DIÁLOGO EN EL JARDÍN DEL PALACIO
A. Nuestro padre y nuestra madre fueron los mismos. Nosotros somos, por tanto, la misma cosa; ¿somos uno solo, aunque parezcamos dos? O no lo somos – ¿y qué sucedió entre nuestros padres y nosotros para que pudiésemos ser diferentes? ¿Qué es lo que me separa de ti? Extiendo la mano y te toco y no sé qué es tocarte… Te miro y no distingo qué es verte. Para mí eres más real que yo misma porque te veo entero, porque puedo verte de espalda y a mí, no… Para mí solo existo de un lado… ¡Oh, si pudiera comprender lo que estoy diciendo!
B. ¿Qué ves de mí? Mi cuerpo. Mi alma no la ves.
A. Pero ni la mía la veo, y mi cuerpo apenas lo veo. No lo veo como un cuerpo se debe ver para que parezca real. Miro hacia abajo, hacia él, no miro hacia adelante como para ver el tuyo. ¡Si al menos yo sintiera que siento mi cuerpo! Pero no me siento ni dentro ni fuera. Ni soy ni existo mi cuerpo. Son – cuerpo y alma – algo que no poseo. (Pausa) ¡Ah! Y cuando en los espejos que me reflejan me veo de espalda, andando, o me veo de lado – me lleno de terror de mi misterio. Me siento horrorosamente coexistir conmigo [misma]. Ando atada al sueño que soy. Cuando me veo de espalda en los espejos parece que tengo otro ser, que soy otra cosa. Me extraño por fuera… Qué horror que no podamos ver más que de un lado nuestro cuerpo a la vez. ¿Qué pasará en el lado que no estamos viendo cuando no estamos viéndolo? (…) ¿Te has dado cuenta ya de que no podemos ver más que dos lados del palacio al mismo tiempo? ¿Acaso Dios se estará posando siempre en el lado que no podemos mirar? ¡Si tú supieras cómo mi vida consiste en pensar en ello!
B. Ah, todo eso no me perturba tanto como mi voz, cuando suena en mí y pienso que no la creé, ni sé qué es ella, y la traigo conmigo como algo mío. Hablo y me doy cuenta de las palabras y del misterio de que ellas tengan significado. ¿Nunca te has escuchado? ¿Tú nunca te has escuchado? ¡Más que verme desde fuera, lo que tus espejos, a pesar de todo, consiguen, lo que quería es oírme desde fuera! Me tapo los oídos a veces, para oír mi voz dentro de mí, y oigo solo un susurro, como si estuviera más cerca de mí, y comenzara ya a conocer de quién es la voz que es mía. Y tengo un miedo que no me deja continuar…
A. ¡Ah, y los otros sentidos! ¿A quién te sabes tú en tu boca? ¿Qué hueles cuando no hueles nada? Y cuando tocas con una mano tu brazo o tu rostro – ¿has pensado ya que tu mano es la que toca tu rostro y no tu rostro el que toca tu mano?, mantén tu rostro bajo tu mano, y será siempre tu mano la que toca, y tu rostro es el que es tocado.
B. Incluso tocando las cosas – qué extraño. Si tuviera esa piedra en la mano, de ahí a poco no la siento ya – parece que pertenece a mi cuerpo. ¡Qué misterio es todo! Estamos dormidos para nosotros mismos. ¿Cuánta alma durará nuestro sueño?
(Pausa)
A. A veces, cuando pienso muy adentro, me sabe a que cuerpo y alma son una sola cosa… Me parece entonces que realmente vemos las cosas por los dos lados, que el alma de las cosas es lo que nos parece que no vemos de ellas… No, no es esto lo que te quiero decir… ¡Mira, no sé pensar en mi pensamiento!
B. Sí, comprendo lo que no has dicho. Pero el cuerpo no existe, tal vez: es el alma vista por ella misma.
A. No. no es así. Pero yo no sé cómo es.
B. Vamos a jugar, si quieres, a un juego nuevo. Juguemos a que somos uno solo. Tal vez Dios nos encuentre alguna gracia y nos perdone por habernos creado… Siéntate aquí, frente a mí y cerca. Junta tus rodillas a mis rodillas y toma mis manos entre las tuyas… Así… Ahora cierra los ojos. Ciérralos bien y piensa… y piensa… ¿En qué deberías pensar? No, no pienses en nada. Trata de no pensar en nada, de no querer sentir, de no saber que oyes o que puedes ver, o que puedes sentir las manos, si quieres pensar que ellas existen… Así, amor… No muevas ni el cuerpo ni el alma.
(Pausa)
B. ¿Qué has sentido?
A. Primero, nada… Fue un espanto de ti y de mí… Después de olvidarme de todo, mi cuerpo cesó. Quise abrir los ojos, pero tuve mucho miedo de abrirlos. Después cesé aún más… Fui poco a poco careciendo de alma. Encontré que era un gran abismo en forma de pozo, que sentía vagamente que el universo con sus cuerpos y sus almas estaban muy lejos. Ese pozo no tenía paredes, pero yo sentía que era un pozo, lo sentía estrecho, circular y profundo. Comencé entonces a sentir un gran horror – ¡ah, no poder sentirlo ya! – es que ese pozo era un pozo hacia dentro de él mismo, hacia dentro no de mi ser, ni de que yo fuera pozo, sino hacia dentro de él mismo, no sé cómo (…)
B. (Con una voz muy apagada) ¿Y después? ¿Y después?
A. Después bajé… Encontré en el pensamiento una dimensión desconocida por la que hice mi camino… Es como si se abriera en la oscuridad un vacío. El súbito pavor de una Puerta… Así en mi pensamiento uno, vacío, abstracto, una puerta se abrió, un Pozo por el que fui bajando. ¿Lo comprendes bien?, ¿comprendes? Fue en el pensamiento todo abstracto y sin diferencias ni fines, ni ideas, ni ser, en el que un Pozo se abrió… Y yo bajé, al contrario de lo que baja – al contrario por dentro de lo contrario…
(Pausa)
B. Sigue, sigue…
A. Bajé más, cada vez más… y siempre en esa nueva dirección. Pero… (¡ayúdame a poder decir esto!) (…)
A. ¡Oh, qué horror!, ¡qué horror lo que estoy sintiendo! ¡Me arrancan el alma como los ojos para no ver! ¿Sabes lo que siento? (…) Lo siento como si lo viera – como si lo viera ¡y eso no se puede ni pensar! ¡Ah, agárrame, tenme en tus brazos! ¡Apriétame! ¡Apriétame tanto que tu brazo me lastime! (…)
B. No quiero, no quiero… ¡Tú no sabes lo que he sentido!
A. No me atrevo a querer no oír… Pero tengo miedo…
2ª. Nuestro amor se parece al sueño porque no es más que la superficie del amor: Mi amor es imposible como realidad, posible solo como amor (…) Cada una de nosotras, en nuestro amor, no se ama sino a sí misma, en el amor; sueña en voz alta y es oída. Sueña con el cuerpo, con los besos, con los brazos.
1ª. Le diré que no lo amo. ¿Qué mejor amante que tú? Eres mujer como yo, y al amarte es a mí a quien puedo amar.
2ª. Realizar el amor es desilusionarse. Tanto como no desilusionarse es acostumbrarse. Acostumbrarse es morir. Por mí solo he amado en mi vida, y amo, a un extranjero a quien no he visto sino de perfil, un atardecer, cuando estábamos en medio de una multitud.
1ª. Pero ¿él sabe que lo amas? Si no sabe que lo amas, ¿de qué sirve que lo ames?
2ª. Mi amor es mío y está en mí y no en él. ¿Qué tiene que ver él conmigo si no lo amo? Si lo conociera, nuestra primera palabra sería nuestra primera desilusión (…) ¿Valdrá la pena amar lo que podemos tener? Amar es querer y no tener. Amar es no tener. Lo que tenemos, lo tenemos, no lo amamos.
A. ¡Si, a pesar de todo, nos amásemos!
B. No, ahora ya no puede ser. Hemos descubierto en un momento lo que los felices no descubren a lo largo de su vida, y lo que los más infelices tardan mucho en encontrar. Hemos descubierto que somos dos y que por eso no podemos amarnos. Hemos descubierto que no se puede amar, sino solo suponer que amamos.
A. ¡Ah, mas yo te amo tanto, tanto! Si tú dices eso es porque no imaginas cuánto te amo.
B. No, es porque sé cuánto no puedes amarme… Escúchame. Nuestro error fue pensar en el amor. Deberíamos haber pensado solo el uno en el otro. Así, nos descubrimos, nos desnudamos de la ilusión para vernos como éramos y vimos que éramos solo como la ilusión nos había hecho. En el fondo, no somos nada sino dos. En el fondo, somos una epopeya eterna – el Hombre y la Mujer (…)
A. Oh, amor mío, no pensemos más, no pensemos más. Amemos sin pensar. ¡Maldito sea el pensamiento! Si no pensáramos, seríamos siempre felices… ¿Qué tiene que ver quien ama con saber que ama, con pensar el amor, con lo que es el amor?…
B. No podemos dejar de querer comprender (…) ¡Cuanto más pienso en todo, más se me resuelve todo en oposiciones, en divisiones, en conflictos! ¡Has matado del todo mi felicidad! Ahora, aunque yo quisiera soñar, no podría hacerlo. El mundo es absurdo como un cuarto sin puerta alguna… ¡Qué alegría si no pensáramos, y qué horror haberlo pensado!
A. Ahora podemos soñar… Ven. Y no pienses más, no mires más hacia el amor.
B. No… Ahora es imposible. Podemos no pensar, pero no olvidar que pensamos… Seamos fuertes y separémonos ahora para siempre. Ojalá podamos olvidarnos y olvidar que soñamos el amor y que vimos que era una estatua vana… Mira, el cielo se ha cubierto… Se levanta el viento. Va a llover…
A. Ya no me atrevo a decirte que te amo, pero te he amado siempre. Tú no debías haberme amado… Tú….
B. Nada debía ser conmigo… Hemos sido infelices, nada más. La curva de este camino ha sido tal, que desde ella hemos visto el amor y ya no hemos podido amar.
A. Tú no me has amado nunca. Si me hubieras amado, no podrías decir eso. Si me hubieras amado, no pensarías en el amor, pensarías en mí. Sí, ahora todo ha terminado, pero porque entre nosotros nunca ha habido más que mi amor. Me has amado tal vez porque has pensado que yo te amaba o que debía amarte. No sé por qué me has amado, pero no ha sido por tenerme amor… ¿Por qué me miras así, tan diferente y absorto?
B. Porque me doy cuenta ahora de lo poco que sabemos de lo que somos, de lo que pensamos, de lo que nos lleva. Ahora he comprendido lo completo y absurdo que es todo esto. No podemos comprendernos. Entre alma y alma hay un abismo enorme. Lo que hemos descubierto al final ha sido eso: yo lo veo y tú no quieres verlo. Pero yo he descubierto más, al darme cuenta de que no sé lo que debo hacer – es que entre nosotros y yo se abre también un abismo. Andamos como sonámbulos en una tierra de abismo (…)
A. Adiós, sé feliz y olvídame. No tardes, que llueve mucho. En la curva del camino hay un árbol grande en el que podrás abrigarte (…) Vete deprisa, vete deprisa. Está lloviendo más.
(Se queda parada diciéndole adiós con la mano de vez en cuando, en un llanto apagado y tímido.)