9. DESCREACIÓN
Descreación: hacer que pase algo de lo creado a lo no creado.
Destrucción: hacer que pase algo de lo creado a la nada. Sucedáneo culpable de la descreación.
La creación es un acto de amor y es perpetua. En cada instante nuestra existencia es amor de Dios a nosotros. Pero Dios no puede amarse sino a sí mismo. Su amor a nosotros es amor a sí mismo a través de nosotros. Así, él, que nos da el ser, ama en nosotros nuestro consentimiento a no ser.
Nuestra existencia solo está hecha de su espera, de nuestro consentimiento a no existir.
Perpetuamente, nos mendiga esta existencia que nos da. Nos la da para mendigarla.
La inflexible necesidad, la miseria, el desamparo, el peso aplastante de la estrechez y del trabajo que agota, la crueldad, las torturas, la muerte violenta, la coacción, el terror, las enfermedades – todo ello es el amor divino. Es Dios que, por amor, se retira de nosotros para que podamos amarlo. Pues si estuviéramos expuestos a la radiación directa de su amor, sin la protección del espacio, del tiempo y de la materia, nos evaporaríamos como el agua al sol; no habría suficiente yo en nosotros para abandonar el yo por amor. La necesidad es la pantalla que se coloca entre Dios y nosotros para que podamos ser. Somos nosotros quienes tenemos que atravesar la pantalla para dejar de ser.
Existe una fuerza «deífuga». Si no, todo sería Dios.
Se le ha dado al hombre una divinidad imaginaria para que pueda despojarse de ella, como Cristo de su divinidad real.
Renuncia. Imitación de la renuncia de Dios en la creación. Dios renuncia – en un sentido – a serlo todo. Nosotros debemos renunciar a ser algo. Es el único bien que tenemos.
Somos toneles sin fondo en tanto no comprendemos que tenemos un fondo.
Elevación y descenso. Una mujer que se mira en un espejo y se arregla no siente la vergüenza de reducirse a ello, ese ser infinito que mira todas las cosas en un espacio pequeño. Del mismo modo, cada vez que elevamos el yo (el yo social, psicológico, etc.) tan alto como lo elevamos, nos degradamos infinitamente al reducirnos a no ser más que ello. Cuando el yo se rebaja (a menos que la energía no tienda a elevarlo en deseo), sabemos que no somos eso.
Una mujer muy hermosa que mira su imagen en el espejo puede creerse muy bien que es eso. Una mujer fea sabe que no es eso.
Todo lo que se capta por las facultades naturales es hipotético. Solo el amor sobrenatural xxx. Así, somos cocreadores.
Participamos en la creación del mundo al descrearnos a nosotros mismos.
No poseemos más que aquello a lo que renunciamos. Aquello a lo que no renunciamos se nos escapa. En este sentido, no podemos poseer algo sin pasar por Dios.
Comunión católica. Dios no solo se hizo carne una vez, se hace materia cada día para darse al hombre y ser consumido. Recíprocamente, por el cansancio, la desgracia, la muerte, el hombre se hace materia y es consumido por Dios. ¿Cómo rechazar esta reciprocidad?
Se vació de su divinidad. Debemos vaciarnos de la falsa divinidad con la que nacimos.
Una vez que se ha comprendido que no se es nada, el fin de todos los esfuerzos es convertirse en nada. Por este fin sufrimos con aceptación, por este fin actuamos, por este fin rezamos.
Dios mío, recuérdame que me convierta en nada.
Conforme me convierto en nada, Dios se ama a través de mí.
Lo que está abajo se parece a lo que está arriba. Por ello, la esclavitud es una imagen de la obediencia a Dios, la humillación una imagen de la humildad, la necesidad física una imagen del empuje de la gracia, el abandono de los santos en todo momento una imagen de la fragmentación del tiempo en los criminales y las prostitutas, etc.
A ese título, es necesario buscar lo que es más bajo, a título de imagen.
Que lo que en nosotros es bajo vaya hacia abajo a fin de que lo que es alto pueda ir hacia lo alto. Pues estamos del revés. Nacemos tales. Restablecer el orden es deshacer en nosotros la criatura.
Volver del revés lo objetivo y lo subjetivo.
Al igual, volver del revés lo positivo y lo negativo. Es ese el sentido de la filosofía de las Upanishads.
Nacemos y vivimos en sentido contrario, pues nacemos y vivimos en el pecado, que es una inversión de la jerarquía. La primera operación es volvernos del revés. La conversión.
Si el grano no muere… Debe morir para liberar la energía que lleva en él, para formarse con otras combinaciones.
Del mismo modo debemos morir para liberar la energía adherida, para poseer una energía libre, susceptible de abrazar la verdadera relación de las cosas.
La extrema dificultad que siento a menudo al ejecutar la menor acción es un favor que se me hace. Pues así, con unas acciones ordinarias y sin atraer la atención, puedo cortar las raíces del árbol. Por muy desapegados que estemos de la opinión, las acciones extraordinarias encierran un estímulo que no se les puede quitar. Este estímulo está completamente ausente de las acciones ordinarias. Encontrar una dificultad extraordinaria haciendo una acción ordinaria es un favor por el que es necesario estar agradecido. No hay que pedir que desaparezca esta dificultad; es necesario implorar la gracia de hacer uso de ella.
De un modo general, no desear la desaparición de ninguna de sus miserias, sino la gracia que las transfigura.
Los sufrimientos físicos (y las privaciones) son a menudo para los hombres valientes una prueba de resistencia y de fuerza del alma. Pero hay un uso mejor. Que no sean eso, pues, para mí. Que sean un testimonio sensible de la miseria humana. Que yo las soporte de un modo pasivo. Pase lo que pase, ¿cómo podría encontrar nunca la desgracia demasiado grande, si la mordedura de la desgracia y el rebajamiento al que condena permiten el conocimiento de la miseria humana, conocimiento que es la puerta de toda sabiduría?
Pero el placer, la felicidad, la prosperidad, si sabemos reconocer en ello lo que viene de fuera (de la casualidad, de las circunstancias, etc.), testimonian también la miseria humana. Hacer de ello también este uso. E incluso la gracia, en tanto que fenómeno sensible…
Ser nada para estar en nuestro verdadero lugar en el todo.
La renuncia exige que pasemos por angustias equivalentes a las que causaría en realidad la pérdida de todos los seres queridos y de todos los bienes, comprendidas las facultades y los logros relativos a la inteligencia y al carácter, las opiniones y las creencias sobre lo que está bien y lo que es estable, etc. Y todo ello no es necesario que nos lo quitemos nosotros mismos, sino perderlos – como Job. Pero la energía así escindida de su objeto no debe ser dilapidada en oscilaciones, degradada. La angustia debe, pues, ser más grande aún que la desgracia real, no debe ser fragmentada a lo largo del tiempo ni dirigida hacia una esperanza.
Cuando una pasión de amor va hasta la energía vegetativa, entonces tenemos casos como los de Fedra, Arnolfo, etc. “Y siento dentro que será necesario que estalle…”
Hipólito es verdaderamente más necesario en la vida de Fedra, en el sentido más literal, que el alimento.
Para que el amor de Dios penetre tan bajo, es necesario que la naturaleza haya soportado la última violencia. Job, cruz…
El amor de Fedra, de Arnolfo es impuro. Un amor que descendiera tan bajo y que fuera puro…
Llegar a ser nada hasta en el nivel vegetativo; es entonces cuando Dios se hace pan.
Si nos consideramos en un momento determinado – el instante presente, escindido del pasado y del porvenir – somos inocentes. No podemos ser en ese instante sino lo que somos: todo progreso implica una duración. Está en el orden del mundo, en ese instante, que seamos tales.
Aislar así un instante implica el perdón. Pero este aislamiento es desapego.
Solo hay dos instantes de desnudez y de pureza perfectas en la vida humana: el nacimiento y la muerte. Solo podemos adorar a Dios bajo la forma humana sin manchar la divinidad: como recién nacidos y como agonizantes.
Muerte. Estado instantáneo, sin pasado ni futuro. Indispensable para el acceso a la eternidad.
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Si encontramos la plenitud de la alegría en el pensamiento de que Dios es, es necesario encontrar la misma plenitud en el conocimiento de que nosotros mismos no somos, pues es el mismo pensamiento. Y este conocimiento solo se extiende a la sensibilidad por el sufrimiento y la muerte.
Alegría en Dios. Hay realmente alegría perfecta e infinita en Dios. Mi participación no puede añadir nada, mi no participación no puede quitarle nada a la realidad de esta alegría perfecta e infinita. Por tanto, ¿qué importancia puede tener que participe o no? Ninguna importancia.
Los que desean su salvación no creen en verdad en la realidad de la alegría de Dios.
La creencia en la inmortalidad es perjudicial porque no está en nuestro poder representarnos el alma como verdaderamente incorpórea. Así esta creencia es, de hecho, creencia en la prolongación de la vida, y nos quita el uso de la muerte.
Presencia de Dios. Eso debe entenderse de dos modos. En tanto que creador, Dios está presente en todo lo que existe, desde que ello existe. La presencia por la que Dios tiene necesidad de la cooperación de la criatura, es la presencia de Dios, no en tanto que es el Creador, sino en tanto que es el Espíritu. La primera presencia es la presencia de la creación. La segunda es la presencia de la de-creación. (El que nos ha creado sin nosotros no nos salvará sin nosotros. San Agustín)
Dios no ha podido crear escondiéndose. De otro modo solo existiría él.
La santidad debe, pues, ser escondida, incluso a la consciencia en una cierta medida. Y debe serlo en el mundo.
Ser y tener.- El hombre no tiene ser, solo tiene tener. El ser del hombre está situado detrás del telón, al lado de lo sobrenatural. Lo que puede conocer de él mismo solo es lo que le prestan las circunstancias. Yo está escondido por el yo (y por otro); está al lado de Dios, está en Dios, es Dios. Estar orgulloso es olvidar que somos Dios… El telón es la miseria humana: hay un telón incluso para Cristo.
Job. Satanás a Dios: ¿Te ama gratuitamente? Se trata del nivel del amor. ¿El amor está situado al nivel de las ovejas, de los campos de trigo, de los numerosos niños? ¿O más lejos, en la tercera dimensión, detrás? Tan profundo como sea este amor, hay un momento de ruptura en el que sucumbe, y es el momento que transforma, que arranca lo finito hacia lo infinito, que hace trascendente en el alma el amor por Dios. Es la muerte del alma. ¡Una desgracia a aquel por el que la muerte del cuerpo precede a la del alma! El alma que no está llena de amor muere de una mala muerte. ¿Por qué es necesario que una muerte tal caiga indistintamente? Es muy necesario. Es necesario que todo caiga indistintamente.
La apariencia se pega al ser y solo el dolor puede separarlos, lo uno de lo otro.
Quienquiera que tenga el ser no puede tener la apariencia. La apariencia encadena al ser.
El curso del tiempo arranca el parecer del ser y el ser del parecer, por violencia. El tiempo manifiesta que no hay eternidad.
Es necesario desarraigarse. Cortar el árbol y hacer una cruz, y enseguida llevarla todos los días.
No es necesario que yo sea, pero es aún menos necesario que seamos nosotros.
La ciudad da el sentimiento de estar en casa.
Sentirse en casa en el exilio.
Estar enraizado en la ausencia de lugar.
Desarraigarse social y vegetativamente.
Exiliarse de toda patria terrestre.
Hacerle todo eso a otro, desde fuera, es el sucedáneo de la descreación. Es producir lo irreal.
Pero desenraizándonos buscamos más lo real.