Página dedicada a mi madre, julio de 2020

Traducción

Preludio y fugas

Versión 2005

Texto original –  Saba. Tutte le poesie, Arnoldo MONDADORI, 20016, pp. 367-369,
371-373, 392-393, 395-397 – y versión española publicados con la autorización
de los herederos de Umberto Saba y la licencia de la editorial EINAUDI.

A Angela Medau, Alessandra Piras y Lina Deplano, mis compañeras del Liceo Pitagora, Selargius.

 

Textos: Preludio, Fugas I, III, IV, IX y XI

      

                    PRELUDIO

¡Oh, volved a mí, voces de otro tiempo,
queridas voces discordes!
¿Quién sabe si en dulcísimos acordes
no os haré sonar de nuevo?

La aurora
está lejos de mí, la noche viene.
Pocas horas serenas
me concede el dolor, mío y de cuantos
seres me rodean.
¡Oh, volved a mí,
voces casi olvidadas!

Quizá sea la última vez que en un corazón
– en el mío – os perseguís.
Como mi gente me ha dado dos vidas
y de fundirlas en una fui capaz,

en paz
os reunís en los últimos acordes,
voces en vano discordes.
La luz y la sombra, la alegría y el dolor
en vosotras se aman.
¡Oh, volved a nosotros
queridas voces de otro tiempo!

          PRIMERA FUGA
              (a dos voces)

La vida, mi vida, tiene la tristeza
de la negra tienda de carbón
que veo aún en esta calle. Yo veo,
más allá de sus puertas abiertas, el cielo
azul y el mar con las antenas. Negrura,
como ahí dentro, hay en mí; el corazón
del hombre es un antro de castigo. Es hermoso
el cielo en la mañana, es hermoso
el mar que lo refleja, y es hermoso también
mi corazón: un espejo de todos los corazones
que viven. Si miro en el mío, o fuera
de él, no veo sino desesperación,
tinieblas, deseo de morir,
a lo que el espanto por lo desconocido
se enfrenta quitándole toda la dulzura
que comportaría. Las hojas
muertas no me asustan, y en los hombres
pienso como en hojas. Hoy tus ojos,
desde la negra tienda de carbón,
ven el cielo y el mar, por contraste,
más luminosos: piensa que mañana
estarán cerrados. Otros se abrirán,
semejantes a los míos, a los tuyos. La vida,
tu vida querida, es un largo error,
(breve, dorado, ¡casi una ilusión!)
y tú lo expías duramente. Como en mí,
en estos otros lo expío: personas,
mansos animales cansados; alrededor
vayan por placer o al trabajo, estoy
en ellos, y ellos en mí y en el día
que nos revela. ¿Alimentarte puedes
aún de fábulas? Yo sufro; mi dolor,
solo él, existe. ¿Y no un poco del azul
del cielo, y el mar hoy tan unido, y en el mar
las antiguas velas y los barcos atracados,
y la negra tienda de carbón,
que el cuadro, como por azar, enmarca
estupendamente, y aquellas cosas más suaves
que en ti, por contraste con el dolor,
sientes – encendidas delicias -, y que no dices?
Demasiado temo perderlas; felices
llamo por esto a los no nacidos. Los no nacidos
no son, los muertos no son, solo existe
la vida viva eternamente; el mal
que pasa y el bien que queda. Mi bien
pasó, como mi mal, pero más deprisa
pasó; de él nada me queda. Calla,
cosas impías no digas. También tú calla,
voz que naciste de la mía, voz
de otro tiempo serena; si puedes, calla;
deja que mi vida se parezca
– oscura cosa que oprime – a aquella negra
cúpula, bajo la que un hombre se sienta,
hasta el final del día, y no ve
el mar azul – ¡oh, cuánta dulzura
sentías al hablar! – y el cielo que tiene encima.

                 TERCERA FUGA
                     (a dos voces)

Me elevo como en un jardín ameno
el agua que brota;
que en un tiempo, en un tiempo más sereno,
me gustó.

El sol juega entre las gotas, y el viento
las esparce en torno;
mas fue el placer, el placer ya apagado
de un día.

Florezco como en el verde abril un prado
junto a un arroyo.
Quien sabe que el mundo es solo un velado
matadero,

¿cómo puede alegrarse en prados verdes
en el breve abril?
Si tú te pierdes en un ciego dolor,
y vil,

por ti me vestiré con trajes negros,
y estaré triste.
Mi tristeza no hará en tu perjuicio
conquistas.

Escucha, Eco gentil, la verdad escucha
que viene detrás,
que viene dentro de todo pensamiento mío
más sombrío.

Yo sé que la vida, más allá del dolor,

es más que un bien.
Las angustias, entonces, el furor, las penas
diré;

pues soy tu Eco, y el secreto
de tu paz está en mí.
De tu pensamiento te repito
cuanto callas.

 

 

 

               CUARTA FUGA
                 (a dos voces)

Bajo el techo azul hay una sala
maravillosa para quienes vivimos el mundo.
Mirándola, en los corazones, la esperanza
y la fe renacen. Desde una profunda

cárcel escucho. Todo brilla en ella,
nuevo y antiguo: cada vida prosigue
alegre su camino, y a otra cosa no atiende
que a ser cual se te muestra. El destino

fue ciego y sordo: yo en una celda
me encerré, en la que uno a otro tortura
con odio y con desprecio. ¿Y quién te impide
salir de ella?, ¿quién, gozar con nosotros la clara

luz del día? Oh, tú, que muy bien sabes
formarte del mundo una hermosa visión,
¿te ha dolido tu mismo ser? ¡Oh, mucho,
oh, más de cuanto es imaginable!

           NOVENA FUGA
              (a dos voces)

Cielo que brilla tras el huracán
más terso;
niño que encuentra la materna mano,
que erraba perdido;

así me vuelvo, si de mí el dolor
apartan;
y la felicidad a tu corazón vuelve
y a tu rostro.

Mas queda en mí, como una sombra, un triste
cuidado.
Aun eso, créeme, aun eso, como todo
es pasajero.

No, que en mí podrá solo con la muerte
pasar;
así deberías tu humana suerte
amar aún más.

¿Los efímeros somos, y somos quienes
reciben
mayor gracia? Un beso mío te selle
ahora la boca.

¿Adónde, que más besos no me dabas,
huiste?
¿No soy la que en un tiempo tú amabas,
la cálida vida?

que más huye de quien más desesperado
la ama;
que en el pecho su garra te ha hundido
más lacerante;

que, en mí, sensualidad, amor ardiente
prodiga;
y si te quejas, ¡oh cuán dulcemente
el Eco responde!

                 UNDÉCIMA FUGA
                       (a dos voces)

La vida,
pues para mí se inclina ya a su ocaso,
ya listo
para la dicha halla mi pie danzante.
¿Desde qué abismos me ve ahora el cielo?
¿O quizá me sonríe un nuevo, antiguo
afecto?

Amaron
otros el día; nosotros, la afligida tarde.
Se vuelve mi alma, por ella, como fue
un tiempo.

De un tiempo
a las lágrimas vuelvo, y a la sonrisa.
¿He matado
quizá el triste cuidado que me fue funesto
tan largamente? ¡Ay de mí!, ¿solo esto
me induce a amar tan dulcemente
la vida?

Cantar
debo entonces un himno a la victoria;
otros, ceñir en tu cabeza la corona
de gloria.

Si quieres
quitarme de golpe la dicha lograda,
que muera
en ti mi canto apenas empezado,
me habla de gloria a mí, de su pena.
El precio con que a gritos nos venden
bien lo sabes;

y nunca
más sabia te juzgué antes, y avisada.
Esconderte en ti misma: esa es otra 
de tus gracias.

Saciada
no me sentiré de oír mis alabanzas,
si me oyes
tú, si eres tú quien me respondes. En vano
nos uniríamos al gentío; todo humano
desdén se dirigiría contra nosotros,
hermana.

Hermosa
es nuestra soledad. Mas siento
que ella evoca las ajenas desventuras
más grandes.

Expandes
piedad materna en cada acento tuyo,
que extinto
no recae en la nada. Aquí te escucho;
¿qué te puede importar el resto? Una
somos en cuerpo y alma, una en la otra
felices;

nacidas
una en la otra de nuevo. Y nuestro amor
hondo es la gracia que solas le hicimos
al mundo.

Quién quiso
esto no lo sé, pero una fuerza fatal
el mal
siempre al bien dirige. Mas baste
lo dicho; al íntimo júbilo
vuelva el canto, que quizá la noche
se acerque.

Celeste
está aún la bóveda del cielo, mas el oro
de las nubes ya muestra los fulgores
supremos.

Tú tiemblas
ante esa imagen nuestra. Por cuanto
fue el llanto
que en el pasado vertimos, que verter
deberemos aún, amemos más
la dicha fugitiva y nuestro eterno
afecto.

Amaron
otros el día; nosotros, la afligida tarde.
Nos fue el otoño y no la primavera
propicio.

Propicio
más que el verano largo y encendido.
¿Ingratas
seremos, pues, con la vida? ¿Y el rostro
donde con el llanto lucha la sonrisa
no quieres que por última vez a ella
volvamos?

Guardemos
de este instante el recuerdo, hermana.
Nos haría menos atroz el mal, más hermosa
la muerte.

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