Página dedicada a mi madre, julio de 2020

XXXIV

Dicen que en medio del tumulto de este mundo montañoso
Hay una llanura alta, irrigada,
Que en medio de esta llanura, dominio de los dioses, tierra de los espíritus                                [de la montaña
Hay una ciudad sagrada,
Dicen que junto a la ciudad, más alto y más importante, se eleva                                                   [un montículo gigante
Protegiéndola con su espalda,
Que todo este montecito se ha vuelto un único castillo, una única casa
Palaciega, una Morada, la morada del Reencarnado.
Dicen que la fachada, con millones de ventanas bárbaras, asirias,                                                  [de Ecbatana o de lejana Sumeria
Se retira, se hunde, en sus colores magníficos
Blanco, de un blanco de sol; luego, en lo alto, en medio, granate sordo,                                         [granate rojo frambuesa en la sombra
Hasta los techos que dicen de oro,
De oro metálico, de oro en lingotes densos, de oro verdadero, ¡de oro                                             [verídico!, y dicen que está justo ahí
El palacio único del Potala
Dicen que, dentro de la fachada que nunca soñaría el más grande                                                    [y loco soñador ávido,
El palacio está vacío,
Que hay salas negras, desiertas, y vestíbulos que no llevan a nada conocido,
Los pasajes no llevan a nada…

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XXXV

¡Lhasa! ¡Lhasa! Tierra de los Espíritus… te venero… huiré de ti.
¡Lhasa! ¿Quién iría a Lhasa?
Mágica ciudad que está ahí – alta en su corazón – ¡ahí en sus nieves!
¡Lhasa!, ¿quién es digno de Lhasa?
Y es el estribillo habitual de los que ni pueden ni osan
¡Lhasa! ¿Cuándo iréis a Lhasa?
De todos los hogareños atenazados en la habitación cerrada y sombría
¡Lhasa! ¿Estabais lejos de Lhasa?
Y en las bocas tibetanas, y en el viento este estribillo lleva
«Lhasa, todo camino lleva a Lhasa»
Y, sin embargo, a treinta días, a veinte, a diez con buen aliento
Lhasa, todo se hincha hacia Lhasa.
Las Banderas yerguen sus bosquecillos; cada piedra es jaculatoria.
Lhasa, tus contornos son altos, Lhasa
El olor de los que regresan es fuerte y santo y meritorio
Lhasa, tus techos son de oro, oh, Lhasa
Y, sin embargo, está dicho, terminado, concluido, cantado y jugado,                                  [demasiado lejos… demasiado tarde
¡Lhasa, yo no iré a Lhasa!

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XXXVI

Lo dicen – pero es muy cierto – el primero de nosotros en occidente
En el verdadero lugar de los monjes y de las monjas;
Los cronistas citan, al principio, su nombre de viajero sin incidente:
Odorico, nacido en Pordenone.1
Lo dicen, que con paso virgen y magistral,
Violó la antigua fortaleza,
El rostro cerrado, el ojo tapiado, joya más difícil de coger que inexpugnable                                  [encantadora,
Mágica ciudad del puro astral:
¡Lhasa, Tierra de los Espíritus!, ¿es cierto que hace ahora seiscientos años
Este hombre te tomó y te habitó?
¿Qué hallamos en su relato? «Allí, dice, ¡las calles están bien pavimentadas                                   [y sus mujeres muy arregladas,
La ciudad se llama Gota»!…2
Y nada más… nada gigante ni aparición monstruosa o tórrida,
Ni asombro de un paso valioso
Ante el mayor esfuerzo de la tierra asiátida.3
¡Tú, el vehemente en lo Sólido!
¡Qué importa entonces si, a ciegas, te alcanzó sin saberlo!
¡Vino, se fue… y no ha visto nada!

1. Odoric da Pordenone: misionero italiano (c. 1280-1331) con el que se inician las secuencias dedicadas a los viajeros del Tíbet.
2. Gota:
3.  Asiatide: como se dijo en la nota 3 de la secuencia 20, es un término creado por el poeta.

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XXXVII

Va el ferviente, el jesuita errante, arrogante quizás y portugués,
Este sacerdote enviado cuyo equipaje,
Revisado por el duro exactor de tu abrupto umbral al acecho,
Tenía, preparados como humilde prueba:
«Dos pañuelos y piedra de altar; algunos cilicios y un látigo»
Oraciones no mercantiles;
Lo que habrá que distribuir: los agnus, los cándidos y piadosos juguetes
Que llamamos «beatillas».
– Helo aquí, ardiente y trepando para abordarte,
Que, entero en la nieve,
Nadador radiante y rabioso, peregrino hacia la meta airada,
Golpeándose «por su gran culpa» en tu nieve,
¡Se impulsa! ¡Está muy cerca! Toca la meta… no sabemos dónde.
Junto a un «Rey», el único de los innumerables,
Cándidamente ofrece sus dones y su fe: lo obtiene todo:
Pero sobre las cosas admirables:
Alabanza a su propia virtud; decreto pagano de santidad,
¡Promesa muy grande de una iglesia!
– Que su nombre vaya ante los otros en esta Marcha exaltada:
António de Andrada de Lise. 

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XXXVIII

Eran dos, – Huc y Gabet1 – que iban a la aventura,
Como verdaderos conquistadores del techo mongol.
Avanzaban tímidamente y proveían su comida
Recogiendo, para el fuego, el estiércol argol.
Eran dos buenos viajeros que se aferraban a las caravanas
La luz de amor en su interior brillaba.
Montaban según el viento camellos blancos o viejos asnos,
Uno escribía… el otro rezaba.
Eran dos misioneros a los que trataban en los caminos como
«Lamas del buen genio Jehová.»
Se albergaban y se engañaban por tus establos y tus dudas,
Dándole tu Misterio a ¡que el diablo nos libre!
Eran dos errantes que iban al dominio miserable
En el nombre de un solo dios, – ¡el Verdadero, el Suyo! –
De millares de eones que reinan en tus cielos inconmensurables
¡Les sorprendió su desgracia!
Eran dos muchachitos que iban a tu conquista…
Tus potencias se reían en su cara.

1 Los sacerdotes Régis Évangeliste Huc y Joseph Gabet llegaron a Lhasa en 1846.

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XXXIX 

Partió como marino navegante de tus marejadas,
Tíbet, Océano endurecido en el aire…
Como viejo conquistador africano hacia la asiática Bod-youl…1                 
¡Fue el holocausto de tus mares
Dutreuil de Rhins!,2 condenado a muerte desde tu primer abordaje
Desde su primer paso hacia tus puertos.
Hacías un rudo y mal tiempo en el lomo de sus monturas
Lloviendo, gimiendo, viendo su muerte…
Pues los avatares audaces y los más atrevidos arabescos
De vida, y los más caballerescos,
Desde el principio, los marcas y juzgas, – Tíbet-Maestro, sé mi testigo, –
Con el signo Más o con el signo Menos.
Dutreuil perdió el juego por la meta, pero ganó esta hora serena
El instante en que nos pertenecemos…
Y murió una mañana de una bala redonda en la ingle,
Cantando, pues entonces ya no llovías
«Buen tiempo para partir esta mañana, buen tiempo…», y muere.
¡Buen cielo para su última etapa!

1 Bod-Youl: Variante de Poyoul. Véase nota 2 de la secuencia XXI.

2 Dutreuil de Rhins realizó una misión científica en Asia (1891-1894). Fue asesinado en el Tíbet oriental.

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XL

El lento, el grande, el moreno y dulce Jacques Bacot 1
Se va con su paso siempre igual…
Se para aquí, habita allí… trafica actos amistosos
Para sus agnados del País supremo…
¡Aquel de tus huéspedes, país de Bod, el más nativo, el verdadero Bod-Pa!2
En búsqueda ardiente hacia la Ida
Prometida, por la que tienen rencor mercaderes y soldados
Pero que los defensores del Valle
Conquistado llaman, como él, con todos los impulsos de su corazón:
En marcha al Otro País por conocer
El oasis en medio del tumulto; la tierra tibia y nutricia
En el seno del horror y de la blancura,
El país negro de misterios, espanto de los nómadas que lo ciñen,
Puerto nuevo sin mapa ni portulano.
Que el Viajero sea alabado por haber errado hacia él sin alcanzarlo,
Dejando este misterio mayor:
Vuelve más allá con la mirada, esa mirada…
Toma posesión de su dominio:
Lo que ha conquistado y escrito con un solo verbo en su marcha altiva:
El Tíbet sublevado: todas las Marchas tibetanas.


1 Jacques Bacot exploró el Tíbet y escribió sobre ello los libros Dans les marches tibétaines, autour de Dokerla, 1909, y Le Tibet révolté, vers Népémako, la terre promise des tibétains, 1912. A ambos títulos se alude en el verso final de esta secuencia. 

Bod-Pa: Habitante de Bod-Po, Tíbet.

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