Página dedicada a mi madre, julio de 2020

II. DIÁLOGO DE HÉRCULES Y DE ATLAS [5]

HÉRCULES. Padre Atlas, Júpiter me manda, y quiere que te salude de su parte, y en el caso en que estés rendido por este peso, me lo eche yo encima durante algunas horas, como hice no recuerdo cuántos siglos hace, de modo que tú respires y descanses un poco.

ATLAS. Te lo agradezco, querido Herculino, y me considero obligado a la majestad de Júpiter. Pero el mundo[6] se ha aligerado tanto, que este abrigo que llevo para protegerme de la nieve pesa más que él; y, si no fuera porque la voluntad de Júpiter me obliga a estar aquí quieto y a sostener esta bolita sobre la espalda, yo me la pondría debajo del brazo o en el bolsillo, o me la pondría colgando de un pelo de la barba, y me iría por ahí a mis asuntos.

HÉRCULES. ¿Cómo es que se ha aligerado tanto? Me doy cuenta de que ha cambiado de forma, que se ha vuelto como un panecillo, y ya no es redonda, como era cuando yo estudié cosmografía para realizar aquella grandísima navegación con los Argonautas. Aun así, no puedo comprender cómo puede pesar ahora menos.

ATLAS. La causa no la conozco yo. Pero de la ligereza de la que hablo, tú mismo puedes darte cuenta ahora mismo, basta con que quieras cogerla un momento en la mano y tantear su peso.

HÉRCULES. Por Hércules, si yo no lo hubiera comprobado, no podría creerlo nunca. Pero ¿qué es esta otra novedad que descubro? La otra vez que yo la sostuve, palpitaba fuerte sobre mi espalda, como el corazón de los animales; y emitía cierto zumbido continuo, que parecía un avispero. Pero, ahora, en cuanto a la palpitación, parece un reloj con la ruedecilla rota; y en cuanto al zumbido, no oigo ni un susurro.

ATLAS. Tampoco de esto puedo decirte nada, sino que hace bastante tiempo que el mundo dejó de hacer cualquier movimiento o rumor sensible;  y yo tuve una grandísima sospecha de que se había muerto, y esperaba día tras día que me infectase con su  hedor; y pensaba cómo y dónde podía enterrarlo, y el epitafio que debía ponerle. Pero después, visto que no se pudría, concluí que de animal, como era antes, se había convertido en planta, como Dafne y tantos otros; y que por ello, ni se movía ni murmuraba. Y todavía temo que dentro de poco me eche las raíces por los hombros y que arraigue en ellos.

HÉRCULES. Pues yo creo más que está durmiendo, y que este sueño es como el de Epiménides, [7] que duró medio siglo o más, o como el que se cuenta de Hermótimo, [8]  cuya alma salía de su cuerpo cada vez que quería y estaba fuera muchos años, paseando por diversos países, y luego regresaba, hasta que los amigos, para acabar con esta canción, le quemaron el cuerpo; y así, cuando volvió el alma para entrar, encontró que su casa estaba destruida y que, si quería alojarse a cubierto, debía tomar otra en alquiler o ir a un albergue. Pero, para hacer que el mundo no duerma eternamente, y para que no lo queme algún amigo o benefactor que piense que se ha muerto, quiero que probemos alguna forma de despertarlo.

ATLAS. Bien, pero ¿de qué forma?

HÉRCULES. Yo le daría una buena zurra con esta maza, pero me temo que acabaría de aplastarlo y que no haría de él ni una oblea, o que la corteza, dado que él se ha vuelto tan sutil, no haya adelgazado tanto, que estalle con el golpe como un huevo. Y además no estoy seguro de que los hombres, que en mi tiempo luchaban con los leones cuerpo a cuerpo y ahora con las pulgas, no desfallezcan todos de pronto, con la sacudida. Lo mejor será que yo deje la maza y tú, el abrigo, y que juguemos a la pelota con esta esferucha. Lamento no haber traído los brazales y las raquetas que usamos Mercurio y yo para jugar en casa de Júpiter o en el huerto, pero con los puños bastará.

ATLAS. Justo, para que tu padre, al ver nuestro juego y al tener ganas de jugar también, con su pelota de fuego nos precipite a los dos no sé dónde, como a Faetonte en el Po.

HÉRCULES. Cierto, si yo fuera, como Faetonte, hijo de un poeta, y no su propio hijo; y si yo no fuera tal, si los poetas poblaron las ciudades con el sonido de la lira, a mí me basta la voluntad de despoblar el cielo y la tierra con el sonido de la maza. Y su pelota, tan solo con darle un puntapié, la enviaría desde aquí hasta el último desván del cielo empíreo. Pero estáte seguro de que incluso cuando a mí me apeteciera desenclavar cinco o seis estrellas para jugar a las canicas, o tirar al blanco con un cometa, como con una honda, agarrándolo por la cola, o incluso utilizar el sol para jugar al lanzamiento de disco, mi padre haría como el que no ve. Además, nuestra intención en este juego es la de hacerle un bien al mundo, y no  la de Faetonte, que fue mostrarse ágil ante las Horas, quienes le sostuvieron el estribo cuando subió al carro; y ganar fama de buen cochero entre Andrómeda, Calisto y las demás hermosas constelaciones, a las cuales, mientras pasaba, se dice, les lanzaba ramitos de rayos y bolitas de luz confitadas; y lucirse entre los Dioses del cielo con el paseo de aquel día, que era festivo. En suma, no te preocupes por la cólera de mi padre, pues yo me comprometo, en todo caso, a compensarte de los daños. Y sin más dilaciones, quítate el abrigo y tírame la pelota.

ATLAS. De mal grado o de buen grado me conviene hacer lo que propones, porque eres gallardo y estás armado, y yo estoy desarmado y viejo. Pero procura, al menos, que no se caiga, para que no le salgan más chichones, ni se le aplaste o reviente ninguna parte, como le sucedió cuando Sicilia se separó de Italia, y África de España, ni se le desgaje una astilla, es decir, una provincia o un reino, no sea que se desencadene una guerra.

HÉRCULES. Por mí, no lo dudes.

ATLAS. Para ti la pelota. Mira que cojea, porque se ha deformado.

HÉRCULES. Vamos, dale un poco más fuerte, que así no llega.

ATLAS. Aquí de nada sirve golpear, pues sopla el garbino, como siempre, y la pelota vuela, pues no pesa.

HÉRCULES. Ese es su viejo vicio, ir a la caza del viento.

ATLAS. Verdaderamente no estaría mal que la hincháramos, pues veo que no bota sobre el puño más que un melón.  

HÉRCULES. Este defecto es nuevo, pues en la antigüedad brincaba y saltaba como un gamo.

ATLAS. Corre ligero hacia allá, rápido te digo, mira por Dios que se cae. Maldito sea el momento en que has venido.

HÉRCULES. Me la has lanzado tan engañosamente y tan a ras del suelo, que no habría podido llegar a tiempo ni siquiera si me hubieras querido romper el cuello. ¡Ay de mí, pobrecita!, ¿cómo estás?, ¿sientes dolor en alguna parte? No se oye ni la respiración y no se ve alma que se mueva, y parece que todos duermen como antes.

ATLAS. Dámela por todos los cuernos de la Estigia, que me la acomode en los hombros. Y tú, coge la maza y vuelve rápido al cielo para excusarme con Júpiter de este caso que ha sucedido por tu causa.

HÉRCULES. Así lo haré. Hace muchos siglos que está en casa de mi padre un poeta que se llama Horacio, admitido como poeta de corte gracias a Augusto, que había sido deificado por Júpiter por ciertas consideraciones que se tuvieron que tener con el poder de los romanos. Este poeta va canturreando ciertas canciones suyas, y entre ellas hay una que dice que el hombre justo no se mueve aunque caiga el mundo. Creo que hoy todos los hombres son justos, pues el mundo ha caído, y ninguno se ha movido.

ATLAS. ¿Quién duda de la justicia de los hombres? Pero tú no pierdas más tiempo, y corre ligero a disculparme con tu padre, pues temo que, de un momento a otro, un rayo me transformará de Atlas en Etna.

 

[5]  Compuesto en Recanati, entre el 10 y el 13 de febrero de 1824.

[6]  «A pesar de que la mayor parte de las veces se ha dicho que Atlas sostenía el cielo, véase en cambio en el primer libro de la Odisea, v. 52 y ss., y en el Prometeo de Esquilo, v. 347 y ss., que los antiguos también creían que sostenía la tierra.» (N. del A.)

[7] Pastor legendario que fue a buscar una oveja perdida del rebaño de su padre y se quedó dormido en una gruta durante cincuenta y siete años. “Plinio, lib. 7, cap. 52. Diógenes Laercio, lib. 1, segm. 109. Apolonio, Hist. commentit., cap 1. Varrón, de Lingua lat., lib. 7. Plutarco, an seni gerenda sit respub. opp. ed. Francof. 1620, tom. 2, p. 784. Tertuliano, de Anima, cap. 44. Pausanias, lib. 1, cap. 10. Apéndice vaticano de proverbios, centur. 3, proverb. 97. Suidas, voz ; Luciano, Timon. opp. ed. Amstel. 1687, tom. 1, p.69” (N. del A.)

[8] Personaje legendario cuya alma transmigraba, en vida, desde su cuerpo. “Apolonio, Hist. commentit., cap. 3. Plinio, lib. 7, cap. 52. Tertuliano, de Anima cap. 44. Luciano, Encom. Musc. opp. tom. 2,p. 376. Orígenes, contra Cels.  lib. 3, cap. 32.” (N. del A.)

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