Página dedicada a mi madre, julio de 2020

XXV. EL SÁBADO DE LA ALDEA

   La doncella viene del campo
Al ponerse el sol
Con su haz de hierbas; y trae en las manos
Un ramito de rosas y violetas,
Con el que, como es costumbre,
Mañana, en el día de fiesta,
Se adornará el pecho y el cabello.
La viejecita se sienta en la escalera
A hilar con las vecinas, 
Mirando hacia donde se pierde el día;
Y cuenta sus buenos tiempos,
Cuando en el día de fiesta se arreglaba,
Y aún sana y ligera
Bailaba de noche
Con los compañeros de la edad más bella.
Ya el aire se oscurece,
Se vuelve azul el cielo, y caen las sombras
De alcores y tejados
Con el claro de la reciente luna.
La campana ya avisa
De la fiesta que viene;
Y con ese sonido dirías
Que el corazón se reconforta.
Los niños, en grupo,
Gritando en la plazuela
Y aquí y allá saltando,
Levantan un rumor alegre.
Y entretanto vuelve a su parca mesa,
Silbando, el campesino,
Y absorto piensa en su día de descanso.

     Luego, cuando en torno se apagan
Todas las luces y todo lo demás calla,
Se oye el martillo golpear, se oye la sierra
Del carpintero que vela
A la luz del candil en el taller cerrado,
Y se apresura y se afana
Por concluir la obra antes que claree el alba.

     De los siete días, este es el más grato,
Lleno de esperanzas y alegrías:
Mañana, tristeza y tedio
Traerán las horas, y al común trabajo
Cada uno volverá con su pensamiento.

     Muchachito risueño
Esta tu edad florida
Es como un día de alegría lleno,
Un día claro, sereno,
Que precede a la fiesta de tu vida.
Goza, muchacho mío; estado suave,
Estación alegre es esta.
Más no te diré; pero que tu fiesta
Que aún tarde en llegar no te aflija.

 

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