XI. DIÁLOGO DE TORCUATO TASSO Y DE SU GENIO FAMILIAR[1]
Tuvo Torquato Tasso, durante el tiempo de la enfermedad de su mente, una opinión similar a la famosa de Sócrates, a saber, creyó ver de vez en cuando un espíritu bueno y amigo, y tener con él muchas y largas conversaciones. Así lo leemos en la vida de Tasso descrita por Manso, quien se encontró presente en uno de estos coloquios o soliloquios, según queramos llamarle.
GENIO. ¿Cómo estás, Torcuato?
TASSO. Sabes muy bien cómo se puede estar en una prisión y con las dificultades hasta el cuello.
GENIO. Vamos, después de la cena no es el momento de lamentarse. Ten ánimo, y riamos juntos.
TASSO. Soy poco hábil en eso. Pero tu presencia y tus palabras siempre me consuelan. Siéntate junto a mí.
GENIO. ¿Que me siente? Eso no es fácil para un espíritu. Pero hazte cuenta ya de que estoy sentado.
TASSO. Ay, si pudiera volver a ver a mi Eleonora. Cada vez que ella vuelve a mi mente, siento un estremecimiento de alegría que, desde la cima de la cabeza, se extiende hasta la última punta del pie, y no queda en mí nervio ni vena que no se turbe. A veces, pensando en ella, se me reavivan en el ánimo ciertas imágenes y ciertos afectos, tales que, durante ese poco tiempo, me parece ser aún aquel Torcuato que fui antes de conocer las desgracias y a los hombres, y que ahora, muerto, lo lloro tanto. En verdad, diría que el contacto con el mundo y la experiencia de los sufrimientos suelen enterrar y adormecer dentro de nosotros a aquel ser primero que fuimos, el cual, de vez en cuando, se despierta por poco tiempo, con menor frecuencia conforme avanza la edad, pues cada vez se retira más hacia lo más íntimo y cae en un sueño mayor que el anterior, hasta que muere, a pesar de que permanezcamos vivos. En fin, me maravilla que el pensamiento de una mujer tenga tanta fuerza para renovarme, por así decirlo, el alma, y para hacerme olvidar tantas calamidades. Y, si no fuera porque ya no tengo la esperanza de volver a verla, creería que aún no había perdido la facultad de ser feliz.
GENIO. ¿Cuál de entre estas dos cosas estimas más dulce, ver a la mujer amada o imaginarla?
TASSO. No sé. Cierto que, cuando estaba presente, me parecía una mujer; de lejos, me parecía y me parece una diosa.
GENIO. Estas diosas son tan benignas, que cuando uno se les acerca, de pronto esconden su divinidad, se desprenden de los rayos que llevan a su alrededor y se los meten en los bolsillos, para no cegar al mortal que se les pone delante.
TASSO. Desgraciadamente dices la verdad. Pero ¿no te parece una penas que las mujeres, en la experiencia, resulten tan diferentes a como las imaginábamos?
GENIO. No sé qué culpa tengan de ello, de que sean de carne y hueso, mejor que de ambrosía y néctar. ¿Qué hay mundo que tenga una mínima sombra o una milésima parte de la perfección que pensáis que tiene que haber en las mujeres? Y además me extraña que, no maravillándoos de que los hombres sean hombres, es decir, criaturas poco laudables y poco amables, no sepáis después comprender cómo es que las mujeres, de hecho, no son ángeles.
TASSO. A pesar de todo, me muero del deseo de volver a verla y de volver a hablarle.
GENIO. Vamos, esta noche en sueño te la pondré delante: hermosa, como en la juventud, y tan gentil, que te animarás a hablarle con más franqueza y libertad con que nunca antes lo hayas hecho. Es más, al final, le estrecharás la mano; y ella, mirándote fijamente, te hará sentir una dulzura tal, que te vencerá; y a lo largo de todo el día venidero, cada vez que te sobrevenga este sueño, sentirás palpitar tu corazón de ternura.
TASSO. ¡Gran consuelo, un sueño en lugar de la verdad!
GENIO. ¿Qué es la verdad?
TASSO. Pilatos no lo supo menos que yo.
GENIO. Bien, responderé por ti. Entiende que entre la verdad y el sueño la diferencia que hay es que este puede ser, alguna vez, mucho más hermoso y más dulce que aquella.
TASSO. Entonces, ¿un deleite soñado vale tanto como un deleite verdadero?
GENIO. Eso creo. Es más, he oído hablar de alguien que cuando la mujer que ama se le representa en un dulce sueño, a lo largo de todo el día siguiente evita encontrársela y volver a verla, sabiendo que ella no podría soportar la comparación con la imagen que el sueño le ha dejado impresa, y que la verdad, al borrarle de la mente lo falso, lo privaría del deleite extraordinario que aquel le suscita. Por ello, no hay que condenar a los antiguos, mucho más solícitos, atentos e industriosos que vosotros en toda suerte de goce posible en la naturaleza humana, porque tuvieran la costumbre de procurarse de varios modos la dulzura y la alegría de los sueños; ni hay que reprender a Pitágoras por haber prohibido comer habas, consideradas contrarias a la tranquilidad de los mismos sueños y capaces de enturbiarlos; [2] y hay que excusar a los supersticiosos que, antes de acostarse, solían orar y hacer libación a Mercurio, quien guía a los sueños, para que se los proporcionara plácidos, y cuya imagen tenían tallada, para este fin, en los pies del lecho. [3] Así, no encontrando nunca la felicidad en la vigilia, se las ingeniaban para ser felices durmiendo; y creo que, en parte y de algún modo, lo eran y que de Mercurio eran oídos más que de otros dioses.
TASSO. Por tanto, dado que los hombres nacen y viven solo para el placer y dado que el placer solo o mayormente existe en los sueños, ¿convendrá que nos determinemos a vivir para soñar, a lo que yo en verdad no me puedo reducir?
GENIO. Ya te has reducido y determinado, pues vives y consientes vivir. ¿Qué es el placer?
TASSO. No tengo tanta práctica como para saberlo.
GENIO. Nadie lo conoce por la práctica, sino por la especulación, porque el placer es una materia de especulación y no de la realidad; un deseo, no un hecho; un sentimiento que el hombre concibe en su pensamiento y no experimenta; o mejor aún, un concepto, no un sentimiento. ¿No os percatáis de que en el momento de cualquier deleite, aunque deseado infinitamente y buscado con fatigas y molestias indecibles, al no poder contentaros con el gozo recibido, estáis siempre esperando un gozo mayor y más verdadero, en el que consista, en suma, ese placer; y de que continuamente os adelantáis a los instantes venideros de ese mismo deleite? Este acaba siempre antes de que llegue el instante que os satisfaga, y no os deja más que la esperanza ciega de gozar mejor y más verdaderamente en otra ocasión, y el consuelo de fingir y de contaros a vosotros mismos que habéis gozado al contárselo a los demás, no solo por ambición, sino para ayudaros a convenceros a vosotros mismos. Por ello, quienquiera que consiente en vivir no lo hace, en sustancia, sino para este efecto y no con ninguna otra utilidad que soñar, o mejor, creer que gozará o que ha gozado, cosas, ambas, falsas y fantásticas.
TASSO. ¿No pueden los hombres creer nunca que gozan en el presente?
GENIO. Cuando lo creyeran, gozarían de hecho. Pero, cuéntame tú si en algún instante de tu vida recuerdas haber dicho con total sinceridad y fe: «yo gozo». A lo largo de todo el día lo que dijiste y dices sinceramente es «gozaré», y algunas veces, pero con una sinceridad menor, «he gozado». Así, el placer es siempre o pasado o futuro, y nunca presente.
TASSO. Que es como decir que no existe nunca.
GENIO. Eso parece.
TASSO. Incluso en los sueños.
GENIO. Si se habla con propiedad.
TASSO. Y, sin embargo, el objeto y el propósito de nuestra vida, no solo esencial, sino único, es el placer mismo, entendiendo por placer la felicidad que debe en efecto ser placer, proceda de donde proceda.
GENIO. Muy cierto.
TASSO. De lo que se deduce que nuestra vida, al fallar siempre su fin, es siempre imperfecta y, por tanto, vivir es, por naturaleza, un estado violento.
GENIO. Quizás.
TASSO. Puede que yo no lo entienda. Entonces, ¿por qué vivimos? Quiero decir, ¿por qué consentimos vivir?
GENIO. ¡Y yo qué sé! Mejor lo sabréis vosotros, que sois hombres.
TASSO. Te juro por mí que no lo sé.
GENIO. Pregúntales a algunos de los más sabios, y quizás encuentres a alguien que te resuelva esta duda.
TASSO. Eso haré. Pero, en verdad, esta vida que yo llevo es toda un estado violento, porque, incluso dejando al margen los dolores, solo el tedio me mata.
GENIO. ¿Qué es el tedio?
TASSO. En esto no me falta la experiencia para satisfacer a tu pregunta. Me parece que el tedio es de la naturaleza del aire, el cual llena todos los espacios interpuestos entre todas las demás cosas materiales y todos los huecos de cada una de ellas y, allí donde un cuerpo se aleja y otro no se le une, allí llega él inmediatamente. Así, todos los intervalos de la vida humana interpuestos entre los placeres y los dolores son ocupados por el tedio. Y por eso, así como en el mundo material, según los peripatéticos, no se da vacío alguno, tampoco en nuestra vida se da, excepto cuando la mente, por cualquier razón, deja de pensar. Todo el resto del tiempo, el ánimo, considerado en sí mismo y separado del cuerpo, contiene alguna pasión; así, el que está vacío de placer y de dolor, está lleno de tedio, el cual es también una pasión, al igual que el dolor y el deleite.
GENIO. Y, como todos vuestros deleites son de una materia similar a la de las telarañas, muy tenue y rala y trasparente, así como el aire penetra en estas, así el tedio penetra en aquellos por todas partes y los llena. Verdaderamente, por tedio no creo que se deba entender otra cosa que el deseo puro de la felicidad, no satisfecho por el placer y no ofendido abiertamente por el malestar. El buen deseo, como decíamos antes, no es nunca satisfecho; y el placer propiamente no se encuentra. Por consiguiente, la vida humana, por decirlo de algún modo, está compuesta y entretejida en parte por el dolor, en parte por el tedio, y de una de estas pasiones no reposa el hombre sino cayendo en la otra. Y este no es tu destino particular, sino el común a todos los hombres.
TASSO. ¿Qué remedio se podría encontrar contra el tedio?
GENIO. El sueño, el opio y el dolor. Y este es el más potente de todos, porque el hombre, mientras padece, no se aburre de ningún modo.
TASSO. Si esa es la medicina, me contento con aburrirme toda la vida. Pero, si incluso la variedad de las acciones, de las ocupaciones y de los sentimientos no nos libera del tedio, porque no nos crea un deleite verdadero, al menos lo alivia y lo mitiga. Pero yo, en esta prisión, separado de la compañía humana, privado de la posibilidad de escribir, reducido a contar, como por pasatiempo, los toques del reloj, a enumerar las vigas, las grietas y agujeros del techo, a considerar el enlosado del pavimento, a entretenerme con las mariposas y con los mosquitos que giran por la habitación, a vivir casi todas las horas del mismo modo, no tengo nada que merme algo la carga del tedio.
GENIO. Dime, ¿desde cuándo estás reducido a esta forma de vida?
TASSO. Desde hace bastantes semanas, como sabes.
GENIO. ¿No has sentido, del primer día a hoy, alguna diferencia en el fastidio que ella te suscita?
TASSO. En verdad que, al principio, era mayor, porque poco a poco la mente, no ocupada ni distraída por otra cosa, se me está acostumbrando a conversar consigo misma cada vez más y con mayor deleite que antes, y está adquiriendo una costumbre y una virtud tales para hablar consigo misma, e incluso para chismorrear, que en bastantes ocasiones me parece que tengo en la cabeza toda una reunión de personas que debaten; y cualquier ínfimo tema que se me presente en el pensamiento me basta para entablar conmigo mismo una gran charla.
GENIO. Esta costumbre, verás que se afirma y crece día tras día, de modo que, cuando luego vuelvas a tener la posibilidad de usarla con los hombres, te parecerá más simple estando en su compañía que en tu soledad. Y este hábito, en este tenor de vida, no creas que es exclusivo de los que son semejantes a ti, los cuales ya están hechos a la meditación, sino que le sobreviene en más o menos tiempo a cualquiera. Además, el estar separado de los hombres y, por decirlo de algún modo, de la vida misma, tiene esta ventaja, que el hombre, cuando está saciado, advertido y desenamorado de las cosas humanas por la experiencia, poco a poco se acostumbra nuevamente a mirarlas desde lejos, desde donde parecen más hermosas y más dignas que cuando están cercanas, se olvida de su vanidad y de su miseria, y vuelve a formarse y casi a crearse el mundo a su manera, vuelve a apreciar, a amar y a desear la vida, por lo que, si en él quedan esperanzas de volver a la sociedad, se va nutriendo y deleitando, como lo hacía en la infancia. Por ello, la soledad cumple la función de la juventud o, ciertamente, rejuvenece el ánimo, refuerza y pone en funcionamiento la imaginación y renueva en el hombre experimentado los beneficios de aquella primera inexperiencia por la que tú suspiras. Yo te dejo, pues veo que el sueño se te avecina, y me voy a prepararte el sueño que te he prometido. Así, entre sueños y fantasías, irás consumiendo tu vida, con la única finalidad de consumirla, pues este es el único fruto que se puede obtener en el mundo y el único objeto que os deberíais proponer cada día al despertar. Muy a menudo necesitaréis arrastrarlo con los dientes, y bendito sea el día en que podáis traerlo detrás con las manos o llevarlo encima. Pero, en fin, tu tiempo no transcurre más lento en esta cárcel que el de quien te oprime, ya esté en salones o en jardines. Adiós.
TASSO. Adiós. Pero oye. Tu conversación me reconforta mucho. No es que interrumpa mi tristeza, pero esta, casi todo el tiempo, es como una noche oscurísima, sin luna ni estrellas, mientras que contigo se parece al atardecer, más grato que molesto. Por ello, para que yo pueda llamarte de ahora en adelante o encontrarte cuando te necesite, dime dónde sueles habitar.
GENIO. ¿Todavía no lo sabes? En cualquier licor generoso.
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[1] Compuesto en Recanati, entre el 1 y el 10 de junio de 1824. «Fue Torcuato Tasso, durante su enfermedad mental, de la opinión de Sócrates, es decir, creyó ver, de vez en cuando, a un espíritu bueno y amigo con el que mantenía muchas y largas conversaciones. Así leemos en La vida de Tasso escrita por Manso, quien estuvo presente en uno de estos coloquios o soliloquios, según lo queramos llamar.» (N. del A.)
[2] “Apolonio, Hist. Commentit, cap. 46; Cicerón, Sobre la Divinidad, lib. 1, cap. 30 y lib. 2, cap. 58; Plinio, lib. 18, cap. 12; Plutarco, Convival. Quaestion., lib. 8, quaest. 10; Dioscóride, De Materia Medica, lib. 2, cap. 127.” (N. del A.)
[3] “Meursio, Exercitat. critic. par. 2, lib. 2, cap. 19.” (N. del A.) En Ens., V, escribe: «Pseudo-Didimo llama a Mercurio oneiropompon, es decir, el que trae los sueños […], porque los antiguos esperaban de él sueños felices y, para conseguirlos, le hacían libaciones, como se lee en Homero, Heliodoro y el Escoliasta de Apolonio de Rodas, el cual añade que los antiguos solían ofrecer a Mercurio las lenguas de las víctimas. Se esculpía su imagen en los pies del lecho, por lo que éstos se llamaban en griego herminoi […], ya que Hermes, como se sabe, en ese idioma es Mercurio.» (N. del A.)