejos de serlo. Cuando creemos que debemos dar un motivo de ello, alegamos que el dominio de estas facultades está entre las formas más altas del florecimiento de la persona humana.

A menudo, en efecto, solo es eso. En ese caso, es fácil darse cuenta de lo que vale y de lo que suscita.

Suscita actitudes hacia la vida tales como esta, tan común en nuestro siglo, expresada por la horrible frase de Blake: “Más vale ahogar a un niño en su cuna, que conservar dentro un deseo no satisfecho.” O tales como la que ha hecho que nazca el concepto del acto gratuito. Suscita una ciencia en la que se reconocen todas las especies posibles de normas, de criterios y de valores, excepto la verdad.

El canto gregoriano, las iglesias romanas, la Ilíada, la invención de la geometría no han sido, entre los seres a través de los cuales esas cosas han pasado para llegar hasta nosotros, ocasiones de florecimiento.

La ciencia, el arte, la literatura, la filosofía que solo son formas de florecimiento de la persona, constituyen un dominio en el que se cumplen logros resplandecientes, gloriosos, que hacen que vivan unos nombres durante miles de años. Pero, por encima de ese dominio, muy por encima, separado de él por un abismo, hay otro en el que se sitúan las cosas de primer orden. Esas son esencialmente anónimas.

Es una casualidad que el nombre de los que han penetrado en ello se haya conservado o perdido; aun si se ha conservado, han entrado en el anonimato. Su persona ha desaparecido.

La verdad y la belleza habitan ese dominio de las cosas impersonales y anónimas. Es él el que es sagrado. El otro no lo es, o si lo es, es solo como podría serlo una mancha de color que, en un cuadro, representara una hostia.

Lo que es sagrado en la ciencia es la verdad. Lo que es sagrado en el arte es la belleza. La verdad y la belleza son impersonales. Todo ello es demasiado evidente.

Si un niño hace una suma, y se equivoca, el error lleva el sello de su persona. Si procede de un modo perfectamente correcto, su persona está ausente de toda operación.

La perfección es impersonal. La persona en nosotros es la parte en nosotros del error y del pecado. Todo el esfuerzo de los místicos ha pretendido siempre conseguir que no haya en su alma ninguna parte que diga “yo”.

Pero la parte del alma que dice “nosotros” aún es infinitamente más peligrosa.

El paso a lo impersonal no se opera sino por una atención de una cualidad rara y que solo es posible en la soledad. No solo la soledad de hecho, sino la soledad moral. No se cumple jamás en el que se piensa a sí mismo como miembro de una colectividad, como parte de un “nosotros”.

Los hombres en colectividad no tienen acceso a lo impersonal, ni siquiera bajo las formas inferiores. Un grupo de seres humanos no puede hacer siquiera una suma. Una suma se opera en un espíritu que olvida momentáneamente que existe otro espíritu.

Lo personal se opone a lo impersonal, pero hay un paso de lo uno a lo otro. No hay paso de lo colectivo a lo impersonal. Es necesario que en primer lugar una colectividad se disuelva en personas separadas para que la entrada en lo impersonal sea posible.

Solo en este sentido, la persona participa más de lo sagrado que la colectividad.

No solo la colectividad es extraña a lo sagrado, sino que ella lo pervierte al proveer de ello una falsa imitación.

El error que atribuye a la colectividad un carácter sagrado es la idolatría; es en cualquier tiempo, en cualquier país, el crimen más extendido. Aquel a cuyos ojos solo cuenta el florecimiento de la persona ha perdido completamente el sentido mismo de lo sagrado. Es difícil saber cuál de los dos errores es peor. A menudo se combinan en el mismo espíritu, en tal o cual dosis. Pero el segundo error tiene menos energía y duración que el primero.

Desde el punto de vista espiritual, la lucha entre la Alemania de 1940 y la Francia de 1940 era principalmente una lucha no entre la barbarie y la civilización, no entre el mal y el bien, sino entre el primer error y el segundo. La victoria del primero no es sorprendente; el primero es, por sí mismo, el más fuerte.

La subordinación de la persona a la colectividad no es un escándalo; es un hecho del orden de los hechos mecánicos, como la del gramo al kilogramo en una balanza. La persona, de hecho, siempre está sometida a la colectividad, comprendido incluso lo que llamamos su florecimiento.

Por ejemplo, son precisamente los artistas y los escritores más inclinados a mirar su arte como el florecimiento de su persona los que están, de hecho, más sometidos al gusto del público. Hugo no encontraba ninguna dificultad en conciliar el culto a sí mismo y su función de “eco sonoro”. Ejemplos como Wilde, Gide o los surrealistas son aún más claros. Los sabios situados en el mismo nivel son los más esclavizados por la moda, que es más poderosa aún sobre la ciencia que sobre la forma de los sombreros. La opinión colectiva de los especialistas es casi soberana sobre cada uno de ellos.

Al estar sometida la persona, de hecho y por la naturaleza de las cosas, a lo colectivo, no hay derecho natural relativo a ella.

Tenemos razón cuando se dice que la antigüedad no tenía la noción del respeto debido a la persona. Pensaba de modo muy claro para tener un concepto tan confuso.

El ser humano no escapa a lo colectivo sino elevándose por encima de lo personal para penetrar en lo impersonal. En este momento hay algo en él, una parcela de su alma, que nada colectivo puede atrapar. Si puede enraizarse en el bien impersonal, es decir, volverse capaz de sacar de él una energía, está en estado, cada vez que piense que tiene la obligación, de volverse contra cualquier colectividad, sin apoyarse en ninguna otra, una fuerza seguramente pequeña, pero real.

Hay ocasiones en las que una fuerza infinitesimal es decisiva. Una colectividad es mucho más fuerte que un hombre solo; pero toda colectividad necesita, para existir, operaciones, entre las que la suma es el ejemplo elemental, que no se realizan sino en un espíritu en estado de soledad.

Esta necesidad ofrece la posibilidad de que lo impersonal atrape lo colectivo, solo si se supiera estudiar un método para usarlo.

Cada uno de los que han penetrado en el dominio de lo impersonal encuentra en él una responsabilidad hacia todos los seres humanos. La de proteger en ellos, no a la persona, sino todo lo que la persona oculta de sus frágiles posibilidades de su paso a lo impersonal.

Es a estos, en primer lugar, a los que debe dirigirse la apelación al respeto del carácter sagrado de los seres humanos. Pues para que una apelación tal tenga existencia, es necesario que se dirija a los seres susceptibles de oírla.

Es inútil que le expliquemos a una colectividad que en cada una de las unidades que la componen hay algo que no puede violar. En principio, una colectividad no es alguien, sino de modo ficticio; no tiene existencia, a no ser abstracta; hablarle es una operación ficticia. Pues, si fuera alguien, sería alguien que solo está dispuesto a respetarse a sí mismo.

Además, el mayor peligro no es la tendencia de lo colectivo a comprimir a la persona, sino la tendencia de la persona a precipitarse, a difuminarse en lo colectivo. O quizás el primer peligro no es sino el aspecto aparente y engañoso del segundo.

Si es inútil decirle a la colectividad que la persona es sagrada, es inútil también decirle a la persona que ella misma es sagrada. No puede creerlo. No se siente sagrada. La causa que impide que la persona se sienta sagrada, es que, de hecho, no lo es.

Si hay seres cuya conciencia ofrece otro testimonio, a quienes su misma persona les da un sentimiento de lo sagrado que creen, por generalización, poder atribuírselo a toda persona, están en una doble ilusión.

Lo que sienten no es el sentimiento de lo sagrado auténtico, es esta falsa imitación que produce lo colectivo. Si lo sienten con respecto a su propia persona, es porque participa del prestigio colectivo a través de la consideración social de la que se siente sede.

Así, es por un error por lo que creen que pueden generalizar. Aunque esta generalización errónea proceda de un movimiento generoso, no puede tener bastante virtud para que a sus ojos la materia humana anónima deje de ser realmente la materia humana anónima. Pero es difícil que tengan oportunidad de darse cuenta de ello, pues no tienen contacto con ella.

En el hombre, la persona es algo desamparado, que tiene frío, que corre a buscar refugio y calor.

Eso es ignorado por aquellos entre los que ella está, aunque solo sea a la espera, cálidamente envuelta en la consideración social.

Es por ello por lo que la filosofía personalista ha nacido y se ha extendido no en los medios populares, sino entre escritores que, por profesión, poseen o esperan adquirir un nombre y una reputación.

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Las relaciones entre la colectividad y la persona deben ser establecidas con el único objeto de descartar lo que es susceptible de impedir el crecimiento y la germinación misteriosa de la parte impersonal del alma.

Para ello, es necesario, por un lado, que haya en torno a cada persona espacio, un grado de libre disposición de tiempo, posibilidades para su paso a grados de atención cada vez más elevados, soledad, silencio. Es necesario, al mismo tiempo, que reciba calor, para que el desamparo no la obligue a disolverse en lo colectivo.

Si tal es el bien, parece difícil que vayamos mucho más lejos en la línea del mal de lo que ha ido la sociedad moderna, incluso la democrática. Notablemente, una fábrica moderna no está muy lejos quizás del límite del horror. Cada ser humano está ahí continuamente acosado, apremiado por la intervención de voluntades extrañas, y al mismo tiempo el alma padece frío, desamparo y abandono. El hombre necesita silencio cálido, y se le da un tumulto helado.

El trabajo físico, aunque sea una pena, no es en sí mismo una degradación. No es arte; no es ciencia; pero es otra cosa que tiene un valor absolutamente igual al del arte y al la ciencia. Pues procura una posibilidad igual para acceder a una forma impersonal de la atención.

Sacarle los ojos a Watteau adolescente y hacer que gire una muela no habría sido un crimen mayor que el de poner en una cadena de fábrica o en una máquina de maniobra y pagarle por unidades a un niño que tiene vocación para este tipo de trabajo. Solo que esta vocación, contrariamente a la del pintor, no se puede distinguir.

Exactamente, en la misma medida en que el arte y la ciencia, aunque de un modo diferente, el trabajo físico es un cierto contacto con la realidad, la verdad, la belleza de este universo y con la sabiduría eterna que constituye su orden.

Es por ello por lo que envilecer el trabajo es un sacrilegio, en el mismo sentido en que pisar una hostia con los pies es un sacrilegio.

Si los que trabajan lo sintieran, si sintieran que por el hecho de que son víctimas, son en cierto sentido cómplices, su resistencia tendría un impulso muy diferente al que les puede proporcionar el pensamiento de su persona y de su derecho. No sería una reivindicación; sería un levantamiento del ser completo, perdido y desesperado, como en una joven a la que quieren meter a la fuerza en un prostíbulo; y eso sería al mismo tiempo un grito de esperanza que sale del fondo del corazón.

Ese sentimiento habita en ellos, pero tan inarticulado, que es indistinguible para ellos mismos. Los profesionales de la palabra son muy incapaces de proporcionarles su expresión.

Cuando se les habla de su propia suerte, se elige generalmente hablarles de salarios. Ellos, con la fatiga que los confunde y convierte todo esfuerzo de atención en dolor, acogen con alivio la claridad fácil de las cifras.

Olvidan así que el objeto con respecto al cual se regatea, quejándose de que los fuercen a entregarlo a bajo precio, de que se les niegue el justo precio, no es otra cosa que su alma.

Imaginemos que el diablo está comprando el alma de un desgraciado, y que alguien, apiadándose del desgraciado, interviene en el debate y le dice al diablo: “Es vergonzoso, por su parte, que solo ofrezca ese precio; el objeto vale al menos el doble.”

Esta farsa siniestra es la que ha jugado el movimiento obrero, con sus sindicatos, sus partidos, sus intelectuales de izquierda.

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Este espíritu de regateo estaba ya implícito en la noción de derecho que la gente de 1789 tuvo la imprudencia de poner en el centro de la apelación que quiso gritar a la cara del mundo. Era destruir la virtud por adelantado.

La noción de derecho está relacionada con la de reparto, cambio, cantidad. Tiene algo comercial. Evoca por ella misma el proceso, el alegato. El derecho se sostiene solo en un tono de reivindicación; y cuando ese tono es adoptado, es que la fuerza no está lejos, detrás de él, para confirmarlo, o sin ello es ridículo.

Hay cantidades de nociones, situadas en la misma categoría, que son completamente ajenas, por ellas mismas, a lo sobrenatural, y están, sin embargo, un poco por encima de la fuerza bruta. Todas ellas son relativas a las costumbres de la bestia colectiva, para emplear el lenguaje de Platón, cuando esta guarda algunas huellas de un adiestramiento impuesto por la operación sobrenatural de la gracia. Cuando no reciben continuamente un brote de existencia de un brote de esta operación, cuando solo son reliquias, se encuentran necesariamente sujetas al capricho de la bestia.

Las nociones de derecho, de persona, de democracia se encuentran en esta categoría. Bernanos ha tenido la valentía de observar que la democracia no opone ninguna defensa frente a los dictadores. La persona está por naturaleza sometida a la colectividad. El derecho, por naturaleza, depende de la fuerza. Las mentiras y los errores que velan esas verdades son extremadamente peligrosos, porque impiden que se recurra a lo que solo se encuentra sustraído a la fuerza y lo preserva de ella; es decir, otra fuerza, que es la radiación del espíritu. La materia pesada solo es capaz de subir contra la gravedad en las plantas, por la energía del sol que el verdor de las hojas ha captado y que obra en la savia. La gravedad y la muerte retomarán progresiva pero inexorablemente la planta privada de luz.

Entre estas mentiras se encuentra la del derecho natural, lanzado por el materialista siglo XVIII. No por Rousseau, que era un espíritu lúcido, potente, y de una inspiración verdaderamente cristiana, sino por Diderot y los medios de la Enciclopedia.

La noción de derecho nos viene de Roma, y, como todo lo que viene de la Roma antigua, que es la mujer llena de nombres de la blasfemia de la que habla el Apocalipsis, es pagana y no bautizable. Los romanos, que habían comprendido, como Hitler, que la fuerza no tiene la plenitud de la eficacia sino cuando está vestida por algunas ideas, empleaban la noción de derecho para este uso. Se presta muy bien. Se acusa a la Alemania moderna de ignorarla. Pero se ha servido de ella hasta la saciedad en sus reivindicaciones de nación proletaria. Esta, es verdad, solo les reconoce a quienes subyuga el derecho de obedecer. La Roma antigua también.

Alabar a la Roma antigua por habernos legado la noción de derecho es singularmente escandaloso. Pues si queremos examinar en ella qué era esta noción en su origen, para distinguir su especie, vemos que la propiedad era definida por el derecho de usar y abusar. Y de hecho la mayor parte de las cosas de las que todo propietario tenía el derecho de usar y abusar eran seres humanos.

Los griegos no tenían noción de derecho. No tenían palabra para expresarlo. Se contentaban con el nombre de justicia.

Es por una singular confusión por la que se ha podido asimilar la ley no escrita de Antígona al derecho natural. A los ojos de Creonte, no había absolutamente nada natural en lo que hacía Antígona. La juzgaba loca.

No somos nosotros los que podríamos decir que se equivocaba, nosotros que, en este momento, pensamos, hablamos y actuamos exactamente como él. Podemos verificarlo remitiéndonos al texto.

Antígona le dice a Creonte: “No es Zeus quien había publicado esta orden; no es la compañera de las divinidades del otro mundo, la justicia, quien ha establecido semejantes leyes entre los hombres.” Creonte intenta convencerla de que sus Órdenes eran justas; la acusa de haber ultrajado a uno de sus hermanos honrando al otro, puesto que así el mismo honor ha sido concedido al impío y al fiel, al que ha muerto tratando de destruir su propia patria y al que ha muerto para defenderla.

Ella le dice: “Sin embargo, el otro mundo pide leyes iguales.” Él objeta con buen sentido: “Pero no hay igual reparto para el bueno y para el traidor.” Ella encuentra esta respuesta absurda: “¿Quién sabe si en el otro mundo esto es legítimo?”

La observación de Creonte es perfectamente razonable: “Pero jamás un enemigo, ni incluso después de muerto, es un amigo.” Pero la pequeña simple responde: “He nacido para compartir, no el odio, sino el amor.”1

Creonte, cada vez más razonable: “Vete pues al otro mundo, y puesto que es necesario que ames, ama a los que moran allí abajo.”

En efecto, allí estaba su verdadero lugar. Pues la ley no escrita que esta joven obedecía, muy lejos de tener cualquier cosa en común con ningún derecho ni con nada natural, no era sino el amor extremo, absurdo, que ha lanzado a Cristo a la Cruz.

La justicia, compañera de las divinidades del otro mundo, prescribe este exceso de amor. Ningún derecho lo prescribiría. El derecho no tiene relación directa con el amor.

Al igual que la noción de derecho es extraña al espíritu griego, lo es también a la inspiración cristiana, ahí donde es pura, no mezclada con la herencia romana, o judía o aristotélica. No nos imaginamos a San Francisco de Asís hablando de derecho.

Si se le dice a alguien que sea capaz de oír: “Lo que me haces no es justo”, podemos impresionar y despertar, en su fuente, el espíritu de atención y de amor. No sucede lo mismo con palabras como: “Yo tengo derecho a…”, “Usted no tiene derecho a…”; estas encierran una guerra latente y despiertan un espíritu de guerra. La noción de derecho, colocada en el centro de los conflictos sociales, hace imposible en cualquier parte todo matiz de caridad.

Es imposible, cuando se hace un uso casi exclusivo de él, mantener la mirada fija en el verdadero problema. Un campesino al que un comprador, en un mercado, presiona indiscretamente para que venda los huevos a un precio moderado, puede responder muy bien: “Tengo derecho a guardar mis huevos, si no se me ofrece un precio demasiado bueno.” Pero una joven a la que están forzando a entrar en un prostíbulo no hablará de sus derechos. En esa situación, esa palabra parecería ridícula porque es insuficiente.

Es por ello por lo que el drama social, que es análogo a la segunda situación, ha aparecido de modo falso, por el uso de esta palabra, como análogo a la primera.

El uso de esta palabra ha hecho de lo que hubiera debido ser un grito lanzado desde el fondo de las entrañas, un agrio griterío de reivindicaciones, sin pureza ni eficacia.

La noción de derecho arrastra naturalmente, acto seguido, por el hecho de su misma mediocridad, la de persona, pues el derecho es relativo a las cosas personales. Está situado en este nivel.

Al añadirle a la palabra derecho la palabra persona, lo que implica el derecho de la persona a eso que llamamos florecimiento, se causaría un error aún más grave. El grito de los oprimidos descendería aún más bajo que el tono de la reivindicación, tomaría el de la envidia.

Pues la persona no florece sino cuando la infla el prestigio social; su florecimiento es un privilegio social. No se lo decimos a las muchedumbres cuando les hablamos de los derechos de la persona, les decimos lo contrario. Estas no disponen de un poder suficiente de análisis para reconocerlo claramente por sí mismas; pero lo sienten, su experiencia cotidiana les da la certeza de ello.

Esto no puede ser para ellas un motivo por el que rechazar esta consigna. En nuestra época de inteligencia oscurecida, no tenemos ninguna dificultad para reclamar para todos una parte igual de privilegios, de las cosas que son esencialmente privilegios. Es una especie de reivindicación a la vez absurda y baja; absurda, porque el privilegio por definición es desigual; baja, porque no vale la pena que lo deseemos.

Pero la categoría de los hombres que formulan las reivindicaciones y todas las cosas, que tienen el monopolio del lenguaje, es una categoría de privilegiados. No serán ellos los que digan que no vale la pena que deseemos el privilegio. No lo piensan. Pero, sobre todo, sería indecente por su parte.

Muchas verdades indispensables y que salvarían a los hombres no se dicen por una causa de este tipo; los que podrían decirlas no pueden formularlas, los que podrían formularlas no pueden decirlas. El remedio a este mal sería uno de los problemas apremiantes de una verdadera política.

En una sociedad inestable, los privilegiados tienen mala conciencia. Unos la esconden tras un aire de desafío y les dicen a las muchedumbres: “Es completamente conveniente que no tengáis los privilegios que tengo.” Otros dicen con un aire de benevolencia: “Reclamo para vosotros la misma parte de privilegios que poseo.”

La primera actitud es odiosa. A la segunda le falta sentido común.

Es también demasiado fácil.

Unos y otros aguijonean al pueblo para que corra por la senda del mal, para que se aleje de su único y verdadero bien, que no está en sus manos, pero que, en un sentido, está tan cerca de él. Él está mucho más cerca de un bien auténtico, que es fuente de belleza, de verdad, de alegría y de plenitud, que quienes le conceden su piedad. Pero al no estar en él [en el bien auténtico] y al no saber cómo ir, todo sucede como si estuviera infinitamente lejos. Los que hablan por él, los que le hablan a él, son igualmente incapaces de comprender en qué desamparo se encuentra y cómo esa plenitud de bien se encuentra casi a su alcance. Y a él le resulta indispensable ser comprendido.

La desgracia en sí misma es desarticulada. Los desgraciados suplican silenciosamente que se les proporcionen palabras para expresarse. Hay épocas en que no son atendidos. Hay otras en las que se les proporcionan palabras, pero mal elegidas, pues quienes las eligen son extraños a la desgracia que interpretan.

La mayor parte de las veces, están lejos de ella por la posición en que los han puesto las circunstancias. Pero, incluso si están cerca de ella, o han estado dentro durante un periodo de su vida, aun reciente, son, sin embargo, extraños, porque se han vuelto extraños a ella tan pronto como han podido.

Al pensamiento le repugna pensar en la desgracia tanto como a la carne viva el repugna la muerte. La ofrenda voluntaria de un ciervo que avanza paso a paso para presentarse a los dientes de una jauría es posible en el mismo grado en que un acto de atención se dirigiría a una desgracia real y completamente cercana por parte de un espíritu que tiene la facultad de sustraerse de ello.

Lo que, siendo indispensable para el bien, es imposible por naturaleza, es siempre posible sobrenaturalmente.

El bien sobrenatural no es una suerte de suplemento del bien natural, como quisieran, con la ayuda de Aristóteles, persuadirnos para nuestra mayor comodidad. Sería agradable que fuera así, pero no lo es. En todos los problemas desgarradores de la existencia humana, solo existe la elección entre el bien sobrenatural y el mal.

Poner en boca de los desgraciados palabras que pertenecen a la región mediana de los valores, tales como democracia, derecho o persona, es hacerles un presente que no es susceptible de llevarles ningún bien y que, en cambio, les haría inevitablemente mucho mal.

Estas nociones no tienen lugar en el cielo, están suspendidas en el aire, y por esta misma razón son incapaces de ocupar la tierra.

Solo la luz que cae continuamente del cielo le proporciona a un árbol la energía que hunde profundamente en la tierra las poderosas raíces. El árbol, en verdad, está enraizado en el cielo.

Solo lo que viene del cielo es susceptible de imprimir realmente una marca en la tierra.

Si se quiere armar eficazmente a los desgraciados, no hace falta que pongamos en su boca sino palabras cuyo asiento propio se encuentra en el cielo, por encima del cielo, en el otro mundo. No hay que temer que ello sea imposible. La desgracia dispone al alma para que reciba ávidamente, para que se beba todo lo que viene de ese lugar. Son los proveedores, no los consumidores, los que tienen escasez de esta suerte de productos.

El criterio para distinguir las palabras es fácil de reconocer y de emplear. Los desgraciados, sumergidos en el mal, aspiran al bien. No necesitan que les den sino palabras que expresen solo bien, bien en estado puro. La discriminación es fácil. Las palabras a las que podemos añadirles algo que designa un mal son extrañas al bien puro. Expresamos una blasfemia cuando decimos: “Coloca su persona ante todo.” La persona es, pues, extraña al bien. Podemos hablar de un abuso de la democracia. La democracia, pues, es extraña al bien. La posesión de un derecho implica la posibilidad de hacer de él un buen o mal uso. El derecho, pues, es extraño al bien. Al contrario, el cumplimiento de una obligación es siempre, en cualquier lugar, un bien. La verdad, la belleza, la justicia, la compasión son siempre, en cualquier lugar, un bien.

Basta, para estar seguros de que decimos lo necesario, que nos limitemos, cuando se trata de las aspiraciones de los desgraciados, a las palabras y a las frases que expresan siempre, en cualquier lugar, en toda circunstancia, únicamente bien.

Este es uno de los dos únicos servicios que podemos prestarles con palabras. El otro es encontrar las palabras que expresen la verdad de su desgracia; las que, a través de las circunstancias externas, hacen que sea perceptible el grito siempre lanzado en silencio: “¿Por qué me hacen mal?”

No deben contar para ello con los hombres de talento, las personalidades, las celebridades, ni siquiera con los hombres de genio en el sentido en que ordinariamente empleamos la palabra genio, cuyo uso se confunde con el de la palabra talento. No pueden contar sino con los genios de absoluto primer orden, el poeta de la Ilíada, Esquilo, Sófocles, Shakespeare tal como era cuando escribió Lear, Racine tal como era cuando escribió Fedra. Ello no forma un gran número.

Pero hay cantidad de seres humanos que, estando mal o mediocremente dotados por naturaleza, parecen infinitamente inferiores no solo a Homero, Esquilo, Sófocles, Shakespeare, Racine, sino también a Virgilio, Corneille, Hugo; y que, sin embargo, viven en el reino de los bienes impersonales en el que estos últimos no han penetrado nunca.

Un idiota de pueblo, en el sentido literal de la palabra, que ama realmente la verdad, aun cuando solo emitiera balbuceos, es por el pensamiento infinitamente superior a Aristóteles. Está infinitamente más cerca de Platón de lo que Aristóteles lo haya estado nunca. Tiene genio, en cambio a Aristóteles es la palabra talento la única que le conviene. Si un hada viniera a proponerle que cambiara su suerte por un destino análogo al de Aristóteles, su sabiduría lo invitaría a rechazarlo sin duda. Pero él no sabe nada de ello. Nadie se lo dice. Todo el mundo le dice lo contrario. Es necesario decírselo. Es necesario alentar a los idiotas, a la gente sin talento, a la gente de talento mediocre o apenas más que mediano, que tiene genio. No hay que temer que se vuelvan orgullosos. El amor a la verdad va siempre acompañado de la humildad. El genio real no es sino la verdad sobrenatural de la humildad en el dominio del pensamiento.

En lugar de alentar el florecimiento de los talentos, como se proponían en 1789, es necesario querer y abrigar con tierno respeto el crecimiento del genio; pues solo los héroes realmente puros, los santos y los genios pueden ser un auxilio para los desgraciados. Entre los dos, la gente de talento, de inteligencia, de energía, de carácter, de fuerte personalidad, se interpone como una pantalla e impide el auxilio. No es necesario hacerle ningún mal a la pantalla, solo es necesario dejarla dulcemente de lado, procurando que se percate de ello lo menos posible. Y es necesario romper la pantalla más peligrosa de lo colectivo, suprimiendo toda la parte de nuestras instituciones y de nuestras costumbres en las que habite cualquier forma de espíritu de partido. Las personalidades y los partidos nunca conceden  audiencia ni a la verdad ni a la desgracia.

Hay alianza natural entre la verdad y la desgracia, porque ambas son suplicantes mudas, eternamente condenadas a habitar sin voz ante nosotros.

Como un vagabundo, acusado en el tribunal de haber cogido una zanahoria en un campo, se mantiene de pie ante el juez, que, cómodamente sentado, elegantemente ensarta preguntas, comentarios y bromas, mientras que el otro no llega ni siquiera a balbucir; así se encuentra la verdad ante una inteligencia ocupada en exponer elegantemente opiniones.

El lenguaje, incluso en el hombre que en apariencia se calla, es siempre el que formula opiniones. La facultad natural que llamamos inteligencia es relativa a las opiniones y al lenguaje. El lenguaje enuncia las relaciones. Pero enuncia poco de ello, porque se desenvuelve en el tiempo. Si es confuso, vago, poco riguroso, sin orden, si el espíritu que lo emite o lo escucha tiene una débil capacidad para guardar un pensamiento presente en el espíritu, está vacío o casi vacío de todo contenido real de relaciones. Si es perfectamente claro, preciso, riguroso, ordenado; si se dirige a un espíritu capaz, habiendo concebido un pensamiento, de guardarlo presente mientras concibe otro, de guardarlos presentes a los dos mientras concibe otro más, y así sucesivamente; en ese caso, el lenguaje puede ser relativamente rico en relaciones. Pero como toda riqueza, esta riqueza es de una atroz miseria, comparada con la única perfección que es deseable.

Incluso poniendo las cosas del mejor modo, un espíritu encerrado en el lenguaje está en una prisión. Su límite es la cantidad de relaciones que las palabras pueden hacer presentes en su espíritu al mismo tiempo. Se queda en la ignorancia de los demás pensamientos que impliquen la combinación de un número mayor de relaciones; esos pensamientos están fuera del lenguaje, sin poder ser formulados, aunque sean perfectamente rigurosos y claros, y aunque cada una de las relaciones que los componga se pueda expresar en palabras perfectamente precisas. Así, el espíritu se mueve en un espacio cerrado de verdad parcial, que puede, además, ser más o menos grande, sin poder nunca arrojar siquiera una mirada hacia lo que está fuera.

Si un espíritu cautivo ignora su propio cautiverio, vive en el error. Si lo reconoce, aun cuando sea por una décima de segundo, y se ha apresurado a olvidarlo para no sufrir, se queda en la mentira. Los hombres de inteligencia extremadamente brillante pueden nacer, vivir y morir en el error y la mentira. En ellos, la inteligencia no es un bien ni una ventaja. La diferencia entre los hombres más o menos inteligentes es como la diferencia entre los criminales condenados a cadena perpetua cuyas celdas fueran más o menos grandes. Un hombre inteligente y orgulloso de su inteligencia se parece a un condenado que estuviera orgulloso de tener una celda grande.

Un espíritu que siente su cautividad quisiera disimularla. Pero si le horroriza la mentira no lo hará. Necesitará entonces sufrir mucho. Se dará contra el muro hasta desvanecer; se despertará, mirará el muro con temor, luego un día volverá a ello y se desvanecerá de nuevo; y así sucesivamente, sin ninguna esperanza. Un día despertará al otro lado del muro.

Puede estar aún cautivo, en un marco solo más espacioso. ¿Qué importa? Ahora posee la llave, el secreto que derriba los muros. Está más allá de lo que los hombres llaman inteligencia, ahí es donde empieza la sabiduría.

Todo espíritu prisionero del lenguaje es capaz solo de opiniones. Todo espíritu que se vuelva capaz de atrapar pensamientos inexpresables a causa de la multitud de relaciones que se combinan en ellos, aunque más rigurosos y más luminosos que lo que expresa el lenguaje más preciso, todo espíritu que llega a ese punto se queda ya en la verdad. La certeza y la fe sin sombra le pertenecen. E importa poco que haya tenido en su origen poca o mucha inteligencia, que haya estado en una celda estrecha o ancha. Lo único que importa es que al haber llegado al límite de su propia inteligencia, sea la que sea, ha pasado al otro lado. Un idiota de pueblo está tan cerca de la verdad como un niño prodigio. Al uno y al otro solo los separa de ella una muralla. No entramos en la verdad sin haber pasado a través de nuestra propia aniquilación; sin haber permanecido largo tiempo en un estado de extrema y total humillación.

Es el mismo obstáculo que se opone al conocimiento de la desgracia. Al igual que la verdad es distinta de la opinión, la desgracia es distinta del sufrimiento. La desgracia es un mecanismo que muele el alma; el hombre que está preso en ella es como un obrero atrapado entre los dientes de una máquina. No es sino algo desgarrado y sanguinolento.

El grado y la naturaleza del sufrimiento que constituyen, en sentido propio, una desgracia difieren mucho según los seres humanos. Eso depende sobre todo de la cantidad de energía vital poseída en el punto inicial y de la actitud adoptada ante el sufrimiento.

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El pensamiento humano no puede reconocer la realidad de la desgracia. Si alguien la reconoce, debe decirse: “Una combinación de circunstancias que no controlo puede quitarme cualquier cosa, en cualquier instante, comprendidas todas estas cosas que son tan mías como para poder considerarlas yo mismo. No hay nada en mí que no pueda perder. Un azar puede en cualquier momento abolir lo que soy y poner en su lugar cualquier cosa vil y despreciable.”

Pensar eso con toda el alma es probar la nada. Es el estado de extrema y total humillación, que es también la condición del paso a la verdad. Es una muerte del alma. Es por ello por lo que el espectáculo de la desgracia desnuda causa en el alma el mismo retraimiento que la proximidad de la muerte causa en la carne.

Se piensa en los muertos con piedad cuando se los evoca solo con el espíritu, o cuando se va a sus tumbas, o cuando se les ve convenientemente dispuestos en una cama. Pero la vista de ciertos cadáveres que están como arrojados en un campo de batalla, con un aspecto a la vez siniestro y grotesco, causa horror. La muerte aparece desnuda, no vestida, y la carne tiembla.

La desgracia, cuando la distancia material o moral permite que se la vea solo de un modo vago, confuso, sin distinguirla del simple sufrimiento, inspira en las almas generosas una tierna piedad. Pero cuando una combinación cualquiera de circunstancias hace que de pronto en alguna parte se revele al desnudo, siendo algo que destruye, una mutilación o una lepra del alma, temblamos y retrocedemos. Y los mismos desgraciados sienten el mismo temblor de horror ante sí mismos.

Escuchar a alguien es ponerse en su lugar mientras habla. Ponernos en el lugar de un ser cuya alma está mutilada por la desgracia o en peligro inminente de serlo, es aniquilar nuestra propia alma. Es más difícil de lo que sería un suicidio para un niño feliz de vivir. Así, no se escucha a los desgraciados. Están en el estado en que se encontraría alguien a quien se le ha cortado la lengua y que a veces olvidara su enfermedad. Sus labios se agitarían y ningún sonido llegaría a los oídos. Ellos mismos se ven rápidamente afectados por la impotencia en el uso del lenguaje, debido a la certeza de no ser oídos.

Es por ello por lo que no hay esperanza para el vagabundo de pie ante el magistrado. Si a través de sus balbuceos sale algo desgarrador, que atraviesa el alma, eso no será oído ni por el magistrado ni por los espectadores. Es un grito mudo. Y los desgraciados, entre sí, están casi siempre sordos los unos para los otros. Y cada desgraciado, bajo la coacción de la indiferencia general, intenta, por la mentira o por la inconsciencia, volverse sordo para sí mismo.

Sola la operación sobrenatural de la gracia hace que un alma pase a través de su propia aniquilación hasta el lugar donde se toma esa especie de atención que, sola, permite estar atentos a la verdad y a la desgracia. Es la misma para los dos objetos. Es una atención intensa, pura, sin móvil, gratuita, generosa. Y esta atención es amor.

Puesto que la desgracia y la verdad necesitan, para ser escuchadas, la misma atención, el espíritu de justicia y el espíritu de verdad son uno solo. El espíritu de justicia y de verdad no es sino una cierta especie de atención, que es puro amor.

Por una disposición eterna de la Providencia, todo lo que un hombre produce en todo dominio, cuando el espíritu de justicia y de verdad lo domina, está revestido del resplandor de la belleza.

La belleza es el misterio supremo de aquí abajo. Es un resplandor que solicita la atención, pero no le proporciona ningún móvil para durar. La belleza promete siempre y nunca da nada; suscita hambre, pero en ella no hay alimento para la parte del alma que aquí abajo trata de saciarse; solo tiene alimento para la parte del alma que mira. Suscita deseo, y claramente hace sentir que en ella no hay nada que desear, pues queremos ante todo que nada de ella cambie. Si no buscamos recursos para salir del tormento delicioso que nos inflige, el deseo se transforma poco a poco en amor, y se forma un germen de la facultad de atención gratuita y pura.

La desgracia es tan repugnante como soberanamente hermosa es la expresión verdadera de la desgracia. Podemos dar como ejemplos, incluso en los siglos recientes, Fedra, La escuela de las mujeres, Lear, los poemas de Villon, pero sobre todo las tragedias de Esquilo y de Sófocles; y más aún, la Ilíada, el Libro de Job, ciertos poemas populares; y más aún, los relatos de la Pasión en los Evangelios. El resplandor de la belleza se esparce sobre la desgracia por la luz del espíritu de justicia y de amor, y solo este espíritu le permite a un pensamiento humano que mire y reproduzca la desgracia tal como es.

También cada vez que un fragmento de verdad inexpresable pasa a unas palabras que, sin poder contener la verdad que las ha inspirado, tienen con ella una correspondencia tan perfecta por su disposición, que le proporcionan un soporte a todo espíritu deseoso de encontrarla, cada vez que ello sucede así, un resplandor de belleza se esparce sobre las palabras.

Todo lo que procede del amor puro está iluminado por el resplandor de la belleza.

La belleza es perceptible, aunque esté muy confusamente mezclada con muchas falsas imitaciones, en el interior de la celda en que todo pensamiento humano está en principio prisionero. La verdad y la justicia del que tiene cortada la lengua no pueden esperar más auxilio que el suyo. No tiene ya lenguaje; no habla; no dice nada. Pero tiene una voz para llamar. Como un perro ladra para alertar a la gente, junto a su dueño que yace inanimado en la nieve.

Justicia, verdad, belleza son hermanas y aliadas. Con tres palabras tan hermosas no hay necesidad de buscar otras.

La justicia consiste en velar para que no se les haga mal a los hombres. Se le hace mal a un ser humano cuando grita interiormente: “¿Por qué me hacen mal?” Este se engaña a menudo cuando trata de analizar qué mal sufre, quién se lo inflige, por qué se lo inflige. Pero el grito es infalible.

El otro grito tan a menudo oído: “¿Por qué tiene el otro más que yo?” se refiere al derecho. Es necesario aprender a distinguir los dos gritos, y hacer que calle el segundo cuanto se pueda, con la menor brutalidad posible, ayudándose de un código, de tribunales ordinarios y de la policía. Para formar a los espíritus capaces de resolver los problemas situados en ese dominio, la facultad de derecho basta.

Pero el grito: “¿Por qué me hacen mal?” plantea problemas muy diferentes, para los que es indispensable el espíritu de la verdad, de la justicia y del amor.

A toda alma humana sube continuamente el ruego de que no se le haga mal. El texto del Pater dirige esta pregunta a Dios. Pero Dios no tiene el poder de preservar del mal sino a la parte eterna de un alma que ha entrado en contacto real y directo con él. El resto del alma, y toda el alma entera de quien no ha recibido la gracia del contacto real y directo con Dios, es abandonada a los anhelos de los hombres y al azar de las circunstancias.

Así, es a los hombres a los que les corresponde velar para que no se les haga mal a los hombres.

Aquel al que se le hace mal se impregna de mal, no solo de dolor, de sufrimiento, sino del mismo horror al mal. Al igual que los hombres tienen el poder de transmitirse el bien los unos a los otros, también tienen el poder de transmitirse el mal. Podemos transmitirle el mal a un ser humano halagándolo, proporcionándole bienestar, placeres; pero la mayor parte de las veces los hombres les transmiten el mal a los hombres haciéndoles mal.

La sabiduría eterna, sin embargo, no deja al alma humana enteramente a la merced del azar de los sucesos y del anhelo de los hombres. El mal infligido desde fuera a un ser humano bajo la forma de herida exaspera el deseo del bien y suscita así automáticamente la posibilidad de un remedio. Cuando la herida ha penetrado profundamente, el bien deseado es el bien perfectamente puro. La parte del alma que pregunta: “¿Por qué me hacen mal?” es la parte profunda que en todo ser humano, incluso en el más mancillado, permanece desde la primera infancia perfectamente intacta y perfectamente inocente.

Preservar la justicia, proteger a los hombres de todo mal, es en primer lugar impedir que se les haga mal. Para los que han hecho mal, se trata de borrar las consecuencias materiales, poner a las víctimas en una situación en que la herida, si no es muy profunda, se cure naturalmente por el bienestar. Pero para aquellos a quienes la herida les ha desgarrado toda el alma, se trata, además y ante todo, de calmar su sed dándole a beber el bien perfectamente puro.

Puede haber ahí obligación de infligir el mal para suscitar esta sed a fin de colmarla. Es en ello en lo que consiste el castigo. Los que se han vuelto extraños al bien hasta el punto de intentar esparcir el mal a su alrededor no pueden ser reintegrados al bien sino por la imposición del mal. Es necesario infligírselo hasta que se despierte en el fondo de ellos mismos la voz perfectamente inocente que dice con asombro: «¿Por qué me hacen mal?” Esta parte inocente del alma del criminal, es necesario que reciba el alimento y que crezca, hasta que se constituya ella misma en tribunal en el interior del alma, para que juzgue los crímenes pasados, para que los condene, y a continuación, con el auxilio de la gracia, para que los perdone. La operación del castigo ha acabado entonces; el culpable se ha reintegrado al bien, y debe ser pública y solemnemente reintegrado a la ciudad.

El castigo no es sino eso. Incluso la pena capital, aunque excluya la reintegración a la ciudad en el sentido literal, no debe ser otra cosa. El castigo es solo un procedimiento para proporcionarles bien a los hombres que no lo desean; el arte de castigar es el arte de despertar en los criminales el deseo del bien puro a través del dolor o incluso de la muerte.

Pero nosotros hemos perdido por completo incluso la noción de castigo. Ya no sabemos que consiste en proporcionar bien. Para nosotros se detiene en la imposición del mal. Es por ello por lo que hay una cosa y solo una en la sociedad moderna más repugnante aún que el crimen, y es la justicia represiva.

Hacer de la idea de justicia represiva el móvil central en el esfuerzo de la guerra y de la rebelión es más peligroso de lo que nadie pueda imaginar. Es necesario usar el miedo para disminuir la actividad criminal de los cobardes; pero es más horrible hacer de la justicia represiva, tal como la concebimos hoy en nuestra ignorancia, el móvil de los héroes.

Cada vez que un hombre de hoy habla de castigo, de punición, de retribución, de justicia en el sentido punitivo, se trata solo de la más baja venganza.

A ese tesoro de sufrimiento y de muerte violenta, que Cristo ha tomado para él y que ofrece tan a menudo a los que ama, le hacemos tan poco caso, que se lo arrojamos a los seres más viles a nuestros ojos, sabiendo que ellos no harán de eso ningún uso, y no teniendo la intención de ayudarlos a que encuentren su uso.

A los criminales, el verdadero castigo; a los desgraciados a los que la desgracia ha mordido hasta el fondo del alma, una ayuda capaz de llevarlos a apagar su sed en las fuentes sobrenaturales; a todos los seres, un poco de bienestar, mucha belleza, y la protección contra los que les harían mal; por todos lados la limitación rigurosa del tumulto de las mentiras, de las propagandas y de las opiniones; el establecimiento de un silencio en que la verdad pueda germinar y madurar; es eso lo que les debemos a los hombres.

Para asegurarles eso a los hombres, solo podemos contar con los seres que han pasado al otro lado de un cierto límite. Se dirá que son demasiado poco numerosos. Son probablemente raros; sin embargo, no podemos contarlos; la mayor parte está escondida. El bien puro no lo envía el cielo aquí abajo sino en una cantidad imperceptible, sea a cada alma, sea a la sociedad. “El grano de mostaza es el más pequeño de los granos.” Proserpina solo se comió un grano de granada. Una perla hundida en el fondo de un campo no es visible. No se nota la levadura mezclada con la masa.

Pero al igual que operan en las reacciones químicas los catalizadores o las bacterias, de las que la levadura es un ejemplo, en las cosas humanas los granos imperceptibles de bien puro operan de un modo decisivo por su sola presencia, si se ponen donde es necesario.

¿Cómo ponerlos donde es necesario?

Mucho se cumpliría si entre quienes tienen el cargo de mostrarle al público cosas dignas de ser alabadas, admiradas, esperadas, buscadas, algunos al menos decidieran en su corazón ignorar, absolutamente y sin excepción, todo lo que no es el bien puro, la perfección, la verdad, la justicia, el amor.

Más se haría si la mayor parte de los que ocupan hoy parcelas de autoridad espiritual sintieran la obligación de proponer a las aspiraciones de los hombres solo el bien real y perfectamente puro.

Cuando se habla del poder de las palabras se trata siempre de un poder de ilusión y de error. Pero, por el efecto de una disposición providencial, hay ciertas palabras que, si se hace buen uso de ellas, tienen en sí mismas la virtud de iluminar y levantar hacia el bien. Son las palabras a las que les corresponde una perfección absoluta e inasible por nosotros. La virtud de iluminación y de tracción hacia lo alto reside en esas mismas palabras, en esas palabras como tales, no en un concepto. Pues hacer buen uso de ellas es, ante todo, no hacer que les corresponda ningún concepto. Lo que expresan es inconcebible.

Dios y verdad forman parte de tales palabras. También justicia, amor, bien.

Es peligroso usar tales palabras. Su uso es una ordalía. Para hacer un uso legítimo de ellas, es necesario a la vez no encerrarlas en ninguna concepción humana y unirles concepciones y acciones directa y exclusivamente inspiradas por su luz. De otro modo, son rápidamente reconocidas por todos como si fueran mentira.

Estas son compañeros incómodos. Palabras como derecho, democracia y persona son más cómodas. A ese título son naturalmente preferibles a los ojos de quienes, incluso con buenas intenciones, han asumido funciones públicas. Las funciones públicas no tienen más significado que la posibilidad de hacerles bien a los hombres, y quienes las asumen con buena intención quieren esparcir el bien sobre sus contemporáneos; pero cometen, generalmente, el error de creer que ellos mismos podrán primero comprarlo a bajo precio.

Las palabras de la región media, derecho, democracia, persona son de buen uso en su región, la de las instituciones medias. La inspiración de la que proceden todas las instituciones, de la cual ellas son como su proyección, reclama otro lenguaje.

La subordinación de la persona a lo colectivo está en la naturaleza de las cosas, como la del gramo en la del kilogramo en una balanza. Pero una balanza puede ser tal que el kilogramo ceda al gramo. Basta con que uno de los brazos sea más de mil veces más largo que el otro. La ley del equilibrio la lleva soberanamente a las desigualdades de peso. Pero nunca el peso inferior vencerá al peso superior sin una relación entre ellos en que haya cristalizado la ley del equilibrio.

De igual modo, la persona no puede ser protegida contra lo colectivo, ni la democracia puede ser asegurada, sino por una cristalización en la vida pública del bien superior, que es impersonal y sin relación con ninguna forma política.

La palabra persona, es verdad, es a menudo aplicada a Dios. Pero en el pasaje en que Cristo les propone al mismo Dios a los hombres como modelo de una perfección que se les ordena que cumplan, no lo une solo a la imagen de una persona, sino sobre todo a la de un orden impersonal: “Haceos el hijo de vuestro padre, el de los cielos, en tanto que hace que su cielo se levante sobre los malos y los buenos y que su lluvia caiga sobre los justos y los injustos.”

Este orden impersonal y divino del universo tiene como imagen entre nosotros la justicia, la verdad, la belleza. Nada inferior a estas cosas es digno de servir de inspiración a los hombres que aceptan morir.

Por encima de las instituciones destinadas a proteger el derecho, las personas, las libertades democráticas, hay que inventar otras destinadas a discernir y a abolir todo lo que, en la vida contemporánea, aplasta las almas bajo la injusticia, la mentira y la fealdad.

Es necesario inventarlas, pues son desconocidas, y es imposible dudar de que son indispensables.

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1 ούτοι συνέχθειν, αλλά συμφιλειν έφυν.  Copio estas palabras de Antígona – que me ha ofrecido Rosario Carrillo Donaire – dado que, junto con las restantes palabras que ella le dirige a Creonte, son una síntesis del mensaje de este libro de Simone Weil: la justicia (cualidad transpersonal – «impersonal» – del ser), y no el derecho, es la que escucha la desgracia.

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