Página dedicada a mi madre, julio de 2020

Poesías de Álvaro Campos

ESTANCO

No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de eso, tengo en mí todos los sueños del mundo.

Ventanas de mi cuarto,
De mi cuarto, de uno de los millones del mundo que nadie sabe quién es
(Y si supieran quién es, ¿qué sabrían?)
Dais al misterio de una calle cruzada constantemente por gente,
A una calle inaccesible a todos los pensamientos,
Real, imposiblemente real, cierta, desconocidamente cierta,
Con el misterio de las cosas debajo de las piedras y de los seres,
Con la muerte poniendo humedades en las paredes y cabellos blancos en los hombres,
Con el Destino guiando la carroza de todo por la calle de nada.

Estoy hoy vencido, como si supiera la verdad.
Estoy hoy lúcido, como si estuviese a punto de morir,
Y no tuviera más hermandad con las cosas
Que una despedida, volviéndose esta casa y este lado de la calle
La hilera de carruajes de un tren, y una marcha silbada
Del interior de mi cabeza,
Y una sacudida de mis nervios y un crujir de los huesos en la ida.

Estoy hoy perplejo como quien pensó y halló y olvidó.
Estoy hoy dividido entre la lealtad que le debo
Al estanco al otro lado de la calle, como cosa real por fuera,
Y la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro.

He fallado en todo.
Como no he tenido propósito alguno, tal vez todo fuera nada.
El aprendizaje que me dieron,
Bajé de él por la ventana de la parte trasera de la casa,
Fui hasta el campo con grandes propósitos.
Pero allí solo encontré hierbas y árboles,
Y cuando había gente era igual a la otra.
Me aparto de la ventana, me siento en una silla. ¿En qué he de pensar?

¿Qué sé de lo que seré, yo que no sé lo que soy?
¿Ser lo que pienso? ¡Pero pienso que soy tanta cosa!
Y hay tantos que piensan que son la misma cosa ¡que no puede haber tantos!
¿Genio? En este momento
Cien mil cerebros se conciben en sueño genios como yo,
Y la historia no fijará, ¿quién sabe?, ni a uno,
Y no habrá sino estiércol de tantas conquistas futuras.
No, no creo en mí.
¡En todos los manicomios hay enfermos locos con tantas certezas!
Yo, que no tengo ninguna certeza, ¿soy más cierto o menos cierto?
No, ni en mí…
¿En cuántas buhardillas y no buhardillas del mundo
No están a esta hora los genios-pasa-sí-mismos soñando?
¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas –
Sí, verdaderamente altas y nobles y lúcidas – ,
Y quién sabe si realizables,
Nunca verán la luz del sol real ni encontrarán oídos en la gente?
El mundo es para quien nace para conquistar
Y no para quien sueña que puede conquistarlo, aunque tenga razón.
He soñado más de cuanto Napoleón hizo,
He estrechado contra mi pecho hipotético más humanidad que Cristo,
He hecho filosofías en secreto que ningún Kant escribió.
Pero soy, y tal vez lo seré siempre, el de la buhardilla,
Aunque no viva en ella;
Seré siempre el que no nació para eso;
Seré siempre solo el que tenía cualidades;
Seré siempre el que esperó que le abrieran la puerta al lado de una pared sin puerta
Y cantó la canción del infinito en un gallinero,
Y oyó la voz de Dios en un pozo tapado.
¿Creer en mí? No, ni en nada.
Que me derrame la Naturaleza sobre la cabeza ardiente
Su sol, su lluvia, el viento que me encuentra el cabello,
Y el resto que venga si viene, o tiene que venir, o que no venga.
Esclavos cardíacos de las estrellas,
Conquistamos todo el mundo antes de levantarnos de la cama;
Pero nos despertamos y él es opaco,
Nos levantamos y él es ajeno,
Salimos de casa y él es la tierra entera,
Más el sistema solar y la Vía Láctea y lo Indefinido.

(¡Come chocolate, pequeña;
Come chocolate!
Mira que no hay más metafísica en el mundo que el chocolate.
Mira que todas las religiones no enseñan más que la confitería.
¡Come, pequeña sucia, come!
¡Ojalá pudiera yo comer chocolate con la misma verdad que tú te lo comes!
Pero yo pienso y, al quitarle la platilla, que es de hojas de estaño,
Lo tiro todo al suelo, como he tirado la vida.)

Pero al menos queda de la amargura de lo que nunca seré
La caligrafía rápida de estos versos,
Pórtico que parte hacia lo Imposible.
Pero al menos me consagro a mí mismo un desprecio sin lágrimas,
Noble al menos en el gesto pausado con que arrojo
La ropa sucia que soy, sin enumerar, en el curso de la cosas,
Y me quedo en casa sin camisa.

(Tú, que consuelas, que no existes y por eso consuelas,
O diosa griega, concebida como estatua que estuviera viva,
O patricia romana, imposiblemente noble y nefasta,
O princesa de trovadores, gentilísima y coloreada,
O marquesa del siglo dieciocho, descotada y lejana,
O mujer galante célebre del tiempo de nuestros padres,
O no sé qué cosa moderna – no concibo bien qué -,
Todo eso, sea lo que sea, que seas, ¡si puede inspirar, que inspire!
Mi corazón es un cubo vacío.
Como quienes invocan espíritus invocan espíritus, me invoco
A mí mismo y no encuentro nada.
Me acerco a la ventana y veo una calle con una nitidez absoluta.
Veo tiendas, veo paseos, veo los coches que pasan,
Veo a los entes vivos vestidos que se cruzan,
Veo a los perros que también existen,
Y todo esto me pesa como una condena al destierro,
Y todo esto es extranjero, como todo.)

He vivido, estudiado, amado, y hasta he creído,
Y hoy no hay mendigo al que no envidie solo por no ser yo.
Miro de cada uno los andrajos y las llagas y la mentira,
Y pienso: tal vez nunca has vivido, ni estudiado, ni amado, ni creído
(Porque es posible hacer la realidad de todo esto sin hacer nada de eso);
Tal vez solo hayas existido, como un lagarto al que le cortan el rabo
Y que es el rabo al otro lado del lagarto agitadamente.

He hecho de mí lo que no he sabido,
Y lo que podía hacer de mí no lo he hecho.
El dominó que vestí estaba equivocado.
Me conocieron enseguida por lo que no era y no lo desmentí, y me perdí.
Cuando quise quitarme la máscara,
Estaba pegada en mi cara.
Cuando me la quité y me miré al espejo,
Ya había envejecido.
Estaba borracho, ya no sabía ponerme el dominó que no me había quitado.
Arrojé la máscara y dormí en el vestuario
Como un perro tolerado por la gerencia
Por ser inofensivo
Y voy a escribir esta historia para probar que soy sublime.

Esencia musical de mis versos inútiles,
Ojalá te encontrara como algo que yo hiciera,
Y no me quedara siempre frente al estanco de en frente,
Pisando la conciencia de estar existiendo,
Como una alfombra con la que un borracho tropieza
O una esterilla que los gitanos robaron y no valía nada.

Pero el dueño del estanco ha llegado a la puerta y se ha quedado en la puerta.
Lo miro con la molestia de la cabeza mal girada
Y con la molestia del alma que entiende mal.
Él morirá y yo moriré.
Él dejará el letrero, y yo dejaré versos.
A cierta altura morirá también el letrero, y también los versos.
Después a cierta altura morirá la calle donde estuvo el letrero,
Y la lengua en que se escribieron los versos.
Morirá después el planeta que gira en el que todo esto se dio.
En otros satélites de otros sistemas algo como gente
Continuará haciendo algo como versos y viviendo debajo de cosas como letreros,
Siempre una cosa frente a otra,
Siempre una cosa tan inútil como otra,
Siempre lo imposible tan estúpido como lo real,
Siempre el misterio del fondo tan cierto como el sueño de misterio de la superficie,
Siempre esto o siempre otra cosa o ni una cosa ni la otra.

Pero un hombre ha entrado en el estanco (¿para comprar tabaco?)
Y la realidad plausible cae de repente encima de mí.
Casi me yergo enérgico, convencido, humano,
Y voy a intentar escribir estos versos en que digo lo contrario.

Enciendo un cigarrillo pensando escribirlos
Y saboreo en el cigarrillo la liberación de todos los pensamientos.
Sigo el humo como una ruta propia,
Y gozo, en un momento sensitivo y competente,
La liberación de todas las especulaciones
Y la conciencia de que la metafísica es una consecuencia de no estar bien.

Después me echo para atrás en la silla 
Y continúo fumando.
Mientras el Destino me lo conceda, seguiré fumando.

(Si yo me casara con la hija de mi lavandera
Tal vez fuera feliz.)
Visto esto, me levanto de la silla. Me acerco a la ventana.

El hombre ha salido del estanco (¿metiéndose el cambio en el bolsillo de los pantalones?).
Ah, lo conozco: es Esteves sin metafísica.
(El dueño del estanco se ha llegado a la puerta.)
Como por un instinto divino, Esteves se ha girado y me ha visto.
Me ha hecho una señal de adiós, le he gritado ¡Adiós, Esteves!, y el universo
Se me reconstruye sin ideal ni esperanza, y el dueño del estanco ha sonreído.

*****

 

Todas las cartas de amor son
ridículas
no serían cartas de amor si no fueran
ridículas.

También escribí en mi tiempo cartas de amor,
como las otras,
ridículas.

Las cartas de amor, si hay amor,
tienen que ser
ridículas.

Pero, al final,
solo las criaturas que nunca escribieron
cartas de amor
es que son
ridículas.

Quién me diera el tiempo en que escribía
sin darme cuenta
cartas de amor
ridículas.

La verdad es que hoy
son mis recuerdos
de esas cartas
los que son
ridículos.

(Todas las palabras esdrújulas,
como todos los sentimientos esdrújulos,
son naturalmente
ridículos.)

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