Página dedicada a mi madre, julio de 2020

XI

Fatiga que llega: lenta y ágil, con este hermoso paso de elefante;
Dorada a mediodía; matrona pelirroja
De las tardes; ¡virgen pesada en la mañana cuando mi sueño se abre
En dos universos como una vaina!
He aquí a la señora incrustada en esta inexorable afrenta,
Solitaria, penetrante y desnuda;
En mis muslos y en mi corazón y en mi garganta y en mi frente,
Hasta el fondo de las fuentes desconocidas,
Hasta los repliegues no visitados; hasta la médula de mis riñones,
Vampiresa ella misma, me goza y me habita.
Que sea abundante y saciada, – oh, bálsamo en mis jarras múrrinas,
Que sea albergada y bendita
Hasta desfallecer y morir, por Aquel más grande que la sigue,
(No el reposo, ni la noche,
Menos aún el sueño siempre igual en su excesiva quietud)
Sino para su vencedor de desfallecimientos,
Dios fiero, dios puro, paredro masculino y el más noble de los amantes,
Fatiga, por la superación.1

1. El autor llama a esta secuencia «invocación a la fatiga».

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XII

¡Ayúdame, Tíbet!, ¡ayúdame!, he aquí lo imprevisto y el obstáculo,
He aquí la frontera de lo finito.
Hay que pasar. Debo pasar, y a pesar de todo el desastre,
Cruzar el Gran-Río de lo Infinito.
Tanteo con el pie tu acantilado y esta falla terrestre;
Este puente, arco del cielo al infierno:
¿Está balaustrado por lo sólido o hecho de trama aérea?
¿Es un entramado de hierro?
¿Es el tronco que se hunde o el vado profundo hinchado de odres,
Este transbordador del Yangtsé torrencial,
O el vuelo alado inventado para ese gran flujo misterioso
Que los brahmanes llaman Brahmaputra?
¿Es el deslizamiento ligero sobre un cable engrasado al choque,
El vuelo de una flecha prisionera,
O este ingenio vertiginoso que va y viene, y pendular,
Golpeando su longitud de roca en roca?
Si no dejo – me abismo – al tiempo querido, – tiempo pulsátil,
En este largo sudario fluviátil.

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XIII

Quise al solo, quise al único, – oh, pico singular y sombrío,
A aquel…
Reinando en el aire, rodeado de aire, egoísta y desnudo,
He bebido,
Pero no igual que el monstruo-asceta envasado en su piedra,
Tapiado, muriendo allí, y pudriéndose,
Cuya mano seca sale sola buscando
¡Un hombre sepultado en su sangre!
Quise la ida jadeante y sentirme muy errático,
Caminante insólito y extenuado,
Pero tampoco igual que él: este vagabundo ermitaño
Brujo de los altos picos escofiados
Hallado cara a cara errante en la cresta de un puerto de hielo,
Turbado, armado – desnudo- con su tridente,
Maquillado de aire, enrojecido por el viento, salvaje máscara de fuego                                 [ardiendo
La boca trémula en las muecas…
Se creyó de golpe apuntado, reflejado en mí, – yo en él:
He aquí por qué los dos hemos huido.1

1. La figura del ermitaño o renunciante de esta secuencia evoca, a la par, la certeza y la incertidumbre del poeta acerca de su propia identidad.

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XIV

Me prohíbo amarte, Bod, a pesar de este tuteo:
El himno «amo» está reservado para Ella.
Macho-Tíbet, comprenderás mi discreto ardor como amante:
He aquí: (¡esto no es un devaneo!)
Ella es divina al final del mundo y más diversa que tus montes:
Es extrema, mi demonio.
Y sin embargo, cercana, y en verdad tan a mi alcance, en la vida,
Que me provoca al gran combate.
Pero esta defensiva cercada y su retirada insaciable,
¡Este muro con almenas que mi corazón golpea!
Entre ella y yo está esta rosa armadura,
La carne no-similar, a nuestro pesar.
Falta de los ojos, y escudo de puntos erigidos como adornos,
Falta que desciende a dos rodillas.
– Te he subido, Polo del frío; te he domado, pico de las montañas,
Pero ¿cómo vencerla a ella y escalarla?
Hela aquí, desnuda y blanca y alta a fin de saciarme mejor
De Ella – mi múltiple compañera.

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XV

En los terrenos más arduos, bajo los minerales más ácidos,
En el más sordo de los mundos antiguos,
Por pantanos y magmas durmientes sobre yacimientos pobres,
En los corazones de los más duros geomantes.
– He visto estos chorros, estos juegos brillantes, brotados de fusión de oro                                   [raro,
Horadar los bastos cimientos.
Tú mismo, TÍBET, roca pura, estás penetrado por estos mármoles,
Tú mismo estás veteado como un amante.
– Tengo demasiada vista y, atravesando tu sólida armadura,
Veo el filón no mineral:
Bajo tus glaciares estrellados de aire, y bajo tus picos arpados,
He aquí este resplandor no sideral:
La Otra, elemento que no es de fuego, ni de madera o hierro, ni de tierra,
Ni de agua, – y ni siquiera de luz:
La Otra, Ser toda de mi sangre, la misma en su metamorfosis,
La Única, que pronuncia un ¡Alto!,
Mi concubina en el espíritu y mi cómplice en la cosa:
TÍBET, por belleza, ¡exáltala!

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