VI. DIÁLOGO DE MALAMBRUNO Y DE TRAMPAS [34]
MALAMBRUNO.[35] Espíritus del abismo, Trampas, Colmilludo, Gusanonegro, Astasrotas, Alituerto, [36] y como quiera que seáis llamados, os conjuro en el nombre de Belcebú, y os ordeno, por virtud de mi arte, que puede desvencijar a la luna y clavar al sol en medio del cielo, que venga uno de vosotros con libre disposición de vuestro príncipe y plena potestad para usar todas las fuerzas del infierno a mi servicio.
TRAMPAS. Aquí estoy.
MALAMBRUNO. ¿Quién eres?
TRAMPAS. Trampas, a tus órdenes.
MALAMBRUNO. ¿Traes la autorización de Belcebú?
TRAMPAS. Sí, la traigo; y puedo hacer a tu servicio todo lo que podría hacer el mismo Rey, y más de lo que podrían hacer todas las demás criaturas juntas.
MALAMBRUNO. Está bien. Tienes que satisfacerme un deseo.
TRAMPAS. Serás servido. ¿Qué quieres?, ¿una nobleza mayor que la de los Atridas? [37]
MALAMBRUNO. No.
TRAMPAS. ¿Más riquezas que las que se encontrarán en la ciudad de Manoa, [38] cuando se descubra?
MALAMBRUNO. No.
TRAMPAS. ¿Un imperio tan grande como el que dicen que una noche soñó Carlos V?
MALAMBRUNO. No.
TRAMPAS. ¿Que se rinda a tus deseos una mujer más salvaje que Penélope?
MALAMBRUNO. No. ¿Te parece que para eso es necesario el diablo?
TRAMPAS. ¿Honores y buena fortuna, tan granuja como eres?
MALAMBRUNO. En todo caso, necesitaría al diablo si quisiera lo contrario.
TRAMPAS. En fin, ¿qué quieres?
MALAMBRUNO. Que me hagas feliz un momento.
TRAMPAS. No puedo.
MALAMBRUNO. ¿Cómo que no puedes?
TRAMPAS. Te juro en conciencia que no puedo.
MALAMBRUNO. En conciencia de diablo honrado.
TRAMPAS. Ciertamente. Hazte cuenta de que hay diablos honrados, como hay hombres.
MALAMBRUNO. Pues tú hazte cuenta de que te cuelgo aquí por la cola de una de estas vigas, si no me obedeces en seguida y sin más discursos.
TRAMPAS. Es más fácil que tú me mates, que no que yo te contente con lo que me pides.
MALAMBRUNO. Entonces, vete ya, maldito, y que venga Belcebú en persona.
TRAMPAS. Ni siquiera si viene Belcebú, con toda la Judesca y todas las Bolsas,[39] podrá hacerte feliz, ni a ti ni a ninguno de tu especie, más de lo que haya podido yo.
MALAMBRUNO. ¿Ni siquiera un momento solo?
TRAMPAS. Tan posible es un momento, e incluso la mitad de un momento, o la milésima parte, como toda la vida.
MALAMBRUNO. Pero, si no puedes hacerme feliz de ningún modo, ¿puedes al menos librarme de la infelicidad?
TRAMPAS. Si tú puedes dejar de quererte de manera suprema.
MALAMBRUNO. Eso podré hacerlo después de muerto.
TRAMPAS. En vida no lo puede hacer ningún animal, pues vuestra naturaleza os permitiría cualquier otra cosa antes que eso.
MALAMBRUNO. Así es.
TRAMPAS. Así, al quererte necesariamente con el mayor amor del que eres capaz, necesariamente deseas del mayor modo tu propia felicidad y, al no poder nunca ni en modo alguno ser satisfecho este deseo, que es supremo, se infiere que tú no puedes evitar de ningún modo ser infeliz.
MALAMBRUNO. Ni siquiera cuando siento algún deleite, pues ningún deleite me hace feliz ni me satisface.
TRAMPAS. Ninguno, verdaderamente.
MALAMBRUNO. Y, por ello, al no corresponderse con el deseo natural de felicidad que está grabado en mi alma, no será verdadero deleite; y, durante el mismo tiempo que alguno dure, no dejaré de sentirme infeliz.
TRAMPAS. No dejarás de sentirlo, porque, en los hombres y en los demás seres vivos, la privación de la felicidad, aun sin dolor y sin desdicha alguna, incluso en el tiempo de lo que llamáis placeres, es infelicidad expresa.
MALAMBRUNO. Tanto que, desde el nacimiento hasta la muerte, nuestra infelicidad no puede cesar ni siquiera un instante.
TRAMPAS. Sí, cesa siempre que dormís sin soñar, o cuando desfallecéis, o cuando perdéis el sentido.
MALAMBRUNO. Pero nunca mientras sentimos nuestra propia vida.
TRAMPAS. Nunca.
MALAMBRUNO. De tal modo que, hablando de modo absoluto, no vivir es siempre mejor que vivir.
TRAMPAS. Si la privación de la infelicidad es simplemente mejor que la infelicidad.
MALAMBRUNO. ¿Entonces?
TRAMPAS. Entonces, si te apetece entregarme el alma antes de tiempo, aquí estoy dispuesto a llevármela.
[34] Compuesto en Recanati, entre el 1 y el 3 de abril de 1824.
[35] El nombre de este mago es el de un caballero del ciclo legendario de Ogier el Danés. En Miguel de Cervantes, Don Quijote, II, 39-44, el gigante y encantador Malambruno reserva para don Quijote la aventura de Clavileño.
[36] Así han sido traducidos respectivamente los nombres de los diablejos Farfarello, Ciriatto, Baconero, Astarotte y Alichino. Según Ruffilli y Sanguineti, la procedencia de estos diablejos es la siguiente: Baconero aparece en la obra de Lippi Malmantel recuperado; Astarotte en el Morgante de Pulci; los demás (para los que se ha adoptado la traducción de Abilio Echeverría, Divina comedia, Alianza Editorial, Madrid, 1995) en los cantos XXI y XXII del Infierno de Dante Alighieri.
[37] Agamenón y Menelao, hijos de Atreo, se vanagloriaban de descender de Zeus.
[38] «Ciudad legendaria, llamada también El Dorado, imaginada por los españoles y situada por ellos en la América meridional, entre el río Orinoco y el Amazonas.» (N. del A.)
[39] La Judesca y las Bolsas son espacios del Infierno de Dante Alighieri. La Judesca es el cuarto recinto del IX círculo del infierno, recibe el nombre de Judas, traidor de Cristo, y acoge a los traidores de sus benefactores, entre ellos, al mismo Judas (Infierno, canto XXXIV). Las Bolsas son los diez valles del VIII círculo del infierno, en el que penan sus culpas los fraudulentos (Infierno, cantos XVIII-XXXI).