Página dedicada a mi madre, julio de 2020

[I. III] DELIRIOS

(Lo equivalente. Transfiguración. Idilio. Veo al otro lado. Despertar. Los matorrales, es extraño…)

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[I. III. I] LO EQUIVALENTE (no se incluye)

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[I. III. II] TRANSFIGURACIÓN

– Hay días de vacío en los que las rosas no tienen perfume, ni los ojos ven; la gente de los espectros fluye por la calle sin ruido.

– El amigo desde lejos me observa con ambigua amarillez; en la barrera están entre los hombres los enormes cristales de la locura.

– Se separan como hojas de noviembre las brillantes felicidades; parece que el mundo decae en depresiones calladas de sombra.

– Y cuando por despecho me niegas, y el otro pronto ha abjurado de mí; cuando él habla de mí como de un muerto, y aquellos, pasando en tropel, ante la zumbadora carroña se tapan la nariz con rápidas muecas, entonces disuelvo como una infinita lluvia de grisura las invernales varas de mi persona en la desolación del abandono.

– Soy una atormentada boca que no tiene sabor; monótono expecto donec eveniat immutatio nostra.

– Pero por la mañana se levanta la vasta llamarada del viento de levante y húmedo hincha las casas y las colinas de delirante delirio.

– Nacen en temblores cimas blandas-frondosas en fugas declives: los nítidos esqueletos crecen y se ensombrecen de sombra.

– Recovecos de misterio se sumen hondos entre las habituales formas; toda geométrica línea exagera un aire de fiebre.

– En escenografías de arco iris nebulosas aumenta la cavidad de los espacios; el retumbante ardor jadeando mulle la vida.

– Tiemblan entonces imprevistas las inauditas transfiguraciones, toda cosa dilata por escondidos poros la violencia secreta.

– Tocan el cielo las blancuzcas torres del templo con insurrectos presenten armas de gigantes, y por el aéreo arco de las campanas fluye refluye la encrespada diafanidad del azul.

– Ennegrecen el occidente con amenazadores penachos los cuatro tranquilos cipreses del Monte Calvario; por la altitud de los horizontes exhala el agazapado convento una letal tenebrosidad de cripta.

– Primaveral lago de verdor el prado lejano sobre la colina se enciende de falsas incandescencias de azufre; mugidos se alzan por el silencioso pueblo; tienen vibraciones sardónicas los vítreos ojos de cada ventana, actitudes de rebelión los perfiles de las construcciones.

– ¿Qué aglomeración de demonios tiembla en arengas por las galerías-culebras y por los negros callejones sin salida? Rezuman todas las paredes no sé qué mador epidémico; las caras de todos los que pasan tienen la expresión de desesperada resolución.

– Ahora el mar eleva eleva… vertical ya eleva su compacta llanura con terrible azul; ya se desploma, ya nos invade, ya recae; ahora mismo el mar entierra toda la tierra entera con terrible azul.

– Pero, ancha y derecha, esta calle maestra parece amplitud-acompasada de marchas de héroes. Es risa delirio el retorcerse loco por las copas de los árboles por las banderas del alma.

– Desmonto y me enderezo; fermentan hinchados los desdenes, rompen como gritos los fulgores, a golpes de hombro se derrumban por inmensurables despeñaderos las estructuras de los siglos.

– Entonces es cuando me hundo por las luces extravagantes, aéreo y nuevo por los abismales ecos.

– Al otro lado de mares lejanísimos estruendo zumba el cataclismo en las orillas; ebrio en la ebria ebriedad me libro del olvido.

– Hay espacios sin esperanza, hay calles sin meta, hay simas sin sustancia, riberas no tiene el olvido, es un rico don todo abandono, se han desatado todas las verdades.

– Se deslizan manan pensamientos de risas, flotan algas lentísimos monstruos; están muertas todas las verdades y no sé quién soy.

– Es porque hay días de vacío por lo que los errabundos ojos no ven y fluye por las calles la gente espectral;

– aéreo y nuevo hoy no sé quién soy y por los abismales ecos de las extravagantes luces me hundo.

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[I. III. III] IDILIO

– Paseando alguna vez con pasos sin eco por la opacidad de la nada, niño en la arena, por ocio me entretengo en pintarlo como idilio.

– Me hago un sendero de guijarros en una loma, y deprisa, arriba y abajo, extiendo en pequeños escalones las terrazas de olivos.

– Están al lado en fila las selvas de la hierba negra; en las vueltas, por la serena inmensidad, las dulcísimas laderas de las colinas.

– Las casitas de crepé con las ventanas cerradas-verdes, las abandono desiertas, como cebo, al anzuelo de un sendero-sedal; curioso, molesto con el pie las procesiones obstinadas de las menudas hormigas.

– En el valle allano un silencio como una nana de calmas, pero si me asalta el capricho, con el arrugado haz de ramas sobre la cabeza, colmado, la firme campesina que baja me dice nuestro buenos días.

– Contra la pared me aplasto, consciente y casi con risas, para dejarla pasar; – cruje con los zapatos herrados, en los escalones se tambalea, callado la veo desaparecer en la comba de la pared.

– Entonces, contento, recojo las bayas hinchadas y el áspero aceite sorbo; toco los ásperos troncos, que justo son troncos, toco las áridas piedras y siento ganas (así… ¡siento ganas!) de oír al pinzón entonar al otro lado del matorral su impetuoso canto.

– Comienza entonces el pinzón a ratos su canto en el inmóvil valle: los retorcidos olivos sostienen ralos el gris telón sin escuchar; con estática resignación contiene la respiración la milenaria melancolía.

– Así desde las lejanías vuelven las vagas ruinas de cuando era niño; reconozco el claro de la colina donde me perdía extendido.

– Ese, ese es el ciprés sutil junto a la fuente; – y allá abajo, allá abajo, por los ecos, estaba el perro tan desesperado…

– Oh, sí, oh, sí, este es ciertamente mi idilio de entonces, pero bien se siente, pero claro se siente, pero demasiado, demasiado se siente en las orillas del horizonte la insondable ansia de la oscuridad.

– Aunque suceda que no me preocupe del deshecho misterio y mago obstinado, finja ahí una insustancial realidad.

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[I. III. IV] VEO AL OTRO LADO

– Cuando la fiebre de los horizontes me obsesiona en las inmediatas partidas de los puertos, donde enarbolan adioses las lacerantes banderas y gruñen al elevarse las anclas de felicidad.

– Se infla vuelve a inflar el deseo como el incandescente ardor en los delirios del verano.

– Entonces imprevisto el desaliento de las escuálidas costumbres, detrás de mí con jadeo excava el pantanoso cercado de la repugnancia;

– en desencadenado temblor, salto en el ondulante casco, suelto la gúmena, armo los dos remos y derecho bogo en el ímpetu de la vastedad.

– ¡Oh, va! ¡Oh, va!, rompe la proa el azul, desmonto en la inmensidad, lo que ya fue, si fue, el mar ya no está, se aproxima una ciudad.

– Aclaro en las faldas de los altísimos cúmulos; se rompen a pico los blanquísimos montes, y veo por el brillante esmeralda, entonces, al otro lado.

– Veo al otro lado, veo al otro lado la extraña ciudad, que es toda de oriente y de selvas, todo de rico abandono, cálida y feliz de desnudez.

– ¡Oh, va, oh, va!, blanda-extendida serenidad, ojos lánguidos de voluptuosidad, ríos fluyentes de felicidad, brisas tibias de tranquilidad…

– Rompe la proa en el azul, lo que ya fue si fue y nada es ya. ¡Oh va, oh va, oh va!

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[I. III. V] DESPERTAR

Vago alguna vez por las calmas de las absolutas bonanzas, y el subterráneo trueno me detiene de la liberación.

– Pasan en el alto valle las anunciantes fanfarrias; la colgante inmovilidad de la espera es insostenible.

– Se hace, entonces, por los silencios una vasta magia: ya siento por las hondonadas de la oscuridad, inagotable asalto de oleadas, que se desata la respiración.

– Ahora mismo irrumpe el canto imperial; ahora mismo se despeja la diafanidad serenísima…

– Pero he aquí que tú me sacudes por el brazo; me conduces hojeando el periódico por las incomprensibles cotidianidades.

– Sigo el paciente freno que me desgarra la boca: veo una tras otra las cosas de un tiempo: las casas los amigos, las tiendas las ideas, como cuando ocioso hurgo en los hundidos recuerdos.

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[¿I. III. VI?] LOS MATORRALES, ES EXTRAÑO…

(Este texto no fue publicado con los anteriores. La crítica tampoco tiene una postura unánime  acerca de si formaría parte de Delirios.)

– ¡Los matorrales, es extraño cómo crecen de negro en la hora cenicienta de los octubres! El mar sombrío flota en el crepúsculo como un espectro: apenas un espectro… Entonces, en la cavidad de los escollos, gorgotea en la orilla una pavorosa ventriloquia de silencio.

– Va con pies de fieltro y voces de secreto el tropel de los que vuelven: todo de sombra. Salen de las cavidades, agazapadas las sombras; los sueños de las cosas, despacio, humean y cogen estatura. Entonces, finalmente, atranco desde dentro el alma, y «mirar» es tolerable.

– Abro los ojos de aflicción a esta mañana-de-tarde, a esta mañana nocturna, que finalmente deshiela el mundo y todo se puebla de alma: es mudo y ciego, pero de indescifrable mitología.

– Reptan desde el vórtice de la brillante oscuridad, he aquí pesados dragones, chorreando como cocodrilos, donde el puente está volcado.

– Multitudes rápidas de misterio, enseguida, en el límite de los bosques, se agolpan, forman vetas como los monstruos tras los cristales de los acuarios marinos.

– Digo fiat: el aire viscoso se amasa con fiebre, pero ¿con qué?, es con fugas, con espantadas de alas. ¿Hacia dónde? Es con ojos de espectrales lejanías.

– Se deforman las formas de la opacidad, los fermentos se exaltan con los imposibles; ¡y por ejemplo!, ese dorso idílico de la costumbre, ¡oh, oh, cómo hace que broten los brotes enormes del apocalíptico verdor!, suben a prueba por surtidores superpuestos, suben, se curvan con callados estrépitos. Erupciones son de volcánico follaje, con niágara vastos vegetales. Son derribos a pico de follaje negro, éufrates de claros como lavas verdes que anegan.

– Y ahora, muy dentro, ahora dentro, ¡lo denso es impenetrable! Nadie sabrá ya (¡nadie!) qué monstruo se cela ni en qué antro. El aliento de caverna, respiración muda, exhala; formará alrededor un abandono secular. El vuelo cauto de los pájaros pasará lejos veloz, como un árbol tropical de venenos: – el aleteo triangular de las espectrales grullas, las flechas negras-chillonas de las fugas de los vencejos, como el somnífero zumbido de las mil abejas cuando buscando hacen el verano elemental. ¡Qué desierto y qué desierto! ¡No se verá un ser vivo, ni un insecto en trescientas millas de desolación!, la tierra alrededor será gélida y pedregosa. Pero erguida la babel exuberante con las danzas de las lianas de medusas, las cascadas de las oscuras hiedras y los pitones retorcidos de los descomunales troncos en las alturas, el remoto león con leonado reposo de pávido estupor, con ojos de desaliento, volviéndose un instante hasta los cielos la verá, hasta los cielos del inmóvil diamante, encresparse oscura, sin estrépito, sin viento, sin crujido en la estática espera, subterráneo que cela el frío de un incomprensible secreto.

– Todo el mundo se deshiela en adorno primigenio; despacio, lentas se desatan las potencias de la oscuridad. Entonces el alma revolotea por su caos con vuelo ambiguo de brujería, como el asco fláccido de los murciélagos. Libidinosamente, entonces, el alma agita los nenúfares de los fantasmas fabulosos, ictiosaurio sin muerte anterior a todo tiempo. – Fuera de todo tiempo «mirar» es tolerable un más fiel espejo de esta sobrehumana ceguera.

– Sin embargo, sin embargo, lentos, ¿no basta ir por la tarde? Enseguida las cañadas del valle son profundos golfos de tinieblas. ¡Cómo se deshace en los torcidos ríos la insostenible solemnidad!

– En la hora honda de las confesiones estos caminantes ralos son larvas. ¿Dónde están las gallardías de las luces? ¡El valle de las delicias como furtiva gema en la opacidad! ¡Cómo, cómo gime en voz baja en la hora honda de la verdad!

– ¿Cuánto para el camino y dónde está el camino? Es una blancura apenas, ahora ya no lleva a nada. ¿Por aquí o por allí? Ahora la meta ya es la nada.

– Son los pueblos de fosforescencia, no tienen solidez. Pero, dentro del agua, ese fanal verde que brilla me inunda, forma un surco por la fluidez. – Y que este sea mi camino en la honda hora de la verdad.

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