La gravedad y la gracia
Versiones 2019 y 2022
1. LA GRAVEDAD Y LA GRACIA
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Todos los movimientos naturales del alma se rigen por leyes análogas a las de la gravedad material. Solo la gracia constituye la excepción.
Es necesario esperar siempre que las cosas sucedan conforme a la gravedad, salvo intervención de lo sobrenatural.
Dos fuerzas reinan en el universo: la luz y la gravedad.
Gravedad.- De un modo general, lo que se espera de los otros está determinado por los efectos de la gravedad en nosotros; lo que se recibe está determinado por los efectos de la gravedad en ellos. A veces eso coincide (por casualidad), a menudo, no.
¿Por qué desde que un ser humano manifiesta que tiene poca o mucha necesidad de otro, este se aleja? Gravedad.
Lear, tragedia de la gravedad. Todo lo que llamamos bajeza es un fenómeno de gravedad. Además, el término bajeza lo indica.
El objeto de una acción y el nivel de la energía que la alimenta, cosas distintas.
Hay que hacer tal cosa. Pero ¿de dónde sacar la energía? Una acción virtuosa puede degradarse si no hay energía disponible al mismo nivel.
Lo bajo y lo superficial están al mismo nivel. Ama violenta pero bajamente: frase posible. Ama profunda pero bajamente: frase imposible.
Si es verdad que el mismo sufrimiento es mucho más difícil de soportar por un motivo elevado que por un motivo bajo (la gente que permanecía de pie, inmóvil, de la una a las ocho de la mañana por un huevo, difícilmente lo hubiera hecho para salvar una vida humana), una virtud baja quizás actúe, en ciertos aspectos, mejor ante la prueba de las dificultades, de las tentaciones y de las desgracias que una virtud elevada. Soldados de Napoleón. De ahí el uso de la crueldad para mantener o levantar la moral de los soldados. No olvidar en relación al desfallecimiento.
Es un caso particular de la ley que pone generalmente la fuerza al lado de la bajeza. La gravedad es como un símbolo de ello.
Colas de alimentación. Una misma acción es más fácil si el móvil es bajo que si es elevado. Los móviles bajos encierran más energía que los elevados. Problema: ¿cómo transferir a los móviles elevados la energía que les corresponde a los bajos?
No olvidar que en ciertos momentos de mis dolores de cabeza, cuando la crisis aumentaba, yo tenía un deseo intenso de hacer sufrir a otro ser humano, golpeándolo precisamente en el mismo lugar de la frente.
Deseos análogos, muy frecuentes entre los hombres.
Muchas veces en ese estado, he cedido al menos a la tentación de decir palabras hirientes. Obediencia a la gravedad. El mayor pecado. Se corrompe así la función del lenguaje, que es expresar las relaciones de las cosas.
Actitud de súplica: necesariamente debo volverme hacia otra cosa que a mí mismo, pues se trata de liberarse de uno mismo.
Intentar esta liberación por medio de mi propia energía, ello sería como una vaca que tira de la cuerda y cae así de rodillas.
Entonces liberamos en nosotros la energía por una violencia que degrada aún más. Compensación en el sentido de la termodinámica, círculo infernal del que no podemos ser liberados sino desde lo alto.
El hombre tiene la fuente de la energía moral en el exterior, como la de la energía física (alimentos, respiración). Generalmente la encuentra, y es porque tiene la ilusión – como en lo físico – de que su ser lleva en sí el principio de su conservación. Solo la privación hace sentir la necesidad. Y, en caso de privación, no se puede impedir volverse hacia cualquier cosa comestible.
Un único remedio para ello: una clorofila que nos permita alimentar-nos de la luz.
No juzgar. Todas las faltas son iguales. Solo hay una falta: no tener la capacidad de alimentarse de la luz. Pues si esta capacidad está abolida, todas las faltas son posibles.
«Mi alimento es hacer la voluntad de El que me envía.»
Ningún otro bien más que esta capacidad.
Descender de un movimiento donde la gravedad no tiene lugar… La gravedad hace descender, el ala hace subir: ¿qué ala a la segunda potencia puede hacer descender sin gravedad?
La creación está hecha del movimiento descendente de la gravedad, del movimiento ascendente de la gracia y del movimiento descendente de la gracia a la segunda potencia.
La gracia es la ley del movimiento descendente.
Rebajarse es subir con respecto a la gravedad moral. La gravedad moral hace que caigamos hacia lo alto.
Una desgracia demasiado grande coloca a un ser humano por debajo de la piedad: hastío, horror y desprecio.
La piedad desciende hasta cierto nivel, y no más abajo. ¿Cómo hace la caridad misma para descender abajo?
¿Los que han caído tan bajo tienen piedad de ellos mismos?
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2. VACÍO Y COMPENSACIÓN
Mecánica humana. Quienquiera que sufre intenta comunicar su sufrimiento – sea maltratando, sea provocando piedad – con el fin de disminuirlo, y verdaderamente lo disminuye así. El que está completamente abajo, al que nadie compadece, que no tiene el poder de maltratar a nadie (si no tiene hijo o ser que lo quiera), su sufrimiento permanece en él y lo envenena.
Eso es imperioso, como la gravedad. ¿Cómo nos liberamos de ello? ¿Cómo nos liberamos de lo que es como la gravedad?
Tendencia a esparcir el mal fuera de sí: ¡yo aún la tengo! Los seres y las cosas no me resultan suficientemente sagrados. Que yo pueda no manchar nada, cuando sea completamente transformada en lodo. No manchar nada ni incluso en mi pensamiento. Incluso en los peores momentos no destruiría una estatua griega o un fresco de Giotto. ¿Por qué, entonces, otra cosa? ¿Por qué, por ejemplo, un instante de la vida de un ser humano que podría ser un instante feliz?
Imposible perdonar a quien nos hace daño, si ese mal nos rebaja. Debemos pensar que no nos ha rebajado, sino que ha revelado nuestro verdadero nivel.
Deseo de ver a otro sufrir lo que sufrimos, exactamente. Es por ello por lo que, salvo en los periodos de inestabilidad social, los rencores de los miserables se llevan a sus semejantes.
He ahí un factor de estabilidad social.
Tendencia a esparcir el sufrimiento fuera de sí. Si, por exceso de debilidad, no podemos provocar piedad ni hacerle daño a otro, hacemos del mal nuestra representación del universo.
Toda cosa hermosa y buena es entonces como una injuria.
Hacerle mal a otro es recibir algo. ¿Qué? ¿Qué hemos ganado (y que será necesario pagar) cuando hacemos el mal? Hemos crecido. Nos hemos extendido. Hemos colmado un vacío nuestro creándolo en otro.
Poder hacerle impunemente el mal a otro – por ejemplo, pasarle su cólera a un inferior y que este se vea forzado a callarse – es ahorrarse un gasto de energía, gasto que el otro debe asumir. Lo mismo por la satisfacción ilegítima de un deseo cualquiera. La energía que se economiza así es enseguida degradada.
Perdonar. No podemos. Cuando alguien nos hace mal, se crean en nosotros ciertas reacciones. El deseo de la venganza es un deseo de equilibrio esencial. Buscar el equilibrio en otro plano. Es necesario ir por uno mismo hasta este límite. Ahí se toca el vacío. (Ayúdate, y el cielo te ayudará…)
Dolores de cabeza. En ese momento: menos dolor al proyectarlo en el universo, pero un universo alterado; dolor más vivo, una vez recogido en su lugar, pero algo en mí no sufre y se queda en contacto con un universo no alterado. Actuar igual con las pasiones. Hacer que bajen, recogerlas en un punto, y desinteresarse de ellas. Tratar así notablemente todos los dolores. Impedirles que se acerquen a las cosas.
La búsqueda de equilibrio es mala porque es imaginaria. La venganza. Incluso si, de hecho, matamos o torturamos a nuestro enemigo es, en cierto sentido, imaginario.
El hombre que vivía para su ciudad, su familia, sus amigos, para enriquecerse, para acrecentar su situación social, etc. – [hay] una guerra, y se lo llevan como esclavo, y desde entonces, para siempre, debe agotarse hasta el último límite de sus fuerzas, simplemente por existir.
Eso es horrible, imposible, y es por ello por lo que ante él no se presenta un fin tan miserable al que no se agarre, aunque sea el de castigar al esclavo que trabaja a su lado. No puede elegir los fines. Cualquiera es como una rama para quien se ahoga.
Aquellos cuya ciudad habían destruido y a los que llevaban como esclavos no tenían ni pasado ni futuro: ¿con qué podían llenar su pensamiento? Con mentiras, y de las más ínfimas, con las más lamentables codicias, dispuestos quizás más a arriesgar la crucifixión por robar un pollo, que a morir en combate por defender su ciudad. Sin duda alguna, o bien esos suplicios horribles no habrían sido necesarios.
O bien era necesario poder soportar el vacío en el pensamiento.
Para tener la fuerza de contemplar la desgracia cuando somos desgraciados, necesitamos el pan sobrenatural.
El mecanismo por el que una situación dura degrada es por el hecho de que la energía provista por los sentimientos elevados es – generalmente – limitada; si la situación exige que se vaya más allá de ese límite, es necesario recurrir a sentimientos bajos (miedo, codicia, gusto por el éxito, honras externas) más ricos en energía.
Este límite es la clave de muchas alteraciones.
Tragedia de quienes, al actuar por amor del bien, en un camino en el que hay que sufrir, llegan al cabo de un tiempo dado a su límite y se envilecen.
Piedra en el camino. Arrojarse sobre la piedra, como si, a partir de cierta intensidad del deseo, aquella no debiera ya existir. O irse de ahí como si uno mismo no existiera.
El deseo encierra lo absoluto y si fracasa (una vez agotada la energía), lo absoluto se transfiere al obstáculo. Estado de las almas de los vencidos, de los oprimidos.
Comprender (en cada cosa) que hay un límite y que no se lo sobrepasará sin ayuda sobrenatural (y eso, por muy poco) y pagándolo enseguida con un terrible descenso.
La energía liberada por la desaparición de objetos que constituían móviles tiende siempre a ir más abajo.
Los sentimientos bajos (envidia, resentimiento) son energía degradada.
Toda forma de recompensa constituye una degradación de la energía.
El contento de uno mismo tras una buena acción (o una obra de arte) es una degradación de la energía superior. Es por ello por lo que la mano derecha debe ignorar…
Una recompensa puramente imaginaria (una sonrisa de Louis XIV) es el equivalente exacto de lo que hemos gastado, pues tiene exactamente el valor de lo que hemos gastado – contrariamente a las recompensas reales que, como tales, están por debajo o por encima. Así solo los provechos imaginarios proveen la energía para esfuerzos ilimitados. Pero es necesario que Louis XIV sonría verdaderamente; si no sonríe, privación indecible. Un rey no puede pagar sino recompensas imaginarias la mayor parte de las veces, o bien sería insolvente.
Equivalente en la religión en cierto nivel.
A falta de recibir la sonrisa de Louis XIV, nos creamos un Dios que nos sonría.
O incluso nos alabamos a nosotros mismos. Es necesaria una recompensa equivalente. Inevitable como la gravedad.
Un ser amado que decepciona. Le he escrito. Imposible que no me responda lo que me he dicho a mí mismo en su nombre.
Los hombres nos deben lo que nos imaginamos que nos darán. Restituirles esta deuda.
Aceptar que son distintos a las criaturas de nuestra imaginación es imitar la renuncia de Dios.
Yo también soy distinto a lo que imagino que soy. Saberlo, ello es el perdón.
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3. ACEPTAR EL VACÍO
«Creemos por tradición con respecto a los dioses, y vemos por experiencia con respecto a los hombres que siempre, por una necesidad de la naturaleza, todo ser ejerce todo el poder del que dispone» (Tucídides). Como el gas, el alma tiende a ocupar la totalidad del espacio que se le concede. Un gas que se retrajera y dejara un vacío sería contrario a la ley de la entropía. No sucede así con el Dios de los cristianos. Es un Dios sobrenatural, mientras que Jehová es un Dios natural.
No ejercer todo el poder del que disponemos es soportar el vacío. Ello es contrario a todas las leyes de la naturaleza: solo la gracia lo puede.
La gracia colma, pero solo puede entrar donde hay un vacío para recibirla, y es ella la que hace este vacío.
Necesidad de una recompensa, de recibir lo equivalente a lo que se da. Pero si, violentando esta necesidad, se deja un vacío, se produce como una corriente de aire, y una recompensa sobrenatural sobreviene. No llega si tenemos otro salario: ese vacío la hace llegar.
Lo mismo para la remisión de las deudas (lo que no concierne solo al mal que los otros nos han hecho, sino al bien que les hemos hecho). Ahí también aceptamos un vacío en nosotros mismos.
Aceptar un vacío en uno mismo es sobrenatural. ¿Dónde encontrar la energía para un acto sin contrapartida? La energía debe venir de otra parte. Sin embargo, es necesario, ante todo, un desgarramiento, algo desesperado, antes de que un vacío se produzca. Vacío: noche oscura.
La admiración, la piedad (la unión de las dos, sobre todo) aportan una energía real. Pero es necesario renunciar a ella.
Es necesario estar un tiempo sin recompensa, natural o sobrenatural.
Es necesaria una representación del mundo en la que haya vacío, a fin de que el mundo tenga necesidad de Dios. Ello presupone el mal.
Amar la verdad significa soportar el vacío, y por consiguiente, aceptar la muerte. La verdad está junto a la muerte.
El hombre solo escapa a las leyes de este mundo el tiempo de un relámpago. Instantes de parada, de contemplación, de intuición pura, de vacío mental, de aceptación del vacío moral. Es por esos instantes por los que es capaz de lo sobrenatural.
Quien soporta el vacío un momento, o bien recibe el pan sobrenatural, o bien cae. Riesgo terrible, pero es necesario correrlo, e incluso un momento sin esperanza. Pero no es necesario arrojarse a él.
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4. DESAPEGO
Para alcanzar el desapego total, la desgracia no basta. Se necesita una desgracia sin consuelo. Se necesita no tener consuelo. Ningún consuelo representable. El consuelo inefable desciende entonces.
Restituir las deudas. Aceptar el pasado sin pedir compensación para el futuro. Parar el tiempo al instante. Es así la aceptación de la muerte.
«Se vació de su divinidad.» Vaciarse del mundo. Revestir la naturaleza de un esclavo. Reducirse hasta el punto que ocupamos en el espacio y en el tiempo. A nada.
Despojarse de la realeza imaginaria del mundo. Soledad absoluta. Entonces tenemos la verdad del mundo.
Dos maneras de renunciar a los bienes materiales.
Privarse de ellos en beneficio de un bien espiritual.
Concebirlos y sentirlos como condiciones de los bienes espirituales (por ejemplo: el hambre, el cansancio, la humillación oscurecen la inteligencia y dañan la meditación) y sin embargo, renunciar a ellos.
Esta segunda clase de renuncia es la única desnudez de espíritu.
Además, los bienes materiales apenas serían peligrosos si aparecieran solos y no relacionados con los espirituales.
Renunciar a todo lo que no es la gracia y no desear la gracia.
La extinción del deseo (budismo) o el desapego – o el amor fati – o el deseo del bien absoluto es siempre la misma cosa: vaciar el deseo, la finalidad de todo contenido, desear en el vacío, desear sin aspiración.
Soltar nuestro deseo de todos los bienes y esperar. La experiencia prueba que esta espera es colmada. Se toca entonces el bien absoluto.
En todo, más allá de cualquier objeto particular, querer en el vacío, querer el vacío. Pues para nosotros es un vacío ese bien que no podemos representarnos ni definir. Pero ese vacío está más lleno que todas las plenitudes.
Si llegamos allí, estamos fuera de peligro, pues Dios colma el vacío. No se trata en modo alguno de un proceso intelectual, en el sentido en que lo entendemos hoy. La inteligencia no tiene nada que encontrar, tiene que despejar. Solo sirve para las tareas serviles.
El bien es para nosotros una nada, puesto que nada es bueno. Pero esa nada no es irreal. Todo lo que existe, comparado con ella, es irreal.
Descartar las creencias que colman los vacíos, que endulzan las amarguras. La de la inmortalidad. La de la utilidad de los pecados: etiam peccata. La del orden providencial de los sucesos – en suma, los «consuelos» que se buscan ordinariamente en la religión.
Amar a Dios a través de la destrucción de Troya y de Cartago, y sin consuelo. El amor no es consuelo, es luz.
La realidad del mundo está hecha por nosotros con nuestro apego. Es la realidad del yo transportada por nosotros a las cosas. Ello no es en modo alguno la realidad exterior. Esta no es perceptible sino con el desapego total. Aunque solo quede de ello un hilo, todavía hay apego.
La desgracia que obliga a llevar el apego a objetos miserables pone al desnudo el carácter miserable del apego. Por ahí, la necesidad del desapego se vuelve más clara.
El apego es creador de ilusiones, y aquel que quiera lo real debe alcanzar el desapego.
Apenas sabemos que algo es real, no podemos apegarnos a ello.
El apego no es más que la insuficiencia en el sentimiento de la realidad. Nos apegamos a la posesión de una cosa porque creemos que si dejamos de poseerla, dejará de ser. Mucha gente no siente con toda su alma que hay una diferencia total entre la aniquilación de una ciudad y su propio exilio irremediable fuera de esta ciudad.
La miseria humana sería intolerable si no estuviera diluida en el tiempo.
Impedir que esta se diluya para que sea intolerable.
«Y cuando se colmaran de lágrimas» (Ilíada) – otro medio de hacer tolerable el peor sufrimiento.
Es necesario no llorar para no ser consolado.
Todo dolor que no se desprenda es dolor perdido. Nada más horrible, frío desierto, alma encerrada. Ovidio. Esclavos de Plauto.
No pensar nunca en una cosa o en un ser que se ame y que no se tiene ante los ojos sin considerar que quizás esa cosa está destruida o ese ser está muerto.
Que este pensamiento no disuelva el sentimiento de la realidad, sino que lo haga más intenso.
Cada vez que se dice: «Que se haga tu voluntad», representarse en su conjunto todas las desgracias posibles.
Dos maneras de matarse: suicidio o desapego.
Matar por el pensamiento todo lo que se ama: único modo de morir. Pero solo lo que se ama. (El que no odia a su padre, a su madre… Pero: amad a vuestros enemigos…)
No desear que lo que se ama sea inmortal. Ante un ser humano, cualquiera que sea, no desearlo ni inmortal ni muerto.
El avaro, por deseo de su tesoro, se priva de él. Si podemos poner todo nuestro bien en una cosa escondida en la tierra, ¿por qué no en Dios?
Pero cuando Dios se vuelve tan lleno de significado como el tesoro para el avaro, repetirse fuertemente que no existe. Sentir que lo amamos, aunque no exista.
Es él el que, a través de la noche oscura, se retira para no ser amado como un tesoro por un avaro.
Electra llora a Orestes muerto. Si amamos a Dios pensando que no existe, manifestará su existencia.