Página dedicada a mi madre, julio de 2020

Traducción

Tíbet

Versión junio-agosto de 2022

NOTA DE INTRODUCCIÓN. Este poemario, en el que Victor Segalen trabajó entre 1917 y 1918, se publicó íntegro en Mercure de France en 1979, a los sesenta años de su muerte. Posteriormente, se publicó en Odes. Thibet, Gallimard, 1986 y Œuvres, Gallimard, Biblithéque de la Pléiade, 2020.
El autor no dejó una redacción definitiva de las secuencias que componen el libro, sino varias versiones, algunas de ellas sin enumerar; por ello, las ediciones citadas presentan variantes que afectan al propio texto y a la disposición de las mismas.
El poemario consta, en las ediciones de 1979 y 1986, de cincuenta y ocho secuencias distribuidas en tres secciones: To-Bod (I-XXI), Lhasa (XXII-XLVII) y Po-Youl (LXVIII-LVIII). Cada poema se compone, en general, de nueve dísticos formados por un extenso verso irregular y un eneasílabo. 

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TO-BOD

I

Alas… No. El vuelo alado nada tiene que hacer en las cumbres de las cimas
A las que no llevan juegos de huracanes.
No es ya con ligero temblor como se doma aquí esta rima.
Sino que hendiendo la roca a mi paso,
Con derecho de vida, con gusto de muerte, despreciando la llanura marina,
Con pie duro abordo tu colina,
¡Bod, oh, To-Bod, oh, TÍBET!, atril del mundo que canta,
En ti me permito este poema ferviente.
Que no vaya «como el pájaro que se nutre de arroz y granos»
– Buitre que retuerce el broche del verso,
O el esfuerzo enderezado por millones de tiempos de aliento,
Pico nuevo en el hielo de los inviernos.
Y dejando que el hombre se distraiga con el verbo que suena en su boca,
Ahogado bajo oleaje de languidez,
Que yo pueda, a golpe de riñones, escandir en tu grandeza
Este himno agitado, este don salvaje,
Tributo de impulso que te escala, ¡a Ti, la más alta de las regiones!
– Mi corazón, ¡que golpee cada palabra!

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II

Entonces, que mi canto no siga en su muy común medida
Vanos juegos de palabras trabadas.
Que el ritmo se haga salto y, quebrando el viejo albergue,
Camine a la cima de cielos estrellados.
¿Y qué celebrante celebrado, asiduo de los viejos lugares litúrgicos,
Profeta en gran mal del porvenir,
Qué recitante disciplinado o conductor de impulsos báquicos,
No jadearía en tu escalada?
O bien este encerrado, – ¡el loco! – sudando tinta en su morada
Se asusta ante tu inmenso horla.1
No opongáis el terrón al monte: el Horeb2 al Tonante de Sicilia,
El Olimpo pequeño al Dokerla.3
Sino que en las copas de tus grupas, por las rimas de tus cimas, las troneras
Dilatadas en tus brotes sinclinales,
Y por las laisses de tus cadenas, por las cadencias de avalanchas
De los cortejos de tus series blancas,
Es preciso: que, – mágico en el mundo raro del que eres techo, –
El Himno se funde solo en ti.

1. horla: fantasma protagonista del cuento homónimo de Maupassant.
2. Horeb: otro nombre del monte Sinaí.
3. Dokerla: montaña sagrada del Tíbet.

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III

Incluso si muero buceando en el mar salobre, de mal sabor,
O nadando agotado en la llanura,
O de tibia muerte en mi inmóvil lecho muy dulce,
Nada descuidaré mi aliento,
Ardiente, – grito de llamada, – el recuerdo con voz de bronce
De tu primer gesto soberano.
Tíbet, de un salto surgiste ante mí, – el mundo cambiado, – virgen enorme
Más allá de los montes de mi deseo;
Sosteniendo el Cielo-Océano con tu promontorio sin norma,
Rajá de gigantesco yacer.
El espacio se ha endurecido; el peso cae; el agua se hace lucha agitada;
Aquí, todo resbala de tu altura;
Y el agua y el espacio y el peso y no sé qué espanto
Desciende, majestuoso, en Tus rebaños:
¡Estos hombres! ¡Estos toros envueltos! Corneándome con dos arcos, –                      [empuñándome con dos manos,
A mí, intruso y proscrito desde la linde;
Estos gigantes granates y grandes, rostros santos, andares atrevidos,
¡Estos bucráneos vivos y rugientes!

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IV

Alabado seas, Tíbet inhumano, por esta frente cubierta de glaciares;
(Ahí no veo insólitos rostros…)
– Balbucientes hocicos de mis yaks, testuces de mis caballos de acero, –
(Ahí no veo insólitos rostros…)
Por tu blasón sin trazos ni tinta, por tu figura de icoglán
(Ahí no veo insólitos rostros:)
Quiero decir aquí: visión súbita de esta Otra, del otro clan,
¡De Ellas, en sus mágicos espejismos!
Larvas dulces de espanto o fantasmas viciosos
Quiero decir, aquí, estos Paisajes
Vivos: dos cejas, y una frente, mejillas amantes, y ojos
Tan graves con esta mirada de tormenta;
Estos pozos asustados de verse; y esta fuente de dioses:
La boca con sus poderes de rabia.
Medio agitada medio muda, y bebida o bebiendo a su gusto,

Todo el Ser en horizontes de naufragio;
En la rutina de nuestros días verdaderos, muy radiante en sus estragos
¡Sin dejarse integrar nunca!

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V

¡Tierra! ¡Tierra! Encumbramiento del Continente más que él mismo
Rey, – coronándose en tu poder.
A través de él, los vasallos van y vienen, agitada diadema,
Llevando el tributo de sus haberes.
Los que se lanzan en pies con pezuñas con garras de demonios;
Las jóvenes que caminan con salto libre;
Y estas largas serpientes de tus aguas, nacidas del más puro surtidor de tus                     [montes:
¡Grandes ríos que buscan su equilibrio!
A través de gargantas y declives saltando, rodando, fluyendo, babeando,
Llevan su curso a la desembocadura,
La piscina final disuelta en su balanceo decepcionante:
El mar, hidrópico babeo;
El mar sin montes, el mar sin frente, la cuba de tedio gris plomizo
Que danza como oso en sus mareas;
¡Prodigio!, ¡helo aquí, – trepando a tus pies – por ti erguido,
El mar peregrino en tu aplomo!
Se curva, está en camino en su esclavitud efélida
Hacia ti, ¡vehemente en lo sólido!

VI

Por el viaje de la vida en caravana personal,
Exploradora del tiempo blanco;
Por las etapas y el albergue en esta aventura carnal;
Por los retozos más abrumadores,
Están estos abandonados, arrojados en las horas eternas…
Instantes de un éxtasis sin remordimientos.
– He visto mejor y con mis ojos visto cincuenta grandes yaks de ojos                                    [muertos,
Peñascos resecos que el agua abreva;
Bloques siniestros y frutos del frío cogidos en el abrazo de la suerte,
Cincuenta incrustados dentro del Río.
Al querer atravesarlo los atraparon antes del puerto;
¡Hermosas cabezas de grandes cuernos!
Cincuenta hocicos disecados y llenos de vacío y huecos de muerte…
Pero más espantoso por siniestro,
He contemplado con mis ojos muy trémulos por una ruda duda
Este monje helado, bloque irascible,
Ahí desamparado por su grupo antes de la agonía imposible:
– He visto al hombre vivo preso en el hielo.1

1. En esta secuencia se recrea un episodio contado por el padre Huc en Souvenirs d´un voyage dans la Tartarie.

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VII

¿Qué hombre habría esculpido este esfuerzo? ¿Qué ser-dios habría esbozado
Este cuerpo innumerable y sin figura?
– Ahí están todos, tallando, puliendo y tragando en sus envergaduras
La superabundancia del bloque muy retocado.
Estos buenos alfareros que vuelven y vuelven sus lindos dioses como vasijas,
Niños balbucientes con sus manos grises,
Colando sin reír una máscara en llanto y bajo el perfil de un cómplice,
Rehaciendo siempre la forma aprendida;
Necios artesanos que solo se atreven a imitar al vividor:
No trabajan sobre ellos mismos;
– Pero tú, Tíbet, te has moldeado, elevado en lo más fuerte de ti mismo,
Héroe excavador y emocionante:
No alfarero, sino poeta; y no artesano, sino poema,
No desde fuera, sino desde dentro;
Dios estatuario y dios surgido, cincel y fuego y roca ardiente,
Hiciste tu medalla planetaria,
Tu propia obra maestra erigida a tu divisa que escala:
«Montañas, escultura de la tierra.»

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VIII

Todo el pueblo se ha levantado, alegre, presa de la aventura:
Van divisando el espacio amigo
Con la cabeza erguida sobre el cielo hollado por su desenvoltura
¡Caminan – y yo – hacia el Monte Omi!1
Han adornado sus hermosas ropas, matadas de nuevo, con azalea
Que celebra la mayor ida.
Huelen a bestia cocida, me olfatean saltando,
Sin ver – miro a estos viandantes.
Leves y alegres y parlanchines, hombres-rojos, mujeres-turquesa
Sus piernas, vivas reinas del salto…
Sus colgantes ondulando con un aspecto tan cortés
¡Estos aires de soberanos vagabundos!
– ¡Oh, Muchacha que has volado tan pronto!, ¡Oh, peregrina acorazada,
Esperanza de una etapa agotada!
Gacela fuerte de arneses azules – ¡ah! no es esta mirada de impulso,
Ni celo o incluso abrazo místico…
Te lo ruego, oh, caminante implorada: ¡ayúdame! ¡Ante tu impulso
Subir con este gran paso elástico!

1. Monte Omi: Otro nombre del monte Emei, montaña sagrada del budismo, situada en la región de Sichuan, China, cercana al Tíbet.

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IX

En el rumor y la niebla gris, en la vergüenza algodonada, terrosa y sórdida
Invoco tu inmenso adorno,
Colgantes de bello metal y de piedras hechas por ti,
Cubriendo el seno de tu peregrina,
Muchacha acorazada de plata, corona engalanada, diadema y abrigo                                   [engastado
Tíbet, diosa hecha cabujón,
Te evalúo y te río tal comerciante de Ladakh babeando en su presa brillante,
Pero más avaramente que él,
Sujeto con las dos [manos] mis riquezas: tus metales y tus piedras… tus                               [montes y lagos y rocas…
Que ya nunca más
Podamos pensar en ti ni pronunciar el grito «¡Tíbet!»,
Sin oír en medio del oído
El despiadado tintineo de este adorno labrado,
El séquito de mis palabras preciosas,
La secuencia encastrada de mis piedras, la caída de mis cristales                                              [tintineantes,
Y que, no espantado por mi obra,
Pequeño, abajo, pero no borrado, ni demasiado humillado,
¡Mi nombre como un troquel se descifre!

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X

Hija de la fuerza, hija de los montes, señora de un cuerpo agotado,
Cansancio, – he aquí la hora embriagada.
Que el cantor hindú y negro1 destile su hierba especiada,
Líquido piadoso, ardiente, astuto,
Ofrecido-oferente y veneno-dios y chispeante candelabro…
– Bebo el cansancio de mi ídolo.
En un ritmo preparador, conjuro: «¡Oh, mortero! ¡Oh, maza!
Instrumentos de un ebrio sacrificio;
Siervos en camino mecidos en el cotidiano suplicio,
¡Oh, Rodillas, oh, plantas, oh, talones!
Moled y sacad de mi carne ¡oh! el único jugo que lo vigoriza
Absorbed mi humana mandrágora:
¡Prensad, pisad y vendimiad la ofrenda para ti solo, Tíbet-Rey,
Ganado entero abatido por un séquito!
Rebaño jadeante de mis miembros; devoción insaciable:
Mi piel se vacía de mi vida…
Te la consagro y cuelgo como un trofeo, en un único voto:
Único don de mi ser que se mueve.»

1. cantor hindú: se refiere a la figura del rsi, que recitaba los textos védicos. En  Rig-Veda, se lee: «¡Oh, mortero!, ¡oh, mazo!, instrumentos del sacrificio…».

XI

Fatiga que llega: lenta y ágil, con este hermoso paso de elefante;
Dorada a mediodía; matrona pelirroja
De las tardes; ¡virgen pesada en la mañana cuando mi sueño se abre
En dos universos como una vaina!
He aquí a la señora incrustada en esta inexorable afrenta,
Solitaria, penetrante y desnuda;
En mis muslos y en mi corazón y en mi garganta y en mi frente,
Hasta el fondo de las fuentes desconocidas,
Hasta los repliegues no visitados; hasta la médula de mis riñones,
Vampiresa ella misma, me goza y me habita.
Que sea abundante y saciada, – oh, bálsamo en mis jarras múrrinas,
Que sea albergada y bendita
Hasta desfallecer y morir, por Aquel más grande que la sigue,
(No el reposo, ni la noche,
Menos aún el sueño siempre igual en su excesiva quietud)
Sino para su vencedor de desfallecimientos,
Dios fiero, dios puro, paredro masculino y el más noble de los amantes,
Fatiga, por la superación.1

1. El autor llama a esta secuencia «invocación a la fatiga».

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XII

¡Ayúdame, Tíbet!, ¡ayúdame!, he aquí lo imprevisto y el obstáculo,
He aquí la frontera de lo finito.
Hay que pasar. Debo pasar, y a pesar de todo el desastre,
Cruzar el Gran-Río de lo Infinito.
Tanteo con el pie tu acantilado y esta falla terrestre;
Este puente, arco del cielo al infierno:
¿Está balaustrado por lo sólido o hecho de trama aérea?
¿Es un entramado de hierro?
¿Es el tronco que se hunde o el vado profundo hinchado de odres,
Este transbordador del Yangtsé torrencial,
O el vuelo alado inventado para ese gran flujo misterioso
Que los brahmanes llaman Brahmaputra?
¿Es el deslizamiento ligero sobre un cable engrasado al choque,
El vuelo de una flecha prisionera,
O este ingenio vertiginoso que va y viene, y pendular,
Golpeando su longitud de roca en roca?
Si no dejo – me abismo – al tiempo querido, – tiempo pulsátil,
En este largo sudario fluviátil.

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XIII

Quise al solo, quise al único, – oh, pico singular y sombrío,
A aquel…
Reinando en el aire, rodeado de aire, egoísta y desnudo,
He bebido,
Pero no igual que el monstruo-asceta envasado en su piedra,
Tapiado, muriendo allí, y pudriéndose,
Cuya mano seca sale sola buscando
¡Un hombre sepultado en su sangre!
Quise la ida jadeante y sentirme muy errático,
Caminante insólito y extenuado,
Pero tampoco igual que él: este vagabundo ermitaño
Brujo de los altos picos escofiados
Hallado cara a cara errante en la cresta de un puerto de hielo,
Turbado, armado – desnudo- con su tridente,
Maquillado de aire, enrojecido por el viento, salvaje máscara de fuego                                 [ardiendo
La boca trémula en las muecas…
Se creyó de golpe apuntado, reflejado en mí, – yo en él:
He aquí por qué los dos hemos huido.1

1. La figura del ermitaño o renunciante de esta secuencia evoca, a la par, la certeza y la incertidumbre del poeta acerca de su propia identidad.

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XIV

Me prohíbo amarte, Bod, a pesar de este tuteo:
El himno «amo» está reservado para Ella.
Macho-Tíbet, comprenderás mi discreto ardor como amante:
He aquí: (¡esto no es un devaneo!)
Ella es divina al final del mundo y más diversa que tus montes:
Es extrema, mi demonio.
Y sin embargo, cercana, y en verdad tan a mi alcance, en la vida,
Que me provoca al gran combate.
Pero esta defensiva cercada y su retirada insaciable,
¡Este muro con almenas que mi corazón golpea!
Entre ella y yo está esta rosa armadura,
La carne no-similar, a nuestro pesar.
Falta de los ojos, y escudo de puntos erigidos como adornos,
Falta que desciende a dos rodillas.
– Te he subido, Polo del frío; te he domado, pico de las montañas,
Pero ¿cómo vencerla a ella y escalarla?
Hela aquí, desnuda y blanca y alta a fin de saciarme mejor
De Ella – mi múltiple compañera.

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XV

En los terrenos más arduos, bajo los minerales más ácidos,
En el más sordo de los mundos antiguos,
Por pantanos y magmas durmientes sobre yacimientos pobres,
En los corazones de los más duros geomantes.
– He visto estos chorros, estos juegos brillantes, brotados de fusión de oro                                   [raro,
Horadar los bastos cimientos.
Tú mismo, TÍBET, roca pura, estás penetrado por estos mármoles,
Tú mismo estás veteado como un amante.
– Tengo demasiada vista y, atravesando tu sólida armadura,
Veo el filón no mineral:
Bajo tus glaciares estrellados de aire, y bajo tus picos arpados,
He aquí este resplandor no sideral:
La Otra, elemento que no es de fuego, ni de madera o hierro, ni de tierra,
Ni de agua, – y ni siquiera de luz:
La Otra, Ser toda de mi sangre, la misma en su metamorfosis,
La Única, que pronuncia un ¡Alto!,
Mi concubina en el espíritu y mi cómplice en la cosa:
TÍBET, por belleza, ¡exáltala!

XVI

Recogerme en mi copa de montes: bañarme en mi única piscina,
Fluir hasta mí mismo como un Lago.
Inundándome de arriba abajo, río sin flujo ni raíz,
Cavar mi vivero a golpe de lagos;
Sin cesar otra vez bebido y recibido, con mis pilones alevines,
Mis jóvenes peces de sabores risueños;
Mi casco de cielo en la cabeza y mi circo duro que solo arroyan
Los juegos de los vientos interiores…
– Pero, mejor aún: con tu ejemplo, oh, Tíbet, rico en aventuras,
¡Que pueda imitar tu Yamdrok!1
Lago doble – ¡Lago! – dos veces engastado en su líquida investidura
Destilando sobre él su segunda agua.
Que pueda también, por hipérbole y secuencia camino del tercer poema
Traído de nivel en nivel,
Alcanzar la cima y, fuera de baremo,
Ser, – a la novena potencia
Y hasta la céntupla, en número creciente, sin rechazo,
¿Y así sucesivamente hasta el infinito?

1 Yamdrok: lago sagrado del Tíbet, al suroeste de Lhasa. 

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XVII

No es solo el horror y el vértigo de potencia
Lo que detiene tu mundo tibetano…
Ni esta austera y soberbia afrenta, ni este rubor de insolencia
Que traen tus frentes de elefante,
País rebelde y áspero lugar, – pero he aquí tu alto valle
Cercado, oh, desesperación, tan lejos.
Es la pradera inesperada, es el albergue claro, don y alegría de huésped,
Es el canto de las flores…
He aquí la cañada que conozco, – ¡Pradera cercada! Pradera alta,
¡Oh, sereno y florido, oh, dulce Tíbet!
Tienes cañadas que conozco, apenas inclinadas hacia la tierra
Campos inmóviles me esperan…
Musgos dulces y terrenos blandos donde brotan y tiemblan los arándanos,
Todo un bosque floral,
Un retiro, un sueño alto: un relicario de alegrías cercadas,
Cañada de los valles imperiales,
A pesar de que de rama en rama negra, como las guirnaldas de los años,
Vuelan lentísimas las usneas.

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XVIII

Se acercan… Se van. Vienen… Y desaparecen…
Caminantes surtidos de una palabra…
Este tropel hecho para hacer camino, estos mercaderes sin miedo ni pereza
Se van de un solo paso hacia Bhamo.1
Campanas que tocan y animales que mueren… Vienen y desaparecen…
Ruidos de sombras y palmas de camellos.
– Eso es todo, así es. Aquí estoy al borde del espacio con la flor cerrada
Como un mendigo del infinito.
Sin moverme, – sin morir – pero implorando del todo el himno sellado
Viandante del viaje no definido…
Acostado, tirado, durmiente, soñando: quién, pues, se pasea y forcejea.
¡Allí, Allí!, horadando la tienda o el muro:
No solo a mi alrededor, sino en mí solo, en mi dominio…
Pasa la Gran Caravana
Que no sube ni desciende, pero, de edad en edad soberana,
Se desliza, y corre la morrena
Sin fondo de este espantoso glaciar vertical y lanzado
Del tiempo.

1. Bhamo: ciudad de Birmania, importante enclave de las rutas comerciales entre la India y China hasta principios del siglo XX.

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XIX

Incluso allí arriba, incluso aquí abajo, busco enajenado a la Otra, la Otra:
La reina del reino de más allá.
En esta carrera desenfrenada, en este paraíso sin apóstol
El juego de lo diverso con ojos burlones.
Aquí ¿qué sería ella para ti?, tu clima y tus ásperos frutos,
¿Sabría morderlos con plenitud?
¿Qué diría ante ti, en este alto reino del espíritu…?
¿Se callaría y se inclinaría sobre el lecho?
No hablo de la aborigen de dulce vello en su piel,
Sino de la otra, la mía y fraternal,
La pálida, blanca, equívoca y tan similar en sus llamadas,
Paredra de una virtud maternal,
La hermana de sangre, de la misma sangre, de la misma virtud amorosa…
Oh, hermana en la fiesta incestuosa,
¿Qué diría en tu seno? ¿Sabría, armoniosa,
Callarse y, Allí abajo, vivir y gozar?

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XX

¡En vano!, ¡en vano!, y estoy allí: solo y Tú ante tu espectáculo,
Este lugar fijado firme por la mirada.
Para abrazarte así, Tíbet, a lo más alto de tus simulacros,
(Blanco, desnudo, dominado por un ojo azorado)
He hendido durante dos lunas y tantos soles de días y de auroras
El espacio que fluye sin ribereños.
¡He dado más saltos y cantos de amor y muerte en metáforas
De lo que se le permite al juego de mis riñones!
– Y he aquí: el momento es alto y la doy por muy cierta,
Amorosa hasta llorar de placer.
Soy el poseedor humano de un dios hecho Eva, la conquistada,
Dios virgen encarnado en mi deseo.
Que sea la hora. Que venga el instante. Que caiga la cima de alegría,
Y estalle el grito de profundidad.
Otro mundo tibetano brote del volcán de la caricia
Y reine en las cima de los impudores.
– En vano. En vano. Y estoy cansado. Solo y YO, – inclinado sobre ella:
Ella, zarpando su carabela.

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XXI

¿Dónde está el suelo, dónde el emplazamiento, dónde el lugar, – el medio,
Dónde el país prometido al hombre?
El viajero viaja y va… El vidente lo tiene ante sus ojos,
Donde está lo innombrable que se nombra:
¡Nepemako1 en el Poyoul2 y Padma Skod, Knas-Padma-Bskor
De rudas sílabas agregadas!
Diga, diga, monje errante, monje furioso, – una vez más:
¿Dónde está la Asiátida3 emergida?
Demasiadas veces he ceñido, doblado los contornos del mundo inundado
Donde ni corazón ni pájaro se posa.
¿Dónde está el fondo? ¿Dónde está el monte amontonado de apoteosis,
Donde vive este amor inabordable?
¿En qué acogida presentirlo, – en qué escollo reconocerlo?
¿Dónde reina el dios siempre por nacer?
¿Es en ti mismo o más que en ti, Polo-Tíbet, Emperador-Uno?
¿Dónde arde el Infierno prometido al Ser?
El lugar de gloria y de saber, el lugar de amar y de conocer,
– ¿Dónde yace mi reino Terrestre?

1. Nepemako: reino legendario del Tíbet cuya existencia fue revelada por Padma Sambhava, de ahí los otros nombres citados a continuación (Padma Skod y Knas-Padma-Bskor).
2. Poyoul: reino del Tíbet entre Lhasa y China.
3. Asiatide: término creado por el poeta.

LHASA

XXII

¡Tíbet!, si tuvieras un alma, – un alma sombría y de lama,
¡El espíritu cavernoso que reina en ti!
El espíritu que vaga y se debate, espíritu hembra y simbólico,
Esta alma…
Rogante y cálida de techos de oro puro que rezuman su sol metálico
O bien toda ahumada en fervor,
Numerosa, tibia, y encerrada, y toda fragancia mística,
Si conocieras la…
Sonora, y cantante con voz de hueso de muerto embocado en estos labios,
Oh soplo tubular,
Si te dignases a contemplarte en refugio que se grava…
Esta alma, encarnándose en alguien…
– Haz que sin rima ni respuesta, en el tumulto de la vida,
El hombre atento que dice esto,
Por hipótesis y por juego, por la secuencia…
Mi alma se haga tibetana.

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XXIII

Revestirme de tu arquitectura; hacerme una de tus naves…
(Antaño habité catedrales,
Rogando de placer o de llantos, vistiendo la bóveda de cañón,
Vidriero de luces abismales.
Me hacía la gran morada que recubría al gentío ferviente
Era Nuestra-Señora-de los-Rumores.)
– ¡Tíbet piadoso!, medieval, o brotando del ruego,
País que se vuelca hacia atrás,
Así como una mirada trastornada o pestañas peinadas con reflejos
Rostro que huye de abajo arriba:
¡Voladizo a la inversa! Hueco trapezoidal:
¡Ventana que se sumerge en lo sólido!
Castillo levantado para resistir en su lógica inclinación:
¡Señor! ¡Nuestro-Señor-de-Razón!
No es ya pilar de fábrica, ni pilastra ni mascarada
Ni corazón templado en la oración:
Toda la masa que viene a contrarrestar tu fachada:
Un monte, solo, sostiene tu casa.

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XXIV

Si yo no escribiera ni cantara en mi lengua tan francesa.
Cerniendo el grano d´oïl entre mis labios,
Si pudiera elegir entre todas las hablas del mundo de mil voces,
Si tomara la que toma quien va de París a Sèvres,
– Daría cien millones de sonidos elegantes y disertos
Para saborear tu ruda melodía…
Para tomar prestada tu alta habla, Tíbet, tus grandes voces en el desierto.
El chorro de tu ruda epifanía…
Tus juegos de palabras asonantadas: ¡un sonido!, un salto: palabras                                     [de un solo tono…
Monosílabos aliterados
Como un té con manteca caliente y graso, vertido del jarro del marmitón
Corre bajo las lenguas alteradas
Como un rompimiento florecido color de lenguas y mantras
Que estos recitadores
Estos rudos caminantes del reposo, estos escaladores de las cimas…
Estos adivinos de mayor aventura
Cuando el cuerpo se relaja con la lengua, y se repone
Con palabras que escalan la aventura…

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XXV

Lo he visto, ruborizándose, emocionado, con los ojos más bajos que                                                [una niña,
Mientras Le hablaba de ÉL.
Habíamos intercambiado el chal de gasa…
Debajo, su mirada había brillado.
Estaba allí, con el hombro ambarino y desnudo bajo la gran capa monástica,
Me extrañó su emoción.
¡Qué decirle o hacerle a este muchacho más que divino, tan ascético,
A este Buda vivo ante mí!
Conmovía con su miedo, en su rostro y en sus palabras,
No se atrevía a responder ni a acogerme,
Pues yo sabía y sentía la muerte sobre él sin parábolas,
¡La muerte, regente de su Morir!
Y sin embargo era precisamente un Buda vivo en este mundo
Aquí abajo donde me extraviaba
Y habíamos hablado en vano de los renacimientos del más allá…
De sus vidas pasadas, de sus recuerdos;
Tenía miedo… Se encontraba perdido tan lejos…
¡Cuántos nacimientos en su cabeza!

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XXVI

¡Noche de caza! Noche de bodas: aquí está conmigo, en retozos,
La virgen antílope ultramontana.
Bajo la alcoba inmensa de los picos; sobre la almohada del alto país,
Me tiendo con una esposa tibetana.
La tengo como al acecho: yo, el primero de sus maridos,
Pagando el precio más honorable.
La he recibido en un mercado de manos de su madre repugnante;
Necesito asegurarla de la mendiga:
– Está bien. Calla y no tengas miedo. No soy un diablo extranjero.
Te ofrezco lo que se usa
Entre mujer y hombre bien nacidos: lo llamamos azahar,
Toma, y pon, pues, buena cara.
Cabellos errantes, senos conmocionados, falda hundida en el viento cortante
Tomada y domada como un enjambre
Centauro mujer con pies humanos, déjate tomar por el ritmo ardiente,
Deja que la diosa dilatada
Tiemble en ti, y ahora que la roca cae o el agua se eleva,
¡Enciende toda la ciudad en calor!

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XXVII

¡Seré de la fiesta!, ¡la fiesta solemne de Terrores y Alegrías!1
Fiesta en Lhasa: fiesta de Jokhang2
¡Catedral de oro humeante, cueva y caverna! Seré muy bien tu presa…
¡Fiesta en Jokhang y fiesta en el corazón!
¡He corrido la vía de Doring,3 he saludado el Potala!4 He corrido hasta donde                              [se acude:
Fiesta terrible y juego de manteca
¡Las flores esculpidas tibias fundiéndose! – ¡Las danzas de hachas tajantes!
Fiesta chorreando y divinos señuelos…
¡Estaré! ¡Me disolveré en estos cantos!, estalla mi cuello con los gruñidos                                   [graves
¡Fiesta en lo hondo de fosas sordas!
Unos hombres cantan con sus bellas voces… el bronce estalla y se esparce
Fiesta que corre por los oídos
El sonido gigantesco del tubo tonante como un cañón prolongado
Fiesta vibrante en la materia
Estalla y grava y canta en voces: en la inmensidad de los truenos…
El sonido perforador disuelve los muros
El sacerdote está enardecido por el sonido cálido que canta y ruega
Me penetran la voz y el oro…

1. Ceremonia religiosa en la que el lama bendice a los fieles.
2. Jokhang: templo de Lhasa, el más importante del budismo tibetano.
3. Doring: estela situada ante la puerta principal del Jokhang que conmemora una victoria del Tíbet frente a China.  
4. Potala: templo de Lhasa, residencia de los Dalai Lama.

XXVIII

¡Acepto el apólogo loco, y compartir la caída!
Dicen que el jefe de los lamas negros,1
Debiendo terminar su discordia con un Maestro-de-los-Saberes,2
Provocó la disputa:
Cuál de los dos, al subir más rápido a la cima del Gang Rimpoche…3
(Juzgaban inaccesible este monte).
Probaría así su poder, ganaría la mejor apuesta –
– Dicen que el budista, impasible,
Sin invocar, sin proferir, se mantenía tranquilo en su fe.
Dicen que su rival, encolerizado,
El pon-bo negro, de un solo impulso, balanceándose sobre los truenos,
Sobrepasó la cima.
El primero encantado en la meta… el primero en la meta… pero:
Dicen que enseguida se abatió
Volviendo a caer. Mientras al otro, sin pestañear, desdeñando toda escalera                                   [o escabel,
Se le declaró vencedor.
Acepto subir allí arriba si en el Tiempo de las risas burlonas
Dicen que mi caída fue hermosa.

1. Naro Bon Chung, seguidor de la religión Bon del Tíbet, anterior al budismo.
2. Milarepa, importante figura del budismo tibetano, yogui y poeta, que vivió entre los siglos XI y XII.
3. Gang Rimpoche: otro nombre del monte Kailash.

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XXIX

¡Alabanza al vino! Estoy ebrio. El lama sabe beber y cantar con fruto,
¡Alabanza a la ebriedad del Espíritu!
El lama sabe beber, diciendo que ello hace que se gire más rápido                                       [el «Om Mani»,1
El collar de oración2 en la punta de los dedos
Y que al final se ve más claro, y que, después de todo, estas bagatelas…
– A través del vino bebo la Palabra.
¡Vino de las alturas! Vértigo de las palabras, Mal infinito de las montañas,
Tíbet, me elevo hacia el ardor
Alabanza y gloria a los alimentos puros de los genios que irradian y golpean                      [los campos…
Estoy locamente ebrio… Soy diablo-Dios
Bailo más alto que la mirada sobre la cresta
Estoy despojado de todos mis sentidos
Viático que exalta el pensamiento, única necesidad de las alforjas
De quien sube alto y va lejos,
Ebriedades, ebriedad y alegría: con alguna planta o jugo que os suelte…
Todo sube como elevación
Hacia ti bailando perdido en tus cimas, Tíbet inmóvil en el aire…
Alabanza a todas las ebriedades
A los humos, a las esperanzas, a los deseos, a las más altas alegrías
¡A TI! ¡Único país vencedor de los cielos!

1. Om Mani Padme Hum es un mantra.
2. El collar de oración budista («japa mala» o «mala») es una suerte de rosario de 108 cuentas que se giran entre las yemas de los dedos mientras se repite un mantra o el nombre de una deidad.

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XXX1

¿Si algún día quiero ser lama?
– (Lama amarillo, lama rojo, ¿lama rojo o amarillo? Lama amarillo)-
Uno y otro gorro se llevan bien.
Estos dos colores son en verdad de lamas.
Uno y otro detentan todos los Bienes:
Ya sea en el mundo de los espíritus diabólicos,
O simplemente de los hombres políticos.
Uno y otro, opuestos, se prestan a veces los poderes,
Los dos bailan, bailan
En la espalda de los viejos lamas negros.
Es bueno saltar en cadencia;
Mejor que rogar en paz a cualquier buen Brahma
Si algún día debo ser lama.

¿Lama amarillo, lama rojo, lama amarillo o bien lama rojo?
Este rubicundo pretende ser el más antiguo
De los dos gorros recibidos entre los nuestros.
Es un mago ambulante y metafísico
Quien le hizo el tocado, dorado de padrenuestros.
En su séquito debo abandonarme,
Sin esperar escapar apenas a Todo-Su-Omni-Saber:
Pues ruega, ruega, ruega
En los límites de Manasarovar.2

Imposible, – ay – impedir
En mis labios su nombre sempiterno «¡Gran Santo Padma…!»
¡Si algún día llego a ser su lama!

¿Rojo? No. ¿Amarillo o rojo? Volvamos al amarillo: ¡Lama amarillo!
El prebendado, el único y espiritual.
Es en él en el que busco mis oráculos:
Pues es de él del que nace el Papa actual.
Veré pues este extraño milagro,
– ¡Roma y Lhasa en el mismo espectáculo!!! –
Las verdaderas Iglesias intercambiando sus haberes…
Las dos suenan, suenan
Por las nubes de las más altas esperanzas.
Inútil aquí que entone
El mismo canto al camino – mismo camino – de Damasco
Si algún día llego a ser Un Lama.

(Lama amarillo, lama rojo, – rojo, amarillo… ¿o negro?)
Heme aquí caído en la trampa nigromante.
Juglar de tus muertos, amante de tus gubias,
Vampiro erudito que reclama
Al médico en sus prácticas rojas:
Perdiéndome en los antros más inmundos.
Uno a otro, sacerdotes-testigos, se denigran todo haber
Pero los dos saltan, saltan
En la vida con gran desesperación.
Debo, pues, compartir el festín,
Revestirme de un muy magistral y macabro eccema
¡Si – horror – llegara a ser este lama!

(Lama verde, lama azul, lama gris o incluso:)
¡Gran lama revestido del barniz soberano!
Por el hábito se ve muy bien la impostura.
¡Que baile otro en estos retablos ambulantes!
Que el hombre se abra a toda la naturaleza,
Exhibiendo hacia arriba su flecha impura,
No entremos en el Jokhang de mis ojos.
Que todos los dioses besen, besen
En la tierra, en el más bajo de los cielos,
Que penetren muy a gusto:
Excepto el secreto de mi corazón, ni lo que amó,
Incluso si llegara a ser lama.

1. Secuencia creada como «danza religiosa», según el propio autor.
2. Manasarovar: lago sagrado del extremo oriental del Tíbet, próximo al monte Kailash, centro de peregrinación.

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XXXI

Pero ante todo juego de toda secta tornasolada
Que trae celo y solaz en sus colores,
Antes de que un solo hombre arroje en abigarradas gamas
El canto de arco iris de sus dolores,
Te celebrabas, monje puro,1 en una ronda plenaria,
Libre de la campanita y del gong;
Tu viento de antaño se esparcía sin deshilarse en las banderas de oraciones,
Tu voz se recogía para el salto.
Tus aguas – hoy arremolinadas por las oraciones mecánicas –
Caían musicales en el acorde;
Tu cielo, ahora batido por tantos dioses robustos que hacen sus ruedas                                  [litúrgicas,
Planeaba isótropo en su vuelo.
Ante toda iglesia arisca, o roja, o amarilla epifanía,
Tu nombre se hacía su letanía:
Excesivo, Exaltador, Inhumano, Inhabitable, Masa de Gloria y Palacio                                   [Abrumador,
Tu nombre – el verídico – ¿me atreveré?
Eras, sin color, tu propio Altísimo Lama de las Nieves,
Blanco.

1. Monje puro: se refiere al propio Tíbet.

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XXXII

Por las fuerzas visibles y no vistas, por las cañadas no respiradas
Te adoro, Tíbet, castillo del mundo
Por tus artes quizás escondidas, y el no-saber de tus altos lugares retirados
Te nombro y te digo mi Otro Mundo
Por tus poderes de inmensidad, acosados por el peso de la tierra y                               [los empujes
¡Te reconozco Masa de Gloria!
Por lo que aún ocultas, por la discreción sin boca ni voz de tus mares
Te venero en tu ofertorio
No eres el reino humano, ni ese divino paraíso tibio, maestro de horror
¡Te corono y te digo Infierno frío!
Por la lenta vida que corre de tus hielos y esos densos pliegues que caen                     [de lo alto
Te venero, oh, Soberano duro,
Has tallado tus propios dioses en forma de montes y de picos
Eres la cima continental
Que reúne las palabras mágicas, que corre de la lengua persa al cuerno                       [de la llanura manchú
Encanto y te entrego la demonía
Recibe mi… gran abnegación… en la fórmula extraña de la gran Apostasía
Digo: ¡matri moutri sala djou!

 1. matri moutri sala djou: mantra de la compasión, de la tradición Bon.

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XXXIII

Es así, País de las Cimas, País de las Alturas, País de los montes,
Como tus lamas negros rojos o amarillos
Te han poblado de millares de dioses y de ellos mismos,
Te han transformado en una tierra ocupada, penetrada,
Por la oración.
¡Que los japamala1 giren, giren, giren,
Que las banderas ondeen,
Que los humos suban, suban, que se preparen los manjares, que los labios                           [batan, que los Influjos de lo alto se mezclen!…
No he querido ocuparme de estos debates, pero como un sabio, sopesando                           [tu masa en mi palma,
Ciñéndote, rodeándote, tras reflexionar perplejo sobre tus diversos                                         [evangelios…
Con tus nieves, tus Alturas, tus valles, tu peso, tu poder espiritual…
Tu majestuoso poder y tus inmensas fuerzas potenciales
Suspendidas arriba, entre Cielo y Llanura, entre lo inaccesible y la Bajura,
He querido, país de Bod, cantarte en mi ebriedad,
Así como la torre de agua, la fortaleza, el castillo del alma exaltada,2
Eterna, – en su desesperación, – y como tus cimas, – soberana.

1. japamala: véase nota 2 de la secuencia XXIX.
2. «castillo del alma exaltada«: el poeta recoge así una imagen de Teresa de Ávila.

XXXIV

Dicen que en medio del tumulto de este mundo montañoso
Hay una llanura alta, irrigada,
Que en medio de esta llanura, dominio de los dioses, tierra de los espíritus                                [de la montaña
Hay una ciudad sagrada,
Dicen que junto a la ciudad, más alto y más importante, se eleva                                                   [un montículo gigante
Protegiéndola con su espalda,
Que todo este montecito se ha vuelto un único castillo, una única casa
Palaciega, una Morada, la morada del Reencarnado.
Dicen que la fachada, con millones de ventanas bárbaras, asirias,                                                  [de Ecbatana o de lejana Sumeria
Se retira, se hunde, en sus colores magníficos
Blanco, de un blanco de sol; luego, en lo alto, en medio, granate sordo,                                         [granate rojo frambuesa en la sombra
Hasta los techos que dicen de oro,
De oro metálico, de oro en lingotes densos, de oro verdadero, ¡de oro                                             [verídico!, y dicen que está justo ahí
El palacio único del Potala
Dicen que, dentro de la fachada que nunca soñaría el más grande                                                    [y loco soñador ávido,
El palacio está vacío,
Que hay salas negras, desiertas, y vestíbulos que no llevan a nada conocido,
Los pasajes no llevan a nada…

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XXXV

¡Lhasa! ¡Lhasa! Tierra de los Espíritus… te venero… huiré de ti.
¡Lhasa! ¿Quién iría a Lhasa?
Mágica ciudad que está ahí – alta en su corazón – ¡ahí en sus nieves!
¡Lhasa!, ¿quién es digno de Lhasa?
Y es el estribillo habitual de los que ni pueden ni osan
¡Lhasa! ¿Cuándo iréis a Lhasa?
De todos los hogareños atenazados en la habitación cerrada y sombría
¡Lhasa! ¿Estabais lejos de Lhasa?
Y en las bocas tibetanas, y en el viento este estribillo lleva
«Lhasa, todo camino lleva a Lhasa»
Y, sin embargo, a treinta días, a veinte, a diez con buen aliento
Lhasa, todo se hincha hacia Lhasa.
Las Banderas yerguen sus bosquecillos; cada piedra es jaculatoria.
Lhasa, tus contornos son altos, Lhasa
El olor de los que regresan es fuerte y santo y meritorio
Lhasa, tus techos son de oro, oh, Lhasa
Y, sin embargo, está dicho, terminado, concluido, cantado y jugado,                                  [demasiado lejos… demasiado tarde
¡Lhasa, yo no iré a Lhasa!

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XXXVI

Lo dicen – pero es muy cierto – el primero de nosotros en occidente
En el verdadero lugar de los monjes y de las monjas;
Los cronistas citan, al principio, su nombre de viajero sin incidente:
Odorico, nacido en Pordenone.1
Lo dicen, que con paso virgen y magistral,
Violó la antigua fortaleza,
El rostro cerrado, el ojo tapiado, joya más difícil de coger que inexpugnable                                  [encantadora,
Mágica ciudad del puro astral:
¡Lhasa, Tierra de los Espíritus!, ¿es cierto que hace ahora seiscientos años
Este hombre te tomó y te habitó?
¿Qué hallamos en su relato? «Allí, dice, ¡las calles están bien pavimentadas                                   [y sus mujeres muy arregladas,
La ciudad se llama Gota»!…2
Y nada más… nada gigante ni aparición monstruosa o tórrida,
Ni asombro de un paso valioso
Ante el mayor esfuerzo de la tierra asiátida.3
¡Tú, el vehemente en lo Sólido!
¡Qué importa entonces si, a ciegas, te alcanzó sin saberlo!
¡Vino, se fue… y no ha visto nada!

1. Odoric da Pordenone: misionero italiano (c. 1280-1331) con el que se inician las secuencias dedicadas a los viajeros del Tíbet.
2. Gota:
3.  Asiatide: como se dijo en la nota 3 de la secuencia 20, es un término creado por el poeta.

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XXXVII

Va el ferviente, el jesuita errante, arrogante quizás y portugués,
Este sacerdote enviado cuyo equipaje,
Revisado por el duro exactor de tu abrupto umbral al acecho,
Tenía, preparados como humilde prueba:
«Dos pañuelos y piedra de altar; algunos cilicios y un látigo»
Oraciones no mercantiles;
Lo que habrá que distribuir: los agnus, los cándidos y piadosos juguetes
Que llamamos «beatillas».
– Helo aquí, ardiente y trepando para abordarte,
Que, entero en la nieve,
Nadador radiante y rabioso, peregrino hacia la meta airada,
Golpeándose «por su gran culpa» en tu nieve,
¡Se impulsa! ¡Está muy cerca! Toca la meta… no sabemos dónde.
Junto a un «Rey», el único de los innumerables,
Cándidamente ofrece sus dones y su fe: lo obtiene todo:
Pero sobre las cosas admirables:
Alabanza a su propia virtud; decreto pagano de santidad,
¡Promesa muy grande de una iglesia!
– Que su nombre vaya ante los otros en esta Marcha exaltada:
António de Andrada de Lise. 

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XXXVIII

Eran dos, – Huc y Gabet1 – que iban a la aventura,
Como verdaderos conquistadores del techo mongol.
Avanzaban tímidamente y proveían su comida
Recogiendo, para el fuego, el estiércol argol.
Eran dos buenos viajeros que se aferraban a las caravanas
La luz de amor en su interior brillaba.
Montaban según el viento camellos blancos o viejos asnos,
Uno escribía… el otro rezaba.
Eran dos misioneros a los que trataban en los caminos como
«Lamas del buen genio Jehová.»
Se albergaban y se engañaban por tus establos y tus dudas,
Dándole tu Misterio a ¡que el diablo nos libre!
Eran dos errantes que iban al dominio miserable
En el nombre de un solo dios, – ¡el Verdadero, el Suyo! –
De millares de eones que reinan en tus cielos inconmensurables
¡Les sorprendió su desgracia!
Eran dos muchachitos que iban a tu conquista…
Tus potencias se reían en su cara.

1 Los sacerdotes Régis Évangeliste Huc y Joseph Gabet llegaron a Lhasa en 1846.

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XXXIX 

Partió como marino navegante de tus marejadas,
Tíbet, Océano endurecido en el aire…
Como viejo conquistador africano hacia la asiática Bod-youl…1                 
¡Fue el holocausto de tus mares
Dutreuil de Rhins!,2 condenado a muerte desde tu primer abordaje
Desde su primer paso hacia tus puertos.
Hacías un rudo y mal tiempo en el lomo de sus monturas
Lloviendo, gimiendo, viendo su muerte…
Pues los avatares audaces y los más atrevidos arabescos
De vida, y los más caballerescos,
Desde el principio, los marcas y juzgas, – Tíbet-Maestro, sé mi testigo, –
Con el signo Más o con el signo Menos.
Dutreuil perdió el juego por la meta, pero ganó esta hora serena
El instante en que nos pertenecemos…
Y murió una mañana de una bala redonda en la ingle,
Cantando, pues entonces ya no llovías
«Buen tiempo para partir esta mañana, buen tiempo…», y muere.
¡Buen cielo para su última etapa!

1 Bod-Youl: Variante de Poyoul. Véase nota 2 de la secuencia XXI.

2 Dutreuil de Rhins realizó una misión científica en Asia (1891-1894). Fue asesinado en el Tíbet oriental.

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XL

El lento, el grande, el moreno y dulce Jacques Bacot 1
Se va con su paso siempre igual…
Se para aquí, habita allí… trafica actos amistosos
Para sus agnados del País supremo…
¡Aquel de tus huéspedes, país de Bod, el más nativo, el verdadero Bod-Pa!2
En búsqueda ardiente hacia la Ida
Prometida, por la que tienen rencor mercaderes y soldados
Pero que los defensores del Valle
Conquistado llaman, como él, con todos los impulsos de su corazón:
En marcha al Otro País por conocer
El oasis en medio del tumulto; la tierra tibia y nutricia
En el seno del horror y de la blancura,
El país negro de misterios, espanto de los nómadas que lo ciñen,
Puerto nuevo sin mapa ni portulano.
Que el Viajero sea alabado por haber errado hacia él sin alcanzarlo,
Dejando este misterio mayor:
Vuelve más allá con la mirada, esa mirada…
Toma posesión de su dominio:
Lo que ha conquistado y escrito con un solo verbo en su marcha altiva:
El Tíbet sublevado: todas las Marchas tibetanas.


1 Jacques Bacot exploró el Tíbet y escribió sobre ello los libros Dans les marches tibétaines, autour de Dokerla, 1909, y Le Tibet révolté, vers Népémako, la terre promise des tibétains, 1912. A ambos títulos se alude en el verso final de esta secuencia. 

Bod-Pa: Habitante de Bod-Po, Tíbet.

XLI

Rápido, exaltador,  exaltado, cogiéndote como un ave rapaz,
– ¡Toussaint de Bretagne y de Litang!1
Los ojos abajo, la barba al viento, gran escrutador de tu espacio
Con sus brazos tan cálidos luchando.
Con su voz gran escaladora que estalla de risa ante ti,
Ante ti, tan intenso y tan ferviente,
Que te asalta y reconquista al precio de la sangre como vampiro
Con pasos redoblados de ahora en adelante.
Desde Ladakh hasta…, de Hemis, de Kasgar, a Urga de Mongolia, 2
Va con una santísima locura.
Duerme en la silla, lee en el carro, bebe y cena en espíritu
Enjaezando su caballo de sueño.
Asalta la gran China … – bien aprendido…
Labrando hacia ti surcos sin tregua.
Para arrancarte en un instante el secreto de los milagros
– Lo he visto yo mismo, casi desnudo –
Volver junto a nosotros tras cumplir su oráculo:
Trayendo el manuscrito desconocido.


1 Gustave-Charles Toussaint, magistrado colonial francés y tibetólogo, tradujo Padma Bkai thang-Yi (Le Dict de Padma), cuyo manuscrito había hallado en un monasterio de Litang en 1911. En 1917 le mostró una copia a Victor Segalen. La secuencia siguiente está dedicada a dicho manuscrito, y la XLIV es una adaptación de un fragmento del mismo.
2 Ladakh y Hemis: respectivamente, región y ciudad de Cachemira. Kasgar: ciudad china al noroeste del Tíbet. Urga era el antiguo nombre de Ulán Bator, capital de Mongolia.

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XLII

El texto nuevo, helo aquí, – el Libro ancho, voluminoso,
Que pesa como un sueño de avalanchas.
Bajo la madera penetrado de rojo y rameado de amarillo viejo
Atrapando el pensamiento entre dos planchas
Como un techo cubre su palacio y se curva bajo la lluvia de aire
Sus letras bordeadas por el inflexible
Trazo, – (esta dura ceja – escrito de plata sobre un negro claro,)
Esas sobre las cuales se desata
De las que no sabemos si se trata de diosa o matrona o vampiresa…
Y viene el Título en lengua humana y hablada en otro tiempo
Perdida hoy, de Oddiyana, 1
«Noble Libro, – leemos después – de las Primeras Vidas de Liberación,
Padma Sambhava, de Oddiyana.»
Y leyendo el libro, encuentra las más maravillosas secuencias
Prometidas a quien hasta el final las murmura.
Y leído el Libro, se cierra su colofón místico
Donde vemos que es la versión litúrgica
En trazos de plata sobre fondo negro, la misma traducción «sin una sola                                [palabra que no sea pura», y mágica,
De un libro – perdido- «de hojas de oro».


1 Oddiyana: Pequeño reino budista del primer milenio (hoy al noroeste de Pakistán) donde, según la leyenda, nació Padma Sambhava.

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XLIII

Sigue: la secuencia en su Novena;1 que el Poeta pueda responder:
«¡Al espíritu futuro difundido ahí!»
Más monte que el Meru2 de los dioses; más palacio que el Potala,
He aquí el canto que no puede confundirse:
«Aparecido en el tablero del suelo de oro, buscó y no encontró el nombre
Banal del cuadrado de los campos terrestres.
Ardiendo en el fuego personal del arco iris, saber de la ciencia, buscó                                    [y no encontró el nombre
Banal de las antorchas encendidas.
Oliendo el incienso todo puro, buscó y no encontró el nombre
Banal del estiércol y los vapores.
Irradiando en los astros claros de la ciencia del espacio, buscó                                                   [y no encontró el nombre
Banal del sol y de la luna…
Buceando en el cielo vacío y desnudo, más allá de contornos                                                      [desconocidos, buscó y no encontró el nombre
Banal del cielo de nuestra apariencia.
Embriagado con la bebida del éxtasis que sostiene, buscó                                                            [y no encontró el nombre
Banal de la sed propiamente dicha.
Tras comer en la carne ardiente del pensar magnífico, buscó                                                       [y no encontró el nombre
Banal del hambre propiamente dicha.
Vivo en la vida diamantina de la felicidad, buscó y no encontró el nombre
Banal del ocaso de los que envejecen.» 

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Novena: palabra usada aquí con el significado de estrofa de nueve versos.
Meru: Monte sagrado. Para los tibetanos es el monte Kailash.

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XLIV

En fin, aquí estoy yo mismo, peregrino exhausto hacia Lhasa,
Yo mismo con todo mi deseo de conocer
Con mis manos y mis rodillas, con mi corazón debilitado por horrores,                                 [laberintos e imposturas…
Vengo, el último, y no de aventura…
Te he reconocido, Tíbet-rey, – te he dedicado en metáfora
El vino del ánfora con más magia.
Ahí estoy yo mismo, gravitando, subiendo, escalando,
Te ofrezco, Tíbet, mis pasos errantes.
No al azar, no por amor a ti mismo,
Sino – solo, del cortejo penetrante…
No destinado a tu corazón de glaciares y de manteca y de figuras. –
Yo solo, camino de lo Diverso.
Hacia ti mismo alto, – hacia lo más extraño y lo más inaccesible…
Hacia Ella, a la que no llegaré.
Mis pasos hacia ti marcan los pasos, sobre sus flancos inflexibles,
Gloria y amor a la que no está.
Peregrino y busco a través de ti la conquista
De la Otra, de la otra de mirada de dios.
Así es como, simbolizando mi esfuerzo y alegría de súplica,
Puedo, con decencia, nombrarme en este lugar.

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XLV

Los verdaderos devotos de tu gloria sólida; los verdaderos peregrinos                                [de tu peso,
– Cárabos de triples patas delgadas, –
Son tus porteadores, que elevan pesos más pesados que los suyos,
Jadeando, tropezando entre los ásperos
Granitos o por los sílex rotos en los desvíos de tus torrentes…
Te ofrecen, Tíbet, sus fardos errantes.
A veces quietos, suspendidos, – no agotados, se apoyan
En el corto bastón que los alza.
Te llevan oscuramente su paciencia en una joroba,
Izando su ofrenda bien pesada.
Sea el caldero de hierro fundido – escarabajo sombrío – capuchón negro,
Llevan por tres a la vez,
Sea el té prensado en bloques de tabletas de veinte libras,
¡Y se cuentan catorce en sus espaldas!
Son chinos extranjeros. ¿Hay que seguirlos en su gesto?
¿Imitar esta rápida marcha?
Sin osar coger la carga de un hombre, he probado la de un niño
¡Y, pronto, me inclino hacia delante!

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XLVI

Pero, ante todo viajero, ante todo ser asentado en dos pies,
Provisto de un rostro y de palabra,
Por los diálogos chirriantes de tu paseo de glaciares
Subía la instintiva parábola.
No es el-que-ve-en-frente el que primero vio con su ojo
Tu surtidor más arduo que su orgullo.
Un hocico de antílope o de asno o boca virgen de hemión
O el oso desconocido de labia clara,
Muy auténticos peregrinos, más que el santo de Pordenone,
Lanzaron el sonido tejido de carne.
Ante todo hombre incluso blanco, – ante todo lama incluso negro,-
Un ciervo alterado fue en busca
A Lhasa que, entonces, no estaba, – y no vio nada, – pero el camino                                     [estaba hecho,
Por él, animal sediento mientras muere.
¡Oh, Tíbet nuevo! Tus huéspedes puros y los más vivos de tus amantes
Fueron los mayorales de las grandes traíllas;
Las buenas sendas de hombres en ti siguen los pasos de estos animales                              [azorados
Que a beber iban bramándote.

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XLVII1

Pero más sutil que Hombres y Animales, el Sabio posee y tiene «En la                                   [majestad del espíritu libre»,
Lo que riñones y muslos alternados,
Plantas blandas y patas duras conquistaron por virtud de Equilibrio…
Este cuyos deseos son bien nacidos,
Que en su corazón sube y… en el calor del glaciar que se une,
Se eleva en tu Reino de las Nieves.
¡Nieve mística: Himachal!, desdeñando toda otra.
Pienso, creo
En este gran mes culminante, Nivôse 2 de días seculares, en tu reino que                               [en fin me llegará
De tus nieves, – en este sueño dulce dentro de tus Nieves,
Sueño despertándose en tu muerte.
¿Qué último emigrante de nosotros, viajeros de sangre roja y piel clara
Se atreve, el primero, a ganar tu puerto?
¿Quién, pues, irá, singular, corriendo en tu sudario de investidura
A morir deliberadamente en Bot?
¡Que sobre todo descubridor y todo caminante rápido de aventura
Esté Él!, ¡que sea nombrado el Santo de Bot!

1. Esta secuencia es un canto al Himachal (la «nieve mística» del Himalaya) que reelabora creencias sobre su poder, especialmente el de salvar a quien la contempla. En los últimos versos, como en un canto fúnebre, esta «nieve mística» es a la vez sudario y beatitud.
2. Nivôse: mes del calendario republicano francés, del 21 de diciembre al 21 de enero.

PO-YOUL

XLVIII

Y es así, Tíbet numeroso, como se acompasan y se cuentan tus apoteosis…
Como campanas, tus grandes nombres repican… Como marcas en el                                  [tiempo…
Oigo los fantasmas de To-Bod, Alto Tíbet, el monte inaccesible; ese hacia                          [el que nos levantamos y que os lleva y os engrandece…
To-Bod, y Lhasa, Lhasa, la ciudad a la que no llegábamos, a la que                                        [llegamos…
El nombre del lugar y el castillo, la tierra y su ciudad señora,
Lhasa, ¿ahora quién adelantará? –
Los vasallos y los animales, los abundantes dioses radiantes, todos los seres                        [y las criaturas…
Los hombres han nombrado el nombre de Bod.
Y Lhasa, tierra de espíritus, – he aquí el lugar de las criaturas, los hombres                            [que invocan, el Espíritu errante…
Y animales, dioses, y dioses y hombres juntos han hecho estos dominios –                             [estos dos cantos de un único libro inhumano. Monjes que                                 [reinan y habitan, viajeros que suben con esfuerzo… – Todos                             [han alcanzado al menos la muerte… al menos la mortaja en la                           [nieve…
– Pero más lejos que Bod y Sa, más altiva que la esperanza de los Bod-Pa… Reina la región tibetana…

– La que no se alcanza caminando, la que…
¡Poyoul! ¡Poyoul, objeto de los montes! Así se construye y se alza un poema:
Objeto – Maleficio – y renunciando…
To-Bod, Lhasa y el territorio inefable1
Así se reparte el Poema.

1. el territorio inefable es Poyoul. En la secuencia siguiente, «territorio desconocido».

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XLIX

¡Hemos ido a esos lugares! Hemos puesto el pie en el treno… – He aquí que                             [un dios no ha bastado…
He aquí ya los dos cantos nombrados: To-Bod y Lhasa… To-Bod mismo…
Uno toca la trompa de los rumores…
Hombres que han corrido alto han superado la investidura
Invistiendo tu monte con su monte
¡To-Bod – Lhasa! Lhasa To-Bod, campana que repica – himno que glorifica
He aquí el gran cielo de nunciatura
¡Pero el territorio desconocido! El país dueño desde donde no nace
Ni siquiera una mirada o…
Ese que sabemos que es todo blanco, todo calor y virgen en orden
Ese desde donde los…

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L

Eres más alto que tu leyenda, castillo de alma exaltada,
Más alto de lo que pensamos de ti.
Esos hermosos relatos que sobresalen… Este arabesco coronado…
No alcanzan el borde de tu techo.
Te descubrimos, nos paseamos describiendo nuevos reinos
Cortando tu país con su palmo
Y el primero, ese frigio, Heródoto, invocador de las nomos,1
¡Viejo griego que sonríe como egipán!
Te creía todo poseído por el hormiguero gigante
¡Tu miel metálica era Oro! 2
Tan pronto robado, llevado por tribus muy simples
Y después de su tiempo, y desde entonces,
Ibn Batoutah3 se fue totalmente solo, de África al mar demente,
¡Citando solo tu Tengri-Noor! 4
«País de la Gacela que crea el almizcle en celo oloroso y sin tregua…»
– ¡Todos! Todos, de tu nieve a tus neveros,
En ti, en ti, ponían su fe, dedicándote sus más altos sueños,
Que quizás tú habías soñado.

1. nomos: subdivisiones administrativas de Egipto.
2. Una leyenda, recogida por Heródoto en la Historia, cuenta que en el noroeste de la India había unas hormigas gigantes que extraían el oro de la tierra.
3. Ibn Batoutah: viajero bereber que recorrió China en el siglo XIV. En sus relatos se habla de las «gacelas que crea el almizcle».
4. Tengri-Noor: lago sagrado del Tíbet. Llamado también Namtso.

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LI

Estoy colmado, tan alto, todo en mi cuerpo de hombre respira
– Pero quién me deforma y penetra y niega…
Ante tus montes, en tu cima, ciñendo tu investidura
– Pero qué me conjura y perjura…
Te he vencido, Tíbet soberbio, ¡oh, mi poema!, ¡oh, mi revuelo!
– Te he abrazado en tu soberbia
Tanto como un hombre puede gozar, me he fundido en tu hielo
– Pero qué me queda inquietante por huir…
Estoy muy alto, ya no tengo miedo; me he hecho incluso príncipe, lama                                    [y yak y nieve y pico…
– Pero la Otra que permanece lejos de mí…
Dominándote, penetrándote, pretendía, oh, diadema,
Coronarme rey del mundo…
Te cojo y te tengo… Estaba dominado por tu ser
– Pero quién se rebela y se disloca
Había concebido, por tu amor, llegar a conocerla
A la Otra, la alegría o el porvenir…
Te poseo, ¡oh, mi objeto! Te he vencido, ¡oh, mi poema!
Y la otra huye y me sonríe
Con esa mirada y ese fuego en todo su rostro supremo
– Pero dónde encontrarla ahora
Está hecho, todo está hecho, y espero,- he dicho todo está dicho, y muero
– Pero quién soñaría con matarla…
La que se caza y se persigue, la que se desea y se llora,
– Pero ¿quién sabría acostumbrarla?

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LII

En el exaltante ruego, y esta ardiente letanía,
Tíbet, que consumes mis rodillas,
Tú que dominas, no omites en esta doble Gemonías
A la que tanto nos necesita.
En mi ternura por lo alto, no descuides a la suprema
A la que es nuestro gran ardor…
Por su poder y por el tuyo, dame la redonda diadema
La que…
En toda…
La que tanto languidece por nosotros…
En la soledad… en…
La que está sola lejos de nosotros.
En tus poderes de muerte y de noche, no omitas en…
Esa por la que morimos de rodillas.
La reina de las cimas de carne, y el gran horno en el que todo se consume
La hija naciendo en el seno del hombre.

.

LIII

Pero ¡qué son sueños y tus dioses!, ¡qué son afanes de poetas,
Tíbet, al lado de tus cimas!
Qué imaginario alumbrado en las montañas y en las crestas
Estalla y reina a costa de tus…
Los éxtasis más infantiles, las más celestes aventuras
Suben con dificultad a tus juntas…
¡El hombre desea y luego muere! El hombre quiere y no hace… el hombre                     [aspira.
Tú solo, en lo más alto… eres.
Que los otros escaladores cabalguen palabras en sus sueños,
Yo subo golpeando tu suelo crujiente
O aunque en el aire se esfuerzan los himnos que suenan la maravilla
Marco el caballete
Trampolín de la tierra, castillo firme, – único monte que en el diluvio                              [de lodo
Se yergue, accesible y diadema…
Cuando todo haya muerto…

LIV

Las cimas caen; el fango sube; un universo plano se cumple.
Desprecia – Tíbet – nuestra bajeza.
Toda la tierra se desprende; todo deseo tendido se ablanda.
¿El abrazo vale como esa caricia?
¿Dónde está pues lo alto y lo puro cuando el más Grande se rebaja:
Cuando el pueblo se hace así mi «rey»?
La pulpa babea en la piel de la antigua Esfera-maestra,
La tierra corre al desorden.
Pues ya no hay en los cielos sometidos temibles dioses vivaces, –
Ni entre todos nosotros esos héroes
Que llevan vida ardiente al combate personal con gran audacia
Sino millones de números.
¿Qué se vuelve en todo ello lo Diverso, señor de toda la alegría en el mundo?
¿Qué hace el Otro, tan imperioso?
– Último rey no desposeído; último monarca del Alto-Mundo,
Tíbet, por este poema elogioso,
Te ordeno Príncipe de los Picos. Te franqueo de todos los demos.
TE hago tu propia diadema.

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LV

El gesto está hecho: el fin está ahí: he tocado con el pie el misterio:
He dicho lo que sabría no ser dicho.
Me recobro y te abandono llevándome tu Relicario…
¡Truena abajo!, en lo Prohibido.
Tras haber ido, vuelvo; tras haber caminado mucho, me detengo:
Riéndome ante tu dominación.
Este himno al deseo de las cumbres puras se resuelve ante la cresta
¡Estallan los votos de negación!
¡No entraré ya en To-Bod! ¡No obtendré nunca, ni incluso en sueño,
Lhasa, metrópolis de los Espíritus!
Tu viento de gloria y tu proyección, toda tu presencia sin tregua
¡Mi cuerpo sabrá su olvido!
Ya no hablaré de ti – Una vez, sola, me enojo con tu cielo
Conociendo lo extraño de tu presente.
Pero me has marcado el rostro con la mirada de quienes te han visto
Ya nunca volveré a verte.
No sabré nada de tu ser… sino que eres castillo en tu cielo,
No moriré bajo tu cielo.

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LVI

Cuando todos tus monjes hayan muerto; cuando lo Diverso esté aplastado,
Cuando ya nada sea supremo;
Y To-Bod ya recorrido; y la misma Lhasa acabada,
Poyoul catastrado al decámetro,
– Si un hombre está ahí, solo un hombre para escalarte y alabarte,
A pesar de la espantosa atonía.
Haz entonces, – oh, Tíbet paciente, Tíbet que sufrió demasiadas                                          [múltiples afrentas,
Que él recuerde este canto,
Este poema, por ti solo y para ti provocado en sus secuencias
Este grito acompasado por tu potencia,
Con sus surtidores, sus frenesíes. – su ritmo-salto de escalador…
Y él, retomando estas cadencias,
Que mis secuencias sirvan para acompasar la marcha elástica de las                                   [jóvenes tibetanas perdidas…
Al son de los dísticos
– Haz entonces, en ruegos y gracias, como donante inmenso, – y don                                   [y demonio
Que en el verso último de los novenarios
Al pie de la última secuencia, – aquí, abajo, – aquí, en el rincón – de la                                  [escultura de tus montes,
Mi nombre, como un sello, se regenere.

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LVII

Tras estos gritos, estos alaridos, estas imprecaciones orantes…
Una sola, un único voto: a tu imagen, Tíbet; en el nivel de los castillos                                         [sobrenaturales
Déjame erigir y adornar la pequeña estancia que todo hombre erige                                             [en él mismo,
O – bestia popular – no erige.
Menos alta que el Potala, que sea construida sobre su cresta…
Dentro, – con mantequilla de dulzuras, abundante y azucarada, cocida                                          [y místicamente madura,
Con sentencias más negras y más ricas, – estallido de golpes en el ojo                                             [cerrado, el brote…
Con su orquesta de voces monótonas, – pero amorosas, que rugen                                                   [al único demonio de amor
Con conjuros que despedazan para mis enemigos
¡Que sean, ellos, hechos pedazos!…
¡Que la morada de mi alma sea este himno tibetano!
Pero fuera, las ventanas y el techo puro…
Se abren de par en par a tus abismos
Tus cañadas, tus hondonadas, la anchura de este país,
Que escribiendo con la punta de mis dedos, pero temblando con palabras                                      [deshechas
Cogiendo y sacudiendo con mis manos tu inmenso sujeto, país de Bod
He intentado entrelazar como Poema este himno exutorio…
¡Otros, entre los hombres, han elegido dioses entre los hombres!
¡Ay! Tíbet, es en la faz de la tierra
Como, eligiendo su rostro más majestuoso, más expresivo,
Te he hecho, peregrino desalentado, la Altura, el Símbolo, – el Dios.

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LVIII

El hombre se ha callado, cansado, ahíto, y se ha adormecido en el momento                                           [sordo:
– Oigo una música inhumana.
Un rumor que se hace canto: vasto ruido del que brota un himno:
¡Tíbet!, ¡bramas sin pausa!
Todo tu país habla: basta que cada pico arroje su nombre:
¡El gong truena alto sobre Tchombatch´ong!1
Es tu caos salmodiado: una asamblea de voces enormes
Basta que cada monte se nombre.
Estalla claro y roto el Tengri-Noor2 con voz mongola
Y azota la buena cítara china
Diciendo ¡Qinghai!, ¡Qinghai!3 y lanzándose hacia sus ídolos
¡Llueven los sonidos a plena voz!
En la tempestad monologa un instrumento macabro y hermoso
Arroja su único grito: ¡Jarakabo!4
Y los címbalos Shigatzé y Gyantsé5 con sarcasmo ríen sin tregua…
Todo un coro que nombra y el himno que glorifica…
Toda la tierra es un rumor y toda la (?) campana
¿Bod? ¿Bod? ¡Alto To-Bod! ¡País sonante! 

1. Tchombatch´ong: pequeña ciudad del noreste del Tíbet.
2. Tengri-Noor: véase nota 4 de la secuencia L.
3. Qinghai: provincia del norte del Tíbet.
4. Jarakabo:
5. Shigatzé y Gyantsé: ciudades del Tíbet.

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