VII. DIÁLOGO DE LA NATURALEZA Y DE UN ALMA[40]
NATURALEZA. Vamos, hijita mía predilecta, pues así serás considerada y llamada a lo largo de los siglos. Vive y sé grande e infeliz.
ALMA. ¿Qué mal he cometido antes de vivir, para que tú me condenes a esta pena?
NATURALEZA. ¿Qué pena, hijita mía?
ALMA. ¿No me destinas a ser infeliz?
NATURALEZA. Pero en la medida en que quiero que seas grande, y no se puede ser esto sin aquello. Además de que estás destinada a vivificar un cuerpo humano, y todos los hombres, necesariamente, nacen y viven infelices.
ALMA. Pero lo razonable, por el contrario, sería que tú dispusieras de modo que fueran necesariamente felices; o, si no puedes hacer esto, te convendría abstenerte de ponerlos en el mundo.
NATURALEZA. Ni una cosa ni la otra están en mis manos, pues estoy sometida al hado, el cual ordena otra cosa, cualquiera que sea la razón, que ni tú ni yo podemos entender. Ahora, dado que has sido creada y dispuesta para darle forma a una persona, ninguna fuerza, cualquiera que sea, o mía o de otros, puede librarte de la infelicidad común de los hombres. Pero, además de esta, tendrás que soportar otra, y mucho mayor, debido a la excelencia que te he proporcionado.
ALMA. Aún no he aprendido nada, pues apenas he comenzado a vivir en este momento, y de ello debe provenir que yo no te entienda. Pero dime, ¿excelencia e infelicidad extraordinaria son sustancialmente una misma cosa?; y si son dos cosas, ¿no podrías separar la una de la otra?
NATURALEZA. En las almas de los hombres, y proporcionalmente en aquéllas de todos los géneros de animales, puede decirse que la una y la otra son lo mismo, porque la excelencia de las almas comporta mayor intensidad en sus vidas, lo que conlleva mayor conciencia de la propia infelicidad, que es como si dijera mayor infelicidad. De igual modo, la mayor vitalidad de los ánimos encierra mayor eficacia del amor propio, adondequiera que se incline y bajo cualquier aspecto que se manifieste, y esa mayor parte de amor propio comporta mayor deseo de dicha, y por ello, mayor descontento y preocupación por estar privado de ella, y mayor dolor frente a las adversidades que sobrevienen. Todo esto está previsto en el orden primigenio y perpetuo de la creación, cosa que yo no puedo alterar. Además de eso, la finura de tu propio intelecto y la vivacidad de tu imaginación te negarán gran parte del poder sobre ti misma. Los animales brutos usan fácilmente para los fines que se proponen todas sus facultades y fuerzas. Pero los hombres escasísimas veces son dueños de su propio poder, impedidos como están por la razón y por la imaginación, facultades que les crean mil dudas para decidirse, y mil miramientos para obrar. Los menos aptos y menos acostumbrados a ponderar y considerar las cosas consigo mismos son los más rápidos en resolverse, y los más eficaces al obrar. Pero tus semejantes, enredadas continuamente consigo mismas y como vencidas por la grandeza de sus propias facultades y, por tanto, impotentes ante sí mismas, sucumben la mayoría de las veces a la irresolución, tanto al deliberar, como al obrar, lo cual es uno de los mayores tormentos que afligen la vida humana. Añade que, mientras que por la excelencia de tus disposiciones sobrepasarás fácilmente y en poco tiempo a casi todas las demás criaturas de tu especie en los conocimientos más graves y en las disciplinas incluso más difíciles, sin embargo, siempre te resultará o imposible o sumamente complicado aprender y poner en práctica muchísimas cosas insustanciales en sí mismas, pero importantísimas para vivir con los hombres; al mismo tiempo, verás que tales cosas son ejecutadas y aprendidas perfectamente y sin fatiga por mil ingenios no solo inferiores a ti, sino despreciables de cualquier modo. Estas y otras infinitas dificultades y miserias ocupan y cercan a las almas grandes. Pero ellas son recompensadas, con abundancia, por la fama, por las alabanzas y por los honores que otorgan a los espíritus egregios su grandeza y la duración del recuerdo que dejan a la posteridad.
ALMA. Pero estas alabanzas y estos honores de los que hablas, ¿los recibiré del cielo, de ti o de quién?
NATURALEZA. De los hombres, pues solo ellos pueden darlos.
ALMA. En cambio, mira, yo creía que, al no saber hacer lo que es muy necesario, como tú dices, para vivir con los hombres y lo que le resulta fácil incluso al más pobre de ingenio, yo sería vilipendiada y rechazada por ellos, y no alabada, o que viviría ignorada por casi todos, como quien es un inepto para la compañía humana.
NATURALEZA. Yo no puedo prever el futuro ni, por tanto, revelarte infaliblemente lo que los hombres van a hacer o pensar con respecto a ti mientras permanezcas en la tierra. Bien es verdad que de la experiencia del pasado deduzco verosímilmente que ellos te perseguirán con la envidia, que es otra de las habituales calamidades con las que tropiezan las almas excelsas; o bien que te oprimirán con el desprecio y el abandono. Por lo demás, la misma fortuna y el mismo hado suelen ser enemigos de tus semejantes. Pero, justo después de la muerte, como le sucedió a uno que se llamó Camões y, muchos años después, a otro que se llamó Milton, tú serás celebrada y elevada al cielo, no diré por todos, sino, al menos, por el reducido número de hombres de buen juicio. Y quizás las cenizas de la persona en la que tú hayas vivido descansarán en una sepultura magnífica; y sus rasgos, imitados de varios modos, se propagarán entre los hombres; y serán descritos por muchos y, por otros, legados a la posteridad con gran estudio, las vicisitudes de su vida, y, finalmente, todo el mundo civil se llenará con su nombre. A no ser que, por la malicia de la fortuna o por la misma excelsitud de tus facultades, no te impidan perpetuamente mostrarles a los hombres algún rasgo proporcionado de tu valor, cosa de la que, en verdad, no faltan muchos ejemplos, conocidos por el hado y por mí.
ALMA. Madre mía, a pesar de estar aún privada de los demás conocimientos, siento, sin embargo, que el mayor e incluso el único deseo que me has dado es el de la felicidad. Y, supuesto que yo sea capaz de esa gloria, cierto es que yo no puedo desear este bien o mal, que no sé cómo llamarlo, si no implica felicidad, o si no sirve para alcanzarla. Mas, según tus palabras, la excelencia de la que me has dotado bien puede ser o necesaria o provechosa para alcanzar la gloria, pero no lleva a la dicha, sino que conduce violentamente a la infelicidad. Ni siquiera a la misma gloria es creíble que me lleve antes que a la muerte, llegada la cual, ¿qué utilidad o qué deleite me procurarán los mayores bienes del mundo? Y por último, fácilmente puede suceder, como tú dices, que esta tan adversa gloria, fruto de tanta infelicidad, no me llegue de ninguna manera, ni después de la muerte. Así, de tus mismas palabras concluyo que tú, en lugar de amarme de modo singular, como afirmabas al principio, me execras y me detestas más de lo que me execrarán y detestarán los hombres y la fortuna mientras esté en el mundo, puesto que no has dudado en darme tan calamitoso don como es esta excelencia de la que te jactas, la cual será uno de los principales obstáculos que me impedirán alcanzar mi única finalidad, es decir, la dicha.
NATURALEZA. Hijita mía, todas las almas de los hombres, como te decía, están sometidas a la infelicidad, y no es mi culpa. Pero, en la universal miseria de la condición humana y en la infinita vanidad de su deleite y de sus logros, la gloria es considerada por la mejor parte de los hombres como el mayor bien que se les haya concedido a los mortales y el más digno sentido que ellos puedan encontrarles a sus preocupaciones y a sus actos. Por tanto, no por odio, sino por verdadera y especial benevolencia que por ti sentía, deliberé prestarte, para que consiguieras este fin, toda la ayuda que estuviera en mis manos.
ALMA. Dime, entre los animales brutos que tú mencionaste, ¿hay alguno, por casualidad, provisto de menos vitalidad y sensibilidad que los hombres?
NATURALEZA. Comenzando por los que pertenecen a las plantas, todos son, unos más y otros menos, inferiores al hombre, el cual tiene una vida más rica y más sensibilidad que cualquier otro animal, por ser, entre todos los seres vivos, el más perfecto.
ALMA. Entonces, alójame, si me amas, en el más imperfecto; y si no puedes hacer esto, despójame de las funestas dotes con las que me has ennoblecido, y hazme conforme al más estúpido e insensato espíritu humano que tú hayas producido en cualquier tiempo.
NATURALEZA. Puedo complacerte con esto último, y estoy dispuesta a hacerlo, pues renuncias a la inmortalidad a la que te había destinado.
ALMA. Y a cambio de la inmortalidad, te ruego que me acerques la muerte cuanto sea posible.
NATURALEZA. De esto hablaré con el destino.
[40] Compuesto en Recanati, entre el 9 y el 14 de abril de 1824.