Página dedicada a mi madre, julio de 2020

SALOMÉ

[SALOMÉ]. Mi belleza vuelve sonámbulos a los hombres, y el sonido (encanto) de mi voz los distrae de soñar. Sus preferidas me odian sin saber si existo, porque entre las palabras vagas de sus discursos amorosos, mi imagen embarga las frases y ellas me sienten pasar, como un canto de sirena, y en los olvidos de la voz, y en la languidez de los brazos y de las manos, que ciñen o que aprietan. Soy el perfume que, una vez soñado, irradia la imaginación, y no podrán tener esposa ni novia, ni incluso hermana a la que acariciar, porque se acuerdan de que yo soy la princesa que fui para ellos toda la vida.

Mis pasos van leves sobre el césped, como si fuesen recuerdos. En los gestos que hago con los brazos hay una sonrisa de mi boca triste. Mis ojos no conocen una promesa cierta, y cuando están bajos y solo las pestañas viven, los corazones ansían con una gran tortura.

Dicen que soy la maravilla, pero yo no sé quién soy. Habita en mí un flujo de desastres que cae sobre las épocas futuras como una lluvia que es niebla.

Morirían millares solo por besar mis manos. Millares dejarían sus hogares solo por oír su propia voz llamándome a mí princesa. Por mi desprecio visible cambiarían muchos todos los amores que les fueron dados, y hasta los que desearían. Soy fatal como las noches y los otoños, y en mi corazón hay ya una nostalgia de todos a los que mataré.

Los esclavos se humillan con los ojos cuando apenas pueden mirarme. Paso entre las filas de los soldados y siento que tiemblan como hojas al viento. Tendrán nostalgia de ese momento como de una gran maldición, y despertarán en las grandes noches de verano, cuando el sudor entra en el alma, pávidos  por el recuerdo siniestro que vive de mi perfil entrevisto, de mis ojos desviados, del recorte de mis cejas muy negras contra la piel morena muy blanca de mi frente coronada de sombras.

Las esclavas me envidian con amor, y cada una sueña, a solas en su lecho sin otro pecho, cómo tener ojos para hacer que amen los perros, y gestos que hagan relinchar a los caballos, en las grandes noches en que la virginidad se siente en las entrañas.

Los gatos se rozan contra mis piernas y se sienten tigres hasta en el sexo. Las aves que cantan se callan cuando paso, y las rosas altas rozan mi rostro porque tengo el privilegio de los caminos.

[SALOMÉ]. Traed, dije, vuestros sueños a esta terraza desde donde se ve el mar. Quiero soñar con vosotras en voz alta, y que mi voz teja con las vuestras el capullo de una historia en la que nos cerremos ante la vida. Aquí están las tierras del reino del que es como mi padre; allí, el mar y las tierras de otro rey: ambos tienen gentes a las que gobiernan, en ambas aman los que aman y son forasteros los que pasan (…)

Contad, sí, lo que os cuento que voy a contaros. Soñar, soñaremos el mismo sueño. Si lo soñamos todas, será más hermoso de lo que es, y tendrá una vida lejana y trémula como la vela de las imágenes que viven en el fin del mundo.

Yo, hija de Herodes, no tengo día en que no quiera la noche, ni noche en que no ansíe el día (…) Mi vida es una llanura a la que le sigue otra llanura. No raya sol que me traiga alegría del otro, ni luna que me recuerde ya los sueños que no sé soñar.

[SALOMÉ]. Me siento menos inmortal que las cosas que sueño. Cuando el sol nace o muere, mi sombra es infinita (…) Me proyecto cuando sueño sobre todas las épocas. Cuando sueño siento que no me muero. Y cuando despierto, y escucho con mi sangre, oigo que pasa la vida.

[SALOMÉ]. Mi vida tiene un cansancio de más cosas que mi vida. No sé más que soñar, pero hoy que me pesa tanto no saber más que soñar y tengo sin querer la necesidad del sueño, quiero que soñéis conmigo. Quiero que soñemos juntas. Si unos viven juntos, ¿por qué otros no soñarán juntos? ¿Hay alguna diferencia entre el sueño y la vida?

A. Pero ¿cómo vamos a soñar juntas, señora? Tengo sueño y me gustaría soñar; pero no quiero dormir, porque los sueños, cuando se duerme, son de otra alma, y se cruzan con los que desearíamos tener, como los peregrinos en las encrucijadas.

[SALOMÉ]. Haré para mí un sueño, y ese sueño será una historia. Iré contando en alto esa historia, y vosotras la oiréis y la soñaréis conmigo. Una u otra, cuando la historia le vaya bañando el alma, irá diciéndome lo que ve en el alma de esa historia, que yo me olvidaría de contar. Será como un canto en el que cantemos juntas en un sentido, y cada una a su vez en la voz. Decidme que puede ser así, para que yo pueda soñar la historia que ha de ser.

A2. Si la historia es hermosa, señora, será una pena que sea solo sueño; si no es hermosa, será una pena que se haya contado.

[SALOMÉ]. Si la contamos bien y es hermosa, y por eso la soñamos bien, será más que un sueño, en algún lugar, algún momento, ella ha de ser, porque las cosas que pasan no son sino como son narradas después. Lo que pasó nadie lo sabe, porque nadie sabe lo que está pasando; los ojos tienen la venda de la vista y los oídos están tapados con el oír. Los libros grandes que mi Padre lee cuentan cosas maravillosas del pasado. Esas cosas son narradas, aunque tal vez nunca se dieran. Pero las cosas se dieron porque fueron narradas. ¿Qué tenemos que ver con lo que ha sido? Lo que ha sido está muerto, y es como ni no hubiera existido nunca. Lo que es de lo que ha sido verdaderamente es para hoy antes. Lo demás es un pensamiento de locos o de niños que quieren la verdad o la luna en las grandes noches de verano, como esta en la que el alma es amplia y triste.

A. Así sea, señora, y soñemos. Comenzad, vos, que queréis comenzar, y tenéis la voz de las fuentes escondidas y los gestos, cuando acaso los abrís, de las palmeras que enseñan que hace viento, cuando no hay viento que toque los párpados ni brisa que roce en el rostro la distracción de los cabellos.

[SALOMÉ]. (Después de una breve pausa) Suponed que… No, suponer es perder… No, no es así como se sueña… Esperad, que quiero ver… (Otra pausa) Había, en el desierto que está más allá del desierto, en la parte de los desiertos en que hay rocas y una soledad más dura que las arenas y el alma más triste que junto a las palmeras, un hombre que quería un dios, porque no había dios de los hombres que habitara en esos desiertos ni en esa alma. Quería un dios con más sed que la del agua, y más hambre que la de los frutos que son como el agua y son dulzura, y hacia las que los niños tienden la mirada y la mano. Ese hombre se llamaba Juan, porque en mi sueño se llama Juan. Es un nombre de los hebreos, pero no hay felizmente profeta o rabino entre ellos que aún los usara. Ese hombre la clamaba porque la quería y no porque ella tuviera que ser. Pero él clamaba tanto, que sin duda lo oiría ese dios que él estaba creando. Y dios vendría a su hora, porque para quien sueña no hay hora, ni se pierde el alma de su destino.

[SALOMÉ]. Quiero, con todo mi sueño, que este sueño sea verdadero. Quiero que sea verdad en el futuro, como otros sueños son verdad en el pasado. Quiero que los hombres mueran, que los pueblos sufran, que las multitudes rujan o tiemblen, porque yo he tenido este sueño. Quiero que el profeta que he imaginado cree un dios y una nueva manera de ser de los dioses, y otras cosas, y otros sentimientos, y otra cosa que no sea la vida. Quiero un sueño tal, que nadie pueda realizarlo. Quiero ser la reina del futuro que nunca habrá, la hermana de los dioses que serán malditos, la madre virgen y estéril de los dioses que nunca existirán.

[SALOMÉ]. ¿Qué es ese grito en la noche, ahí abajo?

A. Le han traído al tetrarca la cabeza de un bandido.

[SALOMÉ]. Tráiganme la cabeza de un bandido. Tráiganmela en una bandeja de oro.

[SALOMÉ]. ¿De quién es esa cabeza?

X. De un bandido que mataba en las aldeas.

S[ALOMÉ]. No quiero que sea de un bandido que mataba en las aldeas. Quiero que sea de un santo que creaba dioses.

X. Era de un bandido que mataba en las aldeas.

S[ALOMÉ]. Acércame la bandeja (…) Mira cómo los párpados pueden ser los de un soñador, y la boca puede ser la de un pecador arrepentido o la de un asceta que nunca pecó. Las mejillas tienen arrugas – pueden ser por la vigilia o por el odio, pero eso importa poco, porque estamos creando la historia. Aparta un poco más la cabeza. Quiero verla, pero no quiero verla bien. Apártala aún más. Ahí, donde está, la luz del claro de luna le da como un maleficio. ¡Cuántos claros de luna más no le darán en el sueño que otros tendrán del mío! Llévala más lejos. Estoy cansada. He soñado demasiado. ¿Qué hombre era ese?

X. Era un bandido que mataba en las aldeas.

S[ALOMÉ]. ¿No te he dicho que esa cabeza era de un santo que creaba dioses? ¿Por qué me dices que era de un bandido que mataba en las aldeas? Llamad al capitán de la guardia – el que es rubio y triste.

(…) La princesa llama al capitán de la guardia.
Un murmullo vago. El capitán aparece.

CAP. ¿Me ha llamado, Señora?

S[ALOMÉ]. Sí. Ahí hay un hombre con una bandeja.

CAP. Lo veo, Señora.

S[ALOMÉ]. En la bandeja está la cabeza de un santo que creaba dioses. Fíjese en el hombre que tiene la bandeja en la mano.

CAP. Sí, Señora.

S[ALOMÉ]. Ese hombre me ha desmentido. Quiero que mate a ese hombre.

CAP. Señora, ¿que mate a ese hombre?

S[ALOMÉ]. Tiene la espada y mi orden. ¿Qué más razón puede querer?

(El capitán desenvaina la espada y mata al siervo. Este cae con la bandeja. La bandeja y la cabeza, separadas, retumban arriba y abajo en el suelo de piedra. Entra el Tetrarca.)

H[ERODES]. ¿Qué nuevo sueño es este o qué nuevo capricho? ¿Qué malicia ha hecho que se traiga aquí esta cabeza que pedí que me llevaran? ¿Quién la ha desviado de mis ojos a los tuyos?

S[ALOMÉ]. Es la cabeza de un bandido que mataba en las aldeas.

H[ERODES]. No. Esta es la cabeza de un santo que estaba creando dioses en los desiertos. Mandé que lo mataran y que me trajeran su cabeza. ¿Por qué la has pedido?

S[ALOMÉ]. ¿Por qué la he pedido? ¿Por qué le he pedido? No sé. No sé. ¿Qué es lo que has dicho, señor, y que me arranca toda el alma del corazón? No diga que me ha dicho la verdad, porque eso es demasiado para mi sueño. Ah, tal vez el sueño no crea sino que ve, y no hace sino lo que adivina. ¿Esa cabeza era de un santo que estaba en los desiertos?

H[ERODES]. ¿Qué vino de claro de luna te ha embriagado, que hablas como los muertos entre los vivos? Esa cabeza es de un santo que cantaba en los desiertos la memoria de los dioses futuros.

S[ALOMÉ]. ¿La cabeza? Déjenme verla de cerca. (Se arrodilla junto a ella) (La coge entre las manos) De da miedo y asco, como los dioses. Es la cabeza de un monstruo porque es la cabeza de un muerto. Tetrarca, ¿quién era este hombre?

H[ERODES]. Era un hombre que anunciaba en los desiertos, cantando y gritando, la llegada del fin de las cosas y de un dios que tendría piedad. Gritaba entre las rocas solitarias que los dioses antiguos eran como los hombres cuando viven, pero que el nuevo dios sería como los hombres cuando mueren, la imagen de la tristeza y de la verdad. Aún no he visto su cabeza. Levántela en la bandeja para que la vea.

(El capitán de la guardia mira alrededor. Se baja, coge la bandeja, coloca en ella la cabeza y la levanta ante la vista del Tetrarca. El Tetrarca se inclina hacia el frente y observa la cabeza con insistencia.)

H[ERODES]. Es la cara de un hombre que vivió en los desiertos y esperaba a nuevos dioses junto a las rocas. Parece que lloró mucho: las mejillas tienen surcos como los que el agua hacen en las rocas. Es terrible, pero por detrás de los párpados cerrados siento con mi propia mirada que los ojos son tristes… ¿Quién ha matado a ese esclavo?

CAP. Yo.

H[ERODES]. ¿Por qué lo has matado?

CAP. La princesa ha mandado que lo matara.

H[ERODES]. ¿Por qué has mandado que lo matara?

S[ALOMÉ]. No sé. No sé nada. Sucede algo tan terrible, que no sé cómo hablar. Lo he mandado matar porque dijo que esa cabeza era de un santo que creaba dioses en los desiertos.

H[ERODES]. Pero era de un santo que creaba dioses en los desiertos.

S[ALOMÉ]. No lo era: era de un bandido que mataba en las aldeas. Deje la bandeja en el suelo, retírese. Tengo sueño. Padre, tengo sueño. (A las ayas). Retiraos también vosotras. Padre, quiero dormir. Deje la bandeja en el suelo, con la cabeza. Padre, váyase usted también.

S[ALOMÉ]. Yo lo sabía bien. Yo lo sabía bien. No se puede soñar sin que Dios lo sepa. Mi mentira era verdad. Era cierto que en los desiertos había un santo que llamaba a un nuevo dios, a un dios triste como las rocas y solitario como las grandes llanuras. Yo bien sabía que alguien tendría que querer un dios que conoce los sueños y siente pena por el que no tiene nada.

Voy a hacer como si estuviera en un festín. Voy a bailar alrededor de tu cabeza hasta caer sin vida. Voy a danzar en el funeral de las cosas que murieron con tu vida. Mira, voy a hacer una danza al claro de luna, para decirlo todo.

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