Página dedicada a mi madre, julio de 2020

                 UNDÉCIMA FUGA
                       (a dos voces)

La vida,
pues para mí se inclina ya a su ocaso,
ya listo
para la dicha halla mi pie danzante.
¿Desde qué abismos me ve ahora el cielo?
¿O quizá me sonríe un nuevo, antiguo
afecto?

Amaron
otros el día; nosotros, la afligida tarde.
Se vuelve mi alma, por ella, como fue
un tiempo.

De un tiempo
a las lágrimas vuelvo, y a la sonrisa.
¿He matado
quizá el triste cuidado que me fue funesto
tan largamente? ¡Ay de mí!, ¿solo esto
me induce a amar tan dulcemente
la vida?

Cantar
debo entonces un himno a la victoria;
otros, ceñir en tu cabeza la corona
de gloria.

Si quieres
quitarme de golpe la dicha lograda,
que muera
en ti mi canto apenas empezado,
me habla de gloria a mí, de su pena.
El precio con que a gritos nos venden
bien lo sabes;

y nunca
más sabia te juzgué antes, y avisada.
Esconderte en ti misma: esa es otra 
de tus gracias.

Saciada
no me sentiré de oír mis alabanzas,
si me oyes
tú, si eres tú quien me respondes. En vano
nos uniríamos al gentío; todo humano
desdén se dirigiría contra nosotros,
hermana.

Hermosa
es nuestra soledad. Mas siento
que ella evoca las ajenas desventuras
más grandes.

Expandes
piedad materna en cada acento tuyo,
que extinto
no recae en la nada. Aquí te escucho;
¿qué te puede importar el resto? Una
somos en cuerpo y alma, una en la otra
felices;

nacidas
una en la otra de nuevo. Y nuestro amor
hondo es la gracia que solas le hicimos
al mundo.

Quién quiso
esto no lo sé, pero una fuerza fatal
el mal
siempre al bien dirige. Mas baste
lo dicho; al íntimo júbilo
vuelva el canto, que quizá la noche
se acerque.

Celeste
está aún la bóveda del cielo, mas el oro
de las nubes ya muestra los fulgores
supremos.

Tú tiemblas
ante esa imagen nuestra. Por cuanto
fue el llanto
que en el pasado vertimos, que verter
deberemos aún, amemos más
la dicha fugitiva y nuestro eterno
afecto.

Amaron
otros el día; nosotros, la afligida tarde.
Nos fue el otoño y no la primavera
propicio.

Propicio
más que el verano largo y encendido.
¿Ingratas
seremos, pues, con la vida? ¿Y el rostro
donde con el llanto lucha la sonrisa
no quieres que por última vez a ella
volvamos?

Guardemos
de este instante el recuerdo, hermana.
Nos haría menos atroz el mal, más hermosa
la muerte.

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